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DEBATE
#18F. Escriben: Morales Solá, Fernández Díaz, Gregorich, Romero, Tenembaum, Muchnik, Van der Kooy, Bárbaro y Fernández Meijide
19/02/2015

"Ellos" fueron demasiados

La Nación

Por Joaquín Morales Solá.

Ellos estuvieron ahí. Y el problema de la Presidenta es que "ellos" fueron muchos. Cristina Kirchner se había ocupado en los últimos días de confrontar entre "ellos" y "nosotros", en referencia a los que marcharon ayer. Podrá decirse que "ellos" representan a un sector eternamente antikirchnerista, y en parte eso es cierto. Pero esa multitud ha cambiado el eje de sus reclamos. En la lluviosa tarde de ayer el planteo fue esencialmente político.

Las demandas fueron por la necesidad de justicia, la corrupción impune, el hartazgo social ante la inseguridad, la defensa de la libertad. Eran voces aisladas que le hablaban a la televisión, porque la multitud sólo hizo alusiones a la memoria del fiscal Alberto Nisman, a su extraña muerte y al reclamo de justicia. Aquellas voces pueden, sin embargo, representar muy bien el reproche colectivo.

La intensa lluvia que estragó la tarde porteña sólo le dio más imponencia a la magnitud de la marcha. No hubo lluvia en ciudades importantes (Rosario, Córdoba, Mar del Plata, Santa Fe), donde el número de manifestantes fue también significativo. ¿Qué habría sucedido si hubiera habido una tarde apacible del final del verano en la Capital? ¿Cuánta gente más hubiera concurrido? Hay más preguntas sobre el enigma de esa convocatoria espontánea. ¿Qué convirtió a los fiscales, conocidos hasta hace poco sólo por funcionarios judiciales, periodistas y argentinos curiosos de la política, en héroes populares? Ellos recibieron ayer muchos y repetidos aplausos, pero también un mensaje: una amplia mayoría de la sociedad argentina no está conforme con las dilaciones o las morosidades de la Justicia. La convocatoria de ayer tuvo para los fiscales convocantes dos desafíos: llenar las calles, que lo lograron, y contribuir a hacer más eficaz y ágil el sistema de justicia, que es lo que deberán demostrar de ahora en más.

La Presidenta, aferrada a la cadena nacional desde hace una semana, se dio un gusto. Perdió la batalla política de ayer, es verdad, pero también mostró la Argentina fraccionada, que es su deleite político. El país partido en esa lógica binaria quedó, otra vez, con la fractura expuesta. ¿Cuántos argentinos fueron a la marcha sólo porque sabían que Cristina Kirchner no quería que fueran? ¿Cuánto esfuerzo hizo la propia Presidenta para que los fiscales se llevaran un triunfo político? ¿Qué temor inconfesable la empuja a la jefa del Estado a cometer un error tras otro? ¿Dónde dejó los reflejos políticos que alguna vez tuvo? ¿Por qué, por ejemplo, quiso imponer la alegría en un país que está de luto tras la extraña muerte de Nisman? Esa alegría podría resultar hasta autoinculpatoria en la interpretación de la psicología.

EN CLAVE POLÍTICA

Ningún gesto ni palabra de los fiscales estuvo fuera de lugar. Pero ellos también son hombres que saben leer las claves de la política. La convocatoria de ayer fue también un desafío político que ellos se plantearon. De alguna manera, lo aceptaron en las declaraciones previas que hicieron. Dijeron que no habrían convocado a la marcha si el Gobierno le hubiera hecho al fiscal muerto el homenaje que se merecía. La explicación esconde una queja a los funcionarios y, en primer lugar, a la Presidenta. Funcionarios y Presidenta se ocuparon, y se ocupan todavía, de agraviar a Nisman, aun después de muerto. Es difícil, por otro lado, explicar la lentitud de la investigación sobre su muerte. ¿Suicidio o crimen? Los recientes atentados de Francia se resolvieron en 48 horas. En la Argentina, la Justicia y la policía no pudieron determinar, un mes después, cómo murió un fiscal federal que acababa de denunciar a la Presidenta.

La magnitud de la marcha fue coincidente con lo que señalan las encuestas. Cerca de un 70 por ciento de los consultados aseguran que Nisman no se suicidó, por lo menos voluntariamente. Un poco menos, alrededor del 60 por ciento, culpa al Gobierno de su muerte. Tal vez no lo hace responsable directo de esa muerte, pero sí lo acusa de no haberlo cuidado o de haberlo difamado y estigmatizado durante los cuatro días que separaron su denuncia de su muerte, de tal manera que lo convirtió en una presa fácil para fanáticos propios o ajenos. Los fanáticos que cultiva el discurso del oficialismo a ambas orillas de la sociedad normal.

Esa sociedad que ayer fue más tolerante que su presidenta. Hubo reproches, y los hubo con insistencia. No obstante, no se escuchó, en medio de esa multitud claramente antikirchnerista, ni una sola palabra de agravio o descalificación para la jefa del Estado. Es el destino de la política, quizá, doce años después de atravesar una constante verborragia de agravios y descalificaciones, que brotaban desde el atril o la tribuna presidencial. El futuro presidente, sea quien fuere, deberá ser necesariamente más consensual y sereno que los Kirchner. Esa certeza no surge de propuestas electorales ni del talante de los candidatos; será la imposición de una mayoría social.

