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ANÁLISIS
Fidanza: desafío y buen gobierno. Olivera: tropa Kicillof teme y desalojo. Scibona: confusión
21/11/2015

El desafío del buen gobierno

La Nación

Eduardo Fidanza

Un asesor de uno de los candidatos que disputará el ballottage confiesa como al pasar: "No sé si hicimos las cosas correctamente, hay tantas bajezas y chicanas en una campaña. Pero si llegamos, eso se terminó, tendremos que gobernar bien". Este hombre, acaso sin darse cuenta, alude a un concepto en el que se cifra la esperanza de millones de votantes: elegir a alguien que sea sensible y decente, y que posea la capacidad de formar un buen gobierno. Vincular el gobierno con la virtud no es, por cierto, una idea nueva. Tiene una larga trayectoria en la filosofía y en la ciencia política. En el libro El buen gobierno, del politólogo francés Pierre Rosanvallon, que se publica por estos días en Buenos Aires, se aborda exhaustivamente el tema.

Para elaborar su concepto de buen gobierno, al que llama "democracia de ejercicio", Rosanvallon distingue dos planos convergentes. Uno es el de las reglas que regirán la relación entre gobernantes y gobernados; el otro es el de las cualidades que se requieren en un presidente. El argumento es que la democracia, en cierta forma, cambió de eje: antes la clave era el vínculo entre representantes y representados, que se resolvía en la elección democrática; ahora, además de eso, ha adquirido centralidad la relación entre gobernantes y gobernados. Para que ese lazo resulte satisfactorio no alcanza la elección, debe haber calidad y eficacia en el ejercicio del gobierno. Y eso, ante todo, es la responsabilidad del Poder Ejecutivo, que ha adquirido una relevancia decisiva en esta época.

Las expectativas de los argentinos no son contingentes, responden a una ideología histórica, que un buen gobierno debe saber interpretar. Su base es la preferencia por un Estado benefactor, que fija reglas a la economía privada, establece políticas sociales y considera al empleo público -sobre todo en las provincias pobres- un seguro de desempleo antes que un rol administrativo eficiente. Mal o bien, estas ideas -que se instrumentan a través del gasto público- constituyeron un programa implícito, compartido por peronistas y radicales durante muchas décadas, con la excepción relativa de los años 90. Las aspiraciones de millones de argentinos y la paz social que exhibe el país se asientan en él. Este programa incluye también la ampliación de derechos civiles y sociales, que distingue a la Argentina de los países de la región.

Esto introduce una cuestión clave. El nuevo gobierno, si aspira a ser bueno, deberá corregir las inconsistencias de este programa popular para hacerlo sustentable, evitando los desaguisados macroeconómicos e institucionales que lo tornan, cíclicamente, insostenible. Eso implicará un ejercicio de arbitraje de intereses difícil de lograr, que constituirá un verdadero desafío. En ese empeño, justicia social y república, Estado e iniciativa privada, proteccionismo y librecambio, campo e industria, Occidente y China no deberán ser considerados como antinomias sino como términos posibles de conciliar. Tal vez la idea de desarrollo, mencionada por ambos candidatos, sea un punto de referencia para esta compleja tarea.

A propósito de ella, quizá contribuya al buen gobierno retornar, como inspiración, a una conferencia que dictó Arturo Frondizi, en sus últimos años, sobre Carlos Pellegrini. "Uno de nuestros males ha sido y es no aprovechar el pensamiento nacional, cualquiera que sea el origen político de quien lo haya expuesto o lo exponga -dijo-. Grandes orientaciones e iniciativas son ignoradas. Algunas por ocultamiento deliberado, otras por pasión política, otras porque hieren intereses internos o externos que no quieren renunciar a privilegios. Necesitamos rescatarlas. Todo lo que ayude a la construcción de la Nación debe adoptarse renunciando a favorecer la perduración de viejas antinomias y la aparición de otras nuevas."

Frondizi rescataba a Pellegrini por sus ideas, no por su partido. La conferencia concluye así: "Éste es el homenaje que le ha querido rendir a Carlos Pellegrini, autonomista y conservador, como defensor de la industria nacional, Arturo Frondizi, desarrollista de origen irigoyenista. Pues pese a las diferencias políticas, cuando se trata de los grandes problemas de la Nación existe un único interés, que es el de la Patria".

La tropa de Kicillof arría banderas y teme por el desalojo

La Nación

Francisco Olivera

Los gritos llegaban, a través de las ventanas, al pasillo de la planta baja. Era el mediodía de anteayer y un grupo de empleados de la Secretaría de Comercio, que conduce Augusto Costa, hacía catarsis en la oficina de call center, donde se atienden las quejas de los consumidores. Discutían. Ese sector del Ministerio de Economía, ubicado sobre Diagonal Sur, había sido en realidad un hervidero durante toda la mañana: acababan de trascender a la prensa varios de los movimientos de los casi 40 nuevos contratados de esa cartera que pertenecen a La Cámpora, muchos de los cuales no tienen siquiera escritorio y suelen agruparse en el piso 9° del edificio, convertido hace tres semanas en búnker de campaña sciolista, y esa filtración acabó por enfurecer a los antiguos empleados de planta. El ministerio que trabaja, podría decirse, en clave Indec. "Nos van a sacar a todos por culpa de éstos", advirtió alguien intuyendo que tal vez, en el futuro, si el nuevo presidente decidiera hacer una auditoría o una limpieza, será difícil separar la paja del trigo.

