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OPINIÓN
Scibona: La vuelta al mundo. Cárdenas: Un cambio que parece posible
25/01/2016

La vuelta al mundo

La Nación

NÉSTOR SCIBONA

Más de diez años son demasiados para cambiar, de un mes para otro, un prontuario de aislamiento internacional y conflictos de raíz ideológica camuflados en nombre de la soberanía. Bastaría con preguntarse por qué la Argentina descendió del tercer al sexto puesto en América latina como país receptor de inversión extranjera directa (IED). O cuántos años hace que no adjudica una licitación internacional en función del precio más conveniente, en vez del financiamiento atado al proyecto. O si la consigna "Patria o buitres" sirvió para algo más que abultar la cuenta de intereses impagos tras el default parcial de la deuda. Lo mismo vale para los decepcionantes acuerdos de cooperación económica con Venezuela o judicial con Irán. La lista podría extenderse varios párrafos.

Para dejar atrás esas páginas, el viaje del presidente Mauricio Macri al Foro Económico Mundial de Davos fue un paso importante. No sólo como carta de presentación de la nueva política exterior y económica argentina ante la comunidad internacional de líderes políticos y de negocios. También por la anunciada reformulación de las relaciones bilaterales con los Estados Unidos, Brasil y el Reino Unido. Otro tanto puede decirse de la presencia de Sergio Massa, para demostrar que puede haber acuerdos con la oposición tanto en decisiones coyunturales como en políticas de Estado.

Sin embargo se trata sólo de un primer paso. Algo así como comenzar a llenar los formularios para volver al mundo. Un mundo que ya no ofrece las inéditas oportunidades que se desperdiciaron hace una década y que arrancó 2016 más complicado de lo que se esperaba, con alta volatilidad en los mercados. Y donde la Argentina deberá competir con otros países emergentes para atraer capitales e inversiones que permitan crear empleos genuinos y de calidad.

Los resultados concretos del viaje a Davos dependerán de lo que haga o deje de hacer la Argentina para retornar a una normalidad que la comunidad internacional está dispuesta a aceptar. Necesita reducir el peso burocrático del Estado en la economía y que el PBI crezca en los próximos años a base de mayores inversiones, internas y externas.

Por lo pronto es un aliciente que varias compañías globales hayan anunciado millonarios planes de inversión en el país. Pero en todos los casos se trata de programas plurianuales. O sea, que se graduarán en función de las condiciones económicas y el clima de negocios: un concepto que el ex ministro Kicillof consideraba "horrible", al igual que la seguridad jurídica.

El caso del petróleo es emblemático en este sentido. El derrumbe del precio internacional ralentizó los planes de inversión, principalmente en Vaca Muerta. Para preservar la producción, el empleo y las regalías provinciales, la Argentina quedó entrampada desde hace un año y medio con un precio sostén interno que más que duplica al externo, a costa de combustibles más caros y que sólo tras la devaluación de diciembre se realinearon en dólares con los de otros países de la región. Aun así está pendiente la definición del subsidio a la exportación de crudo pesado, que venció a fin de año; agrega un costo fiscal a mediano plazo y motiva el actual conflicto petrolero en Chubut. Una ventaja es el largo plazo de concesión de áreas. Otra, la oportunidad de una mayor explotación de gas natural, donde hay margen para subir y unificar los precios en boca de pozo sin alcanzar los valores de importación desde Bolivia o del GNL para regasificar e inyectar a la red.

Estas decisiones políticas implican costos y también revelan la magnitud de la tarea para reordenar la economía, agravada por la herencia que dejó el kirchnerismo.

En su primer mes y medio de gestión, el gobierno de Macri optó por aportarle previsibilidad a través del shock cambiario y de absorción monetaria, al igual que la eliminación casi total de las retenciones y regulaciones a la exportación, en contraste con el gradualismo fiscal anunciado para bajar la inflación a un dígito en cuatro años. Ahora espera el ingreso del préstamo de bancos internacionales (6000 millones de dólares), como una forma de "alquilar" más reservas contra la garantía de títulos públicos dolarizados en poder del Banco Central.

Desde el aspecto institucional está dispuesto a cumplir con el artículo IV del FMI al igual que casi todos los países miembros, aun cuando llevará varios meses reconstruir el Indec para disponer de estadísticas confiables y homologables por los organismos internacionales. Para más adelante queda, en cambio, la intención de incorporar a la Argentina al grupo de 34 países que integran la OCDE, donde México y Chile son los únicos de América latina. No ayudan demasiado los fundamentos económicos de la Argentina (déficit fiscal, inflación), si bien la principal ventaja es el bajo endeudamiento externo con relación al PBI.

Aun así, para salir del default y reducir el costo de financiamiento externo, el Gobierno deberá resolver previamente el conflicto con los holdouts. Todo indica que llevará varios meses la negociación que ahora arrancará en febrero con la presentación de la oferta argentina de quitas de intereses y pagos en bonos a largo plazo. No será fácil levantar la hipoteca del kirchnerismo, que durante años dejó crecer el conflicto, el protagonismo de los fondos buitre y también la cuenta de intereses. Y que en los últimos 18 meses apostó a una declaración de la ONU, irrelevante a los efectos prácticos, mientras esa deuda se multiplicaba por seis. Las gestiones en Davos con el Tesoro de los Estados Unidos pueden mejorar el clima financiero hacia la Argentina, pero difícilmente interfieran una decisión judicial con fallo firme. Por lo pronto, los fondos buitre tampoco parecen dispuestos a facilitar las negociaciones ni aceptar quitas. La exigencia de confidencialidad es políticamente inaceptable, ya que la negociación debe ser avalada por el Congreso, donde será indispensable además las leyes cerrojo y de "Pago Soberano", para lo cual el oficialismo cuenta con el apoyo del massismo.

