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DEBATE
Olivera: Firmes junto a la patronal. Scibona: cuanto mejor, peor
09/05/2015

Firmes junto a la patronal para mantener el empleo

La Nación

(Por Francisco Olivera) - Antonio Caló no está en su mejor momento. Hace días que el líder de la CGT y de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) viene repitiendo entre íntimos que necesita el respaldo del Gobierno para la que acaso será su última batalla al frente de la central de trabajadores: las paritarias 2015. No es fácil. Caló rinde, antes que nada, un examen ante la UOM, donde lo presionan porque temen que se cumpla el pronóstico con que suele atormentarlo Luis Barrionuevo: el Gobierno está usando a Caló y terminará desechándolo una vez que esa alianza deje de servirle. Por eso, el gastronómico aconseja la unidad de la CGT antes de las elecciones de octubre.

 

 

Fuente: La nación

 

Lo primero que debería hacer Caló es no equivocarse de interlocutor, algo que acaba de pasarle a su par Armando Cavalieri. El líder del sindicato de comercio estaba hace 20 días a punto de firmar con las cámaras un 30% de aumento salarial que había acordado con el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, cuando dos llamadas de Axel Kicillof a los empresarios Carlos de la Vega y Osvaldo Cornide interrumpieron lo que ya era una negociación saldada. "No otorguen más del 23 o 24%", ordenó. Habrá que volver a empezar.

Esta sorpresiva alianza del ministro de Economía con la patronal, que se desarrolló en simultáneas conversaciones con Héctor Méndez, jefe de la Unión Industrial Argentina, vuelve a horadar las atribuciones del jefe de la cartera laboral. Es cierto que Tomada ya está bien curtido: hasta hace dos años quien lo salteaba en esa faena era Julio De Vido. A diferencia de lo que les pasa a ambos, y probablemente por su origen no peronista, a Kicillof le cuesta menos ponerle techo a la negociación. Esta frontalidad lo llevó ayer a darle finalmente la razón a Ismael Bermúdez, el periodista de Clarín que viene planteando desde el martes que, pese a los cambios en el impuesto a las ganancias, los trabajadores terminarán pagando por ese tributo más este año que el pasado. Así lo admitió Kicillof en conversación con Radio Del Plata: "Una persona que gana 20.000 pesos este año va a conseguir un aumento del 20, 25 o 30%, lo que consiga, y el año que viene va a conseguir otro aumento; bueno, lo que va a pagar de ese impuesto es más, como lo que va a pagar más de muchas otras cosas".

La obsesión del profesor keynesiano por tirar abajo la paritaria forma en realidad parte del plan de retirada del kirchnerismo. Es una táctica en cierto modo paradójica: ¿qué temor lleva a un economista que niega el viejo postulado ortodoxo de que la emisión monetaria genera necesariamente inflación a rechazar otro modo de expandir los pesos que hay en la plaza local, como una paritaria generosa? En 2014, por primera vez desde 2003, los sueldos en blanco perdieron frente a la inflación. Habría que buscar la respuesta más en el empleo que en los precios, que nunca han sido un desvelo para el Gobierno: en una economía estancada desde hace cuatro años, un aumento de salarios no adecuado podría poner en juego los costos de las empresas y, por consiguiente, la dotación laboral. Días atrás, en la comida anual de Cippec, el dueño de un grupo manufacturero se lo comentó al propio Caló: "Entiendo que para ustedes debe ser difícil no quedar como unos idiotas frente a los reclamos de Moyano, del 40% de aumento: sobre todo, hacer entender que no es lo mismo un salario industrial que uno del rubro de los servicios". Una cuestión de pérdidas relativas: mientras en algunos sectores se atenuó la recesión, la actividad fabril cae de manera ininterrumpida desde hace 20 meses.

Sobre el pilar del empleo se erigirá entonces la despedida del kirchnerismo. Así lo entiende al menos el conjunto de economistas que asesora a Daniel Scioli, sector desde donde salen silogismos rebosantes de optimismo como el siguiente: el grueso de los votantes asocia imagen con gestión, y la imagen de un gestor siempre sube en momentos de consumo; como habrá demanda, ergo, en octubre ganará el gobernador.

