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ANÁLISIS
Eterno Tomás Bulat: El gran mito de la Argentina rica
07/12/2015

El gran mito de que la Argentina es un país rico

Infobae

TOMÁS BULAT

¡Aramos! –dijo el mosquito, que estaba sentado en el lomo de una mula.
Anónimo (pero qué gran verdad)

Capítulo 1

¿Es justo que Messi gane más plata que el número cuatro de Lanús? ¿Y qué tiene que ver esto con uno de los mitos fundacionales de nuestra cultura?

La idea de la Argentina como país rico es sin duda una de las creencias más fascinantes y arraigadas del nativo promedio. La riqueza, según esta fantasía, no es algo que se produce, que se genera, que se transpira, sino algo que "está ahí" (¿Ahí dónde? ¿En el aire? ¿En la tierra? ¿En el cielo con diamantes como Lucy?). O sea, la riqueza es algo que existe sin necesidad de que hagamos ningún esfuerzo, sin trabajar, sin rompernos el bocho ni el lomo, sin planificar... Es una parte constitutiva del país, que lo recorre y lo fortifica de forma natural, como la sangre en el cuerpo, como pétalos de una misma flor. Es algo que estuvo, está y estará por los siglos de los siglos y pase lo que pase.

Una de las consecuencias más calamitosas de esta creencia es suponer que la riqueza es una herencia de la cual los argentinos somos beneficiarios forzosos. Como este país es rico, y yo me considero parte de él, ¿para qué voy a trabajar? ¿Para qué voy a generar lo que ya existe de sobra? ¿Por qué tendría que vivir mal o con pocas cosas si mi país es rico? Solo tengo que reclamar la parte que me corresponde de esa riqueza, y chau. Sin duda, ésta es una de las muchas discusiones en las que suele perderse la brújula de los argentinos.

Otra consecuencia errada consiste en preguntarse cosas tales como por qué Fulanito tiene que ganar más que yo si la riqueza está ahí para todos y es de todos. Si una persona tiene un mejor pasar que yo, es lisa y llanamente porque se debe haber apropiado de una porción mayor de esa riqueza, es decir que fue más vivo en quedarse con una parte más grande de la torta. Tengo todo el derecho a odiarlo porque lo que hizo no fue nada distinto a lo que hice yo, excepto ser más piola, más vivo, o incluso más corrupto.

Los argentinos tenemos esa verdadera manía de creer que en realidad somos ricos pero, ¿dónde nace el mito de la Argentina rica?

La base está

Una de las fuentes principales de este mito tiene que ver, aunque no lo creas, con la extensión de nuestro país. La Argentina es el octavo país más grande de la Tierra y está básicamente deshabitado. Tenemos vastísimos recursos naturales, desde energía y agua hasta un enorme potencial de producción alimentaria para darle de comer a 600 millones de personas. Está la pampa húmeda, que es una planicie amplia y fértil. Tenemos todos los climas y todas las regiones susceptibles de ser explotadas turísticamente. Tenemos 4.500 kilómetros de montañas para producir minerales. Y además tenemos Vaca Muerta, que es energía en potencia, y un mar impresionante, amplio y fértil.

 

A todas luces, la geografía de nuestro país es muy favorable. Muchas veces (siempre, sería más acertado) esto se confundió con riqueza y de ahí nos quedó la idea fija de que la Argentina es un país rico cuando lo cierto es que no lo es. Más bien, estamos en la mitad de la tabla. No somos ni muy ricos ni muy pobres. Esto se puede observar en el célebre PBI pero antes te cuento una anécdota que refleja cómo somos.

Una vez me tocó ir como asistente a una de esas conferencias masivas que traen expositores de todas partes del mundo. Fue en septiembre de 2001, una época que todos recordamos bien. Habló primero el ministro de economía de Israel, que nos contó cómo les afectaba a ellos la caída del Nasdaq (la bolsa de valores de Estados Unidos). Obviamente nosotros, la mayoría de los asistentes, no prestamos mucha atención. Estábamos más atentos a escuchar qué iba a pasar en la Argentina en esos momentos tan críticos.

Habló, recuerdo, un analista político famoso, que pintó un escenario de ingobernabilidad terrible. Después dos de los más prestigiosos macroeconomistas argentinos, vaticinando que venía una tragedia económica. Y cerró el ministro de Economía con un pedido de confianza, porque todos esos problemas se podían superar.

