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OPINIÓN
Morales Solá: planes opositores. Van der Kooy: votos que no cambian
16/08/2015

Planes para unir opositores

Clarín

Por Joaquín Morales Solá

Conviene a la oposición que Sergio Massa renuncie a su candidatura presidencial? ¿Hay alguna posibilidad técnica de unir en una misma propuesta electoral a las boletas de Mauricio Macri y de Sergio Massa? ¿Por dónde debería empezar la oposición a mostrar gestos de acuerdos electorales? Macristas, massistas y delasotistas han hablado en los últimos días sobre eso y no tienen aún ninguna respuesta.

Macri propuso, al final, esperar las encuestas de dentro de 20 o 30 días para establecer los movimientos del electorado. ¿Y si entonces hubieran crecido las perspectivas de Daniel Scioli para un triunfo en primera vuelta? "Entonces todo será posible en la oposición", dice Macri. ¿Incluido un amplio acuerdo de los candidatos opositores? "Todo", insiste.

La primera comprobación, tras esos diálogos cruzados y recurrentes, es que los opositores dejan el discurso triunfalista sólo para la tribuna y los micrófonos. Puertas adentro, reconocen que Scioli está en mejores condiciones que cualquiera de ellos para un triunfo en la primera ronda. Lo reconocen a pesar de que el gobernador bonaerense tuvo un buen domingo y una pésima semana. Las inundaciones en la provincia de Buenos Aires exhibieron la incompetencia de la administración bonaerense para prever los nuevos caprichos del clima. El cambio climático existe, pero es la novedad menos novedosa del mundo.

La segunda constatación es que la oposición se mueve todavía en un espacio impreciso e imprevisible. Las elecciones del próximo 25 de octubre serán otras elecciones, pero ¿cómo serán? Las primeras mediciones indican que Scioli subió dos puntos en la intención de votos, tanto como Macri. Siguen condenados a la segunda vuelta. Massa bajó un poco (o UNA, más precisamente), pero no tanto para resignarlo a una derrota definitiva. El escenario no es muy distinto del que dejaron las elecciones de hace una semana. La única novedad, tal vez, es la caída de la popularidad de Scioli y de Cristina Kirchner como consecuencia de las inundaciones. El caso de Scioli es contradictorio: subió un poco su intención de votos mientras cayó su popularidad. La paradoja podría deberse a que los argentinos ya no sólo están pensando en votar a quien quisieran como próximo presidente, sino también en contra de quien no quieren que sea el nuevo presidente. De todos modos, Scioli no pudo aprovechar el envión que tiene todo candidato ganador. Ni en intención de votos ni en popularidad.

Esas encuestas explican también la furia contenida de Cristina Kirchner. Nunca se explicó por qué Scioli decidió viajar a Italia cuando ya existía la inundación y hasta los pronósticos de una inminente sudestada. El cansancio es fácilmente comprensible en todos los candidatos, pero sus agendas ya no dependen de su voluntad, sino de las cambiantes circunstancias. La política es así, aun para los que no vienen de la política, como Scioli y Macri. Cristina consultó a todos sus interlocutores sobre el espíritu viajero de Scioli, mientras movía la cabeza de un lado a otro en un gesto claramente crítico. Sin embargo, por primera vez calló. Ella también se escondió de la devastación.

Ese viaje resultó extraño en Scioli, que demostró hasta aquí una especial sensibilidad para conocer el humor social y estar cerca de él. Podrá discutirse si resuelve los problemas, pero debe aceptarse que siempre estuvo al lado de los afectados por los problemas. Ése fue su modo eterno de atravesar el fuego de los conflictos. Su ausencia dejó a Macri, para desesperación de Scioli, en el mejor de los mundos: debatiendo con Aníbal Fernández, que tampoco hizo mucho por defender a Scioli, pero sí por enredarse en discusiones con Macri.

Es probable que Aníbal Fernández haya sido el vocero implícito de Cristina cuando lanzó su famosa diatriba indirecta contra Scioli: "Yo no sé por qué se fue". Scioli le suplicó a Aníbal, horas después de las elecciones, que se escondiera de los lugares públicos. Aníbal es un político experto y conoce las obvias razones de ese pedido. Su problema es que también es vocero de la Presidenta. Está de acuerdo con mantenerse en silencio detrás de la campaña de Scioli, pero no puede desobedecer a Cristina cuando ésta le ordena que hable ante los periodistas. Y se lo pide casi todos los días.

