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DEBATE
Zlotogwiazda: Caperucita en problemas. Morales Solá: El laberinto de Scioli. Blanck: número final, la sorpresa
20/11/2015

Caperucita Roja en problemas

Cronista

Marcelo Zlotogwiazda

Se dijo que el peronismo perdió la provincia de Buenos Aires por el inusitado corte de boleta en contra de varios de los barones del conurbano.

Otra explicación fue que muchos votaron a Caperucita Roja porque no querían que ganara el lobo.
Y en la lista hay algunas otras causas que se plantean para entender esa sorpresiva y estrepitosa derrota del oficialismo.

Lo que llama la atención es la poca importancia que se le atribuye a la gestión de Daniel Scioli, una variable básica y fundamental para la toma de decisiones de un votante.

Ahora que ya despertó del sueño y se disolvieron las burbujas del festejo, María Eugenia Vidal tomó nota muy rápidamente de que para mejorar la situación de la provincia va a tener que resolver, de manera ineludible, uno de los problemas que fueron determinantes de la deficiente gestión de Daniel Scioli: la falta de recursos derivada, entre otras cuestiones, de la discriminación que sufre la provincia en el reparto de los fondos de coparticipación.

No es casual que cuando empezó a probarse el traje de gobernadora una de las primeras declaraciones que hizo fue para resaltar la pérdida de ingresos que "afectó gravemente" a la provincia porque el gobierno nacional mantuvo congelado el Fondo de Reparación Histórica para el Conurbano Bonaerense, y para plantear, en el mismo sentido, la necesidad de modificar la Ley de Coparticipación Federal de impuestos.

Ahora que ganó, la gobernadora electa no tiene inconveniente en descargar de las espaldas de Scioli parte de la responsabilidad en la deficiente gestión de la provincia y adjudicársela a la Casa Rosada y a la coparticipación.

Pero Vidal va a tener que gobernar, no le alcanza con el diagnóstico y la queja. Si no se conforma con lo que recibe, tiene dos únicas alternativas, que no son excluyentes: aumenta los recursos propios a través de la recaudación y el crédito, o consigue agrandar la porción bonaerense de la coparticipación.

Sin embargo, para poder modificar la coparticipación es imprescindible que el gobierno nacional resigne algo de recursos propios.

Si la Nación no cede algo de lo suyo es imposible que la ley sea modificada a favor de Buenos Aires, porque ninguna otra provincia aceptaría achicar su porción, y por lo tanto no habría el voto unánime de las legislaturas provinciales que se requiere para modificar la ley de coparticipación.

Paradójicamente, quien se mostró dispuesto a resignar fondos de la Nación a favor de un mayor federalismo en una nueva ley de coparticipación fue Scioli. Pasó casi totalmente inadvertido, pero lo anunció el domingo pasado durante el debate con Macri. Por haberlo sufrido, el gobernador entiende bien el tema.

De acuerdo a datos que figuran en la web oficial del Ejecutivo provincial, Buenos Aires representa el 36,8% del producto bruto geográfico, alberga al 38,9% de la población del país, concentra el 35,1% de las personas con necesidades básicas insatisfechas, y aporta el 36,8% del dinero que conforma la masa de impuestos coparticipable. Muy lejos de esos números, la porción que recibe del reparto es 19,2%. La desproporción en perjuicio de la provincia es enorme.

El desequilibrio en contra del fisco bonaerense también queda en evidencia al observar que lo que recibe per cápita la provincia de esas transferencias automáticas es una cuarta parte que el promedio nacional.
Mientras no se modifique la coparticipación, Vidal está confiada en que va a recibir fondos especiales del gobierno nacional en caso de que el domingo gane Macri. Si no es así, el panorama que se le presenta es más turbio.

Cuando algunos años atrás Scioli se convenció de que la reforma a la ley de coparticipación era una utopía y decidió cortar con la inestable dependencia del gobierno nacional, tomó varias medidas para equilibrar el presupuesto, aumentando impuestos y limitando los gastos en inversión pública.

