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ANÁLISIS
Morales Solá: adiós a una generación política. Fernández Díaz: equívocos detrás del miedo
22/11/2015

Adiós a una generación política

La Nación

Joaquín Morales Solá

La política argentina inicia desde hoy un significativo cambio generacional en su dirigencia. Los próximos 18 días despedirán a Cristina Kirchner, la última persona que ocupó la presidencia, con una formación predemocrática. Casi todos los dirigentes que tendrán un importante protagonismo en la vida pública (incluidos los dos candidatos que disputarán hoy la presidencia) son hijos de la democracia.

La generación posdemocrática, cuyos miembros pertenecen a distintos partidos políticos, tiene una forma distinta de relacionarse con la política. Desconocen el atajo siempre fácil y deplorable de la violencia que, según los manuales de historia, empieza con las palabras y termina con los hechos.

Una democracia no tiene héroes ni santos, sino políticos simples que tratan de resolver los problemas. No toman la vida como una hazaña. Que Cristina Kirchner haya dicho que su marido es como un "barrilete cósmico" que conduce a la militancia, fue un ejemplo de su formación y de su desprecio por la democracia. ¿Qué diferencia hay entre el pajarito de Maduro que le habla en nombre de Hugo Chávez y el barrilete cósmico en que fue convertido Néstor Kirchner?

Los que vendrán son otra cosa. Bienvenidos. Era hora de que llegara una generación sin la necesidad de explicar el mundo con una conspiración y sin líderes ungidos en semidioses. Daniel Scioli tiene 58 años y tenía 16 cuando comenzó el momento más dramático de la ordalía de sangre durante el gobierno de Isabel Perón, que continuó con los militares. Mauricio Macri, de 56 años, tenía 14 en aquella época en que la vida no valía nada.

Macri y Scioli son, además, casos especiales, porque ninguno de los dos se interesó por la política hasta mucho tiempo después de la instauración democrática. Macri trabajó en las empresas de su padre y se dedicó luego a Boca. Scioli trabajó también con su padre hasta que se independizó en los años 90 (abrió un enorme comercio de artículos importados en Santa Fe y Callao) y se dedicó en cuerpo y alma a la motonáutica. Sólo en 1997 ingresó a la política como diputado por el peronismo. Macri descubrió su vocación política varios años después, ya en 2000. Compartieron siempre el gusto por las mujeres hermosas, pero sufrieron también momentos dramáticos. Scioli perdió un brazo en un accidente deportivo y Macri fue secuestrado por una banda de crueles comisarios. Son auténticos hijos de la democracia porque la política les fue indiferente, por edad y pertenencia social, en los años en que la violencia asolaba por izquierda y por derecha.

La generación que les sigue a ellos está integrada por personas que eran niños en los años 70. Sergio Massa tenía tres años cuando sucedió el golpe militar; Juan Manuel Urtubey tenía seis. María Eugenia Vidal tenía dos, y Horacio Rodríguez Larreta tenía diez. Marcos Peña, que será jefe de Gabinete en un eventual gobierno de Macri, no había nacido en 1976; tiene ahora 38 años. Massa y Urtubey serán protagonistas esenciales de la política por venir porque ya se entrevé la competencia que habrá entre ellos por el liderazgo de la renovación peronista. Renovación inevitable porque el peronismo sabe que, para aspirar a un futuro de poder, necesitará dejar atrás al kirchnerismo.

Vidal y Rodríguez Larreta liderarán también el futuro próximo porque, con Macri en la presidencia o sin él, deberán demostrar que Pro es capaz de gobernar en la situación adversa que dejará el cristinismo. Massa, Urtubey, Vidal y Rodríguez Larreta tienen algo en común: nunca se privan del ejercicio más elemental de la política: conversar y, sobre todo, conversar con el otro, con el que es distinto de ellos. Nunca estigmatizan a un adversario ni lo consideran un enemigo. De hecho, Massa tiene una relación constante con Macri y la tuvo siempre. "Debo admitir que Sergio tenía razón", suele decir Macri en las últimas horas cuando se refiere a la descripción que Massa le hacía de Scioli antes de que éste fuera otro Scioli.

El radicalismo no es ajeno a esa renovación. El intendente de Córdoba, Ramón Mestre, recientemente reelegido, tiene 43 años y es una figura importante en la conducción nacional de su partido. El radical tucumano José Cano tiene 50 años y acorraló al peronismo en la última elección. No ganó (¿o sí?, ¿quién lo sabe?), pero se convirtió en un protagonista seguro de la política por venir. Se sostiene, incluso, que podría tener un cargo importante en un eventual gobierno nacional de Macri.

