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ANÁLISIS
Majul: ¿En qué planeta vive Cristina? Novaro: fe ciega y pasión política
14/04/2016

¿En qué planeta vive Cristina?

LA NACIÓN

LUIS MAJUL

¿Qué hacía Cristina Fernández cantando y bailando en el balcón del quinto piso de su departamento en el barrio de Recoleta horas antes de comparecer ante la Justicia, imputada por el delito de administración fraudulenta y abuso de autoridad? ¿Cómo se atrevió a hablar de distribución de la riqueza, cuando dejó, como jefa del Estado, una concentración económica mayor que la que heredó y se negó a medir la pobreza, que, según el observatorio de la UCA, llegó casi al 30% de los argentinos? ¿Quién puede creer, a esta altura, su remanido relato sobre la censura y el pedido de libertad de expresión, cuando Ella se dedicó, de manera personal, a perseguir a periodistas y medios críticos? ¿Cómo hacerlo cuando ayer mismo la guardia de corps de La Cámpora impidió la cobertura de TN y agredió a una periodista de Radio Mitre, mientras la televisión pública transmitía en directo su discurso político, disociado por completo de la realidad y de su propia situación procesal?

Tampoco se entiende por qué la Policía Federal le cedió a La Cámpora la organización completa del acto, desde el acceso de la prensa hasta la seguridad. Lo hicieron, el presidente Mauricio Macri y su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, porque querían mostrar a los argentinos que había regresado, durante unas horas, la cultura política del odio, el resentimiento y el pasado de la lógica amigo y enemigo? ¿Lo hicieron porque intentan dividir, todavía más profundamente, al peronismo, para acumular más poder?

Y, para volver a Cristina Fernández, ¿en serio creerá que se puede comparar con Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón y Eva Duarte de Perón? ¿De verdad piensa que una citación judicial en tiempo y forma la transforma en una heroína prerrevolucionaria? La ex presidenta tiene todo el derecho de expresarse y convocar a un acto político. También tiene derecho a sugerir la formación de una organización social, un "gran frente ciudadano" superador del Partido Justicialista, que le sirva para volver y ganar las elecciones.

Nadie debería inquietarse, incluso, porque ella haya recordado que la familia de Macri, en especial, su padre, Franco, hizo buena parte de su fortuna por la vía de contratos con el Estado. Y tampoco porque desempolve el sobreseimiento de la Corte menemista de mayoría automática en la causa de contrabando de autos que involucró a una de aquellas empresas familiares. Es bueno que insista sobre la sociedad ofshore con sede en Panamá en la que aparece el actual presidente.

Es saludable que pida aclaraciones sobre por qué no la incluyó en su declaración jurada. Pero ¿no tiene nada que decir sobre la ruta del dinero K, la detención y el procesamiento de su socio Lázaro Báez, los alquileres de las habitaciones de hoteles a Hotesur SA o la presunta falsificación de documentos de su otra sociedad, Los Sauces SA? ¿No tiene nada que explicar, por ejemplo, sobre las condenas y la detención del ex secretario de Transporte de Néstor Kirchner y de ella misma? ¿No forma parte de su agenda discursiva la tragedia de Once, quizá la prueba más contundente de que, por lo menos en la Argentina que ella gobernó, la corrupción mata?

¿Y dónde estuvo Cristina Fernández durante estos últimos cuatro meses? ¿No tuvo oportunidad de ver las escenas en las que aparecieron integrantes de la Tupac Amaru de Milagro Sala retirando decenas de millones de pesos en efectivo de las cajas de los bancos de la provincia de Jujuy? ¿No vio con sus propios ojos o le contaron las repugnantes imágenes de Martín Báez, el hijo de Lázaro; su contador, Daniel Pérez Gadin, y su hijo, y Fabián Rossi, entre otros? ¿No tiene nada que aclarar sobre su controvertido papel en el trámite judicial en el que permanece procesado su ex vicepresidente Amado Boudou en la causa Ciccone?

No es mentira que desde que la nueva administración asumió la inflación viene aumentando mes a mes, como consecuencia de la devaluación que puso fin al cepo, el descontrol del precio de los alimentos que el Gobierno no puede combatir y el incremento de las tarifas de luz, gas y transporte público. Tampoco es falso que la pobreza y la indigencia se multiplicaron, debido a que los nuevos precios de la economía subieron mucho más que los salarios viejos de los trabajadores formales.

Se puede estar en contra del acuerdo con los holdouts y gritarlo todas las veces que se considere necesario. Se puede reclamar por los despidos injustos y por la suba de la desocupación en el sector privado, y por el sesgo "neoliberal" de las primeras medidas del nuevo gobierno.

