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OPINIÓN
Sturzenegger: "¿Un billete de 500 pesos? No: suprimamos el de 100". Oña: "¿Hay riesgo de otro baile con el dólar?"
07/04/2015

Por Federico Sturzenegger*.

Durante los últimos años ha sido una industria. Todo diputado o senador opositor que se precie de serlo debía presentar su proyecto de emisión de un billete de mayor denominación al de 100 pesos. El argumento se ve, en principio, irrefutable: hoy el billete vale una mínima fracción de lo que valía 10 o 15 años atrás, y el Gobierno seguramente no quiere emitir mayores denominaciones porque sería equivalente a admitir el aumento de precios que el Indec vanamente quiere ocultar. Así, el objetivo del proyecto, en realidad, es el de desenmascarar la mentira del Indec.

A este coro se sumaron recientemente las cámaras de banqueros. También ellos sufren la baja denominación: las colas en sucursales se hacen interminables, los cajeros se vacían rápidamente, dejando altos costos de su reposición, que son embolsados por las empresas que son contratadas para recargarlos. ¿Cuál es el sentido de sostener todos estos costos adicionales?

Honestamente, no conozco los motivos por los cuales el Gobierno decide no emitir un billete de mayor denominación, pero tengo el mío propio por el cual considero que no debería hacerlo. Es más, yo sería más revolucionario aun: eliminaría el billete de $ 100 sin reemplazarlo por ninguno de mayor denominación. Idealmente, me gustaría que sólo quedaran las monedas.

Cuando cuento esto, la gente se ríe con ganas. Claro, piensan que estoy bromeando. Mis ex colegas banqueros, que recuerdan mi paso por el Banco Ciudad, se sonríen y pasan a otra cosa, entendiendo que fue un sarcasmo, una reducción al absurdo, uno de los tantos que uno usa para comentar las locuras de este gobierno. Y la verdad es que en política monetaria han hecho todo mal (si no, no estaríamos en el podio de la inflación mundial), excepto, y lo digo en serio, esto: el no emitir billetes mayores a $ 100.

Si a esta altura todavía no lo he perdido como lector, es porque querrá saber por qué digo que digo esto en serio. Vamos entonces al meollo del asunto: el efectivo facilita enormemente las transacciones de la economía informal. Obviamente, muchas operaciones formales se hacen con efectivo, pero las informales sólo pueden hacerse con efectivo. Entonces, ¿cual sería el motivo por el cual querríamos mejorarle la eficiencia a la informalidad? Es claro que los billetes de mayor denominación harían justamente eso.

A mi entender, el camino que debemos recorrer es el inverso. En vez de facilitar las transacciones de la informalidad debemos fomentar los mecanismos de pago formales. Por lo pronto, obligar a que todos los individuos tengan una cuenta bancaria gratuita (fui presidente de un banco y sé que se puede hacer), obligar a su uso, haciendo que ciertos pagos deban hacerse por este mecanismo (por ejemplo, pagar el celular). Al mismo tiempo, habilitar y estimular todos los mecanismos posibles de pagos electrónicos y por celulares. Permitir que los smartphones operen como posnet(la tecnología está), evitando la excusa de que "no puedo poner el posnet en mi negocio porque es caro". Si en Kenya M-pesa ha logrado que gran parte de las transacciones de pago se hagan por celular, ¿por qué no podría hacerse en la Argentina? Un país que mira hacia adelante llamaría a Apple para desarrollar sus versiones de dinero electrónico en nuestro territorio, y expandiría el uso de la SUBE como medio de pago generalizado.

Facilitar el uso de medios electrónicos y dificultar al máximo el uso del efectivo no hará desaparecer la informalidad, pero la acotará, le hará su trabajo más laborioso, y así, de a poquito, nos permitirá ir debilitando al enemigo. Al incorporar más economía a la formalidad podremos bajar los impuestos que hoy pagan los que ya están en el sistema. Reducir las denominaciones, en realidad, nos ayuda a acercarnos a un sistema más justo.

Hace unos años protagonicé en el Banco Ciudad una cruzada menor, pero que en esencia era la misma: el pago electrónico de las libranzas judiciales. Con ayuda del Banco Central, hicimos una conversión forzosa a medios electrónicos, transparentando los honorarios que los abogados cobraban de sus clientes y que en efectivo muchas veces superaban los límites establecidos por ley. La propuesta recibió impugnaciones judiciales, juicios, jueces enojados, hasta que la Corte Suprema avaló el método y concluyó los reclamos y, con ello, los abusos.

Entiendo la chicana política y las razones económicas que se esgrimen para justificar un billete de mayor denominación, pero en realidad son proyectos que nos harían avanzar en la dirección incorrecta.

Si no levantamos la vista, el billete de mayor denominación pareciera llevarnos a una parte más verde del valle. Pero para ir a otro valle, uno fructífero de verdad, hay que avanzar en la dirección opuesta.

Es sólo cuestión de levantar la mirada y ver un poco más allá.

*El autor es diputado nacional por Unión-Pro

¿Hay riesgo de otro baile con el dólar?

Clarín

Por Alcadio Oña.

Algunos analistas, claramente los que militan en el oficialismo, exaltan la pericia de Axel Kicillof para mantener cierta calma en un 2015 que pintaba bien complicado. Es una interpretación notable, pues si ese fuese el resultado final todo el mérito habría consistido en pedalear el efecto de los desaciertos que él mismo ha cometido.

Comparado con el arsenal de reformas en la economía y en las relaciones de fuerza dentro de la economía que pretendía imponer, el ministro cierra su hora con un objetivo demasiado modesto: tirar hasta fin de año sin turbulencias cambiarias. Parecería que puede lograrlo, aunque a los empujones y apelando a cualquier recurso.

