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OPINIÓN
Olivera: un salto a la vereda del sol. Findanza: polarizaciones y desafíos. Scibona: roles cambiados
31/10/2015

Un salto a la vereda que calienta el sol

La Nación

Francisco Olivera

El domingo hubo festejos en la cárcel. Atento al resultado electoral, Martín Lanatta, uno de los condenados a perpetua por el triple asesinato de General Rodríguez, se sobresaltó frente al televisor del penal de General Alvear. Y, allí, mientras la pantalla mostraba a los incrédulos que María Eugenia Vidal le llevaba cinco puntos de ventaja en la provincia de Buenos Aires a Aníbal Fernández, sobrevino lo insólito: un guardiacárcel abrió la celda y se abrazó con el prisionero.

La derrota bonaerense provocó en el Frente para la Victoria una implosión. No sólo porque despojó a La Cámpora de lo que suponía su próximo bastión de poder, sino porque nadie, ni el kirchnerista más informado, había intuido la paliza. Se excedieron de optimismo. Acababan de pasar las 18 y, con los comicios cerrados, Carlos Zannini entró en la suite de tres ambientes que Aníbal Fernández y camporistas ocupaban en el hotel Intercontinental, a varias cuadras del Luna Park, donde aguardaba Daniel Scioli. "¡A ver..., dónde está mi gobernador!", saludó. Hubo gritos de alegría. Mariano Recalde, presidente de Aerolíneas Argentinas, teatralizó incluso un gesto obsceno en señal de victoria: el puño agitado de arriba abajo, la boca abierta.

Bad information: estaba pasando lo contrario. El kirchnerismo no sale de su estupor desde entonces. Su desesperación se esconde en los detalles. Esta semana, Scioli acordó con Twitter Argentina un hashtag para promocionar su debate con Macri.

En este desconcierto general hay que incluir también a las grandes empresas. Ese sector, el que más confianza tenía en el candidato del Gobierno, se dedica desde el lunes a repensar su política de asuntos públicos. No será la primera vez. El viraje tendrá un primer test el miércoles, cuando Sergio Massa vea a varios de ellos en el hotel Alvear. El Centro Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp), organizador del foro, había cerrado ya este año su ciclo de almuerzos con políticos, pero creyó necesario reabrirlo para quien supone elector del ballottage, que además anticipó que no respaldará a Scioli.

La voltereta del establishment no será sencilla. Existen con Macri viejos recelos mutuos, algunos de los cuales emergieron en el último tramo de la campaña. Al candidato siempre le molestó, por ejemplo, que sus pares empresarios no vieran en él a un político sino a un amateur a quien pueden acribillar a consejos cada vez que ven. Él tampoco pierde la oportunidad de recordarles que le gustaría que tuvieran, en lo posible, algunas virtudes de los industriales de Brasil. Lo hizo hace varios años en la casa de Federico Nicholson (Ledesma), donde terminó exasperando a José Ignacio de Mendiguren. "¿Vos querés que vayamos a lo que pasó en cada país desde Juscelino Kubitschek y Arturo Frondizi, cuando ambos teníamos el mismo PBI?", le contestó el textil.

Macri acusa a los hombres de negocios de ir a visitarlo con múltiples quejas y empatías mientras que, por detrás, respaldan a Scioli. Hace un mes tuvo un contrapunto con Paolo Rocca, líder de Techint, pero venía ya de explotar de furia en agosto, cuando leyó que Héctor Méndez, todavía presidente de la Unión Industrial Argentina, lo comparaba con Scioli: "A Macri lo veo con menos vocación industrial, no ha sido cariñoso con nosotros".

No es que las corporaciones no coincidan con él en muchos aspectos de fondo. Pero casi todos descreen de recetas fuera del peronismo y de la viabilidad de una política de shock. "El círculo rojo no entiende nada: acá no hay ni mil votos", dijo el líder de Pro a los periodistas la última vez que estuvo en el Cicyp.

