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OPINIÓN
Pagni: La simbiosis de Scioli y Macri. Olivera: los que vienen. Morales Solá: batalla final
17/10/2015

La curiosa simbiosis de Scioli y Macri

La Nación

CARLOS  PAGNI

Una de las curiosidades del último tramo de la carrera electoral es que cada uno de los competidores principales comienza a adquirir las características del otro. Como Don Quijote y Sancho Panza en la novela de Cervantes, Daniel Scioli y Mauricio Macri terminan pareciéndose.

No se trata, por supuesto, de una expresión de genio literario. Es apenas la reacción de ambos a lo que indican las encuestas. Sin embargo, en esta llamativa convergencia se esconde uno de los rasgos principales que caracterizarán al nuevo ciclo en el que ingresa la vida pública argentina: la política deja de estar polarizada y busca, más allá de la voluntad de sus actores, el centro.

Macri intenta moverse del papel que le habían asignado al comienzo de la obra.

No quiere ser visto como el líder tecnocrático que proyecta sobre la administración pública los criterios del mercado y la racionalidad empresarial. Dicho de otro modo: no quiere ser visto como la encarnación del liberalismo, identificado con las restricciones del ajuste y la traumática memoria del final de los 90. Desde hace tres semanas reemplazó como voceros económicos a Carlos Melconian, que iba a ser ministro de Economía si Carlos Menem triunfaba en 2003, y a Federico Sturzenegger, que acompañó a Cavallo en 2001. Esos antecedentes serían el pretexto para caricaturizarlos en la etapa decisiva del proselitismo. Por lo tanto, entraron en escena Alfonso Prat-Gay, un socialdemócrata devoto de lord Keynes, y Rogelio Frigerio, que ya desde su apellido expresa fe desarrollista.

Scioli reveló que, en el caso de ganar, designaría a Silvina Batakis como reemplazante de Axel Kicillof. Por su trabajo en la provincia de Buenos Aires, Batakis está entrenada en dos actividades: ajuste fiscal y endeudamiento. Scioli se fascinó con ella en 2012. Cristina Kirchner había dejado de girarle fondos cuando había que pagar la mitad del aguinaldo y él se vio frente al abismo. La ministra diseñó un impuestazo, recurrió a los grandes fondos financieros y superó la situación. De modo que, en la cabeza del candidato, su mérito es haberlo liberado del cepo de la Presidenta. En el mercado de deuda reconocen a Batakis como una profesional correcta y destacan a Walter Saracco y Rosana Bebén, su dos colaboradores en la emisión de bonos. Apuntan también un detalle: en todas las emisiones bonaerenses se aclara que si el Banco Central no entregara los dólares para rescatar un título, la provincia recurriría al contado con liquidación. Audaz, Batakis: Kicillof ha perseguido con la Gendarmería a quienes bebieron de esa fuente.

Además de cambiar sus voceros, Macri enfatizó otros mensajes. La asignación universal, que hasta ahora era por hijo, llegaría con él a los abuelos. Su publicidad invita a soñar con la vivienda propia. Y promete el mayor plan de infraestructura de la historia. En otras palabras, Macri se ofrece como el paladín de la distribución del ingreso. Encontró, además, una forma pulida de expresarlo: en julio, para decir lo mismo, elogió la estatización de Aerolíneas y el programa Fútbol para Todos.

Metamorfosis

Scioli, en tanto, tararea el repertorio de su principal. Envió a Urtubey a Nueva York a admitir la crisis energética, a reconocer que para atenuar un ajuste hay que endeudarse y a prometer un acuerdo con los holdouts sin la muletilla de rigor: "Nunca pagar más que en el canje de 2010". Paradoja de esta metamorfosis: el de Scioli es el único equipo al que se adjudica estar hablando con los fondos buitre. En cualquier momento Macri los denuncia.

