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ANÁLISIS
Olivera: repliegue K. Morales Solá: peor rostro del peronismo. Scibona: imagen mata contenido
14/11/2015

El repliegue K es un nudo gordiano

La Nación

Francisco Olivera

Es una costumbre del conurbano: empresas de consumo masivo empezaron ya a tomar recaudos ante las clásicas tensiones de diciembre. Preparan canastas navideñas o, como lo definen los punteros políticos, "aguinaldo para todos". La seguridad se paga en la provincia de Buenos Aires por triple vía: impuestos, agencias privadas y alguna colaboración a comisarías o gendarmes para conseguir rapidez ante imponderables.

A escala nacional, el repliegue territorial peronista podría equipararse a la implosión administrativa que, sea quien fuere el ganador del ballottage, tanto Scioli como Macri proyectan para el kirchnerismo. En menos de un mes, el equipo de Axel Kicillof quedará desmembrado entre universidades, institutos, consultoras o el Congreso incluso si gana el candidato del Frente para la Victoria. Ningún empresario duda de esa retirada que tiene, por otra parte, consecuencias administrativas y políticas.

Con varios aumentos retenidos, habrá que prestar atención a esas dos semanas de jubileo en las que toda suba será adjudicada al gobierno que se va.

Ambos candidatos afrontan este limbo desde perspectivas diferentes. Macri percibe el replanteo en la estrategia de relacionamiento que muchas corporaciones venían aplicando hasta la primera vuelta. Es un sector con que el líder de Pro tiene todavía recelos. "No fue una buena reunión", había contado en la intimidad hace un par de meses, luego de volver de la casa que Paolo Rocca, líder de Techint, tiene en Martínez. Su convivencia con el grupo siderúrgico venía condicionada por las discusiones que, en el transcurso de este año, tuvo Daniel Chaín, ministro de Desarrollo Urbano porteño, por el avance de las obras del Subte H. A Rocca llegó a molestarle incluso que Macri fuera una vez a verlo acompañado por otras personas.

El candidato de Cambiemos empezó ya recomponer con el establishment. Aunque en algunos casos todo haya sido un malentendido: antes de la primera vuelta, lo que desde el macrismo se llegó a interpretar como preferencia por Scioli fue en realidad apuro empresarial por llevarse bien con quien estaba mejor en las encuestas. Lo explicó un fabricante nacional: "Hasta hace unas semanas, aparecer con Macri en una foto tenía un costo económico para nosotros, porque dependemos de que nos autoricen importaciones o aumentos de precios". Delicias del comercio administrado.

El resultado del 25 de octubre cambió para todos el escenario. Desde entonces, por ejemplo, antes de pensar en los desajustes económicos que podría heredar, Scioli debe prestarle atención al reparto de culpas que empezó en el PJ a partir de la derrota en la provincia de Buenos Aires, donde el kirchnerismo pretendía erigir su fortaleza hasta volver en 2019. Son replanteos internos que no contemplan lealtades: en Aerolíneas Argentinas, bastión de La Cámpora, ya responsabilizan a Aníbal Fernández de la incertidumbre en que cayó el modelo productivo de acumulación con matriz diversificada e inclusión social.

Por primera vez en muchos años, esos pases de factura desafían el verticalismo dictado por la Presidenta, para quien la performance de la primera vuelta se debe todavía a que Scioli "perdió el contacto con la gente" porque "pensó que bastaba con llevarse bien con los medios de comunicación". Es la primera novedad del cambio de ciclo: el Frente para la Victoria no tiene conductor. Cerca de Scioli, mientras tanto, atribuyen todo a los ruidos que el kirchnerismo genera en una campaña que imaginaban más sencilla, porque subestiman a Macri. "Vamos a perder contra nadie", se lamentaba el miércoles un ministro bonaerense. Una característica del fin de cualquier batalla: los entendidos dicen que el momento de mayores bajas sobreviene al final, cuando la tropa que perdió se repliega y desguarnece.

Al próximo presidente le espera entonces en la Nación el mismo desafío que a Vidal en la provincia: lidiar con el desmadre de la gestión anterior y, tan relevante en estos tiempos, convencer a la población de que el ajuste será ajeno y previo. ¿Reconocer un problema es haberlo generado? El dilema no es nuevo. Carlos Leyba, subsecretario de Programación y Coordinación del Palacio de Hacienda durante el tercer gobierno de Perón, ha dedicado su vida a lapidar lo que cree una leyenda económica: la gestión de quien entonces era su jefe, José Ber Gelbard, no fue, como suele decirse, lo que desencadenó el Rodrigazo meses después. En su libro Economía y política en el tercer gobierno de Perón, Ley-ba plantea que aquel programa sustentado en un acuerdo social necesitaba ser administrado, pero que tuvo la desgracia de toparse con un obstáculo fatal: renunciado Gelbard, cayó durante siete meses en manos de Alfredo Gómez Morales, un ortodoxo que despreciaba la política y las herramientas de su antecesor, y después en las de Celestino Rodrigo, que pagó los costos.