Cuando llegó el momento de las preguntas empezó, como siempre sucede en estos casos en que hay una platea llena de argentinos, una serie de más de diez minutos de exposición de cada asistente, que más que preguntar querían el micrófono para decir lo que pensaban, lucirse y tratar de conseguir la aprobación del conferencista. Obvio que cada intervención era sobre lo mal que estaba la Argentina. Y obvio que nadie le preguntó nada al israelí. Cuando estaba por terminar la conferencia, el israelí agarró el micrófono y dijo: "Perdón, amigos, viajé tantos kilómetros y hablé tan poco que necesito decirles algo. Escuché atentamente a cada expositor y cada pregunta de los asistentes. ¿Saben cuánto daría por tener los problemas de ustedes?¿No se dan cuenta de que habitan un país que no tiene problemas climáticos, no tienen odios étnicos, no tienen conflictos religiosos, no viven con conflictos bélicos con sus países vecinos, no tiene escasez de ningún recurso? ¿Saben cuánto daríamos en mi país para no tener alguno de esos problemas? ¿No se dan cuenta de que solo tienen un problema de formas, de orden, de administración de riquezas?".

Silencio absoluto en la sala. Así somos. [...]

Ahora, si miramos la capacidad adquisitiva del PBI per cápita de Argentina y lo comparamos con el resto de los países del mundo, no parece que el nuestro sea particularmente rico. Estamos más bien en la mitad de tabla del ranking mundial: según el FMI, en 2014 el PBI per cápita de los argentinos fue de 12.873 dólares, mientras el promedio mundial fue de 10.589 dólares. O sea, el ingreso por persona de Argentina es estándar pero la mala noticia es que ese valor está bien lejos del ingreso per cápita de un país desarrollado, que es de 45.100 dólares por año.

Sangre, sudor y lágrimas

Quiero ser insistente y repetitivo: esto es así porque la riqueza tiene poco que ver (muy poco, la verdad) con los recursos naturales que posee un país. Cuando uno toma nota de ese listado de bondades que pueblan la Argentina (la llanura pampeana, las montañas con minerales, el agua), enseguida piensa: ¡guau! ¡Tenemos de todo! ¡Somos ricos! En realidad, para que un recurso natural se convierta en un producto o una riqueza, o sea, en algo que se pueda vender, tiene que intervenir el hombre y transformarlo con su trabajo.

Por ejemplo, ahora que se habla tanto del petróleo enterrado a más de 3.000 metros de profundidad en Vaca Muerta y de la "riqueza infinita" de nuestras tierras... Mal. Eso no es riqueza. La creación de riqueza es un fenómeno en el que participa el hombre. Hasta que alguien (el Estado, las empresas, quien sea) no invierta dinero, esfuerzo, conocimiento y energía para extraer el petróleo, procesarlo y comercializarlo, ahí no hay ni habrá riqueza. Solo petróleo, o más bien, la presunción de petróleo, allá enterrado a 3.000 metros de profundidad. Lo mismo pasa con un pedazo de tierra, que no tiene ningún valor hasta que alguien invierte en él y lo hace producir, y lo mismo pasa con casi todos los recursos naturales. La naturaleza en sí puede ser infinitamente rica, pero de ahí a hablar de riqueza... el camino es largo y duro.

Para ser más gráficos, supongamos que caminamos por las montañas en San Juan y alguien nos dice que en esa montaña hay mucho oro. La pregunta es, entonces, ¿cuánto vale esa montaña? La respuesta es que hasta que no se organice un grupo de técnicos y obreros, se instale maquinaria y se invierta dinero, la montaña solo tiene valor paisajístico.

 

Hasta que no haya intervención humana, sea en forma de capital o trabajo, esa montaña de oro no vale nada más que eso. Por lo tanto, la Argentina es un país con muchas potencialidades pero pocas realidades. Lo países no son ricos. Los hacen ricos sus ciudadanos cuando se organizan y trabajan. Así que, lamento decirlo, por más potencialidad que haya en nuestro país, si no hay trabajo y organización, no hay riqueza.

Además, para que algo genere riqueza tiene que tener un valor. Pero ese valor es subjetivo. Uno de los ejemplos más claros es Facebook, una de las empresas que más vale en todo el mundo. La empresa de Mark Zuckerberg tiene un valor de mercado que supera los 200 mil millones de dólares gracias a un producto con un valor que es completamente subjetivo para sus millones de usuarios en el planeta. Incluso los bienes que sirven para producir otros bienes o que se usan como insumos dependen de valores subjetivos. ¿Qué quiero decir? Que si no nos gustaran tanto los autos, las computadoras y los viajes en avión, el petróleo valdría menos y el litio no sería más que un mineral. ¿Entendés ahora por qué cambian tanto los precios de los commodities?

