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OPINIÓN
Olivera: volver a la cancha. Scibona: dieciocho semanas y media
08/08/2015

Volver a la cancha con árbitro nuevo

La Nación

FRANCISCO OLIVERA

Ese núcleo policromático que anteayer conformaba en Tecnópolis el VIP del cierre de campaña de Daniel Scioli podría encabezar la próxima estrategia de conquista de los empresarios. No eran más de 30 personas: el gobernador, Karina Rabolini, Andrea del Boca, Eduardo de Pedro, Juan Manuel Urtubey, Carlos Zannini, María Laura Leguizamón... Afuera, dentro de la carpa pero en la periferia, el vasto universo afín: desde industriales, como Alberto Sellaro, Marcelo Fernández, Juan Carlos Lascurain o Daniel Donikian, hasta ministros nacionales, como Débora Giorgi. El asunto debe estar ya en la agenda de Adrián Kaufmann, el ejecutivo de Arcor que la Unión Industrial Argentina (UIA) está a punto de ungir como presidente. A Mauricio Macri, el otro candidato al que las corporaciones ven con posibilidades de llegar a la cima del poder, no lo imaginan tan propenso a la arbitrariedad. Prejuicios que llevan décadas.

Tan influyente en otros tiempos, Arcor ha decidido entonces reasumir en la primera línea institucional del establishment. A principio de año, cada vez que en la UIA surgía el nombre de Kaufmann, un arquitecto que cumplirá el jueves próximo 53 años, la propuesta venía acompañada de una dificultad: Luis Pagani, líder de Arcor, no autorizaba esa designación. Algo cambió desde entonces y Kaufmann será presentado el martes en el grupo Industriales, la corriente interna que debe proponerlo, y horas después, en la propia reunión de junta de la central fabril.

Que Pagani haya decidido volver al frente habla, antes que nada, de un cambio de ciclo político. En 2009, luego de un proceso de presión oficial que encabezaron Guillermo Moreno y Julio De Vido y terminó un año después con la desafiliación de Telefónica, Loma Negra, Gas Natural, Petrobras, TBA y SanCor como integrantes de la entidad, Pagani decidió dejar la presidencia de la Asociación Empresaria Argentina (AEA). Se abocó desde entonces sólo a escoltar a Jaime Campos, su sucesor, y la imagen de las reuniones internas pasó a ser siempre la misma: Campos en el centro, escoltado por Pagani y Miguel Acevedo (Aceitera Gral. Deheza) y, más allá, siempre atentos y relevantes, Paolo Rocca (Techint) y Héctor Magnetto (Clarín).

Arcor es, además de la empresa de alimentos más grande de la Argentina y el primer exportador de caramelos duros del mundo, la de mejor imagen aquí según todos los rankings y la única latinoamericana de presencia recurrente en la influyente revista norteamericana Candy Industry, en cuyo listado ocupa el puesto 8 en su rubro. Tiene sucursales en 120 países y ha conseguido, a diferencia de muchas otras firmas, ser competitiva sin prebendas o ayuda estatal.

Pero ahora tendrá desafíos que exceden el negocio de las golosinas. El más inmediato, convencer a los distintos sectores de la UIA de que podrá representarlos a todos, incluidos aquellos que, tal lo dispuso un tribunal de la Organización Mundial del Comercio, dejarán desde enero de beneficiarse con las trabas al comercio de estos años. Principalmente, aquellas órdenes no escritas como las declaraciones juradas anticipadas de importaciones (DJAI). Anteayer, en un informe con cuestionamientos hacia Macri, la agrupación kirchnerista La Gran Makro calculó en 300.000 los puestos de trabajo manufactureros que, dijo, correrían riesgo si se liberaliza el comercio exterior.

La otra asignatura dependerá en realidad de los resultados de la elección de octubre. Si gana Scioli, tanto Arcor como Techint -una de las empresas que trabajaron en la UIA para la candidatura de Kaufmann a través de su director, Luis Betnaza- deberán apostar a una reconciliación con el mundo del ex motonauta. No es sencillo. Primero, porque ambas decidieron hace unos años abandonar la Unión Industrial de la Provincia de Buenos Aires (Uipba) después de una pelea con Osvaldo Rial, presidente de esa entidad y padre de Leonardo, el hombre que el camporista José Ottavis ubicó en la presidencia de Garantizar SGR, organismo estatal que facilita el crédito a las pymes. Techint y Arcor pretendieron, sin éxito, que la Uipba fuera más enérgica en el reclamo a una medida de medioambiente que Scioli acababa de tomar, y después intentaron sin resultados ampliar la influencia en la conducción. Esa contienda molestó en su momento al gobernador.

