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ANÁLISIS
Olivera: fin de la política emocional. Morale Solá: último combate de Cristina
06/12/2015

El fin de la política emocional

La Nación

Francisco Olivera

Cuenta entre íntimos Florencio Randazzo que la única razón por la que no renunció hace varios meses es que, el día en que le reprochaba a Cristina Kirchner no haberlo dejado competir con Daniel Scioli por la presidencia, ella rompió en llanto y le pidió que siguiera hasta el final. Habrá sido el último acto de lealtad del ministro del Interior: la semana pasada, contra la negativa del resto de sus compañeros a exponer la transición, se sacó una foto con su sucesor, Rogelio Frigerio.

Algunas órdenes y protocolos típicos del kirchnerismo vienen perdiendo fuerza desde el ballottage. Un día después, al 5° piso del edificio de la Av. Julio A. Roca 651, donde funciona la Secretaría de Industria, llegó la instrucción de remover el cotillón militante de las paredes: afiches de Néstor y Cristina Kirchner, carteles con la inscripción "Clarín miente", entre otras muestras de identidad. Como si toda la administración hubiera ya asimilado la idea de la muerte de la política emocional.

Es probable que, en adelante, los ministros decidan su renuncia o sean echados de acuerdo con razones más cerebrales, como los resultados de gestión o eventuales incompatibilidades en la función pública. Es el cambio de paradigma que vienen percibiendo los empresarios que han tomado en estos días contacto con el macrismo: la pretensión del nuevo gobierno será, con lo bueno y con lo malo que eso supone para un hombre de negocios, la restauración de un sistema de reglas.

Esta noción es considerada ingenua en el mundo de la política. Algo de eso le transmitió Cristina Kirchner a Macri en el breve encuentro de la semana pasada. Más que hostil, ella se mostró ese día inmensamente reveladora de cómo se había sentido tratada en estos años. Además de confesarle su anhelo de ser despedida la semana próxima con los militantes en la calle, le anticipó que, en pocos días, él entendería el peso real de ser presidente: paros de Hugo Moyano, críticas de la prensa, sectores que ponen trabas todos los días. No fue magia.

Macri salió decepcionado. Es imposible separar el contenido de aquella charla, más centrada en las circunstancias del presidente que sale que en los desafíos de quien llega, de la discusión sobre dónde se entregarán el bastón y la banda presidencial. La conclusión de ese tironeo está más allá de quién tenga razón: a la jefa del Estado le cuesta el traspaso como a ningún otro presidente desde 1983.

Macri aprovechará estas externalidades para marcar diferencias con su antecesora desde el primer día. No llegará, como pensaba, a anunciar el paquete inicial de medidas en la asunción. Instrumentarlas requiere estar en despachos que todavía no fueron abiertos a la sucesión. Será entonces el lunes 14, el mismo día en que hablará en la clausura de la conferencia industrial en Parque Norte, en un lanzamiento que incluirá decisiones institucionales y económicas. Una de las más relevantes busca licuarle el poder a los 12 jueces de Comodoro Py, todos ellos de frecuente interacción con el poder político: Norberto Oyarbide, Claudio Bonadio, Daniel Rafecas, Ariel Lijo, Rodolfo Canicoba Corral, María Romilda Servini de Cubría, Sebastián Casanello, Sebastián Ramos, Marcelo Martínez de Giorgi, Luis Rodríguez, Julián Ercolini y Sergio Torres.

La idea es dejar sentado ese día el trazo principal de la nueva gestión. Lo que en su entorno prefieren llamar "un plan de gobierno" que no debería sufrir, dicen, demasiadas modificaciones en cuatro años. Ese sendero excluye necesariamente íconos kirchneristas que en Cambiemos juzgan extravagancias propias de una economía estancada desde hace cuatro años y en default. Podrá amagarse con una continuidad durante los primeros días, pero planes como el de Precios Cuidados no parecen tener un futuro promisorio. Igual que Enarsa, la petrolera estatal a la que antes habrá que encontrarle una salida jurídica porque tiene participación en áreas de hidrocarburos o empresas privadas como Transener. El trastocamiento promete en realidad ser una marca de todos los ministerios. El área de cultura, por ejemplo, busca virar del actual modelo del pensamiento nacional al de la creatividad y la innovación.

La propuesta no disgusta a la mayoría de los empresarios. Por lo pronto, varios de ellos y parte de la comunidad internacional han dado muestras de querer acompañar. "Sé que la Argentina ha decidido un cambio, y nosotros somos muy optimistas con el cambio", les dijo anteayer en el hotel Alvear Francisco Cannabrava, ministro consejero de la Embajada de Brasil, a ejecutivos de la Cámara de Comercio Argentino Brasileña, que conduce Agustín O'Reilly.

