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OPINIÓN
Julio Villalonga: Kicillof, una segunda marca
29/02/2016

Kicillof, una segunda marca

Gaceta Mercantil

Julio Villalonga

Cristina Kirchner lo consideraba un joven brillante, con un enorme futuro. Desde que lo conoció, quedó arrobada por esa mezcla de desparpajo y conocimientos, que desplegaba de manera seductora con una aparente humildad. Sabía mucho pero además tenía un pensamiento propio, lo más parecido a un muchacho de los setenta, salvando las enormes distancias de todo tipo. Desde el comienzo, la ex presidenta lo quiso en un equipo y lo escuchaba mucho, incluso exageradamente, según algunos heridos en su gabinete. Ella preparaba el viraje que la condujo, finalmente, acorralada por los medios y los conflictos, a entregarle una cuota importante de poder a “La Cámpora”. Para el propio Máximo, este economista militante era una guía. Lo escuchaba y discutía, pero no tenía elementos teóricos para refutarlo. Cuando se hacen especulaciones, se advierte de su carácter contrafáctico: “¿Qué hubiera pasado si…?”, nos preguntamos a menudo, sin ningún interés práctico.

No podemos asegurar lo que hubiera ocurrido si Iván Heyn no hubiera muerto, en una habitación de hotel en Montevideo, aquel 20 de diciembre de 2011. Pero su desaparición le abrió el camino a otro joven, Axel Kicillof, que al principio Máximo veía con recelo pero que su madre, finalmente la Presidenta, adoptó como un sucedáneo de Heyn. Claro, Cristina debería saber que nunca segundas marcas fueron buenas.

La citación a Cristina Kirchner del juez federal Claudio Bonadio es un sinsentido jurídico. Que llegara hasta Kicillof y Alejandro Vanoli, el ex presidente del Banco Central, no hay objeciones, si lo que el magistrado desea establecer es si armaron un esquema delictivo, una maniobra, desde la entidad monetaria y con anuencia o bajo el impulso del ministerio de Economía para beneficiarse, a sí mismos o a terceros, económicamente. Es decir, si la operatoria de dólar a futuro, prevista en la Carta Orgánica del Central pero en busca de “los mejores precios del mercado”, no estaba destinada a favorecer económicamente a alquien, lejana entonces de ser solo una decisión de política económica, buena o mala, pero ajena al debate jurídico.

Esta operatoria fue un error en una extensa cadena de errores que mostraron la impericia del último equipo económico pero, también, lo mucho que un interés político particular puede influir en el manejo de un gobierno. Nada que no se haya visto antes, pero ese interés político particular es el que moldeó todas y cada uno de las decisiones de Kicillof en el Palacio de Hacienda desde que asumió a finales de 2013. Lo explicaré: Cristina quería llegar al final de su segundo mandato con alto consumo, sin implosión del sistema cambiario (sin devaluar) y con el control de todas las variables económicas. Lo quería porque no le importaba quién se hiciera cargo de su herencia: si era Mauricio Macri, se ve claramente cuál era la intención (sea cual sea el sesgo de la nueva Administración, sus intenciones y sus aciertos y errores). Si era Scioli, igual, porque para “La Cámpora” tenía reservado el bunker de una provincia de Buenos Aires gobernada por Aníbal Fernández, desde donde podría controlar a un Scioli que, descartaba, sería rodeado por los grupos de poder económicos y el Grupo Clarín. En cualquier caso Cristina se preparaba para liderar una oposición cerril que debería devolverla, por aclamación, al poder. Scioli le planteaba algunos problemas políticos adicionales, porque el proceso revulsivo que hoy vemos en el peronismo se hubiera desatado igual, frente a una derrota nacional, y ella se encontraría en el llano y el ex gobernador bonaerense en la Casa Rosada, pero CFK nunca lo consideró un escollo importante. Y Macri daba el “fisique du rol” perfecto para destrozarlo desde la oposición con solo escuchar lo que decía en campaña.

La declaración de Kicillof de ayer es digna de debate pero para un congreso de psicoanalistas. "El problema de haber vendido futuros es que Macri devaluó 60 por ciento". Según la "víctima" Kicillof, la citación de Bonadio busca "disciplinarlos".

En efecto, Kicillof "vendió futuros". Todos los argentinos deberán hacerse cargo ahora de otros 5.000 millones de dólares gracias a su "mala praxis" heterodoxa, esa que el ex ministro viste de confrontación ideológica. Manejando los resortes del poder, es fácil jugar en un tablero de arena con los trabajadores y la clase media como masa de maniobra. Kicillof se dio ese lujo y muchos otros, prohijado por Cristina. En Brasil acaban de sancionar una ley que prevé sanciones ejemplares para los errores o excesos de los funcionarios. En esto nos adelantan nuestros vecinos.

Aunque Bonadio acudió a radio Mitre el mismo día en que había firmado la citación a Cristina para el 13 de abril, y que Clarín tituló que se trataba de “la primera citación” judicial para la ex mandataria, lo que deja en evidencia una operación mediático-judicial, su investigación, se avizora, tendrá sólo un efecto político y en los medios cada vez que cite a algún ex funcionario. Diana Conti lo consideró un “regalo” del juez a Macri, y puede ser considerado así.

Pero quien facilitó las cosas fue Kicillof, el obediente ejecutor de las políticas que su jefa requería, al costo que fuera, para prepararle el mejor escenario posible. Para el inopinado ex ministro de Economía, como advertía en su juventud trotskista, sin lugar a dudas “cuanto peor, mejor”.


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