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DEBATE
Villalonga: Ni Scioli ni Macri. Van der Kooy: fuego entre los K y el sciolismo
27/10/2015

Ni Scioli ni Macri, la gente

La Gaceta Mercantil

Julio Villalonga

Enterrada hace ya muchos años la categoría “pueblo”, los argentinos de a pie se despertaron este lunes con los temblores provocados por el “terremoto Cambiemos” que muchos de ellos propiciaron. El castigo al kirchnerismo fue notable, particularmente en las provincias de Buenos Aires y Córdoba, pero con el paso de las horas parece claro que queda un largo camino por recorrer, aunque hoy todos aseguren que la “ola amarilla” se llevará por delante sin miramientos a la “ola naranja”.

El dato central de esta elección es que los candidatos elegidos por –o directamente vinculados a– Cristina Kirchner –Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires o Máximo Kirchner en Santa Cruz, por citar sólo dos casos emblemáticos– recibieron una cachetada de parte de un electorado cansado por las formas y el fondo de una década larga de kirchnerismo en el poder.

Un primer análisis permite comprobar que, sin embargo, los seguidores del “modelo” siguen siendo una primera minoría significativa: los días que vienen permitirán discernir cuánto de los 36 puntos recaudados por Scioli le pertenecen a él y cuánto al kirchnerismo duro.

Lo que está claro es que este domingo hubo un 20 por ciento del electorado que no estuvo dispuesto a darle su voto a Scioli o a Macri, y que depositó en las urnas cuatro millones de boletas que ahora estarán en disputa. La pretensión de Sergio Massa acerca de que esos votos le pertenecen es tan tirada de los pelos como la de afirmar que nada de ese caudal se inclinará en el sentido en que el líder del Frente Renovador lo sugiera.

En realidad, los que votaron a Massa lo hicieron por dos razones esenciales: 1. Estaban hastiados del kirchnerismo y consideraban que Scioli era la continuidad de Cristina; y 2. Son peronistas y jamás votarían a un “gorila” como Macri. Massa les dio la coartada para dirigir su enojo y sólo al final de la campaña caló la idea de que había verdaderamente un “voto útil” para castigar al kirchnerismo y a Scioli, lo que filtró dos o tres puntos más del massismo al macrismo y terminó por acercar tanto a Cambiemos de la candidatura de Scioli. Es política-ficción especular sobre lo que habría ocurrido con dos semanas más de campaña, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta que ahora ese proceso continúa aunque solo con dos contendientes en lugar de tres.

Esta “anomalía”, la que planteó una contienda electoral entre tres candidatos parejos –y muy parecidos–, estaba condenada a decantarse entre los dos que finalmente se enfrentarán el próximo 22 de noviembre. El fenómeno "subterráneo" de la decantación por Macri volvió a mostrar que las herramientas que utilizan los encuestadores, por pensar bien, requieren una adecuación.

Ahora bien, ¿cómo llega uno y otro?

Iremos por partes. Macri comienza esta nueva campaña en ascenso, pero más allá de las primeras horas de euforia mantiene los interrogantes que traía antes de este domingo, aunque sin duda no es lo mismo encarar una segunda vuelta a dos puntos de distancia que a ocho o a diez. Macri deberá convencer a los que votaron a Massa –y a los que lo hicieron por Margarita Stolbizer; la izquierda ya anunció que mandará a sus militantes a votar en blanco, lo que anticipadamente favorece a Scioli– de que está en condiciones de gobernar un país con dos o tres peronismos enfrente. El triunfo en territorio bonaerense, donde el peronismo gobernaba desde hace 28 años, da cuenta de un dato electoral novedoso pero mantiene un enorme signo de pregunta alrededor de si sigue vigente el mandato de que el PJ está “condenado” a gobernar la Argentina. Y que cualquier otra fuerza política no garantiza la gobernabilidad.

El hecho de que el peronismo aparezca partido entre kirchneristas y no kirchneristas no es garantía de que, frente a un eventual gobierno de Cambiemos, no terminarían operando unidos, como lo han hecho en tantas otras ocasiones. Claramente los mercados se sienten eufóricos ante la posibilidad de que Macri llegue a la Presidencia, lo que no está claro es “si es bueno o es malo para el pueblo judío”, como planteaba el chiste.

Aquí es donde comienzan a bifurcarse los senderos. Los reacomodamientos hacia adentro del peronismo ya tienen lugar en estas horas. Ni todos los que fueron electos en listas “kirchneristas” lo serán a pie juntillas a partir del 10 de diciembre, ni todos los que llegaron por Massa se pondrán anteojeras cuando se sienten en sus bancas.

En este punto reside la capacidad de negociación del líder renovador (que se apropió de esta palabra con propuestas que atrasan, lo que sin duda es mérito de sus asesores de imagen). No se trata de su capacidad de traccionar votos para Scioli o para Macri sino de su voluntad de negociar un futuro apoyo a cambio de espacios de poder. En Europa a esto se le llamaría coalición, y hoy Massa está tan dispuesto a integrarla con sciolistas como con macristas, más allá de lo que diga públicamente.

