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DEBATE
Morales Solá: "Otro mensaje: el fin de un ciclo de autoritarismo". Oña: "La inversión, ausente en el modelo K"
21/04/2015

Otro mensaje: el fin de un ciclo de autoritarismo

La Nación

Por Joaquín Morales Solá.

Una aparente contradicción gira en torno de los primeros comicios distritales del año, que culminará en octubre con la elección del próximo presidente. Cristina Kirchner conserva, según casi la unanimidad de las encuestas, considerables índices de popularidad, pero, al mismo tiempo, su estilo y sus políticas resultan seriamente derrotados.

La paradoja incluye a Salta, donde el oficialismo nacional se atribuyó un triunfo que fue sólo simbólico. Más allá de la discusión sobre la futura influencia de la Presidenta en resortes cruciales del poder, lo cierto es que parece llegar a su fin un ciclo marcado por un fuerte autoritarismo, por la confrontación política y por una economía ahogada por regulaciones y controles por parte del Estado.

La buena elección que hizo en Santa Fe, perdiendo desde ya, el oficialista Omar Perotti fue obra de Perotti y no de Cristina. Perotti fue intendente de Rafaela y es actualmente diputado nacional, pero su estilo es la contracara del cristinismo.

Hombre afable y político abierto, Perotti jamás rompió el diálogo con nadie ni se afilió al partido de la crispación permanente. Hijo de productores rurales, en la guerra con el campo, en 2008, promovió vías de diálogo con los ruralistas y propuso detener el enfrentamiento que terminó con una batalla perdida para el gobierno de Cristina Kirchner. Perotti es una víctima de lo que representa, porque en Santa Fe competían por el triunfo dos versiones distintas de la oposición, no el oficialismo. Ganó, al final, el macrista Miguel del Sel.

En Mendoza, la Presidenta perdió dos veces. Fue derrotado el oficialismo peronista, que tiene poco que ver con ella, pero también sufrió un descalabro La Cámpora, que compitió con aquel peronismo. El actual gobernador de Mendoza, Francisco Pérez, que no tiene reelección, militó en el cristinismo puro durante toda su gestión. No pudo hacer nada por su presidenta. Hasta el Ejército fue acusado en Mendoza de prestarle sus instalaciones a La Cámpora durante la campaña electoral. Tampoco sirvió de nada. El acuerdo macrista-radical se impuso ampliamente a las distintas versiones del peronismo.

Salta tampoco puede inscribirse como una victoria de Cristina Kirchner. "Yo siempre dije que soy peronista, nunca dije que soy kirchnerista", fue lo primero que aclaró el gobernador triunfante de Salta, Juan Manuel Urtubey. Urtubey es un político de estilo afable, pero es también, y sobre todo, un hombre conservador. Reinstaló la educación católica en las escuelas públicas y castigó a los diputados nacionales salteños que votaron el matrimonio igualitario. ¿Podría decirse, sin mentir, que en Salta ganó Cristina Kirchner de la mano de Urtubey? No, sin duda.

La pregunta que corresponde hacer es por qué la Presidenta tiene buenos niveles de aceptación popular cuando la sociedad (o un sector mayoritario de ella) parece cansada de su estilo y sus políticas. La explicación más común que se encuentra consiste en que esa popularidad se debe a que ella se va. Después de diciembre podrá ser legisladora nacional o del Parlamento del Mercosur (posibilidades que la gente común no asumió todavía), pero lo cierto es que no será presidenta. El adiós de una mujer viuda (que hizo de su viudez una importante herramienta electoral y publicitaria) puede sensibilizar a importantes sectores sociales.

Cierto nivel de consumo y cierta preservación del empleo podrían explicar otra parte de aquella simpatía. No puede desecharse tampoco el efecto que produce en la sociedad una indiscutible autoridad política. Otra cosa, que a veces le juega en contra, es que ella convierta la necesaria autoridad política en autoritarismo a secas.

Ninguna elección nacional está ganada ni perdida de antemano cuando los oficialismos empiezan perdiendo. Salvo en Salta, fueron derrotados los gobiernos de Santa Fe y de Mendoza. Los gobernantes de Santa Fe no son kirchneristas, sino opositores al kirchnerismo. Pero la alianza radical-socialista, que viene gobernando esa provincia desde hace ocho años, está pagando el precio de no haber sabido enfrentar un delito desbocado y el auge del narcotráfico. Es cierto que tuvo muy poco apoyo del gobierno nacional, aun cuando el narcotráfico es un delito federal, pero también lo son la impotencia del gobierno local y la complicidad de la policía santafecina con los narcos.

La economía mendocina, a su vez, padece la crisis común a las economías regionales como consecuencia de un dólar subvaluado. Ése es un problema que muy pocos políticos nacionales tienen en cuenta, y del que muy pocos economistas hablan, pero que está haciendo estragos en el interior del país. Las exportaciones se frenaron de golpe y los insumos importados son cada vez más difíciles de conseguir por el cepo al dólar.