El presidente del radicalismo, Ernesto Sanz (59 años), y el gobernador electo de Jujuy, Gerardo Morales (56), están más cerca de la generación de Macri y Scioli. Sanz, Morales, Cano y Mestre hicieron ya una renovación importante en el radicalismo: fueron apartando a ese partido de la intransigencia ideológica del alfonsinismo. Son hombres con vocación de poder, decididos a disputarles el gobierno a los peronistas. Tienen sus ideas políticas, pero están dispuestos a enhebrar alianzas en condiciones de acceder al poder. La vieja resignación radical frente al exitismo peronista se terminó con ellos.

Hay dos excepciones y las dos provienen de Córdoba. Son el peronista José Manuel de la Sota, de 66 años, y el radical Oscar Aguad, de 65. De la Sota sufrió la cárcel durante la dictadura y siempre repite que si algo aprendió de aquellos años fue el valor de la democracia. Su partido gobierna Córdoba desde hace 16 años y la relación de De la Sota con sus adversarios es extremadamente respetuosa. "A veces, prefiero un radical que un peronista", se lo escuchó decir con la típica ironía cordobesa. Después de haber sido un protagonista clave de la primera renovación peronista en los 80, De la Sota se prepara ahora para ser una figura clave de la segunda renovación. Aguad es una de las cabezas más modernas del radicalismo. Fue el primer radical que advirtió en Macri a un aliado ideal y lo dijo. Padeció por eso el aislamiento en su partido, pero no renunció a su convicción: la alianza con Macri, sostenía, era esencial para soñar con el poder y destronar al peronismo. La historia le está dando la razón.

Es extraño que una fracción política surcada por las heridas del pasado, como es el cristinismo, haya formado a la juventud más entusiasta de la política. Devolverle la vocación política a una parte de la juventud fue un acierto. Fanatizarla hasta el extremo de que confunda la democracia con una monarquía iluminada fue un colosal error de Cristina. La nueva generación de políticos deberá construir una juventud política con valores más modernos y democráticos, y demostrarles a los jóvenes cristinistas que hay otra manera de hacer política. Convencerlos de que el tiempo que añoran y no vivieron se terminó por fin.

 

Mitos, mentiras y equívocos detrás del miedo

La Nación

Jorge Fernández Díaz

La carta llega por correo electrónico. Un científico importante, un hombre sin duda admirable, les escribe a sus amigos. Está triste y es derrotista: "La bronca más grande es por mis hijos; porque nosotros no supimos evitar entregarle este país a Hitler". Se refiere a Mauricio Macri. Hay cientos, miles de mensajes con este eco alarmista, que llegan a través de mails, bandos y arengas públicas y privadas. Los emiten profesores, estudiantes, sindicatos, escritores y artistas. Muchas personas se sienten con el derecho de encajarte una filípica en la cara y de extorsionarte emocionalmente allí donde te encuentres. Está amenazada nuestra forma de vida; Daniel Scioli nos salvará del nazismo. Para votar a Berlusconi, para investirlo de un halo libertario e izquierdista, su oponente debe ser necesariamente la reencarnación de Mussolini. Algunos incluso anuncian que se marcharán del país en el caso de que el kirchnerismo pierda las elecciones.

La desmesura produce lo contrario de lo que se propone puesto que raya el ridículo, nos dicen los especialistas mirando las encuestas; esta noche se verá si tienen razón o si volvieron a equivocarse. La subestimada progresión del miedo funcionó también así: una joven tal vez apolítica pero que trabaja de manera directa o indirecta con fondos del Estado es anoticiada aviesamente por superiores y compañeros militantes de que su trabajo tambalea y perderá sus derechos. La chica regresa a casa llorando y comunica en Facebook su desazón y el nombre propio de ese monstruoso victimario. En solidaridad, veinte amigos y parientes la reconfortan y a su vez multiplican en la red su fiero disgusto. En progresión geométrica, la iracunda demonización avanza y, por el camino, aumenta de tamaño y tenor; se va cargando de más y más inexactitudes y exageraciones. Al final resulta que estamos al borde del Tercer Reich. "No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo", decía Montaigne.

Es una incógnita la efectividad de esta oscura y novedosa campaña, pero sus significados no dejan de proponer inquietantes lecturas. La creciente Argentina prebendaria y clientelar, producto de un estatismo bobo e irresponsable, no es ajena a ese análisis. Pero lo más espinoso reside en su núcleo: una minoría intensa y más o menos ilustrada según la cual nuestro país es tan primitivo que no puede permitirse una alternancia. Sólo un partido puede gobernar eternamente la Patria, y si el pueblo elige a otra fuerza política, se traiciona a sí mismo y se coloca en el filo de una tragedia. Esta dramática concepción pequeñoburguesa es cacareada en nombre del progresismo, pero resulta profundamente reaccionaria. Los socialistas españoles no marchan al exilio y se pintan la cara cada vez que ganan los conservadores, ni viceversa. Y este rol de serena tolerancia no sólo sucede en la vieja Europa sino en las democracias más maduras de América latina, donde por lo general estos sectores iluminados suelen ser más respetuosos de las instituciones y del mensaje de las urnas.