Sin embargo, desde marzo, cuando Melconian le propuso su programa, Macri casi no habló más de números en la intimidad. Lo desvela la política. En su campaña intervienen cada vez más Prat-Gay -más interesado hoy por la política exterior que por la economía-, Ernesto Sanz y Elisa Carrió. Y cuando lo presentan como el candidato de Pro, corrige: "de Cambiemos". Lógico: debe seducir a los votantes de Margarita Stolbizer. Scioli, en cambio, sólo piensa en la crisis económica. Pero cuando insinúa que percibe las dificultades, la señora de Kirchner lo obliga a jurar continuidad. Es lo de menos. El verdadero problema del gobernador es otro: tiene pánico a una corrida cambiaria. La negativa a levantar el cepo, más que el corolario de un diagnóstico profesional, es una consecuencia de ese miedo.

Atribulado por esa pesadilla, Scioli imagina falsas soluciones. Por ejemplo, superar la escasez de reservas del Banco Central con créditos del Banco Mundial o del BID. El Banco Mundial tiene una restricción inevitable: los Estados Unidos seguirán vetando la ayuda a la Argentina mientras no se cumpla con el Ciadi. El BID, por su parte, se rehúsa a prestar a un país que está en default. El swap con China es otro objetivo exigente: para proveer más yuanes ese país pedirá a cambio recursos naturales, como hace con Venezuela. Y la ayuda brasileña es otra quimera: Dilma Rousseff apenas puede ayudarse a sí misma.

En este contexto aparece la principal virtud de Batakis: ha demostrado una ductilidad invalorable para amoldarse a las fobias de su jefe. Nunca dice no. Es una materia en la que Miguel Bein o Mario Blejer no han sido probados. Por eso, si gana Scioli, Bein podría presidir un consejo asesor, convirtiéndose en la versión criolla de Greg Mankiw o Larry Summers. Blejer colaboraría desde Londres, como embajador. El Banco Central está vedado a ambos: Scioli no se anima a remover a Vanoli.

La principal debilidad de la propuesta de Scioli es la fantasía de superar las dificultades económicas manteniendo las restricciones cambiarias. Esa pretensión nace de un desacierto conceptual. El cepo no es sólo una prohibición de comprar dólares que padecen los ahorristas. Se ha convertido en una intervención descomunal del Estado sobre el mercado, que paraliza el comercio exterior y desalienta la inversión. Por eso un crudo economista vaticina: "Hasta que no haya una devaluación y se unifique el mercado de cambios nadie traerá un dólar por su propia voluntad". A la luz de esta complejidad se entiende que la abnegada Batakis despierte prevención entre los especialistas. No está claro si comprende el condicionamiento sistémico entre la estrategia monetaria, cambiaria, fiscal y comercial.

La simbiosis de Macri y Scioli es guiada por las encuestas cualitativas. Macri no despierta dudas sobre su capacidad técnica. Los consultados sospechan de que, por el mero hecho de ser rico, carezca de sensibilidad social. Scioli genera incertidumbre. Aunque repita "la gente me conoce". O tal vez por eso. La necesidad de exhibir un equipo técnico surge de esos sondeos.

Anteayer, en la casa de Eduardo Eurnekian, almorzaron algunos de los principales empresarios argentinos. El pálpito dominante en esa mesa era que habrá un ballottage entre Scioli y Macri. Pero los elogios fueron hacia Sergio Massa. Sin embargo, entre los motivos de esa simpatía no apareció el que, acaso, sea el principal acierto de Massa: apostar a la dichosa "avenida del medio". O, dicho de otro modo, a "el cambio justo". Es lo que buscan Scioli y Macri.

Scioli pretende aprovecharse de ese logro: tiene pensado, en caso de ballottage, cooptar a Lavagna. Es un lejano e inconveniente homenaje a Néstor Kirchner, que en 2007, cuando Lavagna salió tercero, le tendió una celada en Olivos, donde lo esperaban fotógrafos de Clarín. "Oltri tempi", diría la Presidenta. Cerca de Lavagna rechazan la jugada y declaran ofendidos: "Roberto no haría ningún acuerdo del que no participara Massa".