Amoldarse les llevará a ambas partes un tiempo. Si gana, Macri quiere dejar en manos de Francisco Cabrera, hombre de buena relación con los empresarios, el Ministerio de Industria. Pero será imposible evitar algunas sorpresas. Por ejemplo con su esquema de decisiones, el opuesto al kirchnerista. Muchos industriales argentinos podrán quejarse del tipo de cambio sobrevaluado, pero rechazan su idea de liberar el cepo de manera inmediata y completa. ¿Hace falta incluir en esa primera etapa a todos los ahorristas?, se preguntan. Ése es el meollo de la preferencia fabril por el gradualismo. Preferirían que cada situación se analizara por separado. Es entendible: se han habituado a los vaivenes de Guillermo Moreno y Axel Kicillof y privilegian la relación personal con el regulador. Muchos ejecutivos fueron en estos años valorados en sus compañías independientemente del cargo, sólo por la relación que mantenían con Moreno, De Vido o Kicillof. ¿Qué mejor entonces que la postura de Scioli, que les promete que del cepo se saldrá de modo no traumático, pero que no faltarán dólares para nadie?

Cambiemos ya discutió internamente estas cuestiones. La última vez fue hace unas semanas en el hotel NH Bolívar, donde se reunió todo el equipo económico. Estaban Miguel Kiguel, Carlos Melconian, Federico Sturzenegger, Javier González Fraga, Rogelio Frigerio, Adrián Ramos y Alfonso Prat-Gay, entre otros. Sturzenegger, encargado de exponer el plan, coincidió allí con Prat-Gay en que una devaluación no generaría un salto en los precios porque, dijo, la economía ya se maneja con costos de dólar paralelo, no oficial. Hay evidencias técnicas de que la discusión por el tipo de cambio no es relevante, agregó, porque la Argentina no tiene el déficit de cuenta corriente ni de Brasil ni de los 90. "El país está ajustado; lo que tiene que liberar es la restricción externa", concluyó. Pero el ala radical del equipo teme el traslado a los precios.

En la lista de desencuentros con las corporaciones habría que agregar una promesa de campaña que podría cambiar la historia del país: una ley del arrepentido para los casos de corrupción, mecanismo que tiene a maltraer a la clase política y empresarial de Brasil. ¿Está la dirigencia argentina preparada para ese sinceramiento? Macri contará en la tarea con un vigía poco propenso al silencio: Elisa Carrió.

En público, los empresarios acompañan esa iniciativa que en el fondo los espanta. A veces lo más incómodo, incluso en circunstancias complejas y ante gobiernos estrafalarios, es lidiar con la propia debilidad.

Polarizaciones y desafíos, rumbo al ballottage

La Nación

Eduardo Fidanza

Aún con imperfecciones, la democracia argentina avanza y está a punto de develar quien será el sucesor de Cristina Kirchner. Concluye un régimen que, más allá de sus aciertos y errores, registrará la historia. En esa circunstancia, el sistema político se mostró dinámico, con capacidad de suscitar sorpresa y alternancia. Los resultados del domingo pasado adquieren, por eso, una significación inusual. En primer lugar, un partido nuevo, Pro, desbancó al peronismo en su bastión principal, la provincia de Buenos Aires, arrebatándole el poder después de 28 años. En segundo lugar, el radicalismo conquistó la provincia de Jujuy, que había sido gobernada por el peronismo en las últimas tres décadas. En tercer lugar, una cantidad de intendentes peronistas resultaron derrotados por un grupo de dirigentes nuevos en la política, provenientes de los más variados ámbitos profesionales. Esta impresionante transición de poder político y territorial fue asimilada por los perdedores, hasta ahora, con acatamiento y serenidad.

En este contexto, ocurrió un hecho especialmente destacable: la sociedad bonaerense trazó un límite, recurriendo a un corte de boleta inédito en la historia electoral de la provincia. Le dijo no a Aníbal Fernández, un dirigente nocivo por antecedentes y sospechas, privándolo de la gobernación. Fernández, empleando un machismo característico, usó la prepotencia y el desprecio como método, sin que le importaran las acusaciones que pesaban sobre él. El destino le jugó una mala pasada: debió enfrentar a una mujer joven, cuyos valores fueron la frescura, la humildad, el empeño y la delicadeza. De este modo, el elector tuvo ante sí a dos arquetipos consagrados por la literatura: la bella heroína y el perverso antihéroe. Y tomó la decisión convencional: se identificó con lo que lucía y olía al bien y rechazó la apariencia, sino la certeza, del mal.