Una mención especial merecen las referencias de la gente común a la corrupción, al miedo y a la necesidad de recuperar la libertad. La casta política e intelectual supone, en gran medida, que esos valores le pertenecen y que, por lo tanto, nunca llegan a los niveles menos informados de la sociedad. Sólo los que viven en un sistema de aislamiento total pueden ignorar la corrupción en un país donde el vicepresidente de la Nación está dos veces procesado por hechos de corrupción. Ése es otro error de Cristina Kirchner. ¿Qué la lleva a defender la estabilidad política de Amado Boudou, que es ya una clara anomalía institucional frente a argentinos y extranjeros?

El miedo y la libertad son conceptos que están unidos de tan antitéticos que son. Cuando existe uno no existe el otro. Donde hay miedo no hay libertad y donde hay libertad no hay miedo. Es probable que muchos se hayan referido al miedo por la inseguridad más que al miedo político. Pero ¿acaso el miedo a la inseguridad no encoge dramáticamente los espacios de la libertad? No descartemos tampoco el miedo político. ¿La denuncia permanente de la Presidenta de personas con nombres y apellidos, desde empresarios hasta jubilados, ¿no es capaz de instalar el miedo en vastos sectores sociales? ¿Quién podría sentirse exceptuado de ese perverso sistema de castigos y represalias?

EL APORTE SINDICAL

Los fiscales le deben un favor político al dirigente del sindicato judicial Julio Piumato. Él puso un mínimo sentido de orden en la marcha y comandó el operativo de tal manera que los fiscales y la familia de Nisman pudieran llegar al austero escenario en Plaza de Mayo. ¿Es Piumato un enemigo del kirchnerismo? En rigor, él pasó del ultrakirchnerismo al antikirchnerismo sin hacer escalas. Hasta se prestó en su momento a las campañas difamatorias del Gobierno en medios de comunicación en poder del Gobierno. Pero es un dirigente sindical de la vieja guardia y, como tal, sabe percibir el perfume de un final político.

El espectáculo popular de ayer desnuda también la impericia del Gobierno para crear medios periodísticos afines. Diarios, radios y canales de televisión en manos del Estado o de empresarios financiados por el Estado difamaron en las últimas semanas, un día sí y otro también, a cada uno de los fiscales convocantes de la marcha y al propio Nisman. No lograron nada. La única conclusión posible es que esos medios les hablan, como les habla la propia Presidenta, al público cautivo del cristinismo, a los convencidos de la historia oficial, a los que nunca hubieran ido a la marcha. El esfuerzo es conmovedoramente inútil.

El peor error de Cristina Kirchner fue no haber percibido ese límite, a veces imperceptible, que la sociedad argentina le coloca a la muerte. La muerte de María Soledad Morales significó el final del gobierno feudal en Catamarca. La muerte del fotógrafo José Luis Cabezas marcó el final agitado y definitivo del menemismo. Ninguna de esas muertes, con todo, es comparable con la dimensión política de la muerte de Nisman. Esa muerte y la grave denuncia política y judicial del fiscal fulminado acompañarán los escasos diez meses de poder que le quedan al cristinismo. Ése es el destino de Cristina Kirchner. La Presidenta pudo percibirlo y ponerse a la cabeza de la sociedad. Prefirió enfrentar a esos sectores sociales que ayer, a su vez, la desoyeron y le dieron la espalda.

Siempre, desde ya, tendrá a mano la posibilidad de denunciar un golpe de Estado, suave o duro, directo o indirecto. A su manera, ayer lo deslizó en su desesperado discurso de Atucha. La historia la refuta: nadie le hace un golpe, explícito o implícito, a un gobierno al que sólo le quedan tres trimestres en el cargo. Ese tiempo, ya módico, será más escaso en la realidad, si se computan las elecciones presidenciales, que comenzará en agosto, cuando los argentinos dejarán de mirar definitivamente a Cristina Kirchner..

El galtierismo de Cristina

La Nación

Por Jorge Fernández Díaz.

La fase política más relevante de la Marcha de Silencio no se encuentra en las calles mojadas por un diluvio tropical por las que se deslizó, sino en su exuberante prehistoria discursiva. En las vísperas están cifradas novedosas patologías de la Argentina y secretas convulsiones del gran partido de poder. La tercera inauguración de Atucha II, bautizada obscenamente Presidente Néstor Kirchner, le permitió a su viuda mostrarse como una mandataria enojada, pero eufórica.

Se expidió firme y segura de sí misma, reivindicando sus arranques hormonales y concentrada en gobernar con naturalidad hasta diciembre y en garantizar un sucesor con el mismo tinte ideológico: "A este gobierno nadie le marca la cancha", dijo con displicencia.

Tal vez sus intelectuales e incluso su militancia más cerril esperaban que esa cadena nacional, horas antes de la concentración, estuviera dedicada a denunciar un golpe de Estado, como preconizaron a órdenes de ella con alarma y grandes aspavientos a lo largo de los últimos diez días. Se ve que Cristina deja esas tonterías para sus idólatras, y que por fin ha encajado con cierta lógica que un gobierno duro no puede temer un golpe "blando".

El descarte, sin embargo, no borra el hecho de que utilizó a intelectuales como escudos humanos para asustar a la población y desinflar una marcha popular y democrática, y también para revestir de respetabilidad dos hechos políticos crudos: su jihad judicial se debe a que los jueces y fiscales investigan ahora la corrupción de su gobierno, y su batalla contra los agentes de inteligencia obedece a que han dejado de espiar a su nombre.

