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ANÁLISIS
Canedo: Dólar y blanqueo
09/06/2016

Dólar y blanqueo: ¿dolarizar o pesificar?

CLARIN

DANIEL FERNÁNDEZ CANEDO

Dos temas concentraron la atención el martes durante el cóctel por el Día del periodista en el Palacio de Hacienda: el precio del dólar –si está retrasado, o tenderá a retrasarse– y los pronósticos sobre la recaudación del blanqueo de capitales, que empezó a tratar el Congreso.

Estaban los ministros Alfonso Prat- Gay (Hacienda), Juan José Aranguren (Energía), Francisco Cabrera (Producción) y Guillermo Dietrich (Transporte).

Cabrera mostró su preocupación por el posible atraso del dólar (ayer cerró en $ 13,92), Prat-Gay habló de la inflación y arriesgó que el blanqueo dejaría una exteriorización del orden de los US$ 20.000 millones, y Dietrich destacó la baja del déficit en Aerolíneas Argentinas. Aranguren no tuvo otra que defender los vaivenes oficiales con las tarifas de luz, gas y transporte.

La discusión sobre si la economía está en las puertas de un nuevo ensayo de atraso cambiario, en el intento de aquietar la inflación y permitir un repunte del consumo, cobra fuerza a partir de una nueva realidad: es fuerte el ingreso de dólares al país.

En parte por las exportaciones de soja (de paso, ayer volvió a subir y está en US$ 432 la tonelada), en parte porque la Nación y varias provincias salieron a colocar bonos después de la salida del default, o porque la tasa de las Lebacs del Banco Central (anteayer bajaron un punto y están en 33,25% anual) permitieron una ganancia financiera jugosa, lo concreto es que entrada de dólares, hay.

La contracara de ese ingreso exhibe destinos diversos pero bien direccionados. Una parte va para financiar déficits del sector público; otra, para pagar deudas, y una tercera, y bastante importante, es el retorno a la dolarización.

La Argentina vive un momento particular en el que el ingreso de divisas es fuerte y la dolarización, también.

Todos los meses, el conjunto del sistema financiero vende unos US$ 800 millones para atender la demanda de empresas y ahorristas que –tal como vinieron haciendo