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DEBATE
Morales Solá: "Un movimiento con impacto para todos los actores". Malamud: "Lección radical: hay partido para rato"
18/03/2015

Un movimiento con impacto para todos los actores

La Nación

Por Joaquín Morales Solá

La política se sacudió el letargo electoral con la definitiva conformación el domingo pasado de una coalición opositora. La decisión del radicalismo de unirse a Pro y a la Coalición Cívica, para competir en las primarias de agosto y encaminarse hacia un gobierno de coalición, fue la primera determinación de gran calibre con miras a la elección del próximo presidente de la Nación. El Gobierno se notificó de que le estaban sacando lo único que tiene: la iniciativa política. Cristina Kirchner apareció el lunes en carteles que la promovían como candidata a gobernadora de Buenos Aires. Eso es algo improbable, pero el oficialismo sabe que nada tiene tanta repercusión pública como hablar del futuro de la Presidenta. Sergio Massa recibió la novedad con disimulado abatimiento y comenzó a imaginar otros acuerdos electorales. Ya Mauricio Macri había seducido, entre varios más, a Carlos Reutemann y al intendente de San Isidro, Gustavo Posse, influyente entre los alcaldes bonaerenses.

El papel de dos personajes en esa decisión turbadora es difícil de explicar. Tanto Elisa Carrió como Ernesto Sanz son políticos que, por razones distintas, tuvieron problemas para cautivar al electorado en las últimas elecciones. Sin embargo, fueron ellos los autores de una estrategia que terminó por dar un vuelco significativo en el proceso electoral. Carrió se fue de UNEN para buscar una alternativa real de poder y, acercándose a quien más intención de votos tiene, legitimó a Macri en la política argentina. Sanz aprovechó esa puerta abierta por su antigua correligionaria y cambió la condición de su partido: pasó de ser una organización en vías de extinción a convertirse en eventual protagonista importante de una coalición gobernante. Dicen casi todos los encuestadores que ese acuerdo potenciará la candidatura de Macri en las próximas mediciones de opinión pública.

Sanz nunca pensó en ser candidato a vicepresidente de Macri. Quien había convocado al partido para acordar con el jefe porteño no podía ser beneficiario directo de esa decisión. Así se lo dijo Sanz a Macri, personal y definitivamente, hace ya mucho tiempo. Sanz competirá por la candidatura presidencial con Macri, pero tendrá, si la perdiera, un cargo clave en el eventual gabinete del líder de Pro. ¿Ministro del Interior? ¿Jefe de Gabinete? "Todo es posible. Me es difícil estar en desacuerdo con Ernesto", suele responder Macri. Carrió es consciente de la carga explosiva que siempre tienen sus palabras. Si ella perdiera, elegiría ser embajadora en Montevideo o Madrid durante un par de años. "Cualquier cosa que diga aquí podría ser un obstáculo para el próximo gobierno", subraya.

El equipo de Macri hizo medir en Facebook las resonancias de una fórmula Macri-Reutemann. El líder porteño se asombró por la cataratas de respuestas positivas que tuvo, casi ninguna negativa. Reutemann está en Estados Unidos desde hace más de diez días y no volverá hasta dentro de una semana. Macri no conversó aún con él sobre la posibilidad de esa fórmula. Otro consejo que recibió Macri es que conforme una fórmula presidencial con una persona de su absoluta confianza. "Las fórmulas mixtas han dado malos resultados. Basta ver lo que pasó con «Chacho» Álvarez y con Julio Cobos", le advirtieron. Macri quiere conversar primero con Reutemann para tomar un decisión vicepresidencial.

Massa se siente una víctima, y de alguna manera lo es. Las noticias electorales más frecuentes sobre él se refieren a deserciones de importantes dirigentes y las encuestas (o la mayoría de ellas) lo muestran en retroceso. Cristina, Daniel Scioli y Florencio Randazzo se ocupan de criticar a Macri (que es lo que Macri necesita) y virtualmente han dejado fuera de la campaña a Massa. ¿Es premeditado? ¿Se trata de una estrategia? El primer dato a tener en cuenta son las relaciones personales. Todos esos kirchneristas sienten cierto respeto por Macri: siempre fue distinto y nunca intentó siquiera acercarse a ellos. Pueden hablar con él. Por razones que nadie confiesa, en cambio, la relación de esos kirchneristas con Massa es peor que mala. Quizá subyace, en el fondo, el temor de que una eventual presidencia de Massa modifique definitivamente el liderazgo del peronismo.