El establishment aguarda definiciones que exceden los efectos de una normalización cambiaria o un ajuste, y que dependen más que nada del marco jurídico. Hay inquietud, por ejemplo, con la ley del arrepentido que Cambiemos prometió en campaña y que tendrá a Elisa Carrió como principal vigía, tal como demostró la diputada la semana pasada al criticar la relación entre Daniel Angelici e integrantes de la Justicia. ¿Está la Argentina en condiciones de incorporar un sistema como el que ha llevado a la cárcel a los empresarios y legisladores más poderosos de Brasil, es decir, de enfrentarse con su propia realidad pública y privada? "La van a promulgar, pero me suena que va a ser algo para mostrar, sin efectos tan profundos", dijo a este diario un propietario pródigo en relaciones con los gobiernos de las últimas décadas.

Aun así, con la experiencia de la Alianza todavía gravitante, es probable que los primeros tests del nuevo presidente sean internos. Por lo pronto, entrar en sintonía con Alfonso Prat-Gay, su conductor económico, y entablar con él una relación de confianza que en el último mes tuvo sus primeros de-sencuentros: no sólo se cuestionan el uno al otro la virtud de la humildad, sino que al economista le costó aceptar el pedido de silencio luego de haber anticipado un aumento en la cotización del dólar oficial. "Es la primera vez en mi vida que no pude dormir", admitió entonces, muy molesto.

Hacia fuera del gabinete, algunas relaciones vienen también marcadas desde la campaña electoral. Por primera vez en mucho tiempo, Macri siente la sensación de haberles ganado la discusión a antiguos pares que presionaron para que acordara con Sergio Massa, empresarios que no veían en él más que a un político amateur y que, en más de un caso, apostaron en todo sentido por Scioli. Esa reivindicación parece haberle dado al nuevo líder, dicen en su entorno, un aplomo comparable al que le dieron sus recurrentes meditaciones budistas en Benavídez con la especialista Ángeles Ezcurra. Un impulso necesario, sin dudas no suficiente, para interactuar con un sector que, a los golpes, y en algunos casos con gusto, había terminado de habituarse a una política manejada desde una óptica más visceral que estratégica.

El último combate de Cristina

La Nación

Joaquín Morales Solá

Cristina Kirchner está confirmando una teoría política: el poder, sobre todo cuando es largo y autorreferencial, aparta la realidad de la percepción de los gobernantes.

Algo sustancial ha cambiado en la Argentina, en su sociedad y en el sur de América, y ella no lo advierte. Avanza sin distinguir los bordes. La política nacional camina, de ese modo, hacia un probable escándalo institucional durante la asunción de Mauricio Macri.

Pésimo favor de Cristina a sus militantes. Es posible que el kirchnerismo se esté convirtiendo, para una importante mayoría social, en un partido de conflictos, no de soluciones.

El ocaso kirchnerista se inscribe en un contexto regional en el que sobresale la profunda crisis política y económica de Brasil, cuyo gobierno fue el protector oculto del chavismo venezolano. En ese marco, la Argentina de Macri cobrará así otra dimensión geopolítica. ¿Será suficiente para compensar las necesidades financieras y económicas que se agravarán por la crisis brasileña? La respuesta no existe todavía.

El próximo jueves podría suceder el escándalo ante la mirada de los argentinos y del mundo. El jueves pasado, una reunión del llamado "equipo de gobernabilidad" (integrado por Marcos Peña, Rogelio Frigerio, Emilio Monzó, Ernesto Sanz y varios radicales más) concluyó en aconsejarle a Macri que no debía ceder ante Cristina por el lugar de la entrega de los símbolos del poder. Deberá ser en la Casa de Gobierno. Macri aceptó el consejo y así se lo hizo saber ayer a Cristina. Ella se notificó, pero no anunció un cambio. Es el combate entre la tradición institucional y el capricho personal. Un capricho parecido permitió en 2011 que fuera Florencia Kirchner la que le colocara la banda presidencial a su madre. La hija no tenía ningún papel en la ley ni en la costumbre republicana.

El titular del Senado debe tomarle juramento al Presidente delante de la Asamblea Legislativa. Es lo que dice la Constitución y es lo que hará Macri; el macrismo considera, además, que su líder será presidente a partir de las cero horas del jueves 10. Cristina podría ingresar en el edificio del Congreso, pero nunca estará habilitada, si no es invitada, para ingresar en el recinto de la Asamblea, donde sólo tienen cabida el Presidente y los legisladores. Ésa es la teoría, pero ¿quién estaría en condiciones de cerrarle las puertas a la ya ex presidenta? Si ella decidiera entrar en el recinto del Congreso, el escándalo que producirá será político, institucional y también personal. ¿O, acaso, Cristina está buscando un pretexto para declararse ofendida y escaparle, así, a la foto que la registrará entregándole a Macri el bastón y la banda de los presidentes?

