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DEBATE
Morales Solá: La realidad puso fin al relato. Pagni: Fracasó la receta populista
23/11/2015

La realidad puso fin al relato

La Nación

Joaquín Morales Solá

 La elección no sólo la ganó Mauricio Macri y la perdió Daniel Scioli. El significativo triunfo de Macri constituyó también una considerable derrota para Cristina Kirchner, para su modelo económico y político, y para su manera de gobernar.

Más del 50 por ciento del país enterró ayer un estilo de permanente confrontación interna, de fracasados desafíos a las leyes de la economía, de aislamiento internacional y de impunidad judicial. Se trata de un notable giro de la sociedad, que significará dejar atrás la excepcionalidad argentina que duró doce años y que apartará al país del eje bolivariano en América latina.

Macri no es el único autor de su victoria. Recibió el apoyo involuntario y decisivo de Cristina y de Scioli. La Presidenta salió mal parada en cuatro de las cinco elecciones que debió enfrentar como jefa del Estado (en 2009, en 2013 y las dos de 2015). Sólo ganó ampliamente los comicios de su reelección en 2011, poco después de la inesperada muerte de su marido. Ella manejó en forma personal todas esas elecciones y sus campañas.

El propio Scioli corrió en busca del electorado independiente prendido de las faldas (y del discurso) del kirchnerismo más rancio, crispante y difamador. Según las encuestas, Scioli iba perdiendo votos con cada semana que pasaba. Insistió con esa estrategia y no aceptó ningún consejo sensato. Sólo anoche, cuando ya había perdido, Scioli volvió a ser Scioli. Así, ayer el peronismo se sumió en una profunda derrota: perdió en el país y casi pierde otra vez la provincia de Buenos Aires.

Todo relato tiene un final marcado por la realidad. Este final es dramático para cualquier proyecto de supervivencia kirchnerista, pero la realidad que heredará Macri es extremadamente compleja y crítica. La crisis de la economía no está, en su magnitud al menos, en la conciencia social. No es la misma situación que la de 1991, cuando Domingo Cavallo tenía a su favor una sociedad harta de la hiperinflación. Ni la de Eduardo Duhalde en 2002, cuando los argentinos clamaban por otra cosa, por cualquier cosa que fuera diferente. "No puedo entender cómo lograron esconder el colapso de la economía durante tanto tiempo", se lo escuchó decir ayer a Macri. El presidente electo repitió la historia conocida por cualquier cronista de la política de los últimos 30 años: contó que la situación económica que recibirá es mucho peor que la que imaginaba.

Macri se recibió de político audaz y certero cuando descartó los consejos para que hiciera un acuerdo con Sergio Massa antes de las primarias de agosto. Los resultados de ayer le dieron la razón. No era necesario ese acuerdo y, al revés, habría provocado una notable confusión en el electorado sobre la opción entre el cambio o la continuidad. Refutó esos consejos de lo que él llama el "círculo rojo", integrado por los empresarios importantes del país. Demostró en ese momento más carácter frente a ellos que los que exhibieron Scioli o Massa. Macri los conoce a todos los principales empresarios, pero no reconoce en ellos perspicacia política. "Se han equivocado demasiadas veces y se han equivocado, sobre todo, haciendo kirchnerismo en los últimos 12 años", suele decir. Siente, en cambio, cierta admiración por los ejecutivos que han manejado empresas exitosas. El caso de Juan José Aranguren, el ex CEO de Shell que combatió durante más de una década las prácticas del kirchnerismo sin perjudicar a su empresa, es el ejemplo cabal de los ejecutivos a los que aprecia Macri.

Sin embargo, una cosa fueron las elecciones y otra cosa será el gobierno. Macri no tendrá mayoría propia en el Congreso y el bloque de Cambiemos, que será la segunda minoría en la Cámara de Diputados, es una mezcla de macristas, radicales y lilitos. Macri tiene una impronta propia que lo acerca a la negociación más que a la confrontación. Hizo largos ejercicios de acuerdos en la Capital, donde nunca tuvo mayoría propia en la Legislatura. Pero más allá de su carácter y de su predisposición, a partir del 10 de diciembre se impondrá la necesidad política de amplios acuerdos políticos y sociales.

Basta mencionar cuatro de las muchas obligaciones que tendrá el próximo presidente: resolver el conflicto inhumano de la pobreza, bajar el monumental déficit fiscal, sincerar el tipo de cambio y revisar el descontrol de un Estado clientelar. Sólo eso (hay muchas más cosas por hacer) le impondrá la obligación de acercar a su despacho a otros dirigentes políticos, a empresarios y a sindicalistas. El triunfo de ayer le abre importantes espacios políticos como para ensayar esos acercamientos. Macri ha dicho que la negociación y el acuerdo no son para él síntomas de debilidad, sino una exigencia que impone la práctica democrática. Es el reverso de la moneda que acuñaron los Kirchner, para quienes toda negociación era una deserción política y una derrota ideológica.