Son heridas que deberían sanar a través de un trato fluido. Convendría atender, en ese caso, un rasgo decisivo de carácter en la nueva relación: Scioli ha preferido siempre el trato personal con cada dirigente, lejos de la representatividad de las cámaras. Acaso para no quedar obligado a favores. Con fe, con esperanza, con optimismo, pero sin compromisos sectoriales. Alberto Samid, Joaquín y Lucía Galán, Matías Garfunkel, Esther Goris o Acero Cali son individuos, no representantes. "Daniel transforma a las personas", se emocionó Karina Rabolini anteanoche en el programa Intratables, por América. Esa suerte de poder hipnótico que le reconoce su círculo de adoradores vendría a ser la exacta contracara de Néstor Kirchner, alguien que prefería disciplinar a los líderes de cada segmento. Aquel viejo kirchnerismo, el anterior a Cristina, se llevaba mejor con monopolios u oligopolios que con mercados atomizados. No es casual que sus primeros aliados, los que lo ayudaron a construir esa maquinaria de poder que hoy parece indestructible, hayan sido siderúrgicas, petroleras, cadenas de supermercados o medios de comunicación, y que su primera pesadilla política haya surgido en 2008, con una revuelta de chacareros imposibles de encolumnar. El peronismo es una corporación y, como tal, se lleva mejor entre pares. Se advierte hasta en detalles: Guillermo Moreno, fiel exponente de ese proyecto pre-Cristina, no hacía boxeo en Megatlón, Well Club o Sport Club, sino en el gimnasio del edificio Libertador.

Kirchner llamaba a ese modo de tratar con empresas "modelo coreano", y así lo se hizo saber a través de emisarios a José Sbatella, entonces jefe de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia. Sbatella ha sido siempre un militante dogmático.

En ese sentido, Scioli se parece bastante más a Cristina que a Néstor. En su momento, y por un lapso corto, la UIA se anotó unos cuantos triunfos en su relación con la Casa Rosada sólo por la confianza que Cristina Kirchner tenía con José Ignacio de Mendiguren. ¿Debería reeditar una relación así en el futuro? Aquel breve hechizo se rompió cuando el textil se pasó a las filas massistas y la Presidenta se sintió traicionada. Es el problema de las democracias débiles: tarde o temprano, el antojo se devora a la institución.

Dieciocho semanas y media

La Nación

NESTOR SCIBONA

Dentro de 18 semanas y media, uno de los tres primeros candidatos presidenciales que surjan esta noche de las PASO se convertirá en el próximo presidente de la Nación tras 12 años de gobierno kirchnerista. Junto con el bastón y la banda, recibirá de Cristina Kirchner un "modelo" económico que, tras haber acumulado tantas transformaciones como desequilibrios internos y restricciones externas, hoy sólo podría ser caracterizado como populista, inflacionario e insostenible por mucho tiempo.

Hasta ahora, la transición consistió en un plan económico de corto plazo para llegar a las elecciones de octubre sin desbordes inflacionarios y con reservas maquilladas, basado en la decisión de anclar el dólar oficial y las tarifas; subir explosivamente el gasto público; poner más plata en el bolsillo de los votantes y subsidiar el consumo a crédito para reactivar algunos sectores y mejorar las chances electorales del oficialismo. Pero todo esto agrava la herencia: más déficit fiscal y emisión; atraso cambiario y tarifario y menos dólares disponibles en el Banco Central, que tarde o temprano implicarán nuevas presiones inflacionarias y cambiarias que el próximo gobierno necesitará desactivar. Máxime, con un contexto externo que ya no ayuda como antes y torna más complicado retomar el crecimiento, la inversión y la creación de empleos en el sector privado, para bajar la pobreza que afecta a tres de cada diez argentinos.

Pese a esta perspectiva, lo más llamativo es que los principales candidatos no hablan públicamente de economía, salvo con generalidades y vaguedades. En la búsqueda de votantes indecisos, se han transformado en otra categoría de "ni-ni". Ni blanquean la herencia ni adelantan políticas para levantar las hipotecas que habrán de recibir, que no son pocas ni livianas. Nada asegura que después de las PASO esta actitud vaya a modificarse. Excepto que una menor diferencia porcentual entre unos y otros obligue, por caso, a Daniel Scioli a precisar qué significa continuidad (y ahora, "cambiar lo que haya que cambiar") y a Mauricio Macri a definir cómo levantará el cepo cambiario, qué otros cambios proyecta y no sólo los que descarta. Lo mismo vale para Sergio Massa, que debería ponerles números a sus promesas simultáneas de bajar impuestos, subir gastos y reducir la inflación.