Pero también existe la estrategia. Como todo líder en decadencia, Cristina no piensa ya en el peronismo ni en el Frente para la Victoria ni en La Cámpora. Piensa en ella misma y en su destino. La Cámpora sólo le da más garantías de lealtad que el resto. Sólo eso. Su plan personal se cumpliría si Macri fuera el próximo presidente y si ella, desde ya, estuviera en condiciones de acosarlo sin piedad desde el Congreso y desde el descontrol del orden público. Ella se imagina como la jefa de una dura oposición a la "derecha macrista" y planifica, de paso, su regreso al poder después de un paréntesis con Macri en el poder. Es la misma estrategia que siguió Carlos Menem con Fernando de la Rúa. A De la Rúa le fue mal, pero Menem nunca volvió.

Massa necesita desesperadamente modificar su situación, dar un salto decisivo hacia otro escenario para preservarse como expectativa electoral. Creyó ciegamente en la promesa que le hizo el radical Gerardo Morales de que el radicalismo terminaría aliándose con él. Ésa es, en última instancia, la bronca explícita de Morales con Sanz; éste le impidió entregar lo que había prometido. Una vieja amistad personal, la de Sanz y Morales, concluyó en la madrugada del domingo. En el equipo de Massa se barajó la idea de ofrecerle a Scioli la posibilidad de competir entre ellos en un espacio por fuera del kirchnerismo. Es una buena idea, porque crearía en el acto otro polo electoral.

El problema insalvable es que Scioli repite, un día sí y otro también, que su batalla electoral la librará en el Frente para la Victoria; es decir, dentro del kirchnerismo. Scioli tuvo mil oportunidades para irse del oficialismo, pero siempre amagó, meditó y conversó hasta que al final decidió quedarse. En los últimos días tuvo, además, el respaldo de varios intendentes del inmenso conurbano y de algunos gobernadores peronistas. En una situación normal, la novedad de la coalición entre Macri, Carrió, Reutemann y el radicalismo debería beneficiar a Scioli, que es el candidato del oficialismo que está en mejores condiciones para competir en octubre. Pero la situación no es normal.

Cierta resignación con la candidatura de Scioli ocurrió en el cristinismo cuando el gobernador no paraba de crecer y, por otro lado, parecía que habría una atractiva fórmula presidencial de UNEN (Cobos-Binner o Binner-Cobos). Esta fórmula hubiera obtenido entre el 8 y el 10 por ciento de los votos, porcentaje que mayoritariamente se le restaría a Macri. Fue cuando el oficialismo fantaseó con ganar en primera vuelta. Scioli sacaría el 40 por ciento de los votos y Macri o Massa resultarían segundos con más de 10 puntos de diferencia. La realidad, como suele suceder en política, fulminó el sueño. UNEN dejó de existir. Binner anunció que no sería candidato y Cobos hizo lo mismo el domingo pasado. Además, UNEN sin el radicalismo ni el socialismo es una agrupación de organizaciones sin inserción territorial ni seducción electoral.

Cristina Kirchner decidió entonces encerrarse en lo que es de ella. Y ella cree que le pertenecen todos los votos que constituyen hoy entre el 25 y el 30 por ciento del electorado que quiere la continuidad del kirchnerismo. La Presidenta está convencida de que esos votantes irán hacia la dirección que ella indique: puede ser Scioli o puede ser Randazzo.

Parece quedarse con Randazzo, porque no tiene descanso en la tarea de debilitar a Scioli. El gobernador está dispuesto a atravesar la tormenta, como lo hizo siempre, pero ¿qué sucedería si fuera la propia Presidenta la que le pidiera que desistiera de su candidatura? No hay respuesta. Cerca de Scioli aseguran que esta vez el gobernador seguirá siendo candidato, por dentro o por fuera del kirchnerismo, pero la historia coloca serias dudas sobre esa aseveración.

Cristina Kirchner tiene problemas personales más importantes que el destino de Scioli o Randazzo. Es probable que no sea candidata a gobernadora de Buenos Aires (¿para qué se metería en los monumentales problemas de un territorio inmenso?), pero ya nadie descarta que sea candidata a diputada nacional. Significa un cambio copernicano con respecto a su última definición sobre ese tema.

A fines de noviembre último, el periodista Horacio Verbitsky aseguró que la Presidenta no sería candidata a legisladora. Con conocimiento de causa, seguramente después de haber chequeado la información con ella misma, Verbitsky puso en su boca la siguiente frase: "No me voy a convertir en un comisario político ni me interesa controlar desde una banca". Entre aquella frase y estas versiones sucedieron progresos importantes en causas judiciales que involucran a ella y a su familia. Hay que creer, entonces, que las cuestiones personales influyen, dentro de partidos con liderazgos muy fuertes, en la resolución de los conflictos políticos.

Lección radical: hay partido para rato

Clarín

Por Andrés Malamud*.