Macri no puede ser derrotado antes de asumir. Y menos por Cristina, que será su peor adversaria a partir del minuto siguiente. Ésa es la tesis del macrismo, y no le falta razón. Si Cristina consumara la entrega de los símbolos en el recinto parlamentario, se irá con la imagen de una victoria personal sobre el nuevo presidente, al que claramente detesta. Macri, un hombre dialoguista y pacífico, puso siempre especial énfasis, sin embargo, en el principio de autoridad. La autoridad será él a partir del 10 de diciembre, que es lo que Cristina no quiere (¿o no puede?) reconocer. El caso sería propio de la clínica médica si no fuera de una enorme gravedad institucional. La presidenta que se va quiere convertir en propia la fiesta del presidente que llega. Las fiestas kirchneristas tienen su escenografía y sus personajes: están llenas de jóvenes fanáticos, que idolatran tanto como insultan.

El caso provocó una fractura expuesta en el peronismo. Por un lado, el gobernador salteño, Juan Manuel Urtubey, consideró esa disputa como un conflicto "institucional severo" y acusó a Cristina de no aceptar que un candidato opositor ganó las elecciones. Por el otro, Daniel Scioli lo redujo a una mera discusión "protocolar" sin importancia. El peronismo camina hacia una división entre los dirigentes razonables y los irracionales. ¿Ésa será la única división? ¿O habrá también una tercera división entre los razonables, entre los gobernadores y los que disienten de Macri? El macrismo está terminando un acuerdo con Sergio Massa (durará un tiempo, no todo el tiempo) para sumar en asuntos esenciales sus 40 diputados a los 90 de Cambiemos. Si fuera así, la mayoría en Diputados estaría asegurada.

La mayoría del Senado la decidirán los gobernadores peronistas. A Frigerio, ministro del Interior, le transfirieron Obras Públicas. Será su carta de negociación. La primera decisión de la administración Macri será también la anulación del decreto de necesidad y urgencia de Cristina que les transfirió a todas las provincias los fondos injustamente retenidos para financiar la Anses, y de los que ella y su marido hicieron uso y abuso. Macri tiene el aval de la Corte Suprema para hacerlo. Una asociación de jubilados pedirá también la inconstitucionalidad del decreto de Cristina; es posible que le concedan el pedido. El envío de recursos a las provincias quedará, entonces, como estaba.

Como estaban podrían quedar también los precios. El equipo económico de Macri negocia un acuerdo económico y social con empresarios y sindicalistas. El acuerdo incluiría que todos los precios deberían volver a cómo estaban el último día de noviembre, antes de que comenzara la fiebre alcista. Funcionarios macristas atribuyen su alza a dos factores: a un gobierno que bajó los brazos en el control de los precios y a la picardía de muchos empresarios, que quieren llegar al acuerdo con un buen margen de rentabilidad. El Gobierno, en rigor, descuidó los precios para empezar a culpar a la administración de Macri antes de que ésta asumiera. Es el primer gobierno en la historia que culpa de sus males al gobierno que viene y no al que se fue. La magia del kirchnerismo es inagotable.

Macri necesitará del apoyo externo para estabilizar el país después de la traumática experiencia kirchnerista. El caso de Brasil tiene dos consecuencias. La primera: las enfermedades de la economía brasileña, que está entrando en la peor recesión en 80 años, siempre contagiaron a la economía argentina. La otra: la crisis política en Brasilia le otorga otra dimensión geopolítica a la Argentina, que inaugura un cambio homologable por el mundo occidental. Papel importante para la canciller Susana Malcorra. Noticias inquietantes para el ministro Alfonso Prat-Gay. ¿Habrá un puente internacional en condiciones de unir una cosa con la otra?

El conflicto político del gobierno brasileño se enmarca, además, en la obscena decadencia del chavismo venezolano, al que Lula y Dilma Rousseff protegieron siempre silenciosamente. La crisis política en Brasil no terminará fácilmente, porque se mezclan reclamos sociales, impopularidades y una corrupción sin límites. Es difícil que la crisis económica brasileña encuentre una solución antes de que se resuelva el problema político.

Los principales países occidentales se entusiasmaron con el nuevo rol que podría cumplir en la región la Argentina de Macri. El problema de Macri es que necesita algo más que entusiasmos. Requiere de unos 20.000 millones de dólares en el Banco Central para poder terminar cuanto antes con el cepo al dólar. Washington tiene serias limitaciones institucionales para disponer rápidamente de ayuda financiera a países amigos, pero puede influir ante otras naciones y en el propio sistema norteamericano para hacer las cosas más fáciles. Es lo que prometieron desde la capital de los Estados Unidos.

Los berrinches de Cristina frente a la magnitud de tales cambios locales y externos la convierten en una referente del pasado, en patrimonio político de un museo de las cosas que ya fueron.


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