Los opositores conocen sus debilidades tanto como las de Scioli. ¿Influirá en las encuestas la permanente presencia de Aníbal Fernández en el debate público? ¿Cómo afectarán las inundaciones a los votos de Scioli? Aníbal es una carga electoral que Scioli no podrá evitar; aquél ganó las elecciones como candidato a gobernador. Una primera inferencia sobre el efecto catastrófico de las aguas puede indicar que faltan aún 70 días para las elecciones de octubre y que en plazos menores la sociedad se olvidó de conflictos peores. Sin embargo, los que conocen de inundaciones aseguran que las consecuencias sociales más graves suceden 60 días después, cuando la gente común constata que perdió para siempre sus heladeras, sus cocinas o parte de su casa (o toda). La mayoría de los inundados de La Plata, hace dos años, no recibió nunca nada.

Un protagonista central en esas negociaciones entre opositores es José Manuel de la Sota. Él ya perdió la posibilidad de ser candidato a presidente, pero se quedó con casi un siete por ciento del electorado, que podría ser decisivo en octubre. De la Sota promueve un primer gesto público: un acuerdo republicano y de una eventual cogobierno, según lo llama él, que agrupe a todos los que quieren terminar con el kirchnerismo. Para que nadie dude de sus intenciones anticristinistas, el jueves presentó un duro documento ante la Corte Suprema de Justicia por los reclamos de Córdoba a la Nación. Fue un gesto político, más que jurídico. De la Sota asumirá el martes la conducción política de UNA y tendrá un margen mayor para sus diálogos con los otros opositores.

Cuando se habla de negociaciones entre Macri y Massa, en el fondo se habla siempre de la posibilidad de que Massa renuncie a su candidatura. Nadie lo dice en voz alta, pero es así. Ahora bien, ¿conviene esa renuncia? Massa es peronista y sus votantes son mayoritariamente peronistas. Si sólo se fueran a Scioli cinco puntos de Massa, el gobernador bonaerense habría ganado en primera vuelta, sin que importara la diferencia con Macri. Otra cosa es De la Sota: sus votantes cordobeses, la mayoría de los que tuvo en el país, son profundamente antikirchneristas. Ésos son votos de Macri.

Massa piensa, por ahora, más en la posibilidad de cambiar su fórmula presidencial aprovechando un vacío legal. La ley de primarias es muy cerrada y no permite cambios de fórmulas después de las primarias, pero no dice nada sobre qué debería hacerse en caso de la renuncia de un candidato a vicepresidente. ¿Y si renunciara su candidato y pudiera poner en su lugar a De la Sota? Otra alternativa que se evalúa es el anuncio por parte de Macri de un gabinete de coalición nacional, que incluyera a figuras del massismo y del delasotismo. El principal operador de Macri, Emilio Monzó, se reunió con el operador de De la Sota, Carlos Caserio, pero De la Sota quedó desconforme. ¿No es hora ya de que Macri hable con él en lugar de mandarle operadores? Macri aceptó el reclamo. Lo llamará, si es que ya no lo llamó. Esta idea choca con la oposición de varios massistas: Felipe Solá (que ve peligrar su candidatura a gobernador), Roberto Lavagna (que nunca simpatizó con Macri) y Facundo Moyano, que es el que menos importa.

Scioli tropezó con el primer desacuerdo con Cristina desde que es el candidato presidencial consentido. Macri se descubrió ante la necesidad de dejar en el camino el improductivo purismo de Pro y de buscar un discurso de apertura política. Todo eso ocurrió cuando pasó sólo una semana desde las elecciones. Octubre queda demasiado lejos.

El desamparo que los votos no cambian

Clarín

Por Eduardo van der Kooy

Apenas los votos de las primarias fueron corridos de la escena reaparecieron los rasgos permanentes de la realidad del país. Una precariedad extendida. La arbitrariedad del poder. La debilidad de la política, de sus dirigentes y su sistema. Un fenómeno climático que ya no constituye una excepción –lluvias, desbordes e inundaciones– colocó a la intemperie aquella fisonomía que contrasta demasiado con el relato de la época.

