John Ewer
EN ENERO de 2015 el Ministerio de Energía anunció que Chile se regiría por un horario único, eligiéndose, paradójicamente, el de verano. Como resultado, la hora de Chile es la misma de Brasil, haciendo que en pleno invierno, el sol no se levante hasta las 9 AM. Cabe señalar que aproximadamente 150 países no cambian su horario durante el año. Sin embargo, Chile es el único que adoptó como horario permanente el de verano.
Como resultado del rechazo que produjo esta decisión durante los meses de invierno, el Ministerio prometió realizar un estudio para evaluar el impacto de este horario, el cual acaba de ser publicado.
El hallazgo que más se ha publicitado -y que el Gobierno usa para argumentar que la medida fue un éxito-, es que el uso de energía residencial disminuyó en 0,88%. Si bien esto pudo deberse al cambio de horario, junio y julio (los meses más oscuros) fueron excepcionalmente secos, por lo que es también posible que la menor nubosidad causara una reducción en el uso de iluminación residencial durante el día. Sin duda que este efecto sería menor, pero 0,88% es un valor muy pequeño.
El informe también arrojó otra estadística, esta vez muy negativa: un aumento en el ausentismo escolar (18,9% en junio, comparado con un promedio de 16,5% los tres años anteriores). Para evaluar la importancia de esta estadística hay que considerar la biología de nuestros horarios. A diferencia de lo que piensan los ingenieros, nuestro dormir y despertar está regido por un reloj interno. Para éste, el factor más importante que determina el momento de despertar es cuando se levanta el sol. Tanto es así que, en ausencia de despertador, abrimos nuestros ojos cuatro minutos más tarde por cada grado de longitud que nos desplazamos hacia el oeste (aproximadamente 100Km), que es exactamente el tiempo que tarda el sol en recorrer esa distancia. Elegir el horario de verano significó que el sol se levantó una hora mas tarde que el año anterior, causando que, sin mediar un despertador, todos los chilenos nos despertáramos un poco más tarde. Siendo el nuestro un mundo regido por estos aparatos, ello significó que perdimos un poco mas de sueño que el invierno anterior.
Y este fenómeno es mayor en niños y adolescentes, porque ellos, y solamente debido a su edad, se despiertan más tarde. Resultado: ausentismo escolar (que podría ser aun mayor en un año lluvioso); pero también, baja en rendimiento de todos los estudiantes. Así, uno puede preguntarse, ¿de qué sirve invertir millones en educación gratuita si los alumnos no van a aprender porque están dormidos durante la primera mitad del día? Además, el ausentismo escolar sólo representa “la punta del iceberg”: la mayoría de los chilenos perdimos un poco más de sueño, generando efectos en nuestro desempeño y afectando nuestra salud, ya que la falta sostenida de sueño causa un aumento en hipertensión, enfermedades cardíacas, etc.
Frente a este escenario, la decisión de adoptar un horario de verano es negativa. La ganancia en ahorro energético es mínima, y el impacto sobre la población es perjudicial, sobre todo para los jóvenes, que representan el futuro de Chile. Espero que el Gobierno use la biología para tomar sus decisiones, y dé término a este fallido experimento. Esto, ya sea volviendo al horario antiguo, o mejor aún, adoptando como horario único el de invierno. Para ello basta que en abril cambie permanentemente la hora al horario de invierno.
