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DEBATE
Oña: Al final, los problemas cayeron todos juntos
31/12/2013

Al final, los problemas cayeron todos juntos

Clarín. Por Alcadio Oña

Es de manual. La técnica de patear los problemas para adelante no resuelve los problemas y, peor aún: cuando se han acumulado unos cuantos serios de verdad, sale muy caro resolverlos. En una situación semejante quedó metido el Gobierno, pese a que en trayecto abundaron las señales amarillas.

Si la demanda de electricidad crece sin pausa y la producción de hidrocarburos, clave en la matriz energética del país, viene en caída libre, el cuello de botella surge inevitable. Y si encima existe un sistema de distribución lleno de averías, el resultado ya ostensible se llama apagones.

Cuando los subsidios indiscriminados avanzan igual a un tren sin frenos, hasta escalar a cerca de 140.000 millones de pesos, de los cuales alrededor del 60% corresponden a luz y gas, no hay recursos fiscales que aguaten. Y entonces el riesgo de chocar es grande.

Durante los últimos años, claramente desde 2010, el dólar oficial corre muy de atrás a la inflación y la consecuencia es un retraso cambiario que descoloca incluso a las producciones más competitivas. Otra vez, un desacople tan previsible como insostenible.

Previsible era, también, que una inflación instalada cómodamente en los dos dígitos altos desparramaría, y sigue desparramando, distorsiones a lo largo de la economía e injusticias en la pirámide social.

El 30% o más que se proyecta para el año que comienza vuelve extravagante la pretensión del Gobierno de acomodar los aumentos salariales entre 18 y 20%, un ajuste bien ortodoxo para no meterle más presión a los precios. Y ese mismo 30% quema la ya floja idea de que un acuerdo sobre menos de 200 productos podría enderezar la curva.

En el oficialismo suelen afirmar que un poco de inflación no le viene mal a la economía. ¿Qué significa un poco de inflación? ¿Es posible que 30% sea considerado un poco?

Si la intención era ocultar la inflación metiendo mano en el INDEC, está claro en qué terminó el operativo que promovió Néstor Kirchner y ejecutó Guillermo Moreno: terminó en la destrucción de un organismo prestigioso y convirtió en meros garabatos el índice de precios, la tasa de pobreza y el cálculo del PBI. Nada más, y nada menos.

Y si buscaban castigar a los acreedores con bonos atados a la inflación, le pegaron de plano a la ANSeS, cuya cartera está cargada de esos títulos.

Hacer lo que se hizo con las estadísticas oficiales tuvo, además, un costo enorme hacia afuera que se paga con credibilidad. Eso está metido como cuña en cualquier negociación con el FMI, el Club de París y el Banco Mundial, tres puertas que el Gobierno está tocando.

La famosa política de desendeudamiento y el socorro permanente al Tesoro Nacional han deteriorado a fondo el balance y el patrimonio del Banco Central.

Apretado por el bajón de las reservas, ahora Axel Kicillof ha descubierto que hay una deuda buena: tan vieja como el crédito, es la que sirve para financiar inversiones. Tarde, porque debe subir una cuesta que estos años fue empinándose escalón tras escalón y, obviamente, no por culpas ajenas.

Hay más en este boletín de apremios que eran fáciles de advertir con solo miran las tendencias. Cuando una curva crece y la que debe acompañarla cae o no crece de un modo al menos parecido, allí hay un cortocircuito que reclama un remedio inmediato.

Desde 1998 la producción de petróleo viene deslizándose por una pendiente que no tiene piso y la de gas empezó a caer a partir de 2004: nada cambió en la era kirchnerista, sino todo lo contrario. ¿Cómo no darse cuenta de que había un problema, si saltaba a la vista?

La medicina que se le ocurrió a Julio De Vido, y convalidaron Néstor primero y Cristina Kirchner después, ya era imposible de evitar ante la falta de producción nacional: importar gas y combustibles en cantidades crecientes; además, carísimos. Tan agria resulta, que este año la factura energética trepará a unos 13.000 millones de dólares y probablemente a 15.000 millones en 2015.

Y aun cuando semejante agujero sacuda el tinglado de los dólares escasos, el Gobierno siempre alegó que eso es necesario para sostener el crecimiento de la economía y la demanda de electricidad de la población.

Todo muy encomiable, salvo por un detalle: si las importaciones aumentan de esa manera es porque son imprescindibles para tapar la escasez interior. Desde luego, de eso no se habla.

La mayoría de los estudios privados dejan tecleando al argumento del crecimiento económico. En cambio, es rigurosamente cierto que las graves fisuras en la estructura energética significan un escollo para las actividades productivas. Y comprometen el futuro Pero habrá que seguir importando gas y combustibles para evitar la parálisis. Y sacar dólares al costo que sea.

Por lo que toca al segundo argumento del Gobierno, cualquiera sabe que el consumo en las familia de la Capital y el Conurbano viene fogoneado hace rato por las tarifas baratas. Tanto, que en las capas más pudientes estimulan el derroche y desalientan el ahorro en toda la línea.

De esto hablan, justamente, los subsidios indiscriminados. Con gas, luz y transporte adentro, entre 2005 y 2013 anotarán un impresionante aumento del 3.900%.

Enteramente propio y sembrado de sospechas, el paquete había sido puesto en la mira por el Gobierno para después de las elecciones. Simplemente, porque seguir bancándolo ya luce imposible.

Pero no reacciona en el mejor momento: con el costo de vida en el 30% y la imagen presidencial castigada por los desaciertos de su propia gestión, tocar los subsidios les saldrá caro. Aunque mirando el estado crítico de las cuentas públicas, tal vez se trate de una salida inevitable.

Lo mismo pasa con el dólar oficial: según algunos especialistas, acumula un retraso real del 35% y la paridad de convertibilidad está entre 8 y 9 pesos. El Banco Central pretende recuperar el terreno perdido, acelerando las minidevaluaciones justo cuando la inflación saltó al punto más alto de la era K.

Nuevamente a destiempo, porque esa espiral va casi derecho a los precios.

Casi ni hace falta decir que la inflación aparece por todas partes. Luego, la pregunta llega cantada: ¿por qué si eso tiene los efectos que tiene, el Gobierno nunca articuló un plan serio que pusiera en juego las herramientas del Estado, en vez de buscar responsables en otro lugar?

Está claro que Moreno fue el brazo ejecutor de las decisiones y que actuó por cuenta y orden de la cúpula del poder. Y los errores que cometió en cadena son culpa suya y de alguien más.

La verdadera estrategia oficial consistió en pechar para adelante, creyendo que de esa manera era posible zafar de los costos políticos. Y con la idea de que si había una factura que pagar, les tocaría a quienes vinieran después de 2015.

Pudieron adelantarse a las dificultades, porque la historia venía muy anunciada: desde una caída en la producción de petróleo y gas que terminaría en crisis energética hasta los subsidios insoportables, el retraso cambiario y el desgaste del Banco Central.

Pero siempre mandó el corto plazo. El problema es que al final el corto plazo llegó con todo junto.


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