Me imagino lo que te estarás preguntando ahora: pero, entonces, ¿cuán importantes son los recursos naturales en la generación de riqueza? ¿Y entonces por qué la Argentina hace cien años fue uno de los países más ricos del mundo, y ahora no lo es?

 

La gran diferencia, gran, es el trabajo. Nada menos que el trabajo, algo que parece una antigüedad en la Argentina actual. Nuestro país se formó con gente que llegó de lejos hasta acá a trabajar, generar riqueza y hacerse la América, o en este caso la Argentina. Nuestros abuelos y bisabuelos no vinieron simplemente a buscar algo que ya existía y estaba a disposición de todos, sino a vivir, trabajar y experimentar la maravillosa posibilidad de generar algo propio con el esfuerzo de cada día. Ellos son los que generaron la riqueza de la que nosotros hoy hablamos y presumimos.

El problema es que al creer que somos un país rico durante tantas décadas, sentimos que no tenemos nada por hacer. Pero no somos un país rico, somos apenas un país con potencial. Y un potencial sin trabajo es solo eso, puro potencial. La riqueza la vamos a tener si trabajamos, los empresarios y los trabajadores, y si trabajamos bien. Si no se trabaja o se trabaja mal, no habrá riqueza. O sea, la diferencia la hacemos nosotros.

 

Quiénes producen la riqueza

Pero volvamos a la actualidad. Sitodos pensáramos que este país, en realidad, tiene recursos naturales de sobra, riqueza en sentido potencial, entonces bastaría con decidir cómo utilizarlos mejor para producir riqueza contante y sonante. Y tendríamos que ponernos a laburar en serio para generar ese valor.

Hoy en día, los empresarios y trabajadores del sector privado son los principales productores de bienes y servicios de la Argentina. Lo hacen con su esfuerzo y con sus capitales. Todos ellos crean riqueza en este país, que suele ser poca, no muy eficiente y más bien irregular.

Pensemos que hoy en la Argentina la producción de bienes explica casi el 40% del PBI, mientras que los servicios hacen el resto. Casi la totalidad de los bienes están provistos por el sector privado. La producción agrícola, la producción minera y la producción industrial también están en manos privadas. Lamentablemente, en su mayoría son dueños extranjeros que aprovechan los bajos precios de las empresas argentinas y la falta de financiamiento que las hace poco competitivas en el mediano plazo.

En los servicios, todas las actividades relacionadas con el comercio minorista y el turismo también son privados, y explica la mayoría de la creación de riqueza de este sector. Hoy por hoy,el Estado argentino solo provee servicios aéreos a través de Aerolíneas Argentinas, que tiene un déficit aproximado de 4.600 millones de pesos, y de agua a través de Aguas Argentinas, que solo puede hacer la inversión que le subsidia el gobierno nacional.

El problema es que los incentivos a los productores no son muy fuertes en Argentina. Los fuertísimos altibajos de nuestra economía (de fiesta a resaca, y otra vez fiesta...y otra vez resaca) hacen que los niveles de inversión de las empresas sean lo estrictamente necesario y que solo se avance en la medida que se consiguen fondos subsidiados por el Estado. Los incentivos que damos como sociedad son pobres. En lugar de trabajar más y organizarnos mejor para producir más, dedicamos muchos esfuerzos a proteger nuestra riqueza. Por eso, en cuanto tenemos ahorros los destinamos a los lugares donde creemos que están seguros, ladrillos y dólares, y no donde son más eficientes.

 

Ahora, ¿está mal que nos protejamos? No, no está mal, porque la riqueza de este país la hacemos los que trabajamos todos los días, y protegernos de las oscilaciones de este país no es malo. Es solo la respuesta natural de un país que no respeta ni premia el esfuerzo cotidiano de muchos empresarios y trabajadores. Pero la Argentina tiene que recuperar su tasa de inversión, y para eso necesita menos inflación y más ahorro. Claro que si necesitamos ahorrar más, hay que consumir menos, y en estos tiempos eso no suena bien.

Al revés de lo que escuchamos todo el tiempo, el consumo no genera nada, mucho menos riqueza. El consumo en realidad tiene que acompañar un proceso de inversión, que es lo que genera riqueza. El ahorro, en cambio, es necesario para producir más, para invertir, para prevenir. Por eso deberíamos volver a la sabiduría de nuestros abuelos, que construyeron este país.