Pero ¿de verdad pretende Cristina hacerle crecer a todo el país que ella no tiene ninguna responsabilidad en cada uno de estos gravísimos problemas? Y la militancia que la respalda y la acompaña, ¿compra y defiende todo el combo completo? ¿Compra el discurso ezquizofrénico de Axel Kicillof, quien habla de la megadevaluación de Alfonso Prat-Gay, cuando la que decidió, en enero de 2014, fue mayor y con peores consecuencias? ¿Compra la idea de que lo que está haciendo Federico Sturzenegger con el dólar futuro es más nocivo que lo que autorizaron la ex presidenta, él y el ex presidente del Banco Central Alejandro Vanoli, al vender a 10 pesos lo que en el mercado se compraba a 14 o a 15?

La militancia ¿compra, tolera y soporta también la megacorrupción del Estado con la que viene acompañado "el proyecto nacional y popular de matriz productiva con inclusión social"? Porque la decisión de utilizar al Estado para generar negocios sucios no fue un hecho aislado. Lo empezaron a denunciar periodistas de la ciudad de Río Gallegos, como Daniel Gatti, el autor de libros sobre El amo del feudo y Entre cajas. Continuaron con la misma tarea los trabajadores de prensa de la agencia OPI Santa Cruz.

Lo transformó en una denuncia por asociación ilícita la diputada Elisa Carrió y otros miembros de ARI, en 2008. Lo puso sobre el tapete LA NACION, en un editorial, antes que Néstor Kirchner asumiera como presidente. Y también lo constataron los medios de la Editorial Perfil. Y lo fueron corroborando en el camino dirigentes que fueron socios o pertenecieron al Frente para la Victoria.

Ciertos analistas políticos tradicionales explican que Cristina Fernández montó esta especie de reality show político para amedrentar a los fiscales y los jueces que la tienen en la mira. Pero, más que por la ex presidenta, los hombres y mujeres que imparten justicia están siendo interpelados por una buena parte de la opinión pública. La demanda sigue siendo que vayan presos los que delinquieron y que devuelvan el dinero los que saquearon al Estado. Esto no significa aprobar a libro cerrado todo lo que están haciendo Macri y su equipo. Pero queda bien lejos del planeta donde parece vivir Cristina.

La fe y la ceguera de la pasión política

LA NACIÓN

MARCOS NOVARO*

¿Vuelve Cristina? Su espíritu nunca se fue: es el de la desconfianza a que exista una ley que nos permita convivir e imponga límites a lo que podemos hacer. Donde esa confianza no existe sólo hay amor. Y odio. Así que quienes la aman lo seguirán haciendo: "Imposible apagar tanto fuego".

Como eso no se puede cambiar, lo mejor es intentar entenderlo. Y lo cierto es que el kirchnerismo nos está ofreciendo una lección por demás interesante, que por lejos lo trasciende, sobre el poder de la fe, sobre cómo funcionan las creencias y las pasiones políticas. Sería bueno aprenderla, entre otras cosas porque hay muchos que, contra lo que creen, no se les diferencian demasiado. Incluidos algunos que se piensan a sí mismos como su total contracara, apasionados amantes de la ley y la república.

El contraste no podía ser mayor. De un lado el fanatismo de los fieles acicateado por la afrenta sufrida cuando, contra todas las advertencias, se atrevieron a "tocar a Cristina". Del otro la celebración de quienes ven en este inesperadamente veloz avance de algunos jueces un sueño realizado y el inicio de una regeneración moral del país.

Es muy buena la fe en la república, pero ¿es mejor que la que se deposita en, por decir algo, "la justicia social" o "la gloria del campo nacional y popular"? ¿Hay una superioridad moral, intelectual o política de este lado de las banderas y los gritos? Puede haberla, porque aquélla es precondición para que éstas prosperen. Pero hay que demostrarlo en los hechos.

Para lo cual es bueno empezar por asumir un principio muy poco valorado entre nosotros: que todos nos planteamos fines políticos nobles, no es cierto que están de un lado los que quieren el bien y del otro los que quieren el mal, que se pueda distinguir a guerrilleros y militares, peronismo y antiperonismo, izquierda y derecha, o en este caso K y no K por el valor de su fe, por sus buenas o malas intenciones. Todos queremos cosas buenas, primero para nosotros y en general también para algunos o todos nuestros semejantes. Pero muchas veces hacemos cosas bastante malas para conseguirlas, que se justifican más fácil y extensamente cuanto más fantásticos son los fines que nos proponemos.