Dentro del planeta oficial, los peronistas clásicos siguen confesando en voz baja temores y estupor. Luego de haber fenecido por efecto del voto la re-reelección, sin candidato propio a la vista, con encuestas en picada, economía atada con alambre y aislamiento político creciente, esperaban que Cristina Kirchner dispusiera una retirada racional y ordenada.

En cambio, demostró una suerte de "galtierismo", entendiendo este neologismo no como un sinónimo de guerra internacional, sino como una sobreestimación de su propia fuerza, una ampulosa bravuconada sin sustento. Que venga la OTAN, que traigan al principito. Tanto la reforma judicial como los cambios en el área del espionaje habrían resultado positivos si no fueran el resultado de intenciones políticas aviesas e intereses de facción. Y habrían tenido incluso el apoyo de las fuerzas opositoras, si no se hubieran roto todos los puentes durante estos últimos tres años de autocracia. Hoy aparecen como lo que son: reformas sospechosas e impracticables, realizadas de apuro, a la bartola y a los ponchazos. Y con un efecto colateral pavoroso: la generación infinita de enemigos enconados y letales. Una bola de nieve producida por la torpe soberbia oficial; el matón de la cuadra prueba sus puños con todos sin entender que fatalmente lo espera en alguna esquina alguien más guapo y más fuerte.

ENSOÑACIÓN RETÓRICA

El galtierismo de Cristina fue posible porque los peronistas actuaron con cobardía y porque algunos adalides del progresismo, en lugar de señalarle sus errores y excesos, le sirvieron en bandeja a la Presidenta su propia ensoñación retórica. Muchos de ellos piensan que los periodistas hacemos "terrorismo" y sienten que los argentinos experimentamos una revolución.

Por supuesto, a una revolución le sigue un golpe. Ni la prensa es terrorista, ni el modelo es revolucionario, ni hay en ciernes una asonada. Pero este relato delirante fue funcional y en cierta medida tranquilizador y autoexculpatorio para la patrona de Balcarce 50. Y les permitió a sus autores jugar este juego ficticio pero épico, fascinante y endogámico. Algunos creen seriamente en esa trama hilarante, y viven en un circuito cada vez más cerrado donde todos somos golpistas. Hay varios estudios académicos acerca de cómo esa espiral de discursos blindados y conspirativos forman una asfixiante telaraña de falsas creencias y espejismos riesgosos.

Los militantes del MTP, en un ejemplo extremo, sucumbieron a esa particular clase de autosugestión antes de atacar La Tablada. Lejos de esos disparates tétricos, los ultrakirchneristas y sus voceros ilustres no han dejado, sin embargo, de alimentar la marcha de Nisman, lanzando insultos y chantajes morales a la plebe que se moviliza. Esas palabras hirientes fueron chorros de combustible para la indignación.

El último acting lo brindó la mismísima Carta Abierta, que en un comunicado inusual de última hora se rasgó las vestiduras por el sistema republicano y la división de poderes, después de haber atacado durante años al republicanismo y tacharlo de derechista. Sin su prosa alambicada de siempre, atizando un poco más la protesta, habló allí de los jueces como si fueran comandantes de una dictadura, y le pidió a la Corte Suprema que sofrene su autonomía porque pone en riesgo "la vida institucional".

¿Qué podría hacer la Corte? ¿Ordenarles a Bonadio y a Pollicita que no acusen, y a Marijuan y a Campagnoli que no marchen? ¿Puede pedirles Lorenzetti a los magistrados que vuelvan a cajonear los trescientos expedientes que salpican a los principales funcionarios del Gobierno?

APRIETES

Los profesores se enardecen porque los jueces parecen un hipotético partido opositor, pero ellos callaron deliberadamente la monumental operación de copamiento de la Justicia que realizó el oficialismo, dividiendo como siempre entre amigos y enemigos, y también las incontables veces en las que el Poder Ejecutivo desoyó sentencias y avasalló con amenazas, aprietes y disposiciones caprichosas a los jueces que fallaron en contra de los intereses presidenciales.

En un plano más amplio, se hizo evidente que el nerviosismo del Gobierno fue en aumento durante la última semana. Nadie sabía qué volumen podía tener la protesta. Pero todos adivinaban que la Casa Rosada, con encuestas e informes secretos en la mano, la consideraba gigantesca. Directamente proporcionales a ese tamaño fueron el miedo que demostró y la agresividad desesperada que borró todos los límites y que consagró el nuevo apotegma: toda marcha cívica que no sea organizada por el Estado es destituyente y perversa. Apropiadores de niños, narcotraficantes y golpistas llevaban de las narices a la manada y al medio pelo, según el discurso mediático que ordenó la Jefatura de Gabinete.

El kirchnerismo logró manchar cosas sagradas, como la libertad de expresión, la honradez de la gestión y los derechos humanos.

En las vísperas de este grito silencioso también quiso ensuciar el derecho a salir a la calle y la posibilidad de que el pueblo exprese su descontento. Con esa actitud terminó de aceptar que encarna el verdadero y más rancio poder, y que al fin se transformó en lo que tanto aborrecía.

El oxímoron propio de los argentinos

Por Luis Gregorich.

Me gusta el oxímoron, esa figura del lenguaje que autoriza la convivencia de dos términos contradictorios. Y la Real Academia la aclara con un ejemplo que hoy resulta devastador para los argentinos. No menciona el "alegre muero" de Sor Juana ni el "fuego helado" de Quevedo, sino que nos golpea con un "silencio atronador".

