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DEBATE
De la Balze: ¿Qué haremos si China finalmente trastabilla?. Oppenheinmer: el tango de Obama
28/03/2016

¿Qué haremos si China finalmente trastabilla?

Clarín

Felipe de la Balze*

El pesimismo sobre el futuro de la economía china se volvió moneda corriente. La ocurrencia de una grave crisis con profundas consecuencias para el resto de la economía mundial merodea el horizonte. Ya hace años que sabemos que la economía china enfrenta problemas, pero es difícil determinar su gravedad, ya que las estadísticas oficiales son opacas y a menudo poco creíbles. El escenario sorprende, sobre todo después de treinta años (1980-2010) de un sostenido y glorioso crecimiento económico, que modernizó al país, sacó de la pobreza a millones de personas y transformó a China en una gran potencia internacional. El largo ciclo de crecimiento se vio beneficiado por la transferencia de trabajadores del sector agrícola tradicional, de baja productividad, al sector moderno de la economía. Esto le permitió al sector industrial crecer sin presiones salariales.

La creación de una formidable plataforma exportadora operada fundamentalmente por empresas multinacionales, un núcleo duro de bancos y empresas públicas (responsables del 40% del PBI) y la estabilidad laboral y política provista por el partido comunista completan los pilares del modelo.

El modelo chino (una réplica con esteroides de la experiencia del Japón entre 1950 y 1970 y de Corea entre 1965 y 1980) se apoyó fuertemente en la inversión y las exportaciones en detrimento del consumo de las familias que representó solo entre el 35% y el 40% del PBI durante gran parte del periodo. 

La represión del consumo se instrumentó a través de tres mecanismos de transferencias de ingresos: se tomaron medidas para promover un alto nivel de ahorro en las familias (una de ellas, la política del hijo único), se instrumentaron reglas bancarias que promovieron bajísimas tasas de interés para los depositantes, transfiriendo su riqueza a los usuarios del capital (empresas y gobierno) y se promovió un tipo de cambio devaluado que actuó como un impuesto sobre el consumo y un subsidio a la industria exportadora.  

El problema de este modelo es su crónica tendencia a la sobreinversión y a la mala asignación de los capitales invertidos. En el horizonte de estos modelos hay crisis de endeudamiento y, al final, ajustes abruptos en los rumbos de la economía o una “economía zombie” de bajo crecimiento, como ocurrió en Japón durante los últimos años.

Los signos de la sobreinversión abundan en China. Edificios de oficinas vacíos, nuevas ciudades fantasma y sectores industriales groseramente sobreextendidos en particular en la industria pesada, los bienes intermedios y los sectores industriales que dependen de la exportación.

La visión “oficial” es que China está inmersa en una transición ordenada hacia una economía que depende más del consumo privado y menos de la exportación y la inversión. Pero hay buenas razones para estar preocupados.

El crecimiento económico se desaceleró de un promedio histórico del 11% a una realidad actual de entre el 5%-6%. La oferta flexible de trabajo comenzó a desvanecerse y los salarios reales crecen rápidamente.

Los excesos en materia de inversión y endeudamiento son claros. La inversión en el sector inmobiliario y de infraestructura se duplicó durante los últimos diez años y representó en los últimos tiempos casi el 25% del PBI total. El tamaño del sector bancario se triplicó y los niveles de endeudamiento de las empresas y de los gobiernos provinciales son imprudentemente altos (más del 250% del PBI) y la acumulación de deudas incobrables debilita la solvencia del sector bancario.

La incertidumbre y los temores se extendieron en el último año a los mercados financieros. El mercado bursátil se volvió extremadamente volátil y especulativo y una alarmante fuga de capitales redujo las reservas internacionales del Banco Central de 700.000 millones de dólares, presionando a la baja el valor de la moneda local.

Indudablemente, los años de alto y sostenido crecimiento quedaron atrás y el gobierno enfrenta complejos desafíos estructurales que necesita resolver para estabilizar su economía y definir un nuevo sendero de crecimiento.

Se trata en lo esencial de reestructurar los sectores empresarios sobreinvertidos a través de fusiones, reducciones de costos y cierre de empresas inviables. La masiva reestructuración empresaria demandará automáticamente que el gobierno recapitalice al sector bancario para impedir que una crisis bancaria cierre los mercados de capitales y produzca una grave recesión. El costo real del ajuste va a recaer fundamentalmente sobre el sector estatal.