En una paradoja de la vida Massa vuelve a su origen, allá en los 90, en la Unión de Centro Democrático de Álvaro Alzogaray, agrupación que lo tuvo entre sus adherentes juveniles. Se convertiría en un árbitro, como la UCeDé en su momento, la que vendió a buen precio esa postura. Pero el antikirchnerismo de los massistas, como buenos conversos, es aún mayor que el de muchos radicales y macristas, lo que podría anticipar en buena medida su voto y le daría la razón a quienes anticipan un triunfo glamoroso de Cambiemos en el ballottage.

(Volviendo a Macri, otra cosa es imaginar cómo sería la cohabitación entre la UCR y la CC, el PRO y el Frente Renovador, lo que añade incertidumbre. Y en cuanto a los errores y horrores de la campaña, atribuibles a la Presidenta, sin duda la elección de Aníbal F. y su segundo, Sabbatella, puede inscribirse en los anales de la política argentina. Fue un disparo en el pié y no es la demostración, como señalan los más conspirativos, de que CFK deseaba que ganara Macri).

Del lado de Scioli la tarea no parece fácil. Debe convencer a los massistas de que un gobierno suyo no será cristinista. La nominación de sus ministros estuvo dirigida a dar una señal en ese sentido pero no parece haber llegado muy profundamente el mensaje. O no fue creíble la movida, después de semanas de demostración de fe kirchnerista. El sciolismo caminaba en la cuerda floja: si seguía excesivamente la estela del kirchnerismo, podía perder votos “por derecha” (lo que sin duda ocurrió); si se mostraba demasiado heterodoxo, podía alejar a los K de paladar negro (lo que también parece haber ocurrido).

En las primeras horas después del shock por el resultado de la elección, los referentes de Cambiemos –básicamente los macristas– salieron a advertir, a coro, que son previsibles y un cambio claro con respecto a lo que hay. Y le bajaron el tono a la discusión de si debe haber shock o gradualismo, lo que se reduciría a anticipar si devaluarán de inmediato y cuánto, o si lo harán a lo largo del primer año de la nueva Administración.

En estos matices se definirá la segunda vuelta.