Esta discusión puede ser abstracta en el mundo, pero en la Argentina pone en juego la legitimidad de un gobierno. Cada vez que se discute el presupuesto, Barack Obama recibe de los republicanos críticas por haber tenido "imprudencia fiscal" con un déficit que recibió mayoritariamente de Bush. Aquí, cuando se intente salir del cepo cambiario, ¿será la inflación contenida la responsable de haber generado la devaluación?

Es el problema de los nudos gordianos. Necesitan de osados capaces de sentenciar, como Alejandro Magno en Frigia, que da lo mismo cortar que desatar.

La caída muestra el peor rostro del kirchnerismo

La Nación

Joaquín Morales Solá

La derrota probable está derrumbando la leyenda antes de tiempo. Personajes fanáticos, racistas y sexistas, que antes se escondían detrás del éxito electoral del peronismo kirchnerista, convierten sus deplorables frases en un crimen político contra su propio candidato. Los intendentes del conurbano se están despidiendo sin pagar sus deudas. No tienen dinero más que para los salarios. La Argentina de Cristina se queda sin dólares. Los pronósticos sobre la situación que heredaría el futuro gobierno le están cayendo encima a la propia Presidenta. Nuevas limitaciones para los que quieren viajar al exterior son otro atentado a las posibilidades de Daniel Scioli, necesitado como está de la clase media esquiva y cosmopolita.

¿Se equivocan los kirchneristas desesperados? Dirigentes razonables del peronismo y solidarios con Scioli (entre los que se cuentan no pocos gobernadores) creen que el oficialismo ha hecho una campaña perfecta para perder. Las encuestas les dan la razón. Las dos últimas mediciones hechas sobre el fin de semana indican que los números no se movieron: la diferencia sigue siendo entre 8 y 10 puntos porcentuales a favor de Macri. Incluso, la encuesta con menos diferencia, realizada por Hugo Haime, fue aclarada por su propio autor. Lo que se difundió fue sólo un aspecto parcial de su medición. La diferencia real, de acuerdo con la tendencia del voto, es de casi seis puntos, también a favor de Macri, según Haime. Es decir: Macri está ganando por una diferencia que recorre una franja de entre 6 y 10 puntos.

Una de esas encuestadoras midió también la imagen de los candidatos. Sorprende la modificación sustancial de esos números en Macri y Scioli. La imagen negativa de Macri cayó al 30% y su imagen positiva está en el 60%. El fenómeno más llamativo es el de Scoli, que nunca tuvo una imagen negativa de más del 20%. Ahora, y por primera vez en su historia política, la imagen negativa y la positiva del candidato oficialista son coincidentes: su percepción positiva es del 50% y la negativa es del 49%. Es un caso muy parecido al de Cristina Kirchner, que en los últimos años convivió con iguales porcentajes de imagen positiva y negativa.

La desesperación sucedió a la arrogancia. El kirchnerismo se preparó, hasta el 25 de octubre, para gobernar muchos años más. No eran sólo frases de tribuna. Aníbal Fernández estaba nombrando funcionarios en la provincia de Buenos Aires. Cristina Kirchner ofrecía cargos de embajadores políticos para después del 10 de diciembre y la designación de miembros de la Corte Suprema. Una semana antes de la primera vuelta, que al final destruyó la ilusión kirchnerista, Scioli hizo en La Plata una reunión electoral con 5000 delegados gremiales. Lo invitó a Aníbal Fernández. La respuesta de Aníbal: "No, Daniel, no voy a ir. No quiero deberte nada. Yo gano sin correr". Perdió por cinco puntos porcentuales en el distrito más inmenso del país. Ése es el tamaño de la tragedia kirchnerista.

Pasaron del triunfalismo al derrotismo. No hay dirigente peronista serio que piense hoy en una Argentina futura gobernada por un presidente que no sea Macri. Los que no son serios han dejado caer la vieja escenografía de un modelo exitoso. Los intendentes del conurbano, por ejemplo, ya no pagan los servicios más esenciales, ni a los recolectores de basura ni a los proveedores de los hospitales. "Scioli nos dijo que juntáramos plata sólo para pagar sueldos", dijo uno de esos intendentes. Es lo mismo que hizo el propio Scioli en la provincia. Juntar plata para pagar sueldos. Nada más. De hecho, la provincia de Buenos Aires figura última en la lista de inversión pública, con sólo un 5% de su presupuesto. Desesperados personalmente (la política ya está jugada para ellos), muchos intendentes cambiaron las corruptas reglas del juego. Han aumentado las cifras de los sobornos que piden para que una empresa abra instalaciones o sucursales en sus municipios. La caída de un régimen muestra siempre el peor rostro de lo que termina.