Pero ella no se rendirá fácilmente. El ballottage le sienta como anillo al dedo. Si bien denota la debilidad relativa de su partido, la coloca en el terreno que mejor responde a su naturaleza. Los cuatro discursos del jueves no dejan lugar a dudas. Una Cristina hiperbólica escenificó allí la inversión de Aníbal: si él representó el mal y la prepotencia machista, ella representará el bien, bajo la forma del cuidado y la función reparadora, arquetípicamente femeninas. En este empeño no es casual identificarse, como lo hizo, con tres sectores sociales incipientes, aunque subordinados: los pobres, las mujeres y los jóvenes. La Presidenta dio a entender que en ellos quisiera depositar su legado, más que en una persona concreta. Vuelve a resonar aquí la célebre frase de Perón: "Mi único heredero es el pueblo".

De acuerdo con esta lógica, poner como heredero al pueblo -un colectivo impersonal- requiere una operación ulterior: suprimir el nombre del eventual sucesor. La instrucción del líder a sus seguidores no contempla la personalización: cuando coloquen la boleta en la urna -enfatizó Cristina- no piensen en los individuos, piensen en los derechos. A lo largo del discurso se repite esta idea: no importan los nombres, importa el modelo; la política no es nombres, es conducta y acción.

La negación del nombre del sucesor no proviene, sin embargo, de una inquina personal, sino de una estratificación mitológica: ciertos seres pertenecen al Olimpo, el resto ocupa el lugar secundario de los mortales. El de Perón -un verdadero Zeus- junto al de Evita, Néstor Kirchner y el Che Guevara son los únicos nombres que se pueden y se deben pronunciar. A esa saga se sumará ahora Cristina, ya casi descarnada, en su escena final. Se cancela así la posibilidad de un sucesor humano: esta historia les concierne sólo a los dioses y al pueblo, una variante amorosa de la polarización.

Acaso éste sea el desafío de Daniel Scioli, tal vez más difícil que perder un brazo en el río y sobrevivir: rescatar su nombre, que la mitología populista le quiere arrebatar. No será fácil vencer si no lo logra, porque en la democracia moderna, y más aún en un ballottage, compiten personas antes que abstracciones. La intención de Cristina, sin embargo, es reducir al sucesor a un delegado del modelo, un gerente anónimo que administre las políticas que ella y su esposo diseñaron. Quedan pocos días para saber si el que emergió una vez de la desgracia puede, y quiere, burlar esta nueva circunstancia trágica que se cruza en su destino.

Con los roles cambiados

La nación

Néstor O. Scibona

Tuvo la precaución de evitar su 45» cadena nacional en el año, pero Cristina Kirchner no pudo asimilar que se le rompió su espejo mágico; el que mostraba un "modelo" supuestamente exitoso, sin problemas pasados ni futuros, que sólo era necesario continuar con otro apellido en la Casa Rosada y la custodia ideológica del kirchnerismo en el Congreso y organismos estatales clave. Hace una semana, esa imagen distorsionada fue votada por poco menos del 37% del padrón electoral, se hizo trizas en la decisiva provincia de Buenos Aires y en toda la zona Centro -desde el Río de la Plata hasta la Cordillera-, la más poblada y productiva del país.

Desde entonces cambió imprevistamente el tablero político. Pero no el discurso de CFK que, ante los militantes de La Cámpora en la noche del jueves, no hizo autocrítica ni mención alguna a su candidato, ausente en esa puesta en escena a diferencia de Aníbal Fernández y Amado Boudou. Sólo advertencias tremendistas al casi 64% de los votantes que apostaron a un cambio de estilo político y rumbo económico. Un favor a Mauricio Macri. Y una carga extra para la ambigua táctica de Daniel Scioli, de alinearse y diferenciarse alternativamente del kirchnerismo.