Gran parte de ese panorama podría representar un anticipo del futuro que sobrevendrá a la despedida de Cristina Fernández. Hace años que se machaca sobre el desequilibrio institucional entre un oficialismo hegemónico y una oposición desperdigada. Pues bien: ese oficialismo parece esbozar de modo paulatino un horizonte de crisis, mientras aquella oposición insinúa una recuperación, aunque no tanta. La clara victoria electoral de Daniel Scioli no alcanzó para disimular sus dificultades de conducción y convivencia dentro del espacio compartido por peronistas y kirchneristas. Mauricio Macri y Sergio Massa estarán obligados a demostrar en la carrera hasta octubre, viniendo desde bien atrás, que no tendrán aquellos mismos sufrimientos del gobernador de Buenos Aires.

A Scioli le falló su sensor político. El sentido de la oportunidad. Extraño en un dirigente cuya virtud principal sería la intuición. Viajó a Italia después del triunfo electoral cuando gran parte del suelo bonaerense ya estaba inundado. En menos de dos días regresó de apuro, pero no logró evitar los cuestionamientos sociales ni las críticas de la oposición. Tal vez no fue la señal más grave: el teatro de su ausencia fue cubierto por Aníbal Fernández y Eduardo De Pedro. La orden partió de la Presidenta. El jefe de Gabinete y el secretario general de la Presidencia enfrentaron en la interna del FPV a la maquinaria pejotista y a Julián Domínguez, el discípulo que deseaba Scioli para cederle el trono provincial.

Aníbal Fernández hizo poco para cubrirle adecuadamente las espaldas al candidato a presidente. Dijo desconocer su viaje a Italia cuando, en verdad, lo conocía bien. Se jactó de estar en las zonas anegadas y con los damnificados. Le pareció una buena ocasión para mostrarse como postulante a la gobernación aunque tal exhibición, por contraste, pudiera dañar a Scioli.

En esa relación persisten cuentas pendientes que difícilmente sean saldadas en tiempos de campaña. Esas cuentas refieren a la denuncia de un condenado a prisión perpetua contra el jefe de Gabinete por presunto nexo con el tráfico de efedrina y el Triple Crimen del 2008, en General Rodríguez. Aníbal Fernández hizo elaborar un informe acerca de cómo se realizó la entrevista periodística en una cárcel bonaerense (General Alvear) con la anuencia del Sistema Penitenciario. Tiene las conclusiones en sus manos. Al ministro ni siquiera lo terminó de convencer, como una invocación a la tregua, la aventurada afirmación del gobernador sobre que aquella denuncia podría asemejarse a la del fiscal muerto, Alberto Nisman, cuando apuntó contra Cristina y Héctor Timerman por encubrimiento terrorista a raíz del atentado en la AMIA y la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán.

El abanico de los restantes problemas que enfrentó Scioli nada tuvieron que ver con esa intriga doméstica. Se habrían vinculado con otras cuestiones: las deficiencias de gestión en ocho años, enmascaradas siempre por su imagen pública omnipresente; esa imagen como único escudo protector y sustituto de la política; la falta de destreza ante el desafío impensado. Primero aseguró que había viajado a Italia por compromisos impostergables y asuntos de salud. Al regreso aceptó que era un viaje planeado sólo para descansar. Luego explicó que había decidido el regreso porque la imprevista sudestada podía agravar la situación. Prefectura conocía desde el sábado anterior a los comicios el pronóstico sobre aquellos vientos.

Cuando volvió, tampoco logró recomponer su figura porque resulta muy difícil hacerlo en esas hostiles circunstancias. Dio la cara ante los inundados. Anunció una emergencia hídrica en Buenos Aires cuyos efectos podrían ser etéreos y lejanos. Había decretado una similar en 2013. Después de la trágica inundación en La Plata. Todavía tiene una discusión con la Justicia platense sobre la cantidad de muertos por el diluvio. Su gobierno se clavó en 67, pero el juez Luis Arias insiste que fueron 89.

La apelación a las emergencias representa en Scioli un recurso reiterado cuando afronta situaciones apremiantes. Hay constancia de otras declaraciones idénticas el año pasado, una ligada a la seguridad y otra al campo. Superado el impacto de los anuncios esas realidades nunca se modificaron de manera sustancial. La oposición en Buenos Aires denuncia siempre la desprolijidad administrativa y financiera del Gobierno. Todavía carece, por caso, de un detalle acerca de cómo habría sido ejecutado el Presupuesto 2014. Respecto del 2015, ligado a la ejecución de obras hídricas de infraestructura, remarca que al mes de agosto sólo se habría utilizado el 32% de los fondos asignados. El resto se habría esfumado entre gastos corrientes. Los números sobre lo que se hizo o se dejó de hacer circulan entre Buenos Aires, el Gobierno nacional y la oposición. La única conclusión posible de sacar es la de un colosal desorden estatal. 