Más, mejor, más justo

Este famoso mito de que la Argentina es un país rico logra la maravillosa fantasía de que no hay que laburar mucho (si ya somos ricos) ni hay que laburar bien (si estamos condenados al éxito...). Por lo tanto, no hay mucho más que hacer que distribuir mejor la riqueza que ya existe. El problema es que esto es mentira. Tan mentira que cada vez somos más pobres todos, aunque por supuesto unos mucho más que otros, pero todos somos más pobres, incluso los ricos. Vale como anécdota que los ricos de Brasil no solo compran muchas empresas argentinas sino que también compraron la cervecera Budweiser y Burguer King, mientras en Argentina seguimos vociferando contra el capitalismo y el imperialismo.

Por eso, los verdaderos debates que hay que dar en la Argentina son cómo generamos riqueza y cómo la administramos, no cómo repartimos algo que supuestamente ya existe (porque, les recuerdo, no existe).

Cuando se habla de distribución del ingreso en nuestro país, la derecha económica dice que ésta se derrama de forma automática en la sociedad, siempre y cuando se dejen libres las fuerzas del mercado y se permita que la economía crezca sola. Es el famoso "efecto derrame" muchas veces prometido en la Argentina y nunca cumplido. En cambio, cuando habla la izquierda económica, que hace hincapié fuertemente en la distribución del ingreso, da por sentado que lo que llega por derrame es la producción. Es decir, la producción de los bienes y servicios llegan de alguna manera. O sea, la derecha hace énfasis en el crecimiento y la izquierda en la distribución pero ambas tienen en común que el problema se resuelve de cierta manera solo.

Estas posiciones son extremas, claro, pero la verdad es que ni la distribución del ingreso está dada ni el nivel de producción está dado. Para mejorar e incrementarse, ambos necesitan del trabajo de los individuos y del incentivo de las instituciones. Para tener un stock de autos, por ejemplo, hay que fabricarlos todos los años, y para eso a su vez hay que producir hierro todos los años, lo cual implica un alto consumo de energía, que también hay que salir a generar. Otra vez, trabajo y esfuerzo. Nada fácil pero tampoco nada imposible.

 

Y a los que se preguntan por qué Fulanito tiene un Audi y ellos no, yo les pregunto: ¿es justo que Steve Jobs haya tenido en su momento la fortuna que tenía? Claro que sí, porque él creó Apple y los demás, nosotros, no. ¿Y no es justo que alguien que inventó un programa que todos disfrutamos, como Google, tenga derecho a tener más plata que nosotros, que somos apenas sus usuarios? Quizá sea mucho más justo pensar que quien más soluciones aporta a una sociedad debe recibir una parte mayor de la riqueza que genera y cobrar en función de eso. De nuevo, la pregunta correcta no sería entonces si es justo que Messi gane más plata que el número cuatro en Lanús, sino quién de los dos le genera más dinero a su equipo. Messi genera riqueza y muchos negocios, y esa diferencia es la que determina su infinito bienestar. Uno debe recibir en función de lo que da, y si quiere estar mejor, tiene que dar más.

A todo aquel que siga creyendo que este país es rico, lamento informarle que no lo es ni lo será si seguimos así. La Argentina no es un país al que le podamos sacar algo, es un país al que tenemos que darle, y ahí está nuestro mayor desafío. Tenemos que entender que hay una base muy buena, muy grande, llena de potencial, pero nos falta lograr un desarrollo sostenido. Y esto no es una tarea de una sola persona ni de un sector, es de todos.

En todo caso, la apuesta grande de la Argentina es que cuando ahorremos pensemos que la mejor opción es hacerlo en nuestra moneda y en nuestro país. Pero para eso hacen falta muchos años de políticas económicas serias, de reglas claras y de incentivos potentes.

Así, partimos del mito de que la Argentina es un país rico y desembocamos en la pregunta legítima, en la verdadera clave que se oculta detrás de esa creencia, en la genuina discusión que debe darse nuestra sociedad de cara al futuro: ¿cómo generamos más riqueza? Solo así nuestro país podrá ser más rico, y cada uno de sus habitantes (vos incluido) también lo será.

Primero generar, después distribuir. Sin lo primero, lo único que podemos distribuir es la pobreza. O sea, el problema no es solo la distribución (o la falta de) sino también, y al mismo tiempo, la producción. La riqueza es lo que se genera. La pobreza es simplemente la consecuencia de no generar ni distribuir esa riqueza. Porque una sociedad puede ser tremendamente equitativa en la carencia, pero no es la sociedad en la que yo quiero que vivan mis hijos.

 

Extractado de Estamos como somos, de Tomás Bulat (Sudamericana 2015)


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