Dante Sica
El nuevo ciclo que se inició con la asunción de Mauricio Macri puso fin a doce años de kirchnerismo, una etapa en la que prevaleció la discreción por sobre las reglas en las decisiones de política económica. El gobierno saliente dejó una pesada herencia económica, con estancamiento de la actividad, nula creación de empleo privado y elevada inflación en los últimos años de gestión. A ese legado hay que sumarle un gasto público récord, atraso tarifario, elevado déficit fiscal, retraso cambiario y bajo stock de reservas. En definitiva, una economía con profundos desbalances macroeconómicos y fuertes distorsiones de precios relativos.
En este contexto, el escenario que tiene por delante la nueva administración es sofisticado. Deberá corregir el rumbo actuando sobre cuestiones urgentes y en simultáneo, implementar reformas que permitan reparar los desbalances estructurales generados por una economía que funcionó en desequilibrio durante muchos años. No se trata de corregir un cierto desajuste monetario, cambiario o fiscal. El desafío es introducir políticas para readaptar la estructura económica a las necesidades de crecimiento sostenido. A su vez, las correcciones implicarán un triple reto: además de ser consistentes en lo económico, deberán ser viables en lo político y tolerables en lo social.
En este sentido, los primeros pasos dados van en buen camino. La remoción del cepo y reunificación del mercado cambiario es posiblemente el hecho económico más destacado de los últimos cuatro años. La medida es una condición necesaria para retomar el crecimiento, ya que devolverá fluidez a la economía, a la vez que posibilitará la concreción de inversiones necesarias para el país y largamente postergadas por la desconfianza reinante. Claro que para que esta medida sea socialmente tolerable deberá minimizar su impacto sobre el poder adquisitivo y no tener efectos sobre el empleo. Y para ello será fundamental alcanzar un amplio acuerdo económico social que involucre a los distintos actores -gobierno, sindicatos y empresas- con el eje puesto en la inflación.
Lo positivo es que para semejante tarea el Gobierno cuenta con una gran ventaja y es que, con el inicio de un nuevo ciclo, los agentes económicos renuevan sus expectativas, dando un voto de confianza. El mercado ha demostrado, hasta ahora, que confía y acompaña, aunque queda mucho por recorrer. Para generar mayor credibilidad, el presidente deberá dar señales claras sobre las nuevas reglas de juego para que todos los argentinos sepan que sucederá tanto en el corto como el mediano plazo con sus ingresos, sus impuestos, sus ahorros y sus gastos.
Cómo se avanzará sobre la reducción del déficit fiscal, la política de endeudamiento -y por tanto la solución al conflicto con los hold-outs para acceder al crédito internacional- y la normalización monetaria son algunas de las áreas en las que el nuevo equipo económico aún no se ha expedido y que son parte del programa macroeconómico consistente que espera la sociedad. Las respuestas deberán ser próximas y contundentes de modo de alinear las expectativas, despejar inquietudes y multiplicar la confianza.
Sólo así el Gobierno podrá llevar a cabo los cambios que la economía requiere. Y si bien el primer tramo de 2016 no será sencillo, tener éxito en esta empresa permitirá a Argentina volver a hablar de crecimiento, de generación de empleo y de planes de inversión de largo plazo que apunten al desarrollo integral y al progreso de la sociedad.