Con su particular ingenio, Perón describió a los peronistas como gatos: parece que se pelean pero se están reproduciendo. En estas páginas, el genial Sendra agregó que los radicales son como los perros: parece que se mueven pero se están rascando. El sábado pasado, sin embargo, los radicales se movieron. Y la picazón atacó a los de afuera.

Después de 2001, muchos pensaron que los partidos habían desaparecido. Algunos politólogos inauguraron la política después de los partidos, afirmando que los liderazgos de popularidad habían substituido a las organizaciones con base territorial. Quizás tenían razón, como el reloj parado que da la hora correcta dos veces por día. Ya no la tienen.

La convención nacional de la UCR fue muy cortejada desde afuera. Mauricio Macri apelaba a los convencionales cordobeses, Hermes Binner a los santafesinos y Sergio Massa a los jujeños. El kirchnerismo no consiguió convencionales y envió un contingente callejero al servicio de Leopoldo Moreau. La deliberación de los 300 representantes fue pacífica, y la decisión democrática. Los perdedores aceptaron el resultado. Los radicales salieron de Gualeguaychú con una estrategia de alianzas, un candidato presidencial y algo más: un partido político.

En el mundo existen 125 democracias y sólo seis se gobiernan sin partidos: Palau, Micronesia, Kiribati, Islas Marshall, Nauru y Tuvalu. Todas tienen menos de 100.000 habitantes y están localizadas en archipiélagos desperdigados por el Pacífico. Son microestados aislados. La democracia después de los partidos aún no se inventó para países de tamaño familiar.

La representación de masas se nutre de la popularidad pero se asienta en la organización. El mérito de Macri no es el carisma ni haber presidido un club popular, sino entender que había que construir un partido para aspirar al gobierno. Como señaló María Esperanza Casullo, es la primera vez desde 1916 que un candidato presidencial con chances no viene de la UCR ni del PJ. Pero el PRO todavía está inmaduro, y su alianza con el radicalismo arriesga su consolidación institucional. La fórmula para 2015 parece clara: el radicalismo pone la estructura y se lleva los cargos legislativos y provinciales, Macri pone la intención de voto y quizás se lleve la presidencia. La diferencia es que, si falla, en 2019 seguirá habiendo UCR pero no PRO.

De los restantes partidos argentinos, el Movimiento Popular Neuquino sigue siendo provincial y el socialismo ... también. La cuestión es, entonces, qué hará el otro partido nacional. El peronismo es creativo pero reactivo. Siempre ha sido más eficiente para adaptarse a situaciones cambiantes que para moldearlas. Ante la unidad opositora, la respuesta natural es unirse también. Mal augurio para los que quisieron jugar por afuera. Pero Massa fue artífice de su propio destino cuando le sopló a los medios su encuentro reservado con el jefe del radicalismo. Decía Talleyrand que la traición es una cuestión de fechas, y el tigrense se anticipó. Para su consuelo, el PJ no tranca la puerta.

La candidatura presidencial de Ernesto Sanz no es testimonial, es paraguas. Cubre a veinticuatro candidatos a gobernador. Les permite a los líderes provinciales aprovechar a Macri para la campaña sin renegar del radicalismo nacional. Cada distrito queda en libertad para construir alianzas flexibles. Por eso, si el acuerdo UCR-PRO potencia la candidatura de Macri, debilita la estructura institucional del PRO. La política argentina sienta a los dos grandes partidos a la mesa y pone a los otros en el menú. Vienen ahora dos etapas decisivas: la negociación de las listas comunes y la competencia en las PASO. La negociación refleja la correlación de fuerzas, y el radicalismo tiene mayor peso territorial. Con un cura en cada pueblo, puede fiscalizar elecciones en caso de desacuerdo. Los radicales beben en sus fuentes krausianas cuando punzan que, si no hay fiscales rivales, volcar el padrón es un imperativo moral. Y la competencia electoral tampoco encuentra mal parada a la UCR, atrincherada en su sarcástico lema de que se pierdan mil principios pero que no se pierda la interna.

Contra una creencia arraigada, el problema de 1999 no fue la Alianza sino el radicalismo. Nadie podía pedirles a Chacho y Graciela que tuvieran equipos de gobierno. Más que el rejunte falló el diagnóstico – el de situación, no el ideológico. Hoy el partido socialdemócrata alemán es socio menor en el gobierno de Angela Merkel, porque los acuerdos sobre políticas no afectan los valores. Pero las ideologías, decía Marx, son falsa conciencia. Y excusa de perdedor.

Hace una década, Juan Carlos Torre mostró que el colapso de 2001 dejó en la orfandad partidaria sólo a la mitad de los argentinos. La otra mitad mantuvo la paternidad del peronismo. Quizás la convención radical esté indicando el regreso de la patria potestad compartida.

* Politólogo. Investigador en la Universidad de Lisboa


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