Los primeros resultados provinciales parecen darles la razón a los encuestadores que señalan que hay una tendencia cada vez más firme de la sociedad para reclamar un cambio fundamental de las políticas nacionales. No todos los encuestadores dicen eso, pero Mauricio Macri está convencido de esa opinión mayoritaria, que terminaría beneficiándolo a él. Los resultados de Santa Fe y Mendoza lo confirmaron en esa certeza.

Macri tiene la ventaja de que su carrera presidencial depende sólo de sus aciertos o de sus errores. Al revés, Daniel Scioli, que también oscila con sus propios méritos o desméritos, está pendiente de un gobierno nacional que a veces no sabe qué hacer con él. Hace sólo dos meses, todo parecía encaminarse hacia el exilio de Scioli del kirchnerismo. La Presidenta y el gobernador se reconciliaron en las últimas semanas, pero nadie apuesta a que ésa será la última decisión de Cristina Kirchner.

A Macri lo aguarda todavía la victoria del próximo domingo en la Capital, que podrá ser con Horacio Rodríguez Larreta o con Gabriela Michetti. Con las victorias de Capital, Santa Fe y Mendoza, a Macri sólo le restará cerrar de una buena vez Córdoba. Despejados los primeros lugares de las listas (Oscar Aguad será candidato a gobernador; Ramón Mestre irá por la reelección como intendente de Córdoba, y Luis Juez buscará la reelección como senador nacional), las negociaciones se centran ahora en las listas de candidatos a diputados nacionales. Macri pide lo que, según él, le corresponde por el liderazgo del espacio; los radicales reclaman en nombre de la historia, porque ellos gobernaron Córdoba durante la mitad de los años democráticos.

Sergio Massa tiene votos en la provincia de Buenos Aires, pero es evidente que carece de una buena estructura en el interior del país. No ha sabido trabar alianzas en las provincias y terminó disputándole a Macri la foto con un radical perdido en muchos distritos. Cometió el error de ahuyentar a Carlos Reutemann de su lado (el senador fue uno de los primeros dirigentes nacionales del peronismo en apoyarlo) porque se metió en Santa Fe sin consultarlo. Massa terminó suscribiendo la candidatura en Santa Fe de Oscar "Cachi" Martínez, uno de los peores enemigos de Reutemann. Massa y Martínez perdieron de mala manera el domingo y Reutemann está ahora al lado de Macri.

Massa podría quedarse el próximo domingo sin candidato en la Capital. Guillermo Nielsen es un economista formado y, tal vez, el argentino que más sabe sobre la deuda argentina en el exterior, porque fue él quien la renegoció en 2004 y 2005, después del default. Nielsen tiene formas cordiales para hacer política, pero no cuenta con el conocimiento público como para ser candidato a jefe de gobierno. Massa recurrió desesperadamente a Nielsen cuando se enteró de que su candidato seguro para jefe de gobierno, Martín Redrado, no estaba dispuesto a acompañarlo. ¿Ingenuidad? ¿Excesiva seguridad en sí mismo?

En medio de tantas novedades electorales, Cristina se fue a Rusia, donde seguramente le preguntará a Putin cómo hizo para permanecer en el poder tanto tiempo, ya sea gobernando él mismo o a través de su disciplinado discípulo, Dmitri Medvedev. En su país, los primeros datos reales sobre el estado de la sociedad indican que esos métodos arbitrarios y mandones, entre otros, agonizan irremediablemente.

La inversión, ausente en el modelo K

Clarín

Por Alcadio Oña.

No tiene el rating del dólar, ni el de la inflación verdadera o el de las tarifas, pero así refleje algo de ellos es otra cosa: nada menos que una pieza crucial para medir el futuro de la economía. Se trata definitivamente de la inversión, que encima viene arrastrándose con más pena que gloria durante el ciclo

kirchnerista.
A fines de 2011, cuando ya llevaba tres años como ministra de Industria de Cristina Kirchner, Débora Giorgi sintió que era el momento de cantar victoria: “Hoy tenemos una inversión sobre el Producto Bruto récord, de más del 24%, y somos líderes en la región”, sostuvo. Habló incluso del 26% y atribuyó todo a la reindustrialización, a la sustitución de importaciones y desde luego a laspolíticas de Estado.

La noticia prendió en la Casa Rosada hasta que, dos años después, un cambio en los cálculos del INDEC puso los números en un lugar bien diferente. La relación inversión-PBI había sido en realidad del 19%, entre cinco y siete puntos menos que el récord de Giorgi, y no liderábamos nada en la región: Chile, Colombia y Perú, entre otros, mostraban tasas superiores a la de la Argentina.

El martes pasado la Presidenta volvió a menear el tema, aunque ya sin cifras y apuntándole a los empresarios. Dijo: “Para aumentar la inversión hay que reducir un cachito la rentabilidad o traer alguna de la que se llevaron afuera. Acá el único que derrama es el Estado”.