La culpa de Scioli es no haber denunciado el maltrato al que lo sometió durante años Cristina Kirchner. Ni siquiera le giraba a tiempo el dinero que le corresponde por la coparticipación federal. Hasta ahora, en medio de la decisiva campaña electoral, le retacea a Scioli los fondos que son de su provincia. La ministra de Economía de Scioli, Silvina Batakis, es una aspiradora que vacía de dinero a cualquier lugar del Estado provincial sólo para pagar los sueldos al día. El heroico y colosal modelo se encoge ahora a esos pobres menesteres.

En diciembre, mes en el que en gran parte gobernará otro presidente, el gobierno nacional deberá emitir 70.000 millones de pesos para pagar los gastos de un Estado tan enorme como ineficiente. Las limitaciones de dólares a las importaciones (en gran medida de insumos para la industria) y a los viajes al exterior significan que el Banco Central ya se está quedando sin dólares. No se necesita un gobierno nuevo para saber que las reservas son escasas o nulas.

Es cierto que parte de las reservas no desaparecerán. Por ejemplo, la de los encajes por los depósitos en dólares, que son unos 8000 millones de dólares. Son depósitos privados de argentinos (empresas precavidas y particulares asustados por la inseguridad). ¿Por qué se lo sacarían al próximo presidente si no se lo sacaron a Cristina? El problema es que esos dólares no son del Gobierno, sino de sus dueños. Cristina está gastando hasta el pasivo del Banco Central. No cambiará hasta el próximo domingo 22, cuando se sepa definitivamente quién será el próximo presidente.

El problema es qué sucederá después del 22. Si fuera cierta su certeza de que el presidente del Banco Central es intocable, Alejandro Vanoli tendrá desde ese día dos jefes: Cristina por dos semanas más y el presidente electo. Pero Vanoli sabe (y sabe bien) que Macri lo quiere echar. ¿Qué pasará entonces se fuera Macri el próximo presidente, como pronostica la unanimidad de las encuestas? ¿Cómo se resolverá esa anormalidad en la relación entre personas decisivas para llevar adelante cualquier plan económico? Vanoli no será presidente del Banco Central durante mucho tiempo, pero podría ser insalubre para los primeros días de la próxima administración.

Cristina se guardó -y se guardará- en los últimos días de campaña. No hay generosidad en ese gesto. Ella también presiente que al oficialismo lo aguarda la derrota. Que la derrota sea entonces de Scioli. Eso nunca pertenecerá a la verdad histórica. Pero el principal error de Scioli fue haberse atrincherado en el kirchnerismo para combatirlo personalmente a Macri. De esa manera, activó el mecanismo de la reacción en más del 60% de los argentinos que venían pidiendo un cambio. Si Scioli es kirchnerista y no expresa ningún cambio, ¿para qué votarlo a él? La campaña de Scioli es otra equivocación. Casi no habla de él y de lo que haría si llegara a la presidencia. Habla de Macri. Macri habla de Macri. Los dirigentes de Macri hablan de Macri. El gobierno y Cristina hablan de Macri. Y Scioli habla de Macri. Todos ayudan a Macri. Macri tendrá una deuda de gratitud con más opositores que leales si fuera el próximo presidente de la Argentina.

Imagen mata contenido

La nación

Nestor O. Scibona

La estructura acordada para el histórico debate presidencial de esta noche no deja demasiado margen para discutir a fondo las soluciones a los principales problemas argentinos ni tampoco la futura política económica. Mauricio Macri y Daniel Scioli deben elegir cómo aprovechar los exiguos dos minutos que dispondrán para exponer en cada uno de los cuatro temas ya definidos en el primer debate, cuando el candidato del FPV dejó el "atril vacío". Y se supone que las sorpresas pueden surgir de las preguntas y repreguntas que ambos intercambiarán durante otros seis minutos en cada bloque.

Todo indica que pasará a segundo plano la herencia económica que deja la era kirchnerista porque consumiría todo el tiempo, y que difícilmente alguno agregue anuncios a los ya conocidos, para no correr el riesgo de dar pasos en falso si el otro pide precisiones. De ahí en más, la incógnita está en los imponderables. Principalmente, en perder el control sobre cada libreto previa y minuciosamente preparado.

Scioli está obligado a arriesgar más y no sólo por su deserción en el debate del 4 de octubre ante la fallida perspectiva de ganar la presidencia en primera vuelta. Únicamente quienes lo votaron recuerdan que fue quien obtuvo más votos a nivel nacional hace tres semanas. La aritmética quedó desvirtuada por el vuelco de las expectativas que produjo el shock electoral del 25-O y la inesperada derrota del oficialismo en su propio distrito bonaerense. Los roles de favorito y retador quedaron invertidos.