Nada de agravios ni de provocaciones. Desde el silencio, atronó el rechazo a las mentiras reiteradas y a los pésames jamás expresados. Atronaron, también, la sospecha de los encubrimientos, el minucioso trabajo de los eventuales sicarios y la insolente indiferencia de los gobernantes. Quizás el silencio no fue perfecto, pero sólo lo interrumpieron el Himno, el grito de justicia y repetido el nombre de Nisman.

No eran "ellos", señora Presidenta, los que marcharon, o en todo caso no era ese ellos que usted imagina, integrado por los medios hegemónicos, las corporaciones, la derecha y -a veces usted franquea un poco los límites- los profetas del odio y de la antipatria. Marchaba bajo la lluvia un "nosotros" formado por ciudadanos de todas las clases sociales, que no odia, que ama la patria y que pide ser escuchado.

Entre las críticas que se formularon, predominó una: el carácter político del acto. ¡Imposible que no lo tuviese! No hubo marca partidista ni ventajismo electoral, pero sí reclamo de justicia.

La que debe atender sin demora el mensaje de la marcha es la oposición. Mil veces se le ha hablado de unidad, de renuncia a personalismos suicidas. Mil veces ha preferido los placeres solitarios. Ya le queda muy poco tiempo..

Ciudadanos-políticos para poner un freno

La Nación

Por Luis Alberto Romero

Ayer, detrás de los fiscales que homenajeaban a su colega muerto, una buena parte de la sociedad argentina realizó una manifestación netamente política. Por suerte fue así. Sólo la ignorancia y la mala fe explican que alguien descalifique una acción ciudadana como "política" cuando desde Aristóteles sabemos que ser político es lo que diferencia al hombre de los demás animales. Retomando una distinción que popularizó Pierre Rosanvallon, la marcha no se refirió a "la" política, sino a "lo" político. No fue la competencia entre partidos y candidatos que luchan por el poder. Ellos estaban, pero vestidos de ciudadanos y mezclados con el resto.

Para ser políticos, para desenvolverse en la ciudad política y construir un destino común, los hombres necesitan el Estado de Derecho y las instituciones, y entre ellas, la Justicia. La muerte de Nisman reveló, de una manera imposible de ocultar, que hoy en la Argentina la justicia soporta un impiadoso ataque desinstitucionalizador y destituyente, proveniente de un gobierno que, si no lo impedimos, proseguirá su marcha hacia la dictadura.

Ayer, los ciudadanos marcharon para defender la justicia y por la posibilidad de realizarse como seres políticos. Más allá de ese propósito convocante, cada uno estuvo allí con sus ideas. A diferencia de otras manifestaciones, nadie los explicitó, pues ése era el pacto de la convocatoria. Pero estaban allí, de manera tácita, y nadie se engañó. La presencia masiva mostró que una buena parte de la sociedad acuerda sobre una serie de cuestiones, básicas, los problemas institucionales..

El poder del silencio

El Cronista

Por  Ernesto Tenembaum.

Fue hace casi veinte años. En esa época yo cubría radicalismo y había un diputado por Catamarca que se llamaba José Furque. Gracias a eso conocí a su secretaria, que se contactó conmigo para pedirme un favor.
–Tienen que venir a Catamarca. Violaron y mataron a una nena. Hay una sublevación social. Necesitamos, por favor, que manden a alguien– me dijo.

Luego me mostró una foto casera, de esas que se hacían antes de la revolución digital, en la que se alcanzaba a ver una multitud interminable que marchaba entre las angostas calles cercanas a la bonita plaza central de San Fernando del Valle de Catamarca.

Tuve la suerte de convencer a mis jefes en Página 12 y me mandaron. El día que llegué había una marcha del Silencio, reclamando Justicia. Nunca me la voy a olvidar. En realidad no era completamente silenciosa. Es cierto que nadie hablaba ni se coreaban consignas ni sonaban bombos. Pero se sentían los pasos sobre la lluvia, que era torrencial. Eso no impedía que diez mil personas, empapadas, recorrieran la ciudad de Catamarca, encabezadas por la hermana Martha Peloni y por los papás de la víctima.

Diez mil personas en cualquier lugar son muchas personas. En Catamarca era una inmensidad de gente.
En ese momento, al igual que hoy, tantos años después, gobernaba Catamarca la familia Saadi. Esa provincia era uno de los feudos de la Argentina. La familia Saadi tenía tantos funcionarios en puestos clave del Gobierno y la Justicia como primos y hermanos tenía Ramón, el gobernador, que había heredado el trono de don Vicente, uno de los viejos zorros del peronismo.

El Gobierno se ponía muy nervioso frente a las marchas del silencio. Decían cualquier cosa. Que la chica asesinada en realidad se merecía lo que había pasado, que era medio liviana. Que la hermana Peloni era lesbiana. Que se trataba de un intento de golpe de estado. Que era una conspiración comunista. Que eran los gorilas del 55. Que era la reedición de la Unión Democrática. Que no se entendía el objetivo de las marchas porque ellos no habían hecho nada. Ensuciaban a la víctima y, luego, ensuciaban a los que pedían Justicia.

Y cada vez que hablaban, se juntaba más gente para la siguiente marcha.

Era una conmoción.

Era como si los líderes de esa provincia no pudieran entender lo que pasaba. Tan acostumbrados estaban a controlar todo, a digitar, a mandar sobre la vida de los suyos, que no entendían esa sublevación. Y entonces no hacían más que alimentarla.

Para quien quisiera oirlo –hay veces que a los oficialistas eso les cuesta lo que pedía la gente era claro: saber qué pasó con ese asesinato y expresar su angustia por cosas que sucedieron antes y que –temían– podían seguir ocurriendo. Ese crimen, en algún sentido, fue un catalizador de muchas angustias.