Cierto o parcialmente cierto, el punto es que tras una década larga en el poder lo que el kirchnerismo hizo o dejó de hacer va derecho a su cuenta. Y fuera de cualquier reparto de responsabilidades, la propia estadística oficial cuenta que la inversión no crece sino que en los dos últimos años ha caído. Más aún, medida sobre el Producto Bruto está hoy en el 17%, al mismo nivel de 2004, o sea, que cuando arrancó la era K.

De regreso a esas comparaciones que ya no seducen a Giorgi, en 2014 la Argentina quedó por debajo de Perú, Uruguay, Chile, Ecuador, Brasil y de varios más. Sólo apareció mejor que Paraguay y mucho mejor que Venezuela, lo cual no constituye un gran logro por cierto. Peor todavía: el país retrocede más que otros en una zona que retrocede.

Invertir equivale a aumentar la capacidad productiva y a empleo de mayor calidad, significa modernización, cambio estructural y subir escalones en la competitividad de la economía. Implica, también, acrecentar las chances de entrar con bienes y servicios en mercados que son disputados palmo a palmo. La contracara a la vista asoma en la pérdida de exportaciones, ahora sin excepciones.

El problema es que el kirchnerismo eligió a rajatabla la opción del consumo, relegando el ahorro a un segundo plano. Lo hizo y lo hace aunque los datos empíricos revelen que no siempre la demanda tracciona inversiones sostenidas: en ciertos contextos, a veces la producción crece pensando únicamente en el corto plazo o la ecuación cierra con aumentos de precios.

Pero no es poco, sino considerable, el costo que se paga por desatender semejante flanco o por seguir políticas que generan el mismo efecto. Cualquier economista sabe que la inversión es el puente que empalma crecimiento con desarrollo: así de simple, así de complejo.

Y lo que hubo en este tiempo fue sobre todo capital volcado a la construcción; el grueso, a la residencial. Esto es desde luego importante, solo que mirando hacia adelante su valor reproductivo resulta escaso comparado con el de las máquinas y equipos. Por eso, cuenta mucho que la inversión en fierros haya sido magra: 28% contra 54% de la construcción.
Tampoco la inversión pública y el derrame del Estado dan para alardes, pues con las provincias adentro no llega ni al 20% del total. El resto viene del sector privado, pobre aunque venza en la comparación.

Un trabajo del ex secretario de Industria Dante Sica describe la serie de obstáculos que será necesario remover para que la economía recupere competitividad. Además del atraso cambiario y de las trabas a las importaciones de máquinas y equipos, pone algunos ejemplos que van directo a los déficits estructurales:

– En las inversiones volcadas a la infraestructura, la Argentina aparece entre los países más rezagados de la región, detrás de Brasil, Chile, México y Uruguay. Esto habla de capacidad energética, vial, marítima y ferroviaria.
– Remontar la pérdida del autoabastecimiento energético demandará arriba de 180.000 millones de dólares en diez años.

– Entre 2006 y 2014, la red vial creció apenas un 6%, mientras la circulación de vehículos se expandió más del 40%. El 80% de las mercaderías son transportadas por camiones, a un costo que supera en un 75% al que habría con un buen sistema ferroviario.

– Otro caso también impactante ocurre con la educación. En el cuarto inferior de la pirámide de ingresos, el de menor calificación laboral, la desocupación llega al 20%. Y desaparece en el cuarto superior, más capacitado para conseguir empleo, empleos de calidad y mejor remunerados.

– El crédito destinado a financiar las actividades productivas privadas representa el 13% del Producto Bruto, 30 puntos menos que el promedio de la región.

Agregado a las distorsiones del esquema tributario, que no es solo presión impositiva, todo forma parte del llamado costo argentino. Y explica en gran medida el atraso de la inversión.

Una prueba siempre presente de lo que el kirchnerismo hizo y dejó de hacer salta en el impresionante déficit del balance comercial de manufacturas industriales. Pese al cepo sobre las importaciones, en los dos últimos años sumó US$ 55.000 millones y dejó al descubierto el impacto de exportaciones que en lugar de crecer caen y de una economía cada vez más dependiente de insumos y bienes del exterior.

Cuesta encontrar ahí mismo dónde está el modelo con matriz diversificada y la sustitución de importaciones que el kirchnerismo pregonó desde el primer día.
Está claro que será imposible alcanzar la tasa de inversión del 42% de China y, aunque más baja, suena lejano el 31% de Corea del Sur con mucha tecnología incorporada.

Aún así, no es casual que hasta dentro del bando oficialista proyecten un viraje en el orden de prioridades con la vista puesta en 2016. Sin desatender el consumo, hacer foco en la inversión apuntada al desarrollo.

Entretanto, en el ahora mismo, mandan las bicicletas financieras. Como lo revelan el festival de bonos del Estado y las altísimas tasas que paga el Banco Central.


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