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ANÁLISIS
Daniel Bosque: Lula y Cristina: ¿Casi dos hermanos? / Juan Arias: Brasil, sin fiestas
13/07/2017
ENERNEWS/MINING PRESS

 

DANIEL BOSQUE*

"Quase dois irmãos". Como en el título del famoso film carioca de Lucía Murat, la izquierda y la derecha latinoamericana no han dudado en asociar, cada uno por sus intereses, a la figura del hoy desgraciado Lula con la de sus pares que hasta hace poco monopolizaban la cartelera presidencial de la región.

Fronteras afuera, la sentencia de Sergio Moro que es noticia mundial impacta por los fáciles correlatos. Pero Lula y su movimiento ni fueron ni son gemelos de Pepe Mujica y su Frente Amplio, mucho menos de los Kirchner y el peronismo ondulante, de Michelle Bachelet y la Concertación, del hoy ex Rafael Correa, del aborigenista Evo, tampoco de Hugo Chávez y su decadente sucesor Nicolás Maduro.

Sin embargo este sofocón para el progresismo hemisférico vuelve a enloquecer el péndulo que no cesa. Populistas, conservadores, desarrollistas, neoliberales, nacionalistas que se alternan, de manera cada vez más traumática en sociedades cuyas elites políticas, económicas y sindicales corrompidas, que no han sabido-querido-podido desterrar la desesperanza y la pobreza en el Nuevo Continente.

Lo que no te mata te fortalece, y Lula, como su vecina Cristina, aunque sus raíces y gobiernos hayan tenido matices diferentes, hoy tratan de aplicar el teorema de que la corrupción que se les adjudica es una tapadera para los ajustes neoliberales de sus sucesores. Temer, en ese target, luce más que frágil, por la forma vidriosa en que llegó al poder y por la montaña de sospechas que se ciernen sobre él y sus aliados

Brasil ha continuado con su inercia de las últimas décadas, de la que sólo viene zafando Fernando Henrique Cardoso,  en tanto que el fallo de Moro crecerá en sospechas si es Lula, a la postre, el pato de la boda. Qué el viejo líder del PT esté en los umbrales de la cárcel por el triplex en Guaruyá obsequio de OAS descubierto en el Petrolao suena a chiste en países como la Argentina dónde las rondas de sobornos adquirieron la magnitud de varios ceros y en la que a falta de acción judicial eficaz, el volumen de lo mal habido ha ingresado en la mitología popular.

También es cierto que las dádivas por las que han sentenciado a Ignacio Lula da Silva y su entorno son simbólicas, poco menos que una propina al lado de las cifras astronómicas que viene revelando el Lava Jato, el mencionado Petrolao, el Mensalao y otros escándalos que pulularon en Brasil y se expandieron por América Latina. Argentina, socio menor y el más importante de la región del gigante brasilero ha logrado hasta ahora contener la onda expansiva del desastre Odebrecht, pero en Perú tiene en la picota a los ex presidentes Alejandro Toledo, en el limbo de prófugo o no tanto pero en ningún caso aparecido, y al matrimonio Humala, que por estas horas reza a la espera de lo que decida la Justicia con su suerte. 

Volviendo a Brasil, el ojo de este impresionante huracán, es difícil augurar qué pasará con Lula y su partido. Antes del rimbombante fallo de Moro, cuyo texto íntegro reproduce esta crónica, el carismático líder era el favorito de cualquier sondeo electoral en una cuasi paridad con la ascendente Marina Silva. El Lava Jato es un tifón que ha demolido al sistema político de la economía más poderosa del hemisferio, al punto que hasta ayer mismo el náufrago a la deriva era el presidente Michel Temer. Su supervivencia se explica por las permanentes concesiones a los factores de poder que no cesan de apretujarlo. 

