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OPINIÓN
Soto: La anomalía chilena
18/04/2016

La anomalía chilena

LA TERCERA

Héctor Soto*

En cualquier país del mundo, cuando le va mal gobierno le suben los bonos a la oposición. Cuando fracasan los conservadores en Inglaterra suben los laboristas, y cuando no les va bien en Estados Unidos a los demócratas, los republicanos se soban las manos para el recambio. Aquí en Chile ahora es distinto.Hemos llegado a ser uno de los pocos países donde si al gobierno le va mal, a la oposición le va incluso peor. Obviamente que se trata de una anomalía que es seria. Tan seria, que el hecho, al menos en alguna medida, le da soporte a la hipótesis de que la actual crisis política no es sólo responsabilidad de la actual administración, sino también del espectro político opositor. La crisis de la política se transformó en un fenómeno transversal.

Efectivamente, el país estaría bastante más entero si, a pesar de tener a un gobierno que está interpretando a menos de un tercio de la ciudadanía, tuviera al frente a una oposición con mayor capacidad de convocatoria. En este sentido -sólo en este, no nos entusiasmemos-, el Chile actual está más desarticulado de lo que estuvo en los momentos de menor aprobación del gobierno de Sebastián Piñera. Al fin y al cabo, por entonces se vislumbraba difusamente en contra de La Moneda un vasto conglomerado político alternativo.  Es cierto que esa impresión era un tanto engañosa, porque lo que parecía más o menos cohesionado no lo estaba en absoluto. Lo único que existía al frente del gobierno era una candidata con perspectivas ganadoras bajo cuyo liderazgo corrieron a guarecerse sin mayor análisis ni rigor todos los partidos y movimientos opositores. Pero en la actualidad -no obstante que Piñera fue la única figura política que creció el año pasado- eso no ocurre en la misma medida, de suerte que, de momento por lo menos, la alternativa no se perfila ni vislumbra por ningún lado.

Desde luego, no tiene ningún sentido subestimar el golpe que recibieron los partidos de centroderecha en las elecciones municipales de 2012, cuando simplemente a gran parte del electorado del sector se le olvidó ir a votar, y en las elecciones generales del 2014, cuando la Alianza por Chile apostó con desesperación a tres candidatos presidenciales sucesivos. Ambas experiencias fueron demoledoras y explican que la oposición lleve ya dos años en el suelo. Está bien: era lo que le correspondía, incluso dentro de las dinámicas del duelo. Lo que es más difícil de entender es que todavía siga ahí. Es cierto que los casos de financiamiento irregular de la política hirieron con especial severidad las alas de la UDI, mandándola a la sala de cuidados intensivos, pero nadie diría que el resto de las colectividades de Chile Vamos, menos salpicadas por la crisis, hayan podido capitalizar algo del descontento que se respira por estos días en el país.

En los últimos meses, la centroderecha viene realizando esfuerzos en distintos frentes para superar su estado de postración. Chile Vamos pareciera ser algo más que un timbre o un rótulo mediáticobajo el cual se reúnen los dirigentes de los partidos tradicionales y de las nuevas agrupaciones. Algo se ha avanzado en clarificaciones de principios doctrinarios y en temas más contingentes, incluyendo las cartillas de la próxima elección municipal. Sin embargo, falta mucho y a este ritmo -entre crispado y cansino, entre personalista, canibalista y punga- el bloque corre el serio riesgo de proyectar su agonía por bastante tiempo más.

Mi impresión es que lo que aquí está faltando más que nada es proyecto y de interlocución. La verdad es que el último proyecto más o menos coherente que tuvo la derecha fue, hace ya 20 o 30 años, el de los Chicago Boys y Jaime Guzmán: mercado y democracia protegida. Después de eso las cosas no hicieron más que diluirse. La gran promesa del gobierno de Sebastián Piñera -un político que no venía exactamente de ese riñón- fue que la Alianza podría hacerlo mejor. Y por lo menos en eso, literalmente, su administración la cumplió. La economía creció, el Estado gastó menos, fue más eficiente y durante su período se extendieron valiosos programas sociales. No sólo eso: en un lapso que era impensable, el país logró salir a flote gracias al monumental trabajo que hizo en materia de reconstrucción. Pero en la parte política el balance fue claramente deficitario y este factor fue determinante en la derrota del sector.

El problema de interlocución es quizás un tema mucho más complejo, porque la derecha, definitivamente, tiene sentimientos encontrados con la modernidad, si es que no franca aversión a muchas de sus consecuencias. Este desencuentro la condujo a perder sintonía con los sectores emergentes de la sociedad chilena, con los nuevos sectores medios, y la llevó también a atrincherarse en espacios tradicionales de la política fáctica (el mundo conservador, el empresariado, la Constitución del 80) que por múltiples razones han ido perdiendo relevancia, magnetismo y gravitación. La derecha hoy pesa muy poco en redes sociales y en el mundo estudiantil. Está ausente del debate en torno a las minorías sexuales. Se replegó del mundo popular, donde al menos la UDI tuvo raíces importantes. Sus partidos y sus cuadros dirigentes nunca hicieron la tarea que les correspondía en términos de diversidad social. La derecha también ha sido débil en el plano de la discusión ideológica. Hizo por momentos el loco en la discusión del aborto. No tomó muy en serio el tema de los abusos al consumidor y, a pesar de su resuelto compromiso con los mercados abiertos y competitivos, terminó finalmente muy dañada por los casos de colusión. Así las cosas, con estas correlaciones, cuesta entender de qué manera podría entrar a conversar y a ponerse de acuerdo con el nuevo Chile.

Está claro que la derecha ya no puede darse por satisfecha con el puro discurso del mercado, la libertad  y el orden. Pareciera ser también un hecho que siente tener cada vez menos afinidades con la modernidad que el propio sector contribuyó a generar. Y, cosa rara, su tentación por contenerla ha sido hasta hoy mucho más fuerte que sus deseos por liderarla, por ponerse al frente. La pregunta es obvia y urgente: ¿Tendrá ganas de hacerlo?

 

*Abogado y periodista


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