El desafío de Macri es convertir a la Argentina, cuanto antes, en un país homologable por el mundo para que éste se olvide de la excepcionalidad kirchnerista. Sus economistas están preparados para eso. El propio Macri ya anticipó su política exterior, que en la región colocará a la Argentina cerca de Uruguay, de Chile, de Perú y de Colombia, lejos de Venezuela, de Ecuador y, en menor medida por su vecindad, de Bolivia.

Brasil es un caso aparte. Macri sabe que tanto Dilma Rousseff como el ex presidente Lula hicieron todo lo posible para que ganara Scioli. Lula le dijo a Scioli que de él dependía la preservación del viejo equilibrio en la región. Dilma le deslizó, equivocada, que el Acuerdo Transpacífico (que agrupa a varios países americanos con otros de Asia) es "el nuevo nombre del ALCA". Scioli les creyó a los dos. A pesar de todo, Macri está dispuesto a olvidar rápidamente esas imparcialidades brasileñas. Brasil seguirá siendo una prioridad de la política exterior argentina. "La presidenta Rousseff sabrá que es más fácil acordar conmigo que con Cristina", zanjó Macri la polémica por el pasado. Tampoco Macri imagina una rápida asociación de su país con el Acuerdo Transpacífico: "La economía argentina está muy cerrada como para llevarla de inmediato a una asociación con economías tan abiertas", ha dicho.

El kirchnerismo trató de usarlo siempre, y hasta último momento, al papa Francisco en su competencia electoral. El Pontífice debió hacer varias aclaraciones de que él no estaba comprometido con políticos ni candidatos de su país. "Que voten a conciencia", es lo último que dijo. Si se leen las viejas homilías del cardenal Bergoglio se puede interpretar cabalmente lo que quiso decir: el voto es un compromiso del ciudadano con él mismo y con Dios, no con las apetencias de dirigentes o punteros. Macri ha tenido una muy buena relación institucional con el entonces cardenal Bergoglio y la vicepresidenta electa, Gabriela Michetti, era una interlocutora frecuente del entonces cardenal. Macri colocó en sus listas de candidatos porteños a algunos amigos del Papa. Un amigo común es el mensajero más habitual entre el Papa y Macri : el dirigente de la comunidad musulmana Omar Abboud.

Un ex dirigente deportivo, líder de un partido casi provincial hasta hace cuatro años y audaz candidato presidencial en los últimos meses, les devolvió ayer a los argentinos la libertad plena perdida en los años kirchneristas. Más allá de los aciertos o errores por venir, ya tiene un párrafo escrito en las páginas de la historia.

Fracasó la receta populista

La Nacion

CARLOS PAGNI

Mauricio Macri será el nuevo presidente de los argentinos. Por primera vez en más de 70 años el electorado llevó a la jefatura del Estado a un candidato ajeno a las filas del PJ y de la UCR. Es la última manifestación de una ola que ya había instalado a María Eugenia Vidal en la gobernación de Buenos Aires.

La política argentina se ha reconfigurado. Ayer se terminaron de verificar una distribución más equilibrada del poder y otra dirección conceptual para el país. Desde una perspectiva externa, el giro cobija un significado regional: se consumó el fracaso de una receta populista llevada adelante por un matrimonio con ensoñaciones hegemónicas.

El éxito de Macri es peculiar. Más de la mitad de los votos con que llega a la Casa Rosada es, si se quiere, prestada. Un fenómeno que habría protagonizado también Néstor Kirchner si en 2003 se hubiera celebrado el ballottage. Ayer Macri alcanzó el 51,45%, cuando en las primarias su fórmula había sacado el 24,43%.

Esto significa que deberá consolidar una base electoral volátil. Uno de los ejercicios para lograrlo es la negociación con la UCR y la Coalición Cívica en el seno de Cambiemos. Con los resultados de ayer esos socios se vuelven más imprescindibles. Macri está obsesionado por preservar la calidad técnica de su administración. Pero deberá arbitrar ese desvelo con la necesidad de compartir porciones de poder con los otros miembros de su liga. Las conversaciones comenzarán mañana cuando el nuevo presidente se encuentre con el radical Ernesto Sanz. La UCR encara este proceso en una situación compleja: elegirá a su próximo presidente -Luis Naidenoff es el candidato más visible- el próximo 4 de diciembre, seis días antes de la asunción de Macri. Mientras tanto, los negociadores serán, además de Sanz, Ángel Rozas, futuro presidente del bloque de senadores, y Mario Negri, jefe de la bancada de diputados. Más allá de las formalidades, hay dos radicales que tienen una relación muy cercana con Macri: Gerardo Morales y Alfredo Cornejo.

Debajo de esos acuerdos opera un interrogante: ¿Qué es Cambiemos? ¿En qué consiste su identidad? ¿Cuál es su consistencia? La profundidad de estas incógnitas sólo es perceptible a la luz de la crisis de 2001. Ese año se produjo el derrumbe del radicalismo, que había sido por décadas el principal instrumento de los sectores medios para intervenir en la vida pública. La expresión de esa capa social pasó a estar en manos de un mosaico de organizaciones. Sin esa fragmentación el poder del kirchnerismo sería difícil de explicar. ¿Cambiemos viene a cerrar ese ciclo? ¿Será un sujeto estable? Es parte del misterio que se está inaugurando este año en la Argentina.