Pero aún tratándose de solamente éso, nada está garantizado por completo. "Debe salirle todo bien, mucho mejor que en 2014, cuando la imprevisión y los errores pusieron patas para arriba su hoja de ruta", dice un consultor que pasó por el Banco Central.

Alude a la seguidilla de arreglos que iba a permitirle al Gobierno volver al mercado de crédito internacional: desde el Ciadi hasta el Club de París y Repsol. Ni él ni la Presidenta imaginaron que la Corte Suprema de Estados Unidos convalidaría los fallos del juez Thomas Griesa y mandaría a la Argentina al default formal. Dieron vuelta el discurso y tomaron compromisos, encima caros, a cambio de nada.

Parte de esa historia fue la devaluación de enero, que despachada de apuro y en soledad pronto fue devorada por la inflación. Más de lo mismo: el Gobierno pagó los costos del ajuste sin obtener ningún provecho económico.

Kicillof terminó el año con otros dos fracasos sonoros. Uno fue el canje del Boden 2015, los títulos públicos que vencen en octubre próximo, donde apenas logró una adhesión del 2%. En simultáneo, intentó colocar US$ 3.000 millones y solo cosechó 286 millones, menos del 10%. Eso sí, plantó la señal de que Cristina Kirchner había resuelto mandar al cajón el modelo de desendeudamiento estilo K.

Ahora, la interminable pelea con los fondos buitre y las zancadillas sucesivas de Griesa han empeorado el panorama externo, con el agravante de que la búsqueda de dólares afuera puede haber entrado en un callejón sin salida. Y es cosa de la Presidenta y de Kicillof si su afán por sacarle rédito político a la batalla montada con el Citibank no mete más ruido en un espacio cargado de ruidos: al parecer, el ensayo va camino de una nueva pifiada.

De experimentos como estos habla el consultor ex BCRA cuando siembra ciertas dudas sobre la performance financiera de 2015.

No existe ninguna ciencia en la agenda del Gobierno, sino la repetición de un recurso archiconocido dictado por la necesidad: preservar reservas a toda costa para evitar sacudones cambiarios. El propio Kicillof admitió que si colocaba deuda en divisas sería para contener las expectativas del mercado. Le faltó decir, también para no tropezar con una devaluación forzosa.

En lo que va del año, el Banco Central prácticamente no ha conseguido agregar un solo dólar a su stock; al contrario, debió vender. Y si se resta lo que lleva acumulado por el financiamiento chino, el descubierto de importaciones ya realizadas, los pagos a los bonistas retenidos por Griesa y los créditos a corto plazo del Banco de Francia, el saldo neto arroja que el BCRA ha perdido varios millones de dólares.

Tal cual sucede hace rato, el ministro aguarda la llegada del salvavidas de la soja para seguir tirando hacia adelante. El punto es cuánto podrá exprimir esa caja.

Cálculos privados señalan que pese a una cosecha récord, en el segundo trimestre las divisas ingresadas gracias a la bendita soja resultarían 20% menores a las del mismo período del año pasado. La brecha podría ser mayor, si los productores apuestan a un tipo de cambio más alto en el futuro y deciden retener.

Finalmente, no faltan consultoras que auguran un tercer trimestre complicado, no crítico pero sí complicado. Dicen en una de ellas, dirigida por ex funcionarios: "Es posible que entre los cambios que ven venir y las reservas escasas, haya grandes operadores que resuelvan dolarizar sus carteras. La derivación inevitable sería un rebrote de las tensiones cambiarias".

Especulación, pura especulación y ataque a las bases del kirchnerismo, acusará Kicillof. Tal vez habrá algo o mucho de eso, nada desde luego novedoso y, por lo mismo, ya hay gente abriendo el paraguas en el sector privado.

La cuestión es si en un caso extremo será suficientemente sólido, y además confiable, el dique armado con otra partida fuerte de yuanes de China y con las fórmulas que maquillan el stock de reservas brutas del Central. Puestos en cuadro, se entienden mejor los tanteos del ministro para hacerse de dólares en el circuito interno: a su modo, él mismo habló de las expectativas.

Pase lo que pase, siempre habrá más de una receta gastada: pisar importaciones y eventualmente clausurarlas por completo durante algunos días, como cuando Cristina Kirchner bramó por la caída de las reservas. Para que quede claro, las compras al exterior acumulan quince meses consecutivos en baja.

El problema es que la única fuente de divisas del país viene derrapando en grande. Desde fines de 2013, se perdieron exportaciones por US$ 13.000 millones; bien hecha, quizás la cuenta sea mayor.

Cuesta hacer creer que todo esto pasa por la crisis internacional, aunque ahora el viento de cola haya dejado de soplar igual que en tiempos mejores. Con doce años en el poder, tampoco hay manera de pasarle la factura a otros: el neoliberalismo de los 90 queda demasiado lejos y la herencia propia está a la vista.

Los consultores más optimistas estiman que este año la economía crecerá alrededor del 1,5%. Pero como ellos mismos habían calculado un repliegue similar en 2014, el resultado da estancamiento.

Hay quienes le ponen cerca de cero al segundo período de Cristina, y menos de cero si la medida es el aumento del PBI por habitante. Nada que no sea perceptible y nada, al fin, en lo que Kicillof vaya a reparar demasiado si están en juego las reservas: esto es lo que definitivamente manda en el fin de ciclo, los dólares escasos.

Toda la apuesta de Kicilloff es tirar hasta fin de años sin turbulencias cambiarias. No lo ayuda el pasado reciente.


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