La confluencia de los candidatos principales no obedece sólo al marketing. Hay razones más determinantes. Una es que ningún dirigente político cuenta con la base electoral indispensable para ejercer un monopolio de poder. El triunfo espectacular de Cristina Kirchner, que en 2011 superó a su segundo por 37 puntos, es irrepetible. La otra restricción es económica: el kirchnerismo navegó sobre una ola de bonanza que ha desaparecido. Las commodities en alza y los fondos adicionales de la Anses fueron los 37 puntos de ventaja que la economía ofreció a la Presidenta. Sólo con esas coordenadas fue posible una radicalización embanderada con el "vamos por todo".

La contracara de la coincidencia entre rivales es la inminencia de un ajuste. Quien quiera que gobierne a partir del 10 de diciembre, no podrá hacerlo sin el otro. "El otro" es la oposición y los mercados. Dos sujetos a los que Cristina dio de baja. Ésta es la novedad que palpita detrás de lo que Carlos Guyot llamó ayer en LA NACION, con un dejo de ironía, el "Consenso de Mar del Plata". Ese consenso se inspira en el fantasma del ajuste.

La publicidad de los candidatos no hace referencia a ninguna restricción. En palabras de Juan Carlos De Pablo: "Nos dicen que vamos a seguir sacando, cuando tendremos que poner". Sin embargo, una parte de la sociedad está advertida de que se aproxima una era de austeridad. Habrá restricciones y conflictos. Frente a esa perspectiva, los desafíos de cada candidato son distintos. Scioli debe exhibir un buen ministro de Economía. Macri, en cambio, debe demostrar que cuenta con un gran ministro del Interior.

 


Ya no importan los que están, sino aquellos que quizá vienen

La Nación

Francisco Olivera

Hacía tiempo que la voz de Roberto Baratta, uno de los colaboradores más fieles que le quedan a Julio De Vido, no sonaba tan estridente. "¿Ustedes se dan cuenta de que faltan diez días para las elecciones?", se exasperó. En el momento menos pensado, sin temperaturas riesgosas ni restricciones de oferta, el apagón en las subestaciones Paraná y Azcuénaga de Edesur dejó el martes sin luz a 100.000 clientes porteños, unas 400.000 personas. Los reproches del subsecretario fueron entonces hacia la distribuidora, que venía celebrando la llegada al país del italiano Maurizio Bezzeccheri como country manager.

Pero el enojo de Baratta es bastante atendible. Por una vez, luego de la gestión energética más inexplicable en décadas, los cortes obedecieron a causas ajenas a la cartera que conduce De Vido. Una excavación desafortunada de la telefónica Telmex, controlante de Claro, cortó dos cables de alta tensión (132 kW) que trasladan la electricidad de la usina Central Puerto a las subestaciones Paraná y Azcuénaga. El objetivo de la obra tampoco tuvo que ver con el proyecto nacional y popular: se pretendía cruzar con una fibra óptica por debajo de la avenida Figueroa Alcorta hacia el centro de convenciones que el gobierno porteño está construyendo al lado de la Facultad de Derecho.

Baratta intentó entonces, sin éxito, que Edesur emitiera un comunicado para culpar a Macri. Argumentaba que, por ejemplo, no había cumplido con una ley de 2005 que establece un mapeo de las obras en la ciudad, incluido el subsuelo. Pero la distribuidora demandó sólo a Telmex. Del resto se encargó el Ministerio de Planificación, que se presentó en la Justicia contra directivos de Telmex y su contratista, Ibercom Multicom, y "los funcionarios responsables del gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires, a fin de que se investigue la posible comisión de los delitos contemplados en el Título VII: delitos contra la seguridad pública", según consigna la denuncia.