La conmoción era tal que semana a semana las marchas se hacían más numerosas. Pero además, los medios nacionales desembarcaron en Catamarca durante meses, contando sus grandezas y sus miserias. Y entonces los Saadi ya no manejaban ni la provincia ni lo que se leía y escuchaba allí. Tanto esfuerzo en controlar los medios no había servido de nada: la información, en el peor momento, se escurría por todos lados, llegaba de diversas fuentes y eso los ponía más nerviosos, cometían errores infantiles, se arrinconaban solitos. Empezaron a circular infamias sobre los periodistas locales que se atrevían a contar lo que pasaba. Pero era un boomerang: eso solo incrementaba su prestigio.

La historia terminó un año y medio después del crimen de una manera muy democrática: perdieron las elecciones –ellos, que las habían ganado siempre– y tuvieron que irse del poder. Durante veinte años se resignaron a ser oposición. Hasta que una pariente de ellos, con el apoyo del kirchnerismo, que en 2011 estaba en su mejor momento, logró volver a la Casa de Gobierno. Una de las primeras cosas que hizo fue reivindicar la historia de su primo, el gobernador que perdió las elecciones por culpa de un silencio atronador.

Las marchas del silencio eran muy heterogéneas. Había religiosos y laicos, pobres y ricos, gente de izquierda y de derecha, seguramente vírgenes y prostitutas, oportunistas y personas heridas en su dignidad. Naturalmente, cuando se produce semejante terremoto social, todos se reubican, y los distintos sectores de poder especulan acerca de qué beneficios podrían obtener del río revuelto. Por eso, si alguien miraba con lupa las marchas podía encontrar detalles para ensuciarlas, o también podría inventarlos. Había gente que trabajaba de eso en Catamarca: de largar rumores, intrigas, amenazas para que las marchas se debilitaran o no se realizaran. En algún sentido, era gracioso ver cómo los Saadi –justo ellos– le exigían pureza absoluta a las marchas que pedían Justicia.

Tantos años después me sigue impresionando la manera sorpresiva en que puede reaccionar una sociedad, el efecto muy potente de ciertos hechos terribles para producir una protesta social masiva, y la espiralización que se puede generar cuando los líderes quedan perplejos, se sienten rodeados, y recurren a insultos, herramientas gastadas o picardías burdas.

Era patético oirlos ensuciar a la nena asesinada.

Algunas personas han descripto la marcha del Silencio que se realiza hoy como la continuidad de otras demostraciones conservadoras que se produjeron en la historia, desde 1945. Es una mirada posible. Otra, distinta, puede enmarcarla como una más de tantas marchas en las que la sociedad pide Justicia por un hecho inexplicable, especialmente frente a la frivolidad y las maniobras del poder para no investigar como se debe: en ese sentido, los antecedentes serían las marchas por AMIA, por Cabezas, por Cromagnon, por Kosteki y Santillán, por Once, por María Soledad Morales. ¿Hay alguna razón que legitime pedir el esclarecimiento de algunas muertes y no de otras?

Cuestión de opiniones.

La hermana Martha Peloni, que encabezaba aquellas marchas del Silencio, respalda también esta. La familia Saadi, en cambio, es aliada del Gobierno.

Los hechos históricos no siempre se repiten de la misma manera.

Pero, a veces, conviene mirarse un poco en su espejo.

Quizá ayude a entender algunas cosas.

La realidad también pasa por otro lado

EL Cronista

Por Daniel Muchnik.

La marcha del 18F, su origen y consecuencias, absorbió todo: la mayor parte del proceso político y la verdad sobre la realidad de la economía nacional. El rostro del abismo entre los que estaban a favor y los que estaban en contra volvió a crisparse como si se tratara de un hito histórico único. El gobierno no pudo ocultar nervios y muestras de intemperancia, para algunos muy ‘clásicas’.

Fueron muchas emociones juntas y al mismo tiempo distintas. El gobierno que se sintió atacado y dañado, los que consideraban que la marcha sólo tenía el sentido de consideración y respeto hacia la tarea del fiscal fallecido y los que se lamentaban porque la cadena de investigaciones sobre el terrible atentado a la AMIA volvía a romperse. Parecía que todo debía comenzar de vuelta, sumida esa historia siniestra en la frustración y la depresión.

¿Pero que pasaba más allá de este acto?

En primer lugar la cuestión política. Por un lado la oposición que, salvo escasas excepciones, se siente perdida, jugando al gallito ciego, más un mapa del país fragmentado por alianzas momentáneas, electorales, casi sin futuro. Contundencia opositora, por el momento, no hay, salvo en el Congreso Nacional. Quedan a salvo varios parlamentarios que se las juegan en distintos terrenos ante un oficialismo que en el Congreso actúa como una obediente escribanía, cumpliendo a rajatabla lo que desea y aspira el Ejecutivo.

En la Casa Rosada, sede del oficialismo en su máximo nivel, se fomenta la pugna entre candidatos casados con el pasado kirchnerista. Nadie es terminantemente bueno para la Presidente, que muestra afectos o desafectos cuando se le da las ganas. El ‘tiempo’ lo fija ella, en un tiempo en el que hay que empezar a optar y a trabajar para ganar el sillón de Rivadavia. Que la Presidente sonría junto a Randazzo o a cualquier otro, siempre es una mala noticia para Scioli. No para Massa que juega otro partido distinto. Los postulantes K no se cansan de tirarse puñales en cada ocasión que les resulte propicia.

