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DEBATE
Armando Torres: "Mi próximo Presidente"
11/02/2015

Mi próximo Presidente

El Cronista.

Por Armando Torres .

La Constitución Nacional es muy poco exigente respecto de los requisitos para ser Presidente de la Nación. El clasificado de búsqueda, publicado en el Art 89, dice que quien quiera acceder al puesto debe ser nacido en territorio argentino o ser hijo de ciudadano nativo a la vez que –igual que quien aspire a ser senador (Art 55)– debe tener por lo menos 30 años, haber sido 6 años ciudadano de la Nación y disfrutar de una renta anual de dos mil pesos fuertes (¿?). Empresas que brindan servicios de estiba en el puerto y compañías constructoras piden algunos requisitos más a estibadores u obreros de la construcción. Por lo menos, que hayan terminado la escolaridad primaria y una evaluación clínica preocupacional.

Yo quisiera agregar algunos requisitos, para esperar mejores resultados. Por ejemplo: que mi próximo presidente entienda y ponga en práctica a la Constitución Nacional, al menos en sus aspectos esenciales. Que reconozca en ella sus propios límites y que no confunda su misión y derechos con los que una monarquía absoluta le confiere al rey o un sultanato al sultán. Quiero que comprenda que no debe ‘ir por todo’ y que no ir por todo significa, entre otras cosas, respetar el sistema de gobierno que la Constitución establece para la Nación Argentina: republicano, representativo y federal.

Quiero que mi próximo presidente sea verdaderamente republicano; que respete desde el Ejecutivo la independencia de los otros poderes. Que evite injerencias, sobre todo en el Judicial. Que respete la representatividad, no sólo la del Congreso de la Nación, sino también recibiendo y reuniéndose a la luz pública con los representantes políticos de la oposición, dando ejemplares señales de convivencia. Y quiero que sea verdaderamente federal; que permita que las provincias ejerzan su autonomía mediante la disposición de sus recursos no por gestos magnánimos del poder central, sino por propio derecho.
Mi presidente debe ser una persona madura y equilibrada en sus procederes. Sencilla y educada. Eso debe evidenciarse en todas sus presentaciones, públicas y privadas. No lo quiero con desequilibrios, porque eso nos quita seguridades, garantías. Su decencia debe estar expuesta a flor de piel. No puede pesar sobre ella la mínima sospecha de que se hubo enriquecido indebidamente porque, como sabemos, el hombre tiene hábitos a los que no renuncia, y el de robar, cuando se adquiere, es uno de ellos. Baste sino observar que son más los robos de reincidentes que los de principiantes. Mi próximo presidente debe poder explicar el origen de cada uno de sus bienes: un campo, una casa, una cadena de hoteles, un automóvil, un clip, un alfil, un perro; lo que fuere.

Quiero una persona que tenga apertura al mundo; que lo entienda, que hable idiomas que le permitan formarse juicios por ella misma y no por terceros. Quiero estar satisfecho o al menos comprender la conveniencia de los alineamientos y acuerdos internacionales que impulse. Que sea alguien que a priori luzca capacitado para el ejercicio de la primera magistratura y que adopte decisiones y políticas racionales, resultado de análisis, consultas y reflexión; no del dogma inflexible. Quiero que sepa rodearse de colaboradores con experiencia y preparados para el cometido que se les encomiende, e igualmente decentes. Que toda designación sea, por lo menos, explicable. No inexplicable.

Me gustaría que ofrezca conferencias de prensa abiertas, donde los periodistas puedan preguntarle sin condicionamientos. No quiero que mi próximo presidente mienta, porque es escandaloso, para el presidente, para su interlocutor, para la ciudadanía toda. Un presidente falsario es aberrante para una República. No quiero un simulador, alguien que ‘la dibuje‘. No quiero más presidentes que abusen de los recursos comunicacionales del Estado ni de los presupuestos públicos para desvirtuar la información, denostar al adversario y, de paso, enriquecer a inescrupulosos ‘editores’.

Quiero que sea una persona normal, sencilla, que haya trabajado durante mucho tiempo y probadamente; que la vida de trabajo le haya dado alegrías y también sinsabores. Es desmesurado y vergonzante que un presidente tenga que inventarse un pasado para realzarse. Eso es una traición a los propios orígenes y a los conciudadanos. Inventarse un pasado es mentir, es degradar a la República. Tampoco quiero un presidente altanero, soberbio, irónico, burlón ni agresivo; ninguna de esas miserias lo hará mejor presidente, sino para quienes estén animados por el odio y el sentimiento de revancha. Y no quiero un presidente que anime el odio y la revancha, que nos divida.

Es necesario alguien que nos acerque, despojado de conceptos facciosos, que sepa interpretar qué la ‘unión nacional‘ no es una derrota. Quiero que adopte decisiones ‘a favor de’ y no ‘en contra de’. No quiero que me grite ni que me arengue, sino que hable normalmente, porque estoy dispuesto a entenderlo. Tampoco que nos aburra hablando de sí mismo; no quiero ese estereotipo de presidente que se considera iluminado y que en cada aparición hace engoladas menciones autorreferenciales. Uno se siente estúpido escuchando a otro hablar loas de si mismo... Sobre todo cuando cree que no las merece.

No quiero que el presidente me hable del pasado y pretenda involucrarme en él sino que me hable del futuro y acepte colaboración para construirlo. No hace falta una persona afectada, que monte a diario teatralizaciones, impropias de la investidura presidencial, sino una absolutamente normal, con perfil, diría, de transeúnte. Aspiro a una persona ejemplar; nunca más la fatuidad, la vanidad hasta el límite de lo ridículo y la vergüenza ajena. La persona del presidente debe ayudar a que el mundo se forme una imagen positiva de los nacionales. No quiero para mí ni para los míos la imagen de charlatán y pendenciero.
Me gustaría sentir orgullo por mi presidente. Que sea alguien que entienda que la pobreza es una calamidad a erradicar; no un bolsón del cual sacar beneficios políticos. Alguien que no por sí aisladamente, sino por su acción y la de su equipo, por lo que logre en materia de respaldo y contribución de los ciudadanos, sea capaz de encauzar este desmadre moral, social, económico y político que padecemos los argentinos, que navegamos a remo, sin timonel ni remeros.


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