Logró nivelar bastante los números y liberarse de la Casa Rosada. Pero ese ajuste explica en alguna medida la derrota del 25 de octubre.

Sin recursos adicionales que provengan de la Nación, de una mayor coparticipación o de endeudamiento, el margen de maniobra de la futura gobernadora de la Provincia es muy estrecho.

Por el lado de los gastos, más de la mitad es en personal (aproximadamente 130.000 millones de pesos este año), de los cuales, a su vez, más de la mitad es para docentes. Si a eso se le suma las partidas de la seguridad social, las transferencias a municipios, los intereses de la deuda, las obras de infraestructura que tiene recursos de asignación específica, y otras transferencias automáticas, lo que queda no es mucho más que el 10%. Muy escaso como para poder ejecutar cambios significativos.

En cuanto a los ingresos, Vidal recibirá una provincia cuya estructura tributaria genera el 60% del total de recursos, que no es poco. Pero a pesar de algunas mejoras que tuvo (reforma del Inmobiliario rural, imposición al juego y a la televisión por cable, etc.), esa estructura tributaria sigue siendo muy regresiva y distorsiva: en los primeros diez meses de este año Ingresos Brutos aportó el 73% de la recaudación, mientras que el Inmobiliario apenas el 6%, menos incluso que por Patentes.

¿Se animará Caperucita Roja a enfrentar a otros lobos metiéndole la mano en los bolsillos?

El laberinto donde se perdió Scioli

La Nación

Joaquín Morales Solá

Daniel Scioli comenzó a trazar el plano de la derrota cuando dejó de ser Daniel Scioli. Perdió el único capital político que tenía, que consistía, precisamente, en no ser lo que apareció siendo en las últimas semanas. Se aferró a las prácticas del peor kirchnerismo (en política no importan las personas, sino el poder) y se alejó de las apariencias de político consensual que labró durante más de una década. Su perfil más agresivo se intensificó con los días y se profundizó aún más ayer, cuando llegó a la agresión personal contra su contrincante, Mauricio Macri, con quien compartió durante décadas la afición por el deporte, el origen común de hijos de empresarios y el amor por la Italia de sus padres.

La unanimidad de las encuestas que cerraron ayer señala una clara ventaja para Mauricio Macri en el ballottage del próximo domingo. Las tres más conocidas indican que esa ventaja podría ser de entre el 9 y el 12%. Una medición de una encuestadora nueva, que estuvo muy cerca de los resultados del 25 de octubre, amplía la ventaja al 16%. En verdad, una diferencia de más del 10% necesitaría que votos que fueron de Scioli, ya sea el 25 de octubre o los que se fueron luego con él, lo hayan abandonado para terminar recalando con Macri. No es un alternativa imposible y ni siquiera improbable, pero es difícil de pronosticar.

La primera conclusión de esos resultados es que el debate televisivo del domingo último y la intensa campaña negativa lanzada por el Gobierno no tuvieron ninguna consecuencia en el electorado. O una importante mayoría social no creyó en tales mensajes o esos argentinos tienen tal nivel de hartazgo que prefieren el riesgo a la continuidad. Peor: si los resultados fueran los que se pronostican, se habrá comprobado una vez más que las campañas negativas son contraproducentes en la Argentina. Es complicado explicar, así las cosas, que un hombre que nunca habló mal de nadie haya terminado ensuciándose en el barro de la política sin nivel ni calidad. ¿Podemos deducir, acaso, que durante 12 años nos perdimos el espectáculo de un Scioli sometido a presión? ¿Es el actual Scioli el que gobernaría a los argentinos en situaciones de extrema tensión? ¿Cuál es, en definitiva, el verdadero Scioli?

La campaña negativa no cesó en las últimas horas. Comisiones internas del gremio SMATA, que nuclea a los trabajadores de las automotrices, anunciaron que a partir del lunes iniciarán huelgas por los despidos que habrá durante una gestión de Macri. Sería un hecho absolutamente nuevo en la historia de las luchas sociales: por primera vez se haría una huelga por lo que supuestamente sucedería en el futuro y no por algo que sucedió. ¿O se trata sólo de una acción psicológica para atemorizar a los trabajadores de las fábricas de automóviles? SMATA es un gremio de afiliación kirchnerista e integra la CGT oficial.