La reforma laboral, sancionada en vísperas de la sanción a Lula, crispará más a los sindicatos y fragmentará más a la sociedad. Por un lado va el favor electoral mayoritario y por el otro la carrera para impedirle que regrese al Planalto. Lejos han quedado los días en que Brasil y su liderato de izquierdas eran pura potencia, el consumo volaba, la economía crecía y sus empresas hacían furor en los mercados.

*Director Mining Press y EnerNews

La condena de Lula no debería ser un día de fiesta para Brasil

EL PAÍS


JUAN ARIAS

La justicia va a ser analizada para saber si se trata de realizar una verdadera catarsis contra la corrupción o si se trata sólo de intereses poco confesables

Este miércoles, Brasil es noticia mundial por la condena de Lula por corrupción a más de nueve años de cárcel, ya que el exsindicalista ha sido el presidente más popular y carismático de la democracia. Lula había conseguido que el gigante americano dejase su complejo de perro callejero y se proyectase en el futuro como una pieza importante del ajedrez mundial. Fue, además, el presidente más amado, casi adorado, por el mundo de los más pobres.

La noticia de su condena, sin embargo, que llega en un momento crucial de la política brasileña, con un presidente como Michel Temer, en vísperas de que pueda ser depuesto por corrupción y con una sociedad dividida y crispada, atemorizada con 14 millones de desempleados, no puede ser un momento de alegría.

Sin entrar en el juicio de la sentencia emitida contra Lula por el mítico juez Sérgio Moro, algo que deberá aún ser analizado y decidido en otras instancias judiciales, lo cierto es que, prescindiendo de las ideas políticas de cada uno, el día de hoy no debería ser un día de júbilo. No puede ser un momento de alegría porque la noticia encierra un sinfín de simbolismos, la caída del ídolo de la izquierda brasileña y con él la esperanza de una refundación del Partido de los Trabajadores (PT) que llegó a ser el más importante de la izquierda latinoamericana.

Siempre se dijo que el PT no existía sin Lula, ni Lula sin el PT. Hoy, con Lula condenado por un crimen de corrupción, de algún modo sufre la democracia y se quiebran muchas esperanzas. Habrá quien diga que la condena a Lula, la primera contra un presidente del país por motivos criminales, significa, al mismo tiempo, la esperanza de que, por fin, en este país, la justicia es igual para todos.

Podría hasta ser verdad, pero se tiene que cumplir una condición: que todos los otros políticos, muchos de ellos acusados y reos de crímenes aún mayores, acaben, como Lula, condenados por esa misma justicia, algo que no parece ser lo que siente la sociedad, ya que, la misma diligencia que el juez Moro ha usado con Lula, el Supremo Tribunal Federal debería haberla usado ya con docenas de políticos de primer plano de la vida nacional de partidos que han gobernado con la izquierda del PT, y que parecen ser tratados con otros metros y medidas.

Si la condena infligida por Moro a Lula, a la que podrían seguir otras más, quiere ser vista como un triunfo de la justicia en un país donde a la cárcel iban sólo los pobres, los negros y las prostitutas, será necesario que la sociedad pueda ver, sin esperar más, que sean condenados los otros líderes políticos, cuyas denuncias no menos graves que las de Lula, se arrastran durante años, pareciendo intocables.

Si de lo que se trata es de limpiar la corrompida vida política de un país para dar paso a una nueva era de esperanza donde la impunidad con los poderosos sea algo del pasado y donde no existan privilegiados ante la justicia, entonces que a la condena de Lula, se sigan las de los demás políticos corruptos. Y eso, sin esperar más, para que la grave decisión tomada con Lula, no parezca más bien una forma de impedirle ser de nuevo candidato a las presidenciales.

Hoy, más que ayer, la justicia va a ser analizada por una sociedad más madura y más incrédula que en el pasado para saber si se trata de realizar una verdadera catarsis contra la plaga de la corrupción político empresarial, o si se trata sólo de fuegos de artificio e intereses poco confesables.


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