Por Miguel Velloso*
Uno de los dilemas que enfrenta nuestra región está vinculado con la incapacidad de su dirigencia de efectuar un diagnóstico de la situación mundial y de elaborar un plan anticipado que evite innecesarias colisiones con otros Estados y potencie oportunidades de crecimiento. Están quienes se abren al mundo con confianza y se insertan en sus mecanismos de cooperación y los que, temerosos, apuestan al aislamiento. Son los que, con una sesgada visión de la realidad, esconden una diletante mediocridad e ignorancia. Desconocen que la política es el arte de gobernar para el bien común y que requiere estudio, compromiso y un amplio conocimiento de la realidad regional y mundial, con visión de futuro.
Hoy, lejos de las fantasías de autosuficiencia regional, está en juego la prevalencia del "hegemón" occidental o el oriental, y de poco sirve suplantar una arquitectura de poder diseñada a imagen y semejanza de una potencia por otra. Que se la denomine OEA, Unasur, ALBA o Celac no cambiará en un ápice esa ecuación del dominio.
La búsqueda china por establecer un diálogo armonizador con nuestros países, desde que lanzó su Libro Blanco en 2008, parece finalmente encontrar un ámbito propicio con la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en 2010. Sobre esta nueva plataforma, Pekín despliega su seducción y mecenazgo, ofreciendo el oro y el moro a quienes se ganen el título de "aliados estratégicos". Así, en el Foro Ministerial celebrado en enero pasado en la capital china impone un plan quinquenal 2015-2019, con promesas de duplicar el comercio, triplicar las inversiones y, al amparo de multimillonarios fondos para infraestructura, cooperación, agricultura, ciencia y tecnología, como premios al socio más leal en este nuevo marco. Una partida con ajedrecistas principiantes sin una estrategia común contra un contrincante experto en go, el popular juego chino en el que se procura conquistar espacios vitales, que asume su iniciativa planificando cada detalle. El desenlace era previsible. Lo más llamativo es que pase casi inadvertida esta jugada maestra fiel a las consignas de Deng para la política exterior: "Mantener un bajo perfil y esperar el momento oportuno".
Pero el plan es más vasto, ya que con nuevos bríos empieza a marcar el ritmo y a desplegar su diplomacia del cheque, aunque esta vez, bilateralmente. Para ello, dispone de un modelo ya probado exitosamente: la Venezuela chavista.
Con esta experiencia a cuestas, China se lanza a conquistar un nuevo "aliado estratégico", la Argentina. Si observamos con detenimiento, desde 2003 se suscribieron 61 convenios con China, en especial a partir de julio de 2014, fecha en que se consagra la Asociación Estratégica Integral y se lanza un Plan Quinquenal de Acción Conjunta hasta 2018 en diversas áreas estratégicas con programas binacionales que involucran a las nueve subcomisiones ministeriales creadas al efecto. Estos acuerdos de largo alcance nunca fueron consensuados con quienes asumirán en diciembre próximo.
Cualquier similitud o parecido con los acuerdos suscriptos entre China y Venezuela no parece ser pura coincidencia. En ambos casos son diseñados siguiendo el plan quinquenal de desarrollo chino, conllevan una fuerte atomización institucional de nuestras burocracias, frente a una alta concentración del poder decisorio chino, y el factor financiero genera grotescas asimetrías que limitan el poder de negociación de las instituciones involucradas en los programas acordados. El acuerdo de un intercambio de monedas entre los bancos centrales de los dos países resultó una pieza maestra de la ecuación y el controvertido Acuerdo Marco de Cooperación Económica e Inversiones, un instrumento para el posicionamiento de las empresas chinas en nuestro país.
Sin duda, al amparo de su planificación estratégica, China busca "multilateralizar su poder financiero" en la región a través del Celac -en lugar del BID-, desplazando a los organismos regionales existentes, y "bilateralizar su apoyo" a los nuevos socios estratégicos de la región, con un hábil juego de favoritismos disfrazado de alianzas de diverso calibre. Una suerte de colonización burocrática.
Lejos de nuestro conocido ajedrez, que cualquier diletante puede jugar conociendo sus reglas básicas, el go exige estrategia, planificación y constancia. En el juego que se avecina, ligado a nuestra supervivencia como entidad nacional, ya no hay cabida para diletantes.
*El autor fue embajador en China