Hay que admitirle al kirchnerismo cierta coherencia retórica: hace tiempo que en la Argentina lo que importa es lo que se ve. Relacionar causas y efectos parece en política un exceso de complejidad. Quedó claro esta semana, delante de las cámaras de TV o en las redes sociales, cuando los usuarios afectados insultaban primero a Edesur, y después, al Gobierno. Si se resolvió desligar durante 12 años la crisis energética de la política tarifaria, no suena descabellado defenderse aun cuando no se tenga la culpa.

El nerviosismo tiene, una vez más, razones estéticas. Y empeora mientras el kircherismo ensaya una despedida a tono con la que, admiten en la quinta de Olivos, sueña la Presidenta: quedar en la historia como la dirigente que les mejoró la vida a los argentinos peleando contra las corporaciones. Es el legado, estúpido. De ahí la proliferación de cadenas nacionales durante el último mes. Que sin duda serán más después del 25 de este mes: si Daniel Scioli gana las elecciones en primera vuelta, para celebrar un triunfo que se juzgará propio; si hay ballottage, para mostrarle al candidato cuánto apuntalamiento necesita.

Esta obsesión no nace de un antojo, sino del convencimiento de que la jefa ha perdido foco. Una forma de gobernar, y junto a ella casi todos sus protagonistas, inevitablemente abandonan la escena. Fue más que evidente en esta ciudad, con la asistencia recórd de ejecutivos al Coloquio de IDEA, que terminó ayer, y donde el interés estuvo más en los que vienen que en los que se van. "Acá ya no hay movimiento", admiten últimamente en el 5° piso del Palacio de Hacienda.

Dirigente experimentado, De Vido lo sabe. No necesita que le expliquen por qué José María Olazagasti, su secretario privado, empezó a ser removido de sus funciones en la Agencia Federal de Inteligencia, que conduce Oscar Parrilli. El fervor con que los hombres de negocios recibieron aquí a Scioli también da cuenta de ese viraje hacia un nuevo centro de gravedad institucional: es probable que ninguno de los que el miércoles saludaron calurosamente a Diego Bossio, que llegó acompañando al gobernador y ya proyecta una gestión propia con planes de viviendas, haya extrañado al arquitecto. Justo a De Vido, el gran dialoguista de las corporaciones. Pero las sucesiones peronistas siempre tienen adelantados. ¿Qué otra razón tendrían los militantes cristinistas para haber bautizado al jefe de la Anses como "el primer Judas Iscariote" del proyecto?

Quienes conocen a Scioli afirman que el despegue vendrá más pronto de lo que se supone. Como ejemplo citan una coincidencia en dos razonamientos que sus asesores Mario Blejer y Miguel Bein, uno en un seminario con 25 asistentes y otro en una charla cara a cara, acaban de dejarles a empresarios: el retraso tarifario es tal que subir 100 o 400% las facturas tendría prácticamente el mismo impacto político y psicológico en los usuarios.

Pero ¿por dónde emprender el cambio, con el gendarme de la continuidad en la propia fórmula presidencial? Carlos Zannini ha sido hasta ahora un doble garante de convivencia: para Scioli, el reaseguro de que habrá juego limpio al menos hasta el 25; para el gobierno nacional, la fantasía de un regreso. En la provincia de Buenos Aires dicen haber dado con un insumo adecuado y del que se habla poco: las causas judiciales que arrastran los funcionarios kirchneristas, estimadas en más de 600. "Manchados, no", prometen en La Plata. Será el principal argumento de descarte. De ahí que hayan interpretado la definición de Estela de Carlotto, que ve en Scioli "una transición constructiva hasta el regreso de Cristina", como una advertencia de la Presidenta hacia el futuro.

No parece casual que quien se atrevió primero a calificarla de "irresponsable" haya sido Bossio. El apóstol. Con la revelación del nuevo mesías, y despojado de todo bocado, el kirchnerismo racional aspira al menos a escribir sus evangelios.