El Senado le dio el visto bueno automático a la nueva Ley de Inteligencia. Sin debate, sin que se esclarezcan los nuevos lineamientos. Si todo sigue igual aunque con distinta denominación o gran parte del trabajo pasa a manos del general Milani y sus subordinados de Inteligencia del Ejército, que, bien se sabe, no puede ocuparse legalmente –de ninguna manera– del cuidado de la ciudadanía en tiempos de paz.

Sin explicaciones, como suele hacer, el gobierno ha ocultado un serio enfrentamiento dentro de sus servicios de Inteligencia. Los que, aparentemente, no muestran los motivos del estallido ‘violento’ para algunos observadores. Si son personales o monetarios o presupuestarios. O tan sólo ‘gatopardismo’. Y si la muerte del fiscal Nisman no forma parte de esa trama soterrada, encrespante, con aires belicistas.

Los hechos no han impedido saber que en el terreno económico los hechos van mal. El atraso del tipo de cambio de estos días es similar al 2001, al año de la caída de convertibilidad que arrasó todo lo que encontró a su paso. Este fenómeno, silenciado por las autoridades y que promete mantenerse a lo largo del año que estamos viviendo es una herencia maldita para el gobierno que vendrá tras el final del ciclo cristinista. El Ministerio de Economía y el Banco Central no se mueven porque quieren favorecer a la política oficial: modificar el tipo de cambio podría acelerar –según sus criterios– el proceso inflacionario y cundiría la alarma y la desazón en el electorado.
En estos días hubo muchos que intentaron saber cuál es el nivel real de las reservas del Banco Central. El gobierno indica que llegan a u$s 31.300 millones. Pero varios consultores privados rechazaron esa suma. Afirman que la reservas genuinas, a través de las cuales se puede respaldar el peso, sólo están en torno de los u$s 16.000 millones. Este es un año, es decisivo tener en cuenta, donde hay que enfrentar deuda externa por u$s 15.000 millones.

Nada hace el gobierno para sortear o dar respuesta a acusaciones que son muy duras. Salvo machacar con el desprestigio de sus adversarios. El acuerdo con China, por ejemplo, ha enfrentado a la Unión Industrial y otros sectores con lo firmado en Pekín. Los empresarios se jugaron y cuestionaron con argumentos contundentes. La Presidenta devolvió la crítica, como siempre, con ‘carpetazos’ y amenazas. Cuestionó –es un caso entre varios– al grupo Techint, uno de los más importantes del mundo, de ‘operar’ contra los tratados bilaterales y lo amenazó con coartarle toda ayuda crediticia de Pekín para que pueda emprender una obra en la provincia de San Juan.
En medio de las bataholas y acusaciones trascendió una nota del ex-diputado nacional Gerardo Milman en el diario Clarín quien osó preguntar: ¿Cuál es el costo de la corrupción en todos estos años? A falta de estadísticas oficiales resulta complicado llegar a un resultado absolutamente genuino. Pero, se arriesga Milman, calculando el 10 por ciento como la ‘cometa’, ‘mordida’ o ‘peaje’ de la inversión pública canalizada en obra pública y en subsidios (al transporte público y a energía, entre otros) la cifra que fue a parar a las cajas fuertes privadas llegaría a los u$s 23.550 millones entre 2003 y 2014. Si así fuera, se trataría de un drenaje siniestro y perverso, autorizado o fomentado por las autoridades.

Una brecha irreparable con la sociedad

Clarín

Por Eduardo van der Kooy.

Mucho mas que 90 kilómetros separaron ayer a Zárate del Congreso Nacional. En aquella ciudad bonaerense Cristina Fernández forzó un acto por cadena nacional, al inaugurar por tercera vez la Central Atucha II, para comunicarse sólo con sus fanatizados. Delante del Parlamento arrancó una multitudinaria y acongojada marcha de homenaje al fiscal Alberto Nisman que concluyó en la Plaza de Mayo. Resultó una manifestación pluralista, bajo la lupa ideológica y popular. Que supo soportar las condiciones climáticas mas incómodas. Nunca en estos últimos siete años, al menos, el kirchnerismo advirtió la existencia de una brecha tan enorme con la sociedad.

Ya casi no contaría con tiempo para suturarla.

Tampoco habría a la vista voluntad. Jamás la Presidenta retrocedió ante las interpelaciones sociales. Néstor Kirchner lo hizo sólo una vez, cuando todavía se sentía débil. Fue en ocasión que las muchedumbres ganaron las calles en el 2004 por el crimen de Axel, el hijo de Juan Carlos Blumberg. Después llegó el conflicto con el campo y los sucesivos cacerolazos, a partir del 2012. La mandataria los desoyó y acostumbró a duplicar sus apuestas. Exhibió un claro menosprecio por aquellos enojados. Lo mismo que ahora, a raíz de la misteriosa muerte del fiscal.

Aquella ajenidad presidencial se tornó muchísimo mas intensa por las imagines que se desprendieron de la marcha y del silencio. Las calles del centro, entre el Congreso y la Casa Rosada, colapsadas. La gente empapada, inclaudicable y exigente. Pero sobre todo, la presencia sobria y temperante de la jueza Sandra Arroyo Salgado, la ex esposa del fiscal muerto, de sus hijas y de la madre de la víctima, Sara Garfunkel. Esa familia estragada por el dolor fue ignorada desde el primer día por Cristina y su tropa.