Con este capital político a su favor, Macri puede permitirse hablar de los vientos de cambio como factor de ilusión y no de temor hacia el futuro, con mínimas apelaciones al beneficio de inventario sobre la herencia de la era K. No tiene por qué hacerse cargo del pasado, aunque no podrá eludir sus consecuencias sobre una economía repleta de desequilibrios, distorsiones, anormalidades y arbitrariedades. Pero lo contrarresta con un discurso que apunta a dejar atrás la división de la sociedad, la confrontación, el discurso único, el populismo cortoplacista y el aplastante peso del Estado sobre la actividad productiva.

Scioli la tiene más difícil como candidato elegido por Cristina Kirchner. Su discurso a favor de la continuidad -inviable- del "modelo" se ha ido diluyendo, pero sus promesas de cambios parciales no le alcanzan para inclinar la balanza a su favor y mostrar una imagen ganadora. Lo demuestra su campaña para el ballottage, con spots plagiados que disparan perdigones contra Macri y buscan congraciarse con Sergio Massa, quien apuesta a su derrota electoral para precipitar la renovación del PJ. Tampoco ha logrado despegarse de CFK, sus 45 cadenas nacionales ni de su participación como partenaire en muchos agresivos actos de campaña, aun cuando tardíamente acaba de decir lo que su entorno hace tiempo esperaba escuchar ("si gano yo, mando yo"), a contramano del kirchnerismo más duro (y el "voto por el proyecto").

Si bien la campaña negativa contra el candidato de Cambiemos permitió disimular el conflicto interno latente en el FPV, no evitó exabruptos de algunas figuras kirchneristas que dañan la imagen de Scioli ante los votantes moderados que busca captar.

Las contradicciones de Macri en el pasado tampoco son el mejor argumento para el debate de esta noche, especialmente ante el electorado más memorioso o mejor informado. Sencillamente, porque son ampliamente superadas por las del propio kirchnerismo en el poder y remiten a una arbitraria flexibilidad histórica.

Sin ir más lejos, en su última catarata de tuits para negar el cepo cambiario, CFK se congratuló porque haya aumentado 34% el número de argentinos que viajó al exterior, como si no fuera la prueba más evidente de un dólar barato y no de fortaleza económica. Lo mismo podría haber dicho en 2001 con Cavallo o en 1980 con Martínez de Hoz, antes de que esos históricos atrasos cambiarios acabaran con las reservas del Banco Central. No dijo, en cambio, que esta política hará esfumar este año el superávit comercial, porque las exportaciones no dejan de caer (serán casi US$ 20.000 millones más bajas que hace dos años). Pero sí exaltó las ventas récord de dólar-ahorro, como si no hubiera un virtual default comercial (con importaciones pendientes de pago por más de 9000 millones) ni estuviera frenado el giro de utilidades al exterior (por más de 11.000 millones), que desalientan la inversión que los candidatos proponen atraer.

Otro tanto ocurre con las advertencias oficiales sobre el efecto inflacionario de la unificación cambiaria que promete Macri si resulta electo y que depende del imprescindible plan económico que deberá acompañarla. Por devaluar sin ningún plan en enero de 2014, Kicillof catapultó la inflación a casi 40% anual y diluyó en ocho meses la mejora buscada en el tipo de cambio real, tras lo cual optó por una virtual "tablita" para ajustar el dólar a la mitad de la inflación mensual, pese a la revaluación del dólar frente a otras monedas. Curioso récord el del ministro de Economía favorito de CFK: en dos años de gestión impulsó la mayor devaluación de la era K (24%) y el mayor atraso cambiario real en 14 años. Aun así ya tiene asegurada su banca en Diputados.

Algo similar ocurre con otro diputado electo, Julio de Vido, que en un comunicado oficial acusó a Macri y a su referente energético (Juan José Aranguren) de despreciar la soberanía energética y el autoabastecimiento de hidrocarburos. Aquí sólo cabría preguntar quién fue el responsable del déficit energético, que erosiona diariamente las reservas del BCRA. O del traspaso en 2008 de parte de las acciones de Repsol en YPF al Grupo Eskenazi, a pagar con las propias utilidades de la empresa que se restaron de los planes de inversión durante cuatro años, antes de ser reestatizada. Aun así nadie piensa en una privatización como la que votaron CFK y Oscar Parrilli en los 90.

Difícilmente estos detalles tengan cabida en un debate tan cronometrado en exposiciones, preguntas y repreguntas, a una semana de la elección. Para los candidatos, la clave estará en los golpes de efecto y la imagen que proyecten por TV. Para el electorado, en cuánto se aproximen o se alejen del país real que, con su potencial y sus debilidades, sólo uno de ellos pasará a manejar dentro de apenas 24 días.


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