La batalla final de los sobrevivientes

La Nación

Joaquín Morales Solá

En las oficinas de Daniel Scioli en el microcentro porteño hay un solo patrón. Oficinas amplias y austeras y varios colaboradores que sólo lo miran a él. Hasta que llaman de parte de Cristina. Lo requiere a Scioli para dos horas después en un acto en la provincia de Buenos Aires. La agenda se cambia apresuradamente, las reuniones se aceleran. En un barrio más elegante está la casa de Mauricio Macri, un departamento frente a plaza Alemania. Es un lugar cómodo y grande, pero no más lujoso ni más amplio que el departamento de un ejecutivo de una empresa importante. Macri termina un día agotador de campaña que incluyó un viaje relámpago al interior. Una frase puso alegría donde había un cansancio infinito: Susana Giménez anunció delante de él que lo votará. Esos mensajes del jet set local tienen para Macri un enorme significado electoral.

Estos viejos amigos han hecho un paréntesis en su relación. Ninguno nació para ser un príncipe de la política. Pero ahí están. Son los dos principales candidatos presidenciales para las elecciones del próximo domingo y los dos que competirán el 22 de noviembre si hubiera segunda vuelta. Ninguno de los dos se detiene demasiado en hablar mal del otro, pero ambos subrayan los riesgos de un gobierno de su principal adversario. La irremediable dependencia cristinista de Scioli, según Macri. Los eventuales problemas de gobernabilidad de Macri, según Scioli.

¿Cuál es la oferta básica de un gobierno de cada uno de ellos? "Normalizar el país", dice Scioli, y agrega: "Que el Poder Judicial trabaje como Poder Judicial, que los medios periodísticos trabajen como medios periodísticos". ¿Se terminó la revolución? "La sociedad no está pidiendo un líder revolucionario", asegura Scioli. Macri se entusiasma con la inversión y cree que el país necesita volver a tener una noción de la ética. Inversión y ética. Regresa sobre esas cuestiones una y otra vez.

La inversión tampoco le es ajena a Scioli. Los dos nacieron y crecieron en familias de empresarios. Scioli está entusiasmado con su reunión con Dilma Rousseff, a la que le pidió un swap en dólares, como el que la Argentina tiene con China, para el caso de que él llegue al Gobierno. Dilma le prometió que lo ayudará. La vio justo el día en que el Supremo Tribunal de Brasil convirtió la probable muerte súbita de la presidenta brasileña en una agonía más larga. "¡Tengo suerte!", exclama Scioli. La alegría de la suerte se convierte en mala cara cuando sale el tema de un posible acuerdo con los fondos buitre. No lo molesta la pregunta, sino las contradicciones del Gobierno. Axel Kicillof consideró inevitable una negociación con ellos, pero critica a los sciolistas que proponen lo mismo. "La diferencia está en las palabras, en cierta terminología", resume Scioli.

El swap con Brasil es la aceptación implícita de Scioli de que las reservas de dólares son una miseria. Macri es más expeditivo: "Nos dejarán un Banco Central vaciado, quebrado". No es pesimista, sin embargo. Recibió un mensaje del gobierno de Washington de que está dispuesto a ayudarlo en los asuntos económicos y en la lucha contra el narcotráfico. "Tendremos que administrar el ingreso de dólares para que una cantidad enorme no termine afectando la economía", confía Macri. Considera una irresponsabilidad demorar 100 días el levantamiento del cepo. "¿Qué harán en enero los productores rurales? ¿Seguiremos con la plata guardada en los silobolsas?", protesta. Macri cree que hay que seducir primero a los argentinos que tienen 400.000 millones de dólares fuera del sistema financiero. Piensa en un oferta definitiva de regularización impositiva. Scioli está convencido de que él por sí solo será una garantía para los inversores. "Soy responsable y previsible", se ufana.