En el corto plazo China cuenta con las reservas financieras para estabilizar su economía y volver a crecer a través de estímulos fiscales y crediticios. También cuenta con la capacidad gerencial para llevar adelante las reformas. Pero transformar una economía liderada por la inversión en una que esté liderada por el consumo, reducir ordenadamente el rol del Estado, promover la actividad privada y mantener simultáneamente el nivel de la demanda agregada son desafíos políticos de primera magnitud.

La volatilidad de los últimos meses en los mercados de cambio y bursátil y el surgimiento de tensiones en los mercados laborales sugieren que la situación es más complicada que lo que muchos preveían.

Los costos sociales del ajuste serán significativos en términos de desempleo y de cierres de empresas. Los costos políticos también serán importantes para sectores claves de la elite gobernante que se benefician del sistema actual.

Para avanzar en las reformas, el presidente Xi Jinping está centralizando el poder, enfatizando un retorno a la “pureza partidaria”. Si bien algunas reformas avanzan, las medidas que diluyen el rol del Estado en la economía y el rol de los funcionarios del partido en el otorgamiento del crédito y en la gestión de las empresas públicas enfrentan una tenaz resistencia de los intereses ya establecidos.

Quizás llegó el momento de aceptar una menor tasa de crecimiento de largo plazo y un prolongado proceso de ajuste económico y social, cuyas turbulencias económicas y políticas afectarán no solo a China sino también al resto del mundo. 

*economista y negociador internacional

 

El tango de Obama en Latinoamérica

Diario de cuyo

Andrés Oppenheinmer*

Por diseño o por suerte, Obama podría terminar su mandato en enero del año próximo con una América latina muy diferente a la región con que se encontró hace siete años, cuando estaba dominada por gobiernos populistas autoritarios anti-estadounidenses.

Ahora, Argentina tiene un nuevo presidente, Mauricio Macri, que le dio a Obama una cálida bienvenida en Buenos Aires. En Brasil, Venezuela, Bolivia, y Ecuador están soplando vientos de cambio, como lo demuestran las recientes elecciones legislativas en Venezuela, el referendum en Bolivia, y el proceso de juicio político contra la presidenta de Brasil.

Cuando lo entrevisté durante la campaña de 2007, me admitió que nunca había visitado la región, y no pudo mencionar el nombre de ningún presidente latinoamericano de ese momento. Pero el viaje a Cuba y Argentina simboliza un nuevo ciclo que podríamos bautizar como postpopulista, o el ciclo pragmático, o el final del ciclo de autoritarismo aislacionista de América latina.

Obama merece algo de crédito por este fenómeno. Su normalización diplomática con Cuba, su viaje a la isla con una delegación de empresarios, su firme repudio a la dictadura militar de Argentina de la década de los 70 y su promesa de desclasificar los cables de inteligencia estadounidense de ese período ayudaron a derrumbar muchos mitos fundacionales de la vieja izquierda latinoamericana.

La apertura de Obama hacia Cuba le quita a la dictadura la excusa de que no puede permitir elecciones libres o libertad de expresión porque la isla está supuestamente amenazada por el imperialismo yanqui. Ahora esta excusa suena más ridícula que nunca.

Y la izquierda setentista argentina, que llevó a cabo protestas durante la visita de Obama que coincidió con el 40 aniversario del golpe militar de 1976, quedó descolocada. Estuvo fuera de lugar al repudiar al presidente estadounidense que rindió homenaje a las víctimas de la dictadura, y al tratar de culpar a EEUU de haber sido el artífice de ese período oscuro de la historia argentina. En rigor, aunque EEUU miró hacia el otro lado durante los abusos a los derechos humanos durante los primeros meses de la dictadura, eso cambió radicalmente cuando Jimmy Carter asumió el gobierno a principios de 1977.

Lo recuerdo muy bien, porque me fui de Argentina a Estados Unidos en 1976. A principios de 1977, Carter estaba denunciando públicamente a los militares argentinos y presentaba condenas a Argentina en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, mientras que ironía de ironías, Cuba apoyaba abiertamente a la junta militar de Argentina con sus votos en la ONU, entre otras cosas para evitar condenas a sus propios abusos.

Pero quizás la principal razón del actual cambio en los vientos políticos latinoamericanos sea económica: el boom mundial de las materias primas se terminó, y ahora los países de la región necesitan desesperadamente más inversión, y más comercio.

Mi opinión: Obama será recordado en América latina como un buen presidente para la región, a pesar de no haberle destinado mucho tiempo ni energía. Sería una verdadera pena si el próximo presidente de EEUU, que herederá una región mucho más amigable, no aproveche la oportunidad para construir nuevos puentes económicos -en lugar de muros- para beneficio de ambas partes.

*The Miami Herald y El Nuevo Herald, Miami EEUU


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