Aun así, nadie cree que Macri ni mucho menos Scioli sincerarán allí con demasiada crudeza las hipotecas que dejará la era K, y serán la mismas para cualquiera de los dos. En todo caso sería un avance escuchar sus diagnósticos para determinar cuánto se aproximan o se alejan de la realidad. Más difícil será que expliquen con números los costos y beneficios de sus principales propuestas. Durante la gestión de CFK, buena parte de la sociedad se habituó a cifras impresionantes de gasto público, como si no hubiera límites y nadie pagara las cuentas, con impuestos o inflación. El mapa electoral del domingo dio la pauta de quiénes se beneficiaron y se perjudicaron. El desafío será cómo redistribuir las cargas.

El candidato de Cambiemos cuenta con el implícito apoyo del bloque de UNA, que no pondría palos en la rueda en la reforma del Indec, una nueva carta orgánica del BCRA, las leyes que impiden reabrir la negociación con los holdouts y un nuevo presupuesto 2016, en reemplazo de la ficción que la mayoría oficialista en el Senado acaba de convertir en ley. En el caso de Scioli, avanzar en estos terrenos implicaría reabrir el conflicto político latente dentro del oficialismo, ya manifestado prematuramente en estos días y que ahora se trata de contener precariamente hasta el 22 de noviembre. Si gana, el apoyo de los gobernadores del PJ será decisivo en el Congreso.

Para Macri, la prioridad inmediata es terminar de definir su equipo económico, que no anunciará antes del ballottage. Además de reequipar al gabinete porteño, también deberá hacerlo en la provincia de Buenos Aires. Si se impone en la segunda vuelta, Cambiemos pasará a administrar los tres mayores presupuestos del país. Aquí no se descarta la incorporación de algunos funcionarios de UNA con experiencia en la función pública y, principalmente, en organismos de control a cargo de la oposición.

Mientras tanto, el equipo técnico sigue debatiendo las características del "plan económico integral" (fiscal, monetario y externo) que será condición necesaria para levantar el cepo y disponer un tipo de cambio único a partir del 10 de diciembre que, según afirman, es una decisión política de Macri. La apuesta es movilizar la oferta de divisas a través de dólares atesorados y producción agrícola retenida. Para contrarrestar la ausencia de reservas netas del BCRA y evitar una excesiva volatilidad cambiaria, se barajarían opciones como colocar deuda en los mercados con garantía colateral de organismos multilaterales o bien un préstamo puente del Tesoro de los EE.UU. Esto supone además renegociar el stock de importaciones impagas y utilidades sin girar, a través de bonos a mediano y largo plazo.

Sin embargo, este plan está siendo calibrado por el agravamiento de la herencia que dejará el gobierno de CFK y se traducirá a corto plazo en una inundación de pesos que condicionará al que lo suceda.

Por un lado, ya se preveía que a mediados de diciembre el BCRA deberá emitir no menos de 50.000 millones de pesos para que el Tesoro pueda atender los pagos de sueldos, jubilaciones y aguinaldos del sector público. Pero ahora, con las crecientes ventas de dólar en los mercados de futuro que viene realizando el BCRA (un virtual seguro de cambio a precios de remate), en los primeros meses de 2016 podría producirse una emisión similar o superior. Según la consultora Analytica (que dirige Ricardo Delgado, integrante del equipo de Massa), esos contratos que se liquidan en pesos pasaron de 3200 millones de dólares en junio a casi 12.000 millones la semana última, a un precio de $ 10,80 por dólar para marzo. Si el tipo de cambio oficial se ubica entonces en $ 13, la emisión del BCRA para cubrirlos alcanzaría a $ 24.000 millones; se elevaría a $ 35.000 con un dólar a $ 14; a casi $ 46.000 con una cotización de $ 15, y a nada menos que $ 57.800 si llegara a $ 16, similar a la actual del paralelo. Una perspectiva que ya conspira seriamente contra la estabilización del mercado cambiario, antes de que se sepa quién será el próximo presidente.


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