Hay algo en común entre Macri y Scioli: ninguno quiere un superministro de Economía para un eventual gobierno suyo. Macri pone un ejemplo de lo que no sucederá: "No habrá un Cavallo". ¿Es cierto que Alfonso Prat-Gay podría ser su ministro de Economía? "No lo decidí todavía", contesta, seco. A su lado, deslizan que Prat-Gay aspira a otro cargo: ser canciller. Scioli aprovecha el caso de la economía para mostrarse liberado de tutelajes: "Silvina Batakis, Alberto Pérez y Ricardo Casal serán mis ministros. ¿Quieren un gobierno más de Scioli que ése?", se regodea Scioli. Es su manera oblicua de decir que Cristina no será su madrastra.

La pelea es ahora por otros cargos. Macri recibió una propuesta de Cristina para integrar la Corte Suprema, que quedará con dos vacantes el 11 de diciembre. Un candidato provendría de la caldera kirchnerista y otro sería un "radical muy prestigioso". Macri escuchó hasta que sonó el nombre del prestigioso radical que deslizó el enviado de Cristina: Carlos Maestro, un ex gobernador de Chubut que siempre cultivó la relación con el peronismo. "¿Acaso Cristina quiere nombrar a su candidato y también al de la oposición?", estalló antes de cerrar cualquier conversación sobre el tema. Macri está seguro de que la Corte necesita dos constitucionalistas de prestigio y no componendas políticas. Scioli es más cauto. "No pensé en nadie", contesta sobre la futura integración de la Corte. ¿Sabe que Cristina piensa proponer, antes de irse, a esos dos futuros miembros? Sí. "Es su derecho. ¿O no?", responde Scioli, lacónico.

Hay otro tema que enardece a uno e incomoda al otro. Tiene nombre y apellido: Aníbal Fernández. Macri se enfurece por el silencio de la política en general (de todos sus componentes partidarios, sociales y diplomáticos) ante la posibilidad de que acceda a la gobernación de Buenos Aires un funcionario investigado por complicidades con el narcotráfico. Sólo la Iglesia ha hecho saber su posición crítica. "No podemos ser hipócritas. La Iglesia tiene una posición tomada contra el narcotráfico", explica un importante obispo argentino. ¿Sabe Scioli que la Iglesia del papa Francisco tiene esa posición? "Sí", acepta sin ganas. Pero confía en que las condiciones políticas de Aníbal lo llevarán a sobreactuar en el combate contra el narcotráfico. Para peor, el juez Claudio Bonadio (un viejo amigo personal del Papa) acaba de llamar a declaración indagatoria a Aníbal Fernández para el 18 de noviembre. Bonadio tiene una jurisprudencia propia como juez: siempre tiene el procesamiento redactado cuando llama a indagatoria a un funcionario importante. Aníbal podría asumir la gobernación, si ganara, procesado por presuntos hechos de corrupción.

Han llegado al final dos sobrevivientes, aunque con distinta intensidad. Néstor Kirchner vapuleó a Scioli como vicepresidente semanas después de asumir. Cristina fue con Scioli peor que su marido. Ahora tiene la costumbre de convocarlo a última hora a sus actos. "Daniel va a hablar", conceden los mensajeros de la patrona. ¿Y? ¿Por qué lo decide ella? ¿Acaso no es Scioli el candidato a presidente? Scioli mira para otro lado. Así sobrevivió. Macri, en cambio, se siente el político más perseguido por el kirchnerismo. "Durante diez años viví bajo una lluvia permanente de difamación. Desde 6,7,8, desde Télam y ahora también desde los medios de Cristóbal López", se crispa. En una semana reciente, el cristinismo le plantó 16 denuncias penales en cinco días.

En efecto, los dos sobrevivieron. Ambos estaban condenados por el kirchnerismo a morir en el camino de la política. Lograron durar, aunque con consecuencias electorales. Uno decidió quemarse en el fuego de la cercanía sin condiciones. Al otro, flagelado por la distancia, el cristinismo lo convirtió en una caricatura ideológica y política.


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