Desde el propio gobierno de Scioli se convocó a jueces, mediadores judiciales y fiscales para recordarles que fueron nombrados por el actual gobernador bonaerense y que debían, por lo tanto, votar al candidato oficialista. La carta salió del Ministerio de Justicia provincial que conduce Ricardo Casal, un hombre que siempre guardó la compostura política y que, además, fue atacado por el kirchnerismo con sus peores armas. Cuesta imaginar la conversión de las personas cuando entran en el desconocido territorio de la desesperación.

Alguna vez Eduardo Duhalde le dijo a Scioli que su destino era ser Mandela, el presidente sudafricano que unió a la sociedad de su país después de una profunda división racial. Una ironía del destino colocó a Macri en el papel de Mandela. Ése fue su acierto. Le habló de unidad, de consenso y de diálogo a una sociedad cansada de confrontaciones, peleas y divisiones. En rigor, Macri tomó y aplicó la última estrategia de Sergio Massa: el cambio justo.

Al final del día, Macri se quedó con lo mejor de kirchnerismo (asignación universal por hijo; la educación pública, aunque mejorada, y un Estado presente, aunque eficiente). Y Scioli se mostró atrincherado al lado de lo peor del kirchnerismo: el cepo cambiario, la crispación, la difamación del adversario, y la metamorfosis de 6,7,8 en el más alto paradigma de la política argentina. Es difícil imaginar una estrategia de campaña peor que ésa. Ni siquiera su equipo de campaña tiene la culpa: cada decisión fue una decisión personal de Scioli contra la opinión de todos los que convocaba.

El propio kirchnerismo descarta un triunfo. Ellos también leen las encuestas. Y las encuestas pueden variar en los porcentajes, pero no en el orden ni en una clara diferencia a favor de Macri. La estructura peronista de la provincia de Buenos Aires, considerada imbatible durante demasiados años, dejó caer los brazos. El oficialismo tiene problemas ahora para conseguir fiscales. Ése fue un histórico problema de los que desafiaban al peronismo, pero nunca, hasta ahora, del peronismo. Algunos barones del conurbano han perdido las elecciones en sus municipios y no están dispuestos a gastar recursos y tiempo en una causa perdida. Los candidatos a intendentes que han ganado (varios del propio kirchnerismo) no tienen todavía la estructura en sus manos.

Scioli está en esa ratonera también por decisión propia. Gobernó Buenos Aires durante ocho años y nunca cultivó la construcción de una estructura propia. Los Kirchner se hicieron cargo de barones y punteros. Y ahora no hay ningún Kirchner en las boletas del próximo domingo. Scioli se conformaba siempre con estar en un buen lugar en las encuestas. Esas cosas sirven para las buenas épocas, pero desaparecen cuando lo que prevalece es la necesidad política.

¿Logrará Scioli reconstruir su relación con Macri? Nunca la vieja amistad volverá a ser como fue, aunque aparezcan en el futuro dándose la mano y dialogando. Macri, que jamás nombra a Scioli, está demasiado dolido para que esa reparación sea posible. Mucho menos desde ayer, cuando Scioli llamó a Macri "un creído de Barrio Parque". Scioli derribó así la última barrera de sus viejas inhibiciones. Jamás, decía, la política debe llegar al agravio personal. Pero prefirió hurgar en la posibilidad del agravio y descartó, al mismo tiempo, la opción de una derrota honorable. Fue la última decisión de su increíble conversión.

El número final podría ser la sorpresa

Clarin

Julio Blanck

Terminó la campaña. Pasado mañana tendremos nuevo presidente. Diez encuestadoras pronostican una victoria de Mauricio Macri: son todas las que han hecho conocer sus mediciones, aunque no pueden difundirse por cuestiones legales desde ocho días antes de la elección. Hay al menos tres consultoras más que, con la mayor discreción posible, se han guardado sus datos: son las que trabajan más abiertamente para el Gobierno. Cantidad no garantiza calidad, pero sería demasiada gente equivocándose al mismo tiempo y en la misma dirección.