Al reducto militante se accede tras bajar de un ascensor decorado con una pequeña calcomanía de "Scioli presidente" sobre las puertas metálicas, y luego de abrir a la izquierda una puerta de madera. Cuando anteayer se divulgó que los recién llegados lo usaban como base de operaciones, varios de ellos se reunieron en el salón Belgrano decididos a detectar la filtración. No se dejó entrar ni a los mozos que sirven café. Un clásico resguardo camporista en varios ministerios.

Es probable que Precios Cuidados sea la primera víctima de la implosión kirchnerista. Según los parámetros en los que fue pensado, ese programa excede largamente la lista de más de 500 productos con descuentos: casi toda la economía se somete a revisiones trimestrales en las que el secretario de Comercio autoriza aumentos a los empresarios. Pero hace varias semanas que Costa ha perdido esas atribuciones porque el establishment descuenta que, con Scioli o con Macri, la convivencia con el poder será cualitativamente distinta. La semana próxima podría entonces ser un jubileo de alzas postergadas cuya concreción acaso reciba el aval del sucesor de Cristina Kirchner. El único factor que podría amortiguar esas decisiones será la demanda: hasta dónde el consumidor es capaz de pagar. Mercado, ni más ni menos, una palabra maldita. "Voy a mandar al supermercado una lista con 10 y 13%, según el caso. Quiero ser ciudadoso: si pasa, la dejo", confesó un fabricante nacional.

Es cierto que el diálogo entre camporistas y empresarios está roto desde hace rato. Entre otras razones, porque se erigió a partir de la desconfianza. Costa ha tenido, admiten en las corporaciones, modos más amables que los de su antecesor, Guillermo Moreno. Pero nunca hubo entre ambas partes una reconciliación sincera. Ejecutivos que se habían habituado al trato con funcionarios de carrera vienen despotricando desde el día en que, en lugar de una contadora elegida por concurso, sus llamadas al área de Publicidad de la Dirección de Lealtad Comercial encuentran la voz de Adriana, una contratada que suele contestar las inquietudes con un "ni idea". Casada con uno de los choferes de la Secretaría de Comercio, Adriana no ha logrado todavía la experiencia de su antecesora por dos razones concretas: tiene 22 años y su trabajo anterior fue en salones de belleza de la ciudad de Tigre. Esta debilidad profesional hace que, a diferencia de la empleada anterior, no tenga autorizada la firma. Igual que su par Cecilia Bonorino, camporista designada en ese departamento por el propio Costa y que, por motivos de prudencia, el Ministerio de Economía ha resuelto mantener lejos de su compañera de militancia Florencia Girotti, especialista en grafitis callejeros. No se llevan bien.

Son los límites del vasto universo Kicillof. Esa parte del kirchnerismo que, a diferencia de sus socios justicialistas, sigue reacia a interactuar con la próxima administración. Cualquier dirigente peronista sabe que el mundo sigue si gana Scioli y, con Macri, la construcción política requerirá al menos de la colaboración de algunos experimentados. Tarde o temprano alguien podría ordenar una auditoría: más vale no entorpecer ninguna transición.

Alejandro Granados, por ejemplo, se reunió varias veces con Cristian Ritondo, su heredero del Ministerio de Seguridad, que le retribuyó el gesto: "La policía mejoró de la mano de Granados", dijo la semana pasada el hombre de Pro. De todos modos, el ex intendente de Ezeiza tiene intactas las esperanzas de que el Frente para la Victoria triunfe mañana en el ballottage. Hace unos días, por ejemplo, durante una reunión interna, fundamentó su optimismo en que el kirchnerismo no tendrá esta vez que pagar el costo de otra pelea entre María Eugenia Vidal y Aníbal Fernández. "El domingo, en el cuarto oscuro no van a estar ni Heidi ni Drácula", se entusiasmó. Es el mismo reparto de culpas que hacen en Aerolíneas Argentinas, donde además se preparan para recibir la inmediata intervención en cuatro áreas sensibles si gana Macri: Compras, Legales, Recursos Humanos y Finanzas.

Más que como una medida hostil, la presienten natural e inevitable. Son lecciones que siempre deja la función pública. O cualquier posición de autoridad en el ámbito que fuere. El modo más inteligente de ejercer un cargo es entender que el poder, público o privado, grande o pequeño, puede extinguirse en una tarde.