El homenaje al fiscal tuvo en el suelo porteño uno de sus grandes escenarios. Sin dudas, el principal con casi 400 mil personas, según evaluaciones de la Policía Metropolitana. Pero hubo réplicas masivas en puntos del conurbano norte y en grandes capitales provinciales. El Gobierno podría equivocarse muy feo de nuevo si, como en otras ocasiones, circunscribiera las concentraciones de ayer sólo a tipificaciones sociales, políticas o partidarias. Con esa visión, Cristina y el kirchnerismo se fueron, sobre todo a partir del 2011, encerrando en una cápsula.

El impacto de las marchas podría interpretarse en diferentes dimensiones. Hubo en toda la superficie un cuestionamiento a la Presidenta y su gobierno. Aunque fue difícil escuchar algún exabrupto. Pero se advirtió, a la par, un sentido de revalorización de la Justicia. Como si se depositara en ese poder, antes que en el Gobierno, en el Congreso o los partidos, la posibilidad de recomponer ciertos pilares de la democracia, corroídos en esta década.

Dentro del Poder Judicial, los fiscales que tomaron la iniciativa –mas allá de antecedentes y cuestiones personales–evidenciaron una sensibilidad mayor a los demás. Por tres motivos. Primero: la gravedad de la muerte de Nisman, el fiscal que había denunciado a Cristina y compañía por presunto encubrimiento terrorista por el atentado de 1994 en la AMIA, que dejó 85 muertos. Segundo: el perceptible hartazgo colectivo por el desempeño de ese mismo poder, ligado quizás antes a la inseguridad que a otras cosas. Tercero: la necesidad perentoria de trazarle un límite a la Presidenta, que pretendió –aún pretende– colonizar a la Justicia desde que en 2013 lanzó su fallido proyecto de “democratización”. Paradojas de la política y de su obstinación: Cristina dijo desde Zárate que “nadie podrá marcarle la cancha”.

Las secuelas podrían empezar a denotarse también, en poco tiempo, dentro de aquella Justicia. Tal vez, no sea buena noticia para el Gobierno. El kirchnerismo hizo de todo para dividir ese Poder. Lo consiguió y estructuró una organización llamada Justicia Legítima, de nítida identidad K. Esos funcionarios impugnaron públicamente la convocatoria de los fiscales. Sembraron además cizaña sobre la muerte de Nisman. Y sobre su denuncia contra Cristina. La respuesta popular de ayer podría dejarlos muy descolocados.

Si así ocurre, significaría para el Gobierno resignar importantes defensas en su época política de mayor debilidad. Circulan ahora en Tribunales innumerables causas de corrupción. La mas grave está en manos del juez Daniel Rafecas. Recibió la denuncia de Nisman por encubrimiento terrorista y posee un pedido de certificación de pruebas del fiscal Gerardo Pollicita, que imputó a Cristina, Timerman, al ex piquetero Luis D’Elia y el diputado Andrés Larroque. El kirchnerismo parlamentario anunció ayer mismo su intención de indagar a Pollicita. Habrá que ver si insiste luego de las demostraciones de ayer.

Pero sobrevuelan otras amenazas para el kirchnerismo en distintos despachos. Los dos procesamientos contra Amado Boudou, las sospechas de lavado de dinero del empresario K Lázaro Báez, las irregularidades detectadas por Claudio Bonadío en la administración de una cadena hotelera propiedad de la familia Kirchner. Quizás aquel magistrado se sienta desde anoche menos condicionado para citar a declaración indagatoria a Máximo, el hijo de la Presidenta.

Concentraciones como las observadas instalarían la sensación mas firme de un final de ciclo. La aseveración se meneó muchas veces. Pero desde ahora podría encerrar una posibilidad que excedería el simple epílogo del mandato de Cristina. Se le hará muy difícil a cualquier candidato kirchnerista –mas duro o mas blando– transitar el año electoral sin atender el contenido de las marchas de ayer. En ese contenido la verdad sobre la muerte de Nisman asomaría como viga central.

El fin de ciclo estaría estampado también en el desconcierto en que cayó el Gobierno desde que sucedió la tragedia del domingo 18 de enero. A un mes, ni siquiera se sabe si el fiscal se mató o lo mataron. Un interrogante que no sólo desvela a la Argentina: aún sigue dando vueltas por los principales –y hasta remotos– medios de comunicación del mundo.

Aquel desconcierto tuvo relación además con las contradicciones kirchneristas cuando se vieron ante el hecho consumado de las marchas. Hace sólo una semana, Aníbal Fernández las había descalificado al decir que eran convocadas por “fiscales, narcotraficantes y antisemitas”. El secretario de la Presidencia corrigió ayer cuando expresó que “si no fuera tan conocido asistiría” a la manifestación. El titular de la ex Secretaria de Inteligencia, Oscar Parrilli, prefirió comparar las movilizaciones con los bombardeos a la Plaza de Mayo, durante el derrocamiento de Juan Perón.

¿Cómo responderá Cristina a este nuevo desafío social?. ¿Qué hará el peronismo que le sigue dispensando mansa fidelidad? La señales no serían tranquilizadoras. No hay nada que indique la chance de algún giro comprensivo de la Presidenta. Al contrario, sólo la insistencia de ella por colocarse como víctima de supuestos turbios intereses y confabulaciones internas y externas. Casi una provocación. Presagios, a lo mejor, de que los argentinos podrán vivir muy convulsionados los últimos meses de esta transición.

En la calle, el pueblo, la gente, los votantes

Clarín

Por Julio Bárbaro.