Parece todo dicho, pero atención que puede haber sorpresas.

El asombro mayor sería que Daniel Scioli termine ganando contra todos los pronósticos. También llamaría la atención una diferencia final muy estrecha en favor de Macri. Es posible pero hoy altamente improbable, si las cosas no cambian de modo drástico e inesperado. 

En el oficialismo se extiende el pesimismo como una mancha pegajosa y deprimente. Lo más optimista que se le escucha al candidato, a su entorno, o a quienes mantienen el espíritu de combate, es que la elección “está difícil pero podemos pelearla”, que “la diferencia no son más de 6 puntos”, que la campaña del miedo al fantasma de Macri “al final va a entrar abajo” y se reflejará en el voto de los sectores más humildes. Se admite que están corriendo de atrás. Pero a la vez se reclama el derecho a creer en el milagro. ¿Quién podría negárselos? 

La otra sorpresa posible, pero en este caso también probable, es que Macri termine ganando el balotaje y la presidencia por una diferencia superior a la que hoy están ofreciendo las encuestadoras. Muchas de esas firmas están empeñadas en un llamativo ejercicio de prudencia. Es que demasiados quedaron escaldados con sus pronósticos de primera vuelta, empezando por los que anunciaban que Scioli estaba muy cerca de ganar sin balotaje. El candidato oficialista terminó sacándole apenas 3 puntos a Macri y pronto la tortilla terminó de darse vuelta. 

Ahora, ya en las horas previas a la votación, los encuestadores apuntan que la diferencia podría estar estirándose. Habría algo de voto exitista, aquel que aparece sobre el final sumándose al que se perfila como ganador. Y algo de voto escondido también, porque sigue habiendo mucha gente que le cierra la puerta o le cuelga el teléfono a quienes le preguntan por su preferencia electoral. 

Los números de la prudencia hablan de 6 a 9 puntos de ventaja para Macri. Es lo que se publicó en la última semana. Pero estimaciones de esos consultores, aún planteadas como hipótesis, estiran esa luz hasta más allá de los 10 puntos y algunos se atreven a hablar de 15 puntos finales de diferencia. Sería una paliza memorable. Pero todavía hay que verlo.

Si las cosas resultan mínimamente como se anuncian, pasa a ocupar un lugar central el identificar cómo, cuándo y por qué se volcó así la preferencia electoral. Es la materia en que hoy están empeñados los especialistas en opinión pública.

El centro del por qué se estaría explicando por la capacidad de Macri de mostrarse como el portador del cambio, el que en la campaña logró apropiarse del optimismo y la promesa de un mejor futuro. Scioli, en contraposición, habría quedado demasiado adherido a la imagen del Gobierno y de Cristina, que es lo que está a punto de entrar en el pasado. No consiguió que sobresalga su propio perfil y se terminó desperfilando notoriamente en el final de la campaña. Fue cuando eligió desplegar un discurso duro y atemorizante sobre lo que podría suceder con la llegada de Macri, cuando demasiada gente parece tener temor, más que nada, a que todo siga como está.

Así planteado el escenario, en el balotaje Scioli estaría reteniendo hasta el último de los votos kirchneristas y Macri se lleva todos los demás.

Federico Aurelio, de la consultora Aresco, una firma de añeja relación con el peronismo, consigna que Macri alcanza el 90% de su diferencia total en las ventajas que logra en Capital, Córdoba, Santa Fe y Mendoza, su base electoral más firme.

También estaría en situación de emparejar o imponerse en las provincias del Norte del país, donde Scioli le sacó 850.000 votos en las PASO y redujo esa diferencia a 700.000 en la primera vuelta. Lo conseguiría sobre todo porque se llevaría el grueso de los votos de Sergio Massa en la región. Fueron más de 150.000 en Jujuy (donde Massa ganó la primera vuelta), más de 235.000 en Salta, casi 190.000 en Tucumán y más de 100.000 en Santiago del Estero.