 

Confusión entre causas y efectos

La Nación

Néstor O. Scibona

Mauricio Macri llega al primer ballotagge presidencial de la historia con una ventaja sobre Daniel Scioli reflejada en aspectos intangibles, como el cambio de expectativas y el clima de fin de ciclo que se ha instalado en los propios despachos del kirchnerismo. En las urnas estará la confirmación, o bien otra inesperada sorpresa electoral. Quien se convierta esta noche en el presidente electo de la Nación deberá hacerse cargo a partir del 10 de diciembre del desbarajuste macroeconómico que heredará del Gobierno de Cristina Kirchner, con una infrecuente particularidad: no está a la vista de muchos votantes.

No todos los problemas macro se trasladan inmediatamente a la micro. El economista Enrique Szewach sostiene que el populismo económico tiene efectos acumulativos, como el tabaquismo, el alcoholismo u otras adicciones, pero sus consecuencias finalmente no se pueden evitar. Aquí no vale el dilema del huevo o la gallina. De ahí que la primera tarea del nuevo gobierno será no sólo sincerar la herencia K sino, principalmente, despejar la confusión entre las causas y efectos de los principales escollos que tendrá que remover en el corto y mediano plazo.

Habrá que convenir además que la campaña electoral no ayudó demasiado a despejar la confusión; ni tampoco el debate de hace una semana, con la economía ausente sin aviso.

Los ejes de campaña de Macri fueron siempre el cambio de rumbo y los futuros beneficios de levantar las hipotecas a heredar, pero dando por sobreentendida su magnitud y sin mención a costo alguno. La súbita reconversión de Scioli hacia el discurso K más confrontativo lo hizo perder sus propios ejes: arrancó prometiendo la continuidad con cambios de un modelo agotado; luego la continuidad a secas y finalmente se resignó a estigmatizar a Macri como el "candidato del ajuste", en un tardío intento de restarle votos. Su argumento encierra un sofisma, aunque no sea precisamente en homenaje a Cristina: no habría posibilidad de ajustes (la palabra menos empleada por los dos candidatos durante casi toda la campaña), si no existieran los desajustes que muestra la economía por donde se la mire (déficit fiscal, externo, comercial, energético, de infraestructura, distorsión de precios relativos y presión impositiva record). Y si la inflación no es más alta es porque fue reprimida con el deliberado atraso cambiario y tarifario (subsidios), que tampoco son sostenibles si se busca bajarla.

Nada de este desbarajuste previo es responsabilidad de Cambiemos ni de Macri. La negación sciolista abarcó no sólo la herencia K sino también cursos de acción que él mismo o su equipo proponían antes de la primera vuelta (negociar con los holdouts, "redireccionar" subsidios). Su última estrategia electoral resultó tan conservadora que, de la boca para afuera, se asemejó a prometer resultados diferentes al hacer casi lo mismo que CFK: más gastos con menos recursos. Y su tímida diferenciación de recordar que el gobierno kirchnerista termina el 10 de diciembre, resultó tan intrascendente como señalar que el año entrante será 2016. El rapto de estabilidad institucional que pasaron a exhibir varios funcionarios militantes (Vanoli, Gills Carbó), oculta que sus designaciones fueron votadas sin consenso con la oposición. Lo mismo podría decirse de casi todas las leyes express sancionadas por la mayoría oficialista en el Congreso y presentadas como políticas de Estado (alianzas con China y Rusia, ley de Pago Soberano, memorándum con Irán), sin siquiera darles voz -a falta de votos- a las minorías opositoras. Todo esto encierra un riesgo político. En la Argentina la historia suele ser más impiadosa con los que destapan la olla, que con quienes la colmaron de problemas sin resolver.

El más urgente, será recomponer las reservas del Banco Central, sin poder de fuego tras el drenaje agudizado por el mayor atraso cambiario de los últimos 14 años, que requiere además mejorar el tipo de cambio real. El flujo de divisas será crucial en los primeros meses. Las estrategias de Macri y Scioli van por caminos diferentes; uno de mayor a menor y el otro a la inversa. Ninguno tiene el resultado asegurado. Dependerá del plan económico integral que acompañe a la política cambiaria.

En materia fiscal el equipo de Cambiemos prevé, aunque no lo diga, reducir los subsidios y elevar las tarifas, para volcar recursos a inversiones en infraestructura energética y de transporte. Scioli sorprendió a su equipo con el spot que prometía mantener los subsidios, aunque representan el 80% del déficit fiscal que nadie sabe cómo habría de reducir. Aún así, ninguno tendrá tiempo para evitar los cortes de luz si el verano fuera muy caluroso. No alcanzan las inversiones de apuro encaradas últimamente por el kirchnerismo a costa de más déficit fiscal.

Una diferencia a favor de Macri será librar a la economía del corsé intervencionista que frena a la actividad productiva y exportadora. Otra, establecer reglas estables y previsibles para delimitar el rol del Estado y del sector privado.

Según el resultado electoral, el cambio de expectativas políticas y económicas tendrá mucho que ver con el nuevo punto de partida. En definitiva, el desafío no sólo será evitar que la herencia K desemboque en una crisis, sino transformarla en una oportunidad para que la Argentina pueda salir de la banquina barrosa del estancamiento con inflación de los últimos años y volver al crecimiento, con inversiones y creación de empleos genuinos que permitan reducir en serio la pobreza.


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