Éste fue un defecto del kirchnerismo, tan dañino como la propia corrupción o las malas políticas: movilizar amores y odios que justificaran cualquier cosa. Porque pervirtió nuestra vida pública hasta tal extremo que sus efectos van a sobrevivir por mucho a la propia eficacia política de los Kirchner. Por eso los fanáticos, aunque honestos, son en ocasiones más dañinos que los simuladores corrompidos.

Y es que con el amor y con el odio es difícil discutir. Que haya un núcleo kirchnerista enamorado que persistirá en su fe aunque se derrumbe el mundo es en el fondo bastante comprensible: siempre la política moviliza pasiones y Cristina, mucho más que Néstor, se ocupó de hacerlo en forma intensa y sistemática, sobre todo desde 2010. En un país donde hay pocos objetos de amor compartidos -salvo algunas camisetas de fútbol, unas islas lejanas y poco más- y donde el resto de la política pareciera esmerarse en ser desapasionada (no sólo los no peronistas, le sucede también al resto gris de la dirigencia peronista), es lógico que ese amor sobreviva a los contratiempos.

¿Puede ser tan irracional que ignore hasta las patentes evidencias de corrupción personal y familiar, el perjuicio manifiesto a los intereses populares que dice defender? Para eso está el amor, precisamente. Ya Chesterton advertía sobre esa tendencia a la irracionalidad de la fe moderna: "Cuando la gente deja de creer en Dios, empieza a creer en cualquier cosa".

También sucede que el kirchnerismo hizo bien su trabajo de cortar los lazos de comunicación entre la comunidad de los fieles y el resto del mundo. La polarización practicada estos años empujó a muchos a justificar todo tipo de agresiones, delitos y abusos, así que ahora ¿cómo volver atrás?, ¿cómo reconocer un error de juicio sobre la corrupción de los líderes sin reconocer que muchas otras cosas hechas o avaladas por años pueden ser también errores?

De ahí que hace bien el muy gauchito Sabbatella cuando se ofrece de ejemplo y se lanza a la pira en cuerpo y alma; y lo mismo Bonafini, con su generosa propuesta de compartir la celda: a los ojos de sus audiencias, las llamas no podrían tocarlos sin que todos y la propia Cristina las sintieran en carne propia.

Compartir el fuego que anima a Cristina no tiene contraindicación, además, para personas que a los ojos del resto del mundo están requemadas. Pero lo más interesante es lo que sucede dentro de la comunidad de creencia, en quienes han ido ya demasiado lejos como para volver sobre sus pasos. Y como decía Primo Levi de los alemanes nazis en la posguerra -salvando las distancias, claro-, no pueden perdonarse lo que les han hecho, les han dicho y han pensado de sus semejantes. Para ellos la escapatoria más a mano es negación e insistencia.

Vistas así las cosas, ¿no es poco lo que conseguiremos con las investigaciones judiciales en marcha y alto el precio que pagaremos de seguir ahondando la llamada brecha? La gran ventaja de la política argentina en esta transición es que las pasiones, aunque encrespadas, son muy minoritarias. La enorme mayoría se orienta según criterios más prudenciales: ¿conviene para dejar atrás el kirchnerismo olvidar sus ofensas? ¿Incluye ese olvido sus delitos?

Hay quien ya, antes de que se empiece a avanzar con cualquier investigación, propone un punto final, mirar para adelante. La pobreza moral de esta idea se suma a su impracticidad. Ningún sector es capaz de asegurar tal pacto y es por completo imprescindible algún buen ejemplo para alimentar el impulso reformista. Aunque conviene atender de todos modos el hecho de que Justicia y reformas no son fáciles de conciliar: porque para implementar las segundas, ahora igual que sucedió en la transición de 1983, hará falta la colaboración de al menos una parte de los implicados en el antiguo orden, quienes deben confiar en que "pecados menores" no les serán reprochados.

Pero ¿cómo establecer la línea de corte entre delitos y pecados menores? Vaya a saberse. Lo que sí se puede decir es que construir confianza, y de eso se trata, requiere de elementos y condiciones por completo diferentes a los que demandan el amor y el odio.

Supone aceptar que seguiremos persiguiendo fines distintos, pero que podemos compartir algunos instrumentos, acciones y reglas. Y aceptar que la Justicia presupone siempre un cierto grado de perdón. Finalmente, no es otro el mecanismo que hace posible el tan celebrado rol del arrepentido. La corrupción es una lata de podredumbre que sólo se puede abrir desde adentro, como cualquier otro pacto mafioso. Para quebrarla hay que dar confianza a los que quieran saltar el charco: necesitamos un buen número de inconsecuentes que acepten correr ese riesgo. ¿Alcanzará con eso para cambiar el sistema o sólo para emprolijarlo? Quién sabe.

*Sociólogo e historiador


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