Este freno inhibitorio aplicado al área económica contrasta con lo que promete ser la despedida política del kirchnerismo, cuyo mensaje no es retroceder, sino recrudecer el avance. No es casual que el lanzamiento de Aníbal Fernández a la provincia de Buenos Aires haya tenido semejante concurrencia oficial y contado, además, con la bendición de la Presidenta, que pidió al día siguiente acotar las candidaturas. ¿Es lo que quiere Scioli? Martín Ferré, secretario general de la gobernación bonaerense, dio alguna pista delante de militantes hace algunas horas, en el hotel Intercontinental: "A nosotros nos conviene como gobernador un tipo como Aníbal, pero la decisión es de Daniel". ¿Opinión personal? Es difícil que Ferré descuide con una declaración el interés de su jefe: hace tiempo, antes de un vuelo de Scioli, tuvo que correr al aeropuerto porque el gobernador se dio cuenta de que se había olvidado en la casa el aceite de oliva italiano, aderezo que no comparte y que juzga irreemplazable en sus comidas.

Ungir al jefe de Gabinete como gladiador bonaerense puede tener efectos múltiples. Su condición de ex jefe comunal del peronismo profundo podría resultar, por lo pronto, un arma poderosa en la captación de intendentes del PJ que responden a Sergio Massa, estrategia que el kirchnerismo ensaya también a escala nacional: en estos días se intenta capitalizar, por ejemplo, el despecho que al chubutense Mario Das Neves le acaba de provocar un desplante del ex intendente de Tigre en un encuentro.

Otra consecuencia de la presentación de Aníbal Fernández emergió antes de lo que se esperaba y fue la sorpresa de Diego Bossio, que también fantasea con la gobernación. Esa voltereta podría volver a dejar en falsa escuadra a Caló, que el 1° de este mes, en un acto en Villa Tesei con sus pares Omar Viviani (taxis), Ricardo Pignanelli (Smata) y Norberto Di Próspero (Personal Legislativo), le dio respaldo al director de la Anses para la aventura bonaerense.

Es cierto que en el mundo sindical un pequeño recálculo no se le niega a nadie. Hacerlo requerirá la misma flexibilidad que el líder de la CGT le exige al Gobierno para las paritarias. Ya Adimra, la cámara que nuclea a industriales metalúrgicos, parece dispuesta a subir la oferta al 28%. Para un gremio que arrancó pidiendo 32% y que esperaba mayores retribuciones al oficialismo que ejerce desde hace tiempo, la nueva cifra no dejaría de ser un premio consuelo. Tal vez Caló pueda machacar en que fue él el primer dirigente gremial que apostó públicamente por "Scioli presidente". Jugada cantada: en el PJ dicen que Scioli es mejor pagador que un cristinista puro. Pero contar con eso significaría, para metalúrgicos y bonaerenses, festejar por anticipado.

Cuanto mejor, peor

La Nación

Todo depende del cristal con que se mire. El gobierno de Cristina Kirchner festeja que en 2015 suben las ventas con créditos subsidiados en 12 cuotas sin interés, repunta algo la actividad en un puñado de sectores, la inflación es más baja que en 2014, el dólar blue está frenado y se recuperan las reservas del Banco Central.

No menciona, en cambio, que el gasto público crece más de 10 puntos anuales que la recaudación impositiva y alimenta el déficit fiscal, que apunta al 6% del PBI. Ni que las tarifas eléctricas resultan, en términos reales, las más bajas en 70 años a costa de subsidios que no paran de subir. Ni que el tipo de cambio real es más bajo que a fin de la convertibilidad y las exportaciones vienen cayendo desde hace cuatro años, al igual que las importaciones. O que parte de la mejora en las reservas proviene de swaps chinos y endeudamiento externo a tasas altísimas.

Lo que muestra es menos relevante que lo que oculta. Pero, en un año electoral, todo vale para inyectar optimismo y, además, plata en el bolsillo de los votantes. El plan de Axel Kicillof apunta a llegar sin sobresaltos a las elecciones de octubre, pero también a endosarle al próximo gobierno -de cualquier signo que fuera- el alto costo de corregir los desequilibrios macroeconómicos que le dejará como herencia. De ahí que algunos economistas lo hayan bautizado "elecciones 2015" (Dante Sica), "AA" (analgésicos y antiinflamatorios, Miguel Ángel Broda), "campo minado" (Martín Redrado) o "bomba de tiempo" (Carlos Melconian). En la puerta de su despacho, Kicillof bien podría colgar el cartel "que pague el que sigue".