Una segunda frontera de Macri en este movimiento es la negociación con Sergio Massa y José Manuel de la Sota: muchos de los que optaron ayer por el líder de Pro lo habían hecho por esos dos peronistas en la primera vuelta.

Para la consolidación de su poder Macri se respaldará en algunos rasgos sobresalientes de la elección de ayer. Él obtuvo una diferencia de poco más de 3 puntos sobre Daniel Scioli. Estuvo muy lejos de arrasar, como pronosticaban algunas encuestas. Para muchos dirigentes de Cambiemos, el miedo al ajuste sembrado por Scioli gravitó más de lo esperado. ¿Influirá este balance en el plan que debe ejecutar el próximo gobierno para remediar el desaguisado económico que deja Cristina Kirchner? Tal vez se explique mejor la insinuación de Macri desde Jujuy: ministro desarrollista, programa gradualista.

Un aspecto significativo del triunfo es su extensión territorial. Sobre todo porque condiciona la conducta del PJ. El nuevo presidente se impuso en numerosos distritos gobernados por opositores, algunos de ellos peronistas. El caso más notorio es el de De la Sota: en Córdoba Macri obtuvo más del 71% de los votos. Quiere decir que De la Sota queda convertido en un accionista subliminal del nuevo oficialismo. Macri también ganó en La Rioja, San Luis, La Pampa y Entre Ríos. Además de Santa Fe, donde revirtió la derrota de la primera vuelta. Por supuesto, se impuso también en la Capital Federal, Jujuy y Mendoza, gobernadas por Cambiemos.

Sin embargo, Macri no conquistó Buenos Aires, como algunos sondeos preveían. Y Scioli recuperó Lanús, una plaza capturada por Cambiemos en la primera vuelta. Un enigma principal: ¿adónde fue el voto de Massa? Sin duda no tuvo la inclinación casi automática hacia Macri del electorado cordobés de De la Sota. Esta tendencia guiará a Massa en su relación con el nuevo oficialismo bonaerense.

Estos alineamientos del electorado condicionarán la conducta opositora. Sobre todo en el Congreso. Habrá que observar esta semana las señales del Senado sobre este nuevo orden. La Presidenta pretende aprobar un paquete de leyes conflictivas durante las sesiones extraordinarias. Es posible que esa aspiración esté en la agenda que trate con Macri mañana. Cualquiera que sea el resultado de ese diálogo, el nuevo presidente deberá tener en cuenta que el peronismo no fue aplastado. Tendrá que seleccionar negociadores eficaces, ya que otra singularidad de su ascenso es que no contará con mayoría en Diputados. Corolario: al cabo de un largo ciclo de dese-quilibrio de poder, la gobernabilidad exigirá a la política recuperar la capacidad de diálogo.

La derrota sumergirá a los peronistas en un debate interno que guarda un aire de familia con el de 1983. Apenas se conocieron los resultados, anoche salió a luz un movimiento de autoconvocados que pidieron separar al partido del Frente para la Victoria. Durante un tiempo será difícil detectar en el PJ dónde está el poder. Pero ya comienzan algunos contactos reveladores. Juan Manuel Urtubey tendió un eje con el bonaerense Julián Domínguez, por ejemplo. Y Massa entró en conversaciones con sobrevivientes del oficialismo: de Martín Insaurralde a Diego Bossio.

La víctima principal de esta dinámica será la señora de Kirchner, quien -para utilizar un verbo que adoran los hijos de Perón- condujo al movimiento a la derrota. Muchos dirigentes buscan la razón de ese fracaso en el modo en que dirigió la interna oficialista, lo que incluye la selección del candidato y el armado de las listas. Es una forma de bloquear cualquier debate conceptual. Porque el cambio que se verificó ayer tuvo manifestaciones mucho más tempranas. El kirchnerismo soportó tres cacerolazos multitudinarios. Y perdió las elecciones bonaerenses dos años atrás. Pero no tuvo plasticidad para interpretar esas señales. La economía se siguió deteriorando. La corrupción se volvió cada día más evidente. Y el escándalo de la denuncia y la misteriosa muerte del fiscal Alberto Nisman terminaron de definir la imagen internacional de la administración. La respuesta a esa tragedia fue la exhibición obscena de una mafia ligada al espionaje que la misma Presidenta y su marido habían utilizado en su favor.

Para superar ese panorama, la señora de Kirchner protagonizó decenas de cadenas nacionales, recurrió a la propaganda mediática y postuló a Aníbal Fernández como gobernador.

El triunfo de Vidal y el éxito de Macri para revertir su derrota en la primera vuelta parecen sorprendentes. Como si se hubiera producido un giro impensable de la historia. Sin embargo, lo que debería haber llamado la atención es que, en semejantes condiciones, el oficialismo hubiera perdurado.


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