Caminé hasta que a una cuadra de la Avenida de Mayo la multitud ya no permitía pasar. Llovía fuerte, con ganas, racimos de gente en las esquinas esperando que escampe. Aflojaba un poco el viento y salíamos todos de los refugios a continuar la marcha. Ya a varias cuadras y lloviendo se notaba que nadie quería retroceder. Al guarecernos alguno acusaba al Gobierno de haber pactado con el diablo pero la tormenta no amedrantaba a nadie; al contrario, para mi tenía el efecto de un discurso en cadena oficial, convocaba a la rebeldía.

A mis años las multitudes fueron varias, algunos se referían al veinticinco de Mayo, más de uno se me acercó para recordarme el día de la vuelta de Perón.
Los paraguas eran tantos que parecían convertirse en un techo colectivo, algunos tenían protección de pilotos o plásticos.

La mayoría se había abandonado a la plenitud de la mojadura.

Cada tanto se lanzaba aplausos, a veces coreaban “justicia”, en otras surgía “Argentina”.

Por momentos se caminaba lento, luego la cantidad nos detenía. Hubo silencio y la multitud se abrió para permitir el paso de los fiscales.

La lluvia no paraba, había quienes se retiraban a la par de otros que se acercaban.

Luego intenté escuchar los argumentos de algún oficialista, me contaban que el Gobierno había tocado intereses y corporaciones, el imperialismo y demás detalles del catecismo universal de las burocracias.

Ellos, los oficialistas universales, siempre hablan de golpe cuando los votos se les acaban y construyen muros que dividen pueblos hasta que los tiran los que empujan de los dos lados.

En lo personal viví una experiencia emocionante, caminé solo y acompañado del afecto de muchos. Demasiados, todos, pidiendo que uno siguiera enfrentando, luchando contra esta secta de negociados disfrazados de progresistas que ocupan el Patio de las Palmeras para aplaudir el discurso oficial.

Camine solo, acompañado de un enorme afecto de ese milagro colectivo que es un pueblo marchando.

En el Gobierno se ocultaban y acusaban los beneficiarios reales de las corporaciones y la injusticia. En el Gobierno estaba, como siempre, la abominable burocracia universal.

Y en la calle el pueblo, la gente, los votantes portadores del cambio que se viene.

Fue un acto político profundamente democrático

Clarín

Por Graciela Fernández Meijide (Ex secretaria de la CONADEP)

Marché ayer porque creo que cuando la tragedia se nos impone e instala la pena y el temor entre nosotros con un hecho de la dimensión de un magnicidio, es natural que nos unamos para soportar, acompañados, un hecho que, desde que recuperamos la democracia, descontábamos que no resurgiría entre nosotros.


Caminé para expresar mi respeto por Alberto Nisman, un hombre de la justicia que ejerció su tarea pública tal y como creyó que se lo ordenaba su función. Estuve ahí porque quise acompañar a su familia en su estupor, en su dolor, en su duelo y en su legítimo reclamo de saber la verdad.


Cuando se ve al Estado lejano, ausente; cuando prima entre nosotros la convicción de la ineficacia de las instituciones que deben atender nuestras necesidades y están obligadas a garantizar nuestros derechos. Cuando vemos azorados a funcionarios que fingen mirar para otro lado mientras montan maniobras de distracción. Cuando contemplamos que desde las más altas investiduras, con gélida actitud, no se emite ni una palabra de solidaridad con quienes lloran la pérdida de Nisman. Cuando se utiliza con impudicia cualquier recurso para atemorizar y disuadir la asistencia a una movilización que perciben “peligrosa”, cuando todos sentimos que se traspasó una raya, creo que no debería sorprender que gente, que seguramente no comparte sus elecciones político partidarias o religiosas, se mueva codo con codo para exigir que ni la muerte del ex fiscal ni la voladura de la Amia queden irresueltas o atrapadas para siempre en la lentitud de la justicia.


Soy consciente de que cada uno de los que caminamos teníamos en mente decenas de diferentes reclamos cotidianos. Sin embargo, marchamos en silencio, sin gritos, sin pancartas, sin identificaciones partidarias porque con esa consigna fuimos convocados. Caminé todas las cuadras del trayecto desde el Congreso de la Nación hasta la Plaza de Mayo con mis amigos del Club Político Argentino sin asustarme de que se me acusara de “hacer política”. Siempre que nos reunimos en una concentración, producimos una acción política. Solo quien actúa de mala fe, dirá que asistiendo a la marcha del 18-F se conspira con intención golpista. Sólo una mente afiebrada podría especular con la posibilidad de que la Presidente Cristina Fernández de Kirchner termine anticipadamente su mandato. Ya aprendimos que cada vez que un gobierno legal y legítimo llegó a su fin antes de término, víctima de un golpe militar o de una crisis económica o política, el país retrocedió: sus instituciones se debilitaron, la fisura social se profundizó y un gran número de personas terminó ingresando al mundo de los no integrados. Sepan aquellos que hasta hoy pretendieron hacernos desistir de estar presentes el 18-F en la Avenida de Mayo que desde hace mucho somos conscientes de que la consigna “cuanto peor mejor” contribuyó a desencadenar la tragedia de los años 70 durante la cual perdimos todos sin diferencias: nosotros y ellos. Por fin, teníamos derecho a reclamar a las máximas autoridades nacionales y de la Ciudad que garantizaran que todo el recorrido terminara en paz. Y así fue. Esto me anima a pensar que tal vez, algún día- deseo tanto que no esté lejano- podamos hacer que fluya el diálogo sin distinción entre ellos y nosotros. Creo que se puede.


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