Esta combinación de presente artificial y futuro incierto desalinea las expectativas económicas. No sólo resulta más complicado vislumbrar qué ocurrirá después del 10 de diciembre, sino también hasta las elecciones del 25 de octubre; o una segunda vuelta el 22 de noviembre, sólo 19 días antes del traspaso del mando presidencial.

El dólar paralelo en su nuevo escalón de 15 pesos (con una brecha de 60% sobre el oficial) refleja esa incertidumbre, que el gobierno de CFK intenta camuflar sacrificando reservas del BCRA con ventas de dólar ahorro y bonos dolarizados de la Anses. También subieron los títulos argentinos en Nueva York, en una apuesta a un inevitable cambio de política económica en 2016. Y otro ingrediente que pesa cada vez más en las expectativas es la devaluación del real y la crisis política y económica brasileña, más allá de que el "efecto Dilma" sea un espejo en el que ningún candidato se quiere mirar.

Como ocurrió a comienzos de 1999, cuando en Brasil también se devaluó fuerte la moneda y descolocó al tipo de cambio fijo de la convertibilidad, tanto Axel Kicillof como Alejandro Vanoli salieron ahora a negar que vaya a modificarse la política cambiaria, basada en una virtual "tablita" en la cual el dólar oficial se ajusta a la mitad de la inflación. Pero con un superávit comercial que tiende a diluirse (y déficit con Brasil), lejos de llevar tranquilidad esas aclaraciones aumentan la incertidumbre.

Según un cálculo del economista Miguel Ángel Broda, el tipo de cambio real entre el peso argentino y el real brasileño resulta actualmente casi 40% más bajo que en febrero de 2014. A su vez, el peso frente al dólar se ubica en términos reales un 5% por debajo que a fin de la convertibilidad. Paralelamente, estima que las reservas líquidas del BCRA (netas de pasivos) se ubicarían en 11.200 millones de dólares a fin de año, mientras que la emisión para financiar el rojo fiscal superaría los 180.000 millones de pesos en lo que resta de 2015. Todo esto genera mayores tensiones cambiarias.

En este sentido, el economista Julio Piekarz, ex gerente general del BCRA, señala en un reciente trabajo que, frente al atraso cambiario, la preocupación del Gobierno apunta a los tipos de cambio no oficiales (contado con liquidación, dólar Bolsa, blue). Y que quienes hoy pagan $ 14,90 por dólar paralelo creen que en seis meses el tipo de cambio único (o el financiero si hay doble mercado) será superior a $ 14,90 más la tasa de interés a 180 días (indicativamente 26% anual), es decir, $ 16,81, casi 73% superior al tipo de cambio oficial actual devaluado al 1% mensual hasta entonces ($ 9,74 por dólar). Como conclusión, sostiene: "El club de los compradores de dólares no cree en las afirmaciones de los candidatos, oficialistas u opositores, de que serán gradualistas. O que si lo son, no tendrán suficiente éxito y deberán apelar a un cambio de políticas luego de una etapa inicial. Y lo más inquietante -añade- es que ese club tiene potencialmente muchos nuevos miembros en espera".

Por cierto que la política cambiaria del próximo gobierno, cualquiera que sea su signo, debería formar parte de un plan económico integral que aún permanece en el terreno de las incógnitas. También dependerá del acceso al crédito externo, lo cual supone además negociar un acuerdo para reducir y reestructurar a largo plazo la deuda con los holdouts y, en ese caso, decidir si se levantará o flexibilizará el cepo cambiario, cuándo y cómo.

Sin embargo, todavía deberán pasar muchas semanas, probablemente más de la mitad de las 18 y media que faltan para el cambio de gobierno, para que vayan surgiendo ese tipo de definiciones políticas. Mientras tanto, los candidatos prefieren hacer equilibrio entre expectativas contrapuestas. O sea, entre las de quienes se benefician con la política masiva de gasto público y selectiva de dólar barato con permiso oficial y apuestan a que se mantenga sin preguntarse quién paga la cuenta. Y las de los sectores productivos asfixiados por la presión impositiva récord, suba de costos en dólares, restricciones para importar y pérdida de competitividad de las exportaciones, que no ven la hora para una vuelta a la racionalidad.


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