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DEBATE
Levy Yeyati (Elypsis): "No viviremos de rentas"
29/10/2014

No viviremos de rentas

El Cronista

Por Eduardo Levy Yeyati* 

Para Levy Yeyaty, la encrucijada que enfrenta el país es más compleja que el debate cotidiano entre endeudamiento o devaluación, reducción del gasto o suba de tasas. Es sobre cómo volver a crecer y recuperar capital humano. De esta manera se suma al debate abierto por El Cronista y del que ya participaron, entre otros, Ricardo Lorenzetti, Juan Llach, Gustavo Grobocopatel, Beatriz Sarlo y Juan Carr, entre otros.

Un amigo y colega me dijo hace un tiempo (o al menos eso entendí) que una de las razones de nuestro fracaso es que fuimos ricos demasiado pronto, a principios del siglo pasado, y dejamos de serlo. Y hoy, como aristócratas sin dinero, nos cuesta acostumbrarnos a no vivir de rentas, al lento trabajo de hacernos de abajo. De ahí, nuestra relación conflictiva con el esfuerzo y el ahorro, o nuestra propensión a buscar atajos y comprar buzones como el peso fuerte de la convertibilidad o la soja.

Dejemos algo en claro desde un principio: Vaca Muerta no nos va a salvar así como no nos salvó la soja. No viviremos de rentas.

A estas alturas, decir que Argentina enfrenta una encrucijada es casi un lugar común. Default, inflación y recesión; incertidumbre y desconfianza. Parecería que el partido que se inició a fines de 2002 con grandes aspiraciones termina con todos atrás cuidando el 1 a 0 en contra. Ahora que el viento de cola se dio la vuelta y nos encuentra sin ahorros y con deudas pendientes, la encrucijada es más compleja que el debate cotidiano entre endeudamiento o devaluación, reducción del gasto o suba de tasas; es sobre cómo volver a crecer, cómo recuperar nuestro capital humano, cómo recobrar el lugar de articulador regional que la Argentina nunca debió haber cedido. Bajar la inflación y levantar el cepo es arduo pero factible. En cambio, generar empleo e ingreso sustentables, desarrollarnos, es un desafío para el que, habiendo fracasado por izquierda y derecha en las tres décadas de democracia, no tenemos precedentes ni guiones probados.

Simplificando, uno podría pensar el desarrollo en términos de cuatro insumos críticos en los que venimos acumulando déficits.

El primer insumo es físico: infraestructura, energía, logística. Por un tiempo vivimos de la renta del stock heredado, y el dinero de las inversiones que no hicimos nos dio la ilusión de una riqueza que no teníamos. Pero hace años que esta renta no nos alcanza y el costo de la desinversión se paga con déficit fiscal y escasez de dólares y menor productividad y empleo. En este frente, no es difícil identificar y priorizar las demandas, sobre las que hay bastante consenso; lo difícil es asegurar los fondos (dados los montos, esencialmente privados) y sobre todo la capacidad del estado para gestionar esta agenda.

El segundo insumo es humano: trabajar sobre la calidad y el formato de una educación que no deje jóvenes en el camino y que sintonice con la tercera revolución industrial. ‘Emprendimiento e innovación: un cuento de hadas para América Latina’, rezaba esperanzado un panel del congreso de economía de una universidad del conurbano bonaerense. "Cómo hacen los ‘canguros’ para dar de comer a los trabajadores no calificados de los talleres del conurbano", me preguntaba un distinguido colega en relación a mi prédica a favor de un modelo productivo intensivo en conocimiento, en línea con países como Australia. Parte de la respuesta a este subdesarrollismo fatalista está en una reforma educativa que sea a la vez inclusiva y progresiva, elevando la calificación laboral para no bajar las aspiraciones de desarrollo. La educación tienen efectos diferidos: lo que no hagamos hoy marcará nuestro avance o retroceso en diez o veinte años. Lo bueno es que por fin hay conciencia del problema y abundan propuestas e ideas; lo malo es que hasta ahora la política no ha pasado de la enunciación. En todo caso, nuestro capital humano, como nuestra riqueza de granero del mundo, es hoy más un recuerdo que una realidad. Tampoco en esto viviremos de rentas.

El tercer insumo es institucional: Es mucho lo que se suele poner bajo este paraguas: reglas de juego, transparencia, regulación. Prefiero concentrarme en algo menos obvio pero más urgente: la jerarquización del funcionario público y de la capacidad del Estado. Sin funcionarios capaces, con funciones, incentivos y retribución apropiados, seguiremos teniendo este Estado grande y bobo, corrompido en el sentido económico y en el organizacional: un Estado que ya no puede cumplir con sus funciones. ¿Cómo vamos a implementar un plan de infraestructura o una reforma educativa, a regular monopolios y mercados, a promover la innovación y la creación de empresas sin gente que escriba los contratos, gestione los recursos, elabore los análisis, supervise la ejecución? ¿Cómo vamos a tener un Estado ya no grande o pequeño sino presente, sin funcionarios idóneos, orgullosos de pertenecer a una élite pública? En el Estado argentino sobran las cigarras políticas dispuestas a saltar de puesto en puesto o a atrincherarse para defender la causa, pero faltan funcionarios de carrera que entiendan y empujen el paciente trabajo de hormiga del desarrollo. El próximo gobierno heredará un Estado enfermo y una de sus prioridades será curarlo.

El cuarto insumo, intangible pero esencial, es el liderazgo. Nuestro déficit de institucionalidad tiene su origen en una dirigencia ausente. Del mismo modo que los políticos priorizan el tren que los mantendrá en carrera más allá de ideas y partidos, los tomadores de decisiones en el sector privado miran desde afuera, callan y aceptan para proteger sus intereses, o se indignan y protestan cuando éstos peligran. Pocos tienen conciencia de su rol y su responsabilidad, de las consecuencias críticas de sus decisiones sobre el resto (en jerga económica, sus externalidades). Puedo equivocarme, pero no conozco casos de desarrollo sin liderazgo. Sin referentes públicos y privados que asuman la responsabilidad de mirar más allá del presente y del interés propio, sin delegar en terceros el debate por el desarrollo argentino ni supeditar el futuro del país a un resultado personal. Sin liderazgo político nos perdemos en el ‘yo quiero lo que vos querés’ y el encuestismo adaptativo, en la convalidación de expectativas infundadas y de la ilusión del rentismo permanente. Sin liderazgo privado caemos en el juego de suma negativa del sálvese quien pueda, en la prebenda y el lobby de lo viejo. Sin liderazgo no hay cambio. Y la Argentina necesita cambiar.

En estos días de escepticismo conviene mirar a través de la coyuntura y la andanada de malas noticias para pensar el futuro. El urgente del fin de la recesión y del ostracismo financiero, del control de daños y la casi inevitable recuperación, pero sobre todo el otro, más duradero, de la producción y el desarrollo. Con una premisa en mente: no viviremos de rentas.

*Economista y escritor. Profesor de la UBA y la UTDT. Director de Elypsis


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