Aquí persiste una cierta enajenación neosetentista, que precede al kirchnerismo pero que se legitimó lúdicamente gracias a su clima y su relato. Hay intelectuales que jugaron a la revolución y que, si el Frente para la Victoria es derrotado, jugarán a la resistencia peronista. Su delirio ficcional y elitista, y su analfabetismo republicano sí que meten miedo. Tendrán más dificultades si esta noche triunfa Scioli -a quien hoy dicen amar ya sin "desgarros"-, puesto que el plan secreto del ajedrecista de Villa La Ñata fue expuesto claramente por su eventual canciller ante el Consejo de las Américas en los Estados Unidos: negociar rápido con los fondos buitre, armar un severo programa antiinflacionario y volver a emitir deuda en los mercados internacionales. Cuando lo haga, le dirán traidor, como algunos militantes del PT hacen con Dilma. Y si llega a perder, deberán plegarse a la dura estrategia que tiene preparada la gran dama: culparlo a "Berlusconi" del traspié y acusarlo de no haber sabido transmitir la convicción de los sagrados ideales. Retroceder en pantuflas es su probable karma en el corto o en el mediano plazo.

Siempre les quedará, sin embargo, el consuelo de que la encrucijada del momento era Robledo Puch o Jack el Destripador. Robledo al menos es nacional y popular.

La otra estigmatización resultó toda una ironía. Y consistió en que los neosetentistas acompañaran de manera enfática la luctuosa profecía del heredero dilecto de Menem, que acosado por los sondeos se vio forzado en el debate a profetizar el advenimiento del menemismo. En la Argentina nadie votó al riojano ni participó de esa controversial peripecia peronista de los años 90. Sólo Jorge Asís, polemista virtuoso y uno de los novelistas más importantes de nuestra literatura, es capaz de reivindicar esa experiencia con valentía y sin ningún complejo. En su sitio digital se lamenta de que el líder amarillo no sea quien el líder naranja denuncia, y también de que el gobernador haya rehuido su verdadero destino: "Como Scioli, en el fondo Macri es otro centrista que mantiene, como techo ideológico, la vacilación tibia del desarrollismo".

Es que la hecatombe de la convertibilidad arrastró al desprestigio a la idea neoliberal, que en nuestras pampas fue practicada sin pericia y con la fe de los conversos. El kirchnerismo y Pro son dos productos del post 2001. Ya no existe el Consenso de Washington ni hay condiciones económicas y geopolíticas que hagan posible una ortodoxia de aquellas características. Tiene razón, sin embargo, Asís cuando explica que tanto un nuevo gobierno del Frente para la Victoria como una administración de Cambiemos desplegarían una política frondizista, aunque los matices de unos y otros hacen toda la diferencia.

Insiste el argentino politizado en dividir perezosamente entre izquierdas y derechas. Esas coordenadas eurocéntricas fueron destrozadas por el partido de Perón y son hoy, en pleno siglo XXI, inútiles para describir el terreno electoral de la Argentina, que quedó bajo el agua del diluvio populista. Lejos de ser la "derecha", el frente Cambiemos es el arca de Noé del institucionalismo. Si les toca gobernar, tal vez gestionen mal, no sepan aprovechar la oportunidad histórica y terminen como la nave de los locos, pero lo real y concreto es que está formado por gente de todo el arco ideológico y que, en ese sentido, es espejo exacto del kirchnerismo, donde conviven desde ex estalinistas y socialdemócratas hasta socialcristianos, liberales y derechistas rancios y notorios. La despenalización del aborto, que fue imprudentemente agitada por Durán Barba el último día de campaña, tiene adeptos y enemigos en las dos formaciones que se disputan el poder. La lista de divergencias puertas adentro es infinita.

Una dificultosa recuperación republicana o una continuidad populista de cajas vacías, ésa es la verdadera disyuntiva de la hora. Lo demás son pavadas.

Y no será necesario, por supuesto, que nadie se vaya del país. Ni Scioli es Chávez, ni Macri es Hi-tler. Más allá de la tribuna, ambos cuentan con programas económicos similares, confeccionados por profesionales serios que tienen más coincidencias que desacuerdos acerca de la cruda realidad: un paciente casi asintomático que marcha hacia un infarto masivo. Pero que, con un tratamiento eficaz, puede salvar el pellejo.


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