Cuando dentro de poco más de un mes se inicien las sesiones ordinarias del Congreso, llegará un punto de inflexión. A Macri se le hará más difícil gobernar -como hasta ahora- con decretos de necesidad y urgencia, que deben ser convalidados o rechazados por vía legislativa. Pero tampoco la situación será sencilla para el Frente para la Victoria: el peronismo deberá decidir entre las medidas que pueden convenirle al país o el aislamiento conflictivo que plantea el kirchnerismo duro, ya no sólo en el plano internacional.

Un cambio político que parece posible

Cronista

EMILIO J. CÁRDENAS

ExEmbajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

Muchos auguran que una década en la que el predominio de la izquierda se instalara en América Latina puede estar llegando a su fin. Casi sin excepciones, la región malgastó -envuelta en el populismo-una oportunidad de oro en la que los términos de intercambio le fueron altamente favorables. Como nunca en la historia. El caso más desgraciado ha sido claramente el de Venezuela, hoy dividida y quebrada, en manos del autoritarismo.

Pero también la Argentina y Brasil desaprovecharon la oportunidad que los inusualmente altos precios de las materias primas les presentaban para crecer sanamente. Ambos países quedaron, por ello, sumergidos en la recesión y en una situación en la que un cambio de rumbo luce imprescindible. Argentina ya lo materializó. Brasil lo sueña y madura.

Haciendo un primer balance de lo sucedido en la última década hay por lo menos dos cuestiones de envergadura sobre las que cabe empezar a reflexionar. La primera es la que el periodista Carlos Pagni acaba de poner sobre la mesa en una nota publicada en España. Tiene que ver con la evidencia, nos dice, que los gobiernos de la izquierda vernácula de Argentina, Brasil y Venezuela se vincularon no sólo por lazos ideológicos, sino que montaron una verdadera "red de corrupción regional". "Envueltos en la bandera de una ideología estado-céntrica, que defiende las regulaciones y subsidios en nombre de la justicia social, Brasil, Argentina y Venezuela utilizaron las relaciones exteriores para montar un entramado de negocios ilegales", afirma, agregando "la extensión de esa urdimbre está aún por conocerse".

La segunda es distinta, no es escandalosa pero puede tener una importancia estructural enorme. Particularmente para la Argentina. De alguna manera la anticipó Dante Caputo cuando, en una nota de abril pasado, en La Nación, señaló que "el éxito de Macri en el gobierno podría gestar la fundación de una formación política de centro derecha, capaz de ganar elecciones. Un hecho que no existe en la Argentina desde 1916". Si así fuera, adelanta, "las brisas de la modernidad soplarían en nuestras llanuras". Su observación tiene gran peso. No sólo lo sucedido en la Argentina, sino también la profunda crisis venezolana confirman lo señalado por nuestro ex Canciller.

Nuestro país ciertamente no ha tenido partidos moderados, realmente de centro, capaces de competir eficazmente en las elecciones. El predominio del peronismo parece haberlo hecho imposible, dejando a esa posibilidad sin rincones en la escena política.

En cambio, en Chile, Colombia y Uruguay, el centro estuvo presente como opción electoral real. Para ello las fuerzas de centro han incorporado a la defensa de los valores tradicionales las opciones asistencialistas que las sociedades contemporáneas reclaman, desde la sensatez naturalmente. Ocurre que para el Estado las políticas sociales son un requerimiento indispensable. Y se trata de saber llevarlas eficazmente adelante, sin por ello caer necesariamente en el populismo o en el clientelismo. Sin que lo social sea un negocio político. Ese es el gran desafío de nuestros tiempos.

Si esto se comprende, la opción moderada podría afincarse en nuestra política. De lo contrario, seguiremos extraviados. El Pro y la Unión Cívica Radical tienen en esto, ambos, la palabra. A la manera de arquitectos de un nuevo universo.

Se trata de avanzar con el discurso tranquilo que ya ha comenzado a aparecer. Desterrando la corrupción. Y enfrentando con decisión las cuestiones sociales más urgentes. Particularmente aquellas que evidencian injusticias que, identificadas, pueden resolverse con una gestión adecuada. Con el aporte de quienes están mejor dotados para enfrentar con éxito esos desafíos. Provengan, o no, del mundo de la política, que debería querer y poder incorporar a los más capaces, aunque ellos no necesariamente provengan de su seno.

Cuando todavía el esfuerzo se concentra en las urgencias inmediatas que se vinculan con la necesidad reequilibrar a un país saqueado y desarmado caprichosamente, al que se la ha mentido sin descanso, las acciones y el pensamiento deben también apuntar al mediano plazo. Lo que supone la construcción de una nación con opciones políticas con estabilidad y contenido, por oposición a vehículos vacíos, capaces de adoptar las visiones más encontradas en función de las coyunturas que de pronto aparecen. Eso sería aprovechar la oportunidad que se abre para madurar políticamente, de una buena vez.

 


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