La gran novedad, según Aurelio, sería que Macri podría empatarle o ganarle a Scioli el balotaje en la Provincia. Scioli se había impuesto allí en la primera vuelta por poco más de 4 puntos. Ahora Macri habría achicado a casi nada esa diferencia, y hasta incluso tendría una ligera ventaja. 

Pero la novedad podría ser aún mayor si se comprueban los datos de una encuesta que circula en el Gobierno nacional y que fue realizada por una consultora de aparición reciente, vinculada al tradicional peronismo bonaerense. En esa medición, realizada antes del debate presidencial del domingo pasado, Macri estaría sacándole a Scioli una ventaja de más de 8 puntos en la Provincia. Si se concreta, será la peor pesadilla del peronismo.

Por cierto, el debate no parece haber influido sensiblemente en la intención de voto de Macri ni de Scioli. Lo señalan, entre otros, los consultores Mariel Fornoni de Management & Fit y Fabián Perechodnik de Poliarquía, que esta semana midieron puntualmente el impacto de ese acontecimiento inédito. No está mal para Macri, que tenía como objetivo principal salir del aquel duelo manteniendo la ventaja que traía.

En el debate, Scioli empezó a trabajar de lleno sobre el que termina siendo el eje principal de su campaña: el miedo a las consecuencias que una presidencia de Macri podría traer para la situación económica y social de los asalariados, pequeños comerciantes y empresarios, y de los millones de argentinos que subsisten gracias a la ayuda del Estado. En ese argumento y en ese temor radica toda su esperanza de revertir la tendencia negativa que trae en esta elección.

Si se pudiese definir geográfica y demográficamente su zona de impacto, habría que hablar del segundo cordón del Gran Buenos Aires como blanco elegido. Allí la estrategia de Scioli podría encontrar los resultados buscados. Aunque no se sabe con certeza, todavía, si conseguiría la captura masiva de los robustos 1.200.000 votos que Massa tuvo en el GBA.

Un intendente peronista reelecto en el conurbano, que como todos sus colegas está despegándose a paso vivo del sello kirchnerista, grafica esa esperanza y ese límite en una frase: “cuando hacemos campaña y caminamos en el barro encontramos el voto de Scioli, pero en cuanto pisamos el asfalto es todo de Macri”.

Hay que decir, antes que el grito de las urnas acalle todo lo demás, que Scioli encaró con poco acompañamiento verdadero el tramo decisivo de la campaña. 

Cristina al final se calló la boca; un poco para ayudarlo porque ella espanta los votos que ahora Scioli necesita, pero también con la ilusión mezquina de preservarse de una derrota, sobre todo si es de dimensiones considerables. 

No habló Cristina pero lo dejó hablar a Aníbal, que terminó diciendo que Scioli tendría las facultades para hacer un ajuste si fuera presidente, cuando Scioli basó su campaña en el miedo al eventual ajuste de Macri.

Y también Cristina lo dejó jugar suelto a Axel Kicillof, que mientras Scioli se desgañitaba contra el Fondo Monetario iba a la cumbre del G20 en Turquía y se hacía sacar una foto con Christine Lagarde, la jefa del FMI. Fue el mismísimo Ministerio de Economía el que distribuyó esa foto que contradijo el libreto de campaña del candidato. 

En la Casa Rosada cuentan que este episodio le valió al impune Kicillof un entredicho fuerte con Julio De Vido, que también asistió a esa reunión en Turquía. De ministro a ministro, le habría reprochado feamente su imprudencia.

A esta altura, los peronistas del Gobierno están casi tan furiosos con la legión cristinista como los hombres de Scioli. Por lo que hacen y por lo que no hacen. Y sobre todo por la escasa solidaridad con el candidato.

La diferencia es que, ante la legendaria cautela sciolista, los funcionarios nacionales se atreven a sacar trapitos al sol. Por ejemplo, deslizan que un notorio dirigente de La Cámpora bonaerense extravió o distrajo una tajada gruesa de los fondos para la campaña, que nunca llegaron a destino. Habrá que creer en lo que cuentan. Se trata de un menester que muchos de ellos conocen. 


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