* Director de gacetamercantil.com

Ya hay fuego entre los K y el sciolismo

Clarín

Eduardo van der Kooy

El kirchnerismo no ha salido todavía de su estado de shock. Cristina Fernández sigue recluida en el silencio. Aníbal Fernández y La Cámpora empezaron a disparar sus primeros fuegos por la derrota electoral, sobre todo en Buenos Aires, dirigidos hacia Daniel Scioli. El candidato K, luego de dormir apenas tres horas en la madrugada de ayer, intentó sorprender reapareciendo con un desafío a Mauricio Macri para un debate público. El ingeniero aceptó de inmediato y la burbuja se pinchó.
Scioli debe circular sobre un camino de cornisa para llegar con posibilidades al 22 de noviembre. Tal vez, su mayor problema no vayan a ser las curvas y los abismos que le pueda plantar sorpresivamente Macri. Aníbal se encargó, en ese sentido, de ofrecer la primera pista. Saludó el triunfo de la “señora Vidal” (María Eugenia) y adjudicó buena parte de los motivos de su derrota al fuego amigo. Un libreto que amasó con los militantes de La Cámpora el domingo por la noche en la soledad de un hotel céntrico entre café y riego de buena bebida, mientras en el Luna Park unos cientos de militantes asistían al funeral electoral.
Las municiones del jefe de Gabinete tuvieron tres blancos. El primero fue el propio Scioli. Según su óptica, el fracaso en Buenos Aires no habría obedecido únicamente a su pésima imagen. También, a las falencias de administración del gobernador. Reparó en lo ocurrido en La Plata donde el macrista Julio Garro aplastó a Pablo Bruera y se consagró nuevo intendente. Allí el sciolismo nunca pudo volver frente a la opinión pública de la trágica inundación de abril del 2013, cuando se produjeron 89 muertos, según el juez de esa ciudad, Luis Arias. El gobierno platense admitió sólo 51 víctimas. “Daniel no tuvo peor idea que subirse a un avión después de ganar las PASO, cuando Buenos Aires estaba inundada de nuevo”, se encargó de memorar Aníbal.
Los palos volaron también contra Florencio Randazzo, el ministro de Interior y Transporte, y Julián Domínguez, el titular de la Cámara de Diputados. El Frente para la Victoria perdió de modo sorpresivo en Chivilcoy, la tierra natal de Randazzo. El verdugo no fue allí un macrista. Guillermo Britos, que se quedó con la intendencia, responde a Sergio Massa. No fue la única mala noticia allí. Felipe Solá doblegó también a Aníbal. Y se sacó el gusto en el terruño de sus ancestros. El jefe de Gabinete acusa a Randazzo de no haber puesto energía en la campaña. El ministro de Interior, tal vez, no pudo olvidar hasta el domingo a la noche que Aníbal fue uno de los sepultureros delante de Cristina de su entusiasmo para enfrentar a Scioli en la interna del FpV.
Con Domínguez, en cambio, las cuitas tendrían otra espesura. Aunque el escrutinio también resultó desfavorable. Allí ganó la intendencia el postulante macrista, Víctor Aiola, y los laureles para la gobernación se los llevó Vidal. La intriga sería porque Aníbal perdió alrededor de un 6% del total de votos que el FpV había juntando en la interna que en agosto le ganó a Domínguez. El reproche sería similar al que cayó sobre Randazzo: supuesta falta de dedicación para apuntalar al jefe de Gabinete. También habían quedado en esa relación, como con Randazzo, algunos asuntos pendientes. Domínguez aceptó en aquella oportunidad la derrota presintiendo que había resultado estafado. Pero se tuvo que amordazar para no quedar emparentado con las denuncias que Macri y Solá derramaron sobre irregularidades en el escrutinio provincial. La Junta Electoral, en parte, terminó por darle la razón al ex gobernador.
Domínguez estuvo al lado de Scioli en la campaña mucho más que Aníbal. El gobernador intentó utilizarlo como un contrapeso por la carga pública que representó la mala imagen del quilmeño. Fue premiado con un hipotético ministerio de Industria para el próximo gobierno, que después del domingo quedó más lejos y deberá superar aún la prueba del balotaje.
Ese será, a lo mejor, otro de los replanteos a que estará obligado Scioli en las semanas que se avecinan. Diseñó un equipo de ministros para fortalecer su imagen y transmitir algún grado de autonomía. Imaginó captar de ese modo una tajada de electorado que lo hubiese permitido consagrarse en la primera vuelta. No consiguió ninguna de las tres cosas. Y fue señalado por los ultra K por su presunto “giro a la de derecha”. Quizás esa transmutación abrió la sinceridad de los intelectuales de Carta Abierta que confesaron que lo votarían con desgarro. ¿Lo habrán votado, de verdad?
Antes de revisar aquel elenco, el candidato K deberá ocupar su tiempo con otras prioridades. Estaría descartado cualquier esfuerzo postrero por diferenciarse de Cristina. Hasta podría ser tardío. Tampoco se lo permitiría Carlos Zannini, su compañero de fórmula. El único dirigente que pudo dialogar con la Presidenta desde que las elecciones del domingo se convirtieron en un episodio aciago para los K. Scioli trataría como prioridad recrear un clima favorable que se enrareció con la inesperada escalada de Macri y de Vidal.
La devastación bonaerense no sería un problema menor para él. Sobre todo en los bastiones del Conurbano, donde el macrismo desplazó a los viejos barones. ¿Quién se ocupará de nosotros?, interpeló el gobernador a su equipo de campaña.
Scioli repitió ayer su convocatoria a los indecisos. Incluso a los votantes de Margarita Stolbizer, Adolfo Rodríguez Saá y Nicolás del Caño. Una formalidad que ocultaría su interés por la verdadera presa: los más de 20 puntos que retuvo Massa.
Un intendente que está siempre al lado de Scioli le hizo llegar ayer mismo un mensaje al líder del Frente Renovador para entablar una negociación. La respuesta no resultó grata: “Decile que está loco”, contestó el diputado. El calificativo que empleó no fue exactamente ese. Siempre que le hablan del gobernador, vaya a saberse por qué, recuerda el robo que sufrió en su casa en vísperas de las legislativas del 2013.
Massa siente que posee un tesoro político. Pero el giro de la elección del domingo le habría concedido cotizaciones distintas. Valdría mucho más para Scioli que para Macri. El acortamiento de la diferencia y la impresionante barrida de Vidal en el principal distrito electoral harían suponer al macrismo que esos votos podrían fluir en noviembre con bastante naturalidad. Macri, pese a eso, tampoco se olvida de Massa.
El dirigente de Tigre no pretendería apresurarse. Para definir una postura se tomará su tiempo junto a su círculo rojo. Escuchará la opinión de los más íntimos colaboradores, como José Manuel de la Sota y recién después decidirá. Observados los resultados del domingo en dicha provincia, donde Macri arrasó, el gobernador desearía algún gesto simpático hacia él. 
Massa establecería diez puntos de una agenda mínima y los pondrá a consideración de ambos candidatos. Pero no pareciera dispuesto a tomar partido franco por uno de ellos. Porque, con sentido común, entendería que sus votantes no poseerían ningún propietario. Aunque desearía instalar la idea, con un golpe de imagen, que desgranó el domingo. ¿Cuál? Que estaría comenzando en la Argentina un nuevo ciclo político. Habrá que ver con qué destreza la ejecuta.


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