En perspectiva, tampoco habría demasiado para celebrar en 2015. Según las estimaciones privadas más optimistas, el PBI podría subir entre 0,6 y 1,5%. Mejor que la caída de -2% en 2014 (que para el Indec, cuándo no, fue una suba de 0,5%); pero en línea con el estancamiento promedio del segundo mandato de CFK (0,7% anual). O sea, muy lejos de las "tasas chinas" de Néstor Kirchner (8,8%) e, incluso, de la primera presidencia de Cristina (3,9%). La producción industrial, en conjunto, viene de 14 meses de retroceso. Para colmo el mundo ya no ayuda como antes, con precios internacionales más débiles y dólar más fuerte.

La inflación apunta este año a un 26/28% anual, o sea, diez puntos menos que en 2014 (36/37%) aunque para el Indec fue de 23,9%. Sin embargo, se mantiene entre las más altas del mundo. Incluso, por encima de la época en que Guillermo Moreno perseguía y multaba a las consultoras privadas por sincerarla, mientras acosaba a los empresarios con aprietes para reforzar los controles de precios e importaciones, que siguen vigentes con otros modales.

En la alta inflación y la amplia brecha entre los índices para calcularla, está el disparador de los actuales conflictos en paritarias y también de las fenomenales distorsiones en el impuesto a las ganancias sobre los asalariados.

Kicillof acaba de sumar otro extravagante parche a este impuesto, convertido en una obra kafkiana, sin cambios en el mínimo no imponible, ajuste discrecional de deducciones y escalas inamovibles hace 15 años. Con la última modificación, virtualmente congela la inflación para los que ya estaban exentos (¡hace 19 meses!) aunque ahora ganen más que los que ya pagaban. A estos últimos (con sueldos brutos de $15.000 a $25.000 también en agosto de 2013) se la rebaja parcialmente, mediante deducciones diferenciales y quitas retroactivas del impuesto ya retenido, a reintegrar en 5 cuotas mensuales. Y condena al resto a pagar las alícuotas más altas de la escala, como si la inflación no los afectara.

Otro tanto ocurre con los autónomos y profesionales independientes contribuyentes de Ganancias, pero que ni el ministro ni la AFIP parecen considerar trabajadores: siguen pagando sobre el excedente de un mínimo mensual ridículo, inferior a un salario mínimo vital. Quizá porque se presupone que no serían potenciales votantes del oficialismo.

Esta disparatada estructura del impuesto quedará como otra hipoteca que debería levantar el próximo gobierno a través de una amplia reforma tributaria para eliminar inequidades y tornarlo previsible. Los parches hacen que hoy, en muchas empresas, trabajadores con salarios brutos similares cobren sueldos de bolsillo diferentes (según estén o no alcanzados por Ganancias), que invalidan el principio legal de igual remuneración por igual tarea. Y que se acentúe el denominado "solapamiento salarial" entre los que están o no bajo convenios colectivos, todo lo cual eleva costos laborales.

Con la inflación que este año apunta más cerca de 30% que de 20% anual, será transitoria la mejora del poder adquisitivo para los trabajadores que ahora paguen menos Ganancias. Y que, en realidad, busca el incierto objetivo de contener los reclamos salariales en las paritarias, para que cierren con ajustes de dos dígitos que comiencen con 2 y no 3, a fin de no reavivar expectativas inflacionarias. Pero esta intención oficial perjudica al 89% de los asalariados que -según Kicillof- no están alcanzados por el impuesto: tampoco recuperarían así la caída del salario real sufrida en 2014.

Más allá de 2015, el problema clave es que la inflación sigue artificialmente reprimida por el atraso cambiario y tarifario. Dos resortes apretados que el próximo gobierno deberá comenzar a aflojar si aplica un programa económico consistente para equilibrar las cuentas externas y fiscales y bajar genuinamente la inflación. Claro que la herencia de desbordes previos lo condiciona de antemano. Necesitará gradualismo en las correcciones; respaldo político, legislativo y financiero y un plan que funcione como un mecanismo de relojería para generar confianza y lograr que salgan a la superficie los miles de millones de dólares "encanutados" como refugio antiinflacionario.

Todo un desafío frente a una sociedad que, en la "década ganada", se habituó a demandar al gobierno no menos inflación, sino más pesos para contrarrestarla. Otro desafío, aún más complejo, será recuperar la inversión, volver a crecer a tasas razonables y crear empleos privados. Pero éste será el segundo capítulo de una historia que ni siquiera comenzó a escribirse.


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