El kirchnerismo está al tanto de todas esas deficiencias pero las cubre. Por complicidad o conveniencia. Scioli no tuvo en estos años, hasta que resultó coronado candidato único, una relación plácida con el Gobierno. Julio De Vido armó por su cuenta una liga de intendentes que ninguneó al gobernador y atendió sólo la billetera del ministro de Planificación. Existirían otros motivos: los K dependen ahora de Scioli para continuar en el poder. La tranquilidad de Cristina en el Sur, también.

El gobernador de Buenos Aires le dio a la Presidenta una mano crucial en la Justicia. Que encaja con aquel deseo presidencial de una época de paz. El kirchnerismo parece retener su margen de maniobra judicial en la hora del adiós. Lo conserva intacto en su tierra. La Cámara de Apelaciones de Santa Cruz convalidó para octubre la aplicación de la Ley de Lemas para elegir gobernador. El juez de primera instancia se había opuesto. Con ese mecanismo, Alicia Kirchner y Daniel Peralta, el actual mandatario, podrían compartir el mismo espacio, dirimir su interna, pero acumular los votos necesarios para evitar el triunfo del radical Eduardo Costa.

Aquella colaboración de Scioli con Cristina resultó decisiva en la Sala I de la Cámara Federal para dos asuntos: desactivar definitivamente la denuncia de Nisman por encubrimiento terrorista; promover la separación del juez Claudio Bonadio en la causa Hotesur, que investiga lavado de dinero en una cadena hotelera de la familia Kirchner, en El Calafate.

Tanta presión estaría dejando secuelas entre los miembros de aquel tribunal, que integran Eduardo Freiler, Jorge Ballestero y Eduardo Farah. A uno de ellos se le estaría haciendo insoportable la convivencia en el barrio privado que habita en el norte del Conurbano bonaerense. Sufre escraches que lo violentan. Días atrás, tres vecinas con banderas argentinas marcharon una hora en absoluto silencio delante de la puerta de su casa. El magistrado estaría maquinando una mudanza.

De hecho, la Sala I prefirió transferir a Daniel Rafecas la responsabilidad de dictaminar sobre la validez de las pruebas de la causa Hotesur, que Bonadio recogió cuando ordenó el allanamiento en las oficinas de Máximo Kirchner, en Río Gallegos. El magistrado anuló las pericias aunque avaló la documentación. Sería el segundo capítulo de una obra que habría empezado a diseñarse cuando el juez pasó la custodia de esas pruebas de la Policía Metropolitana a la Prefectura. Resta todavía un tramo determinante. Establecer si la causa, como demandan los Kirchner, debe pasar a la jurisdicción del juzgado en Río Gallegos. La decisión depende de la Sala I y del propio Rafecas. Si así ocurriera, se podría asistir al desmantelamiento de la investigación. A la consagración de la impunidad.

Esa constituye, sin dudas, una marca del tiempo kirchnerista. Tan fogoneada quizás como el consumo. Un enorme interrogante se alza acerca de si algo de todo eso podría modificarse con el nacimiento de un nuevo gobierno. No pareciera, con evidencias a la vista, que al menos Scioli tuviera en ese campo demasiada voluntad.

El propio Poder Judicial, con presiones o sin ellas, acompaña con naturalidad el reloj y las necesidades del poder político. Aún cuando están en danza temas extremadamente graves. La causa por la muerte de Nisman, a cargo de la fiscal Viviana Fein, permanece paralizada. Incluso se blanqueó que las pericias tecnológicas concluidas sobre las computadoras y los teléfonos del fiscal muerto no serán divulgadas hasta después de octubre. ¿Por qué razón? ¿Porque incomodarían al Gobierno? Aunque fuera al revés, ¿por qué no podrían comunicarse con autonomía? Un caso similar sucedería con la declaración de la inconstitucionalidad o no del pacto con Irán.

La realidad iría quedando, de ese modo, bajo un inevitable y espeso manto de sospecha. Que carcomería la credibilidad social. Disipar ese legado será, tal vez, la tarea prioritaria del presidente que venga. Si es que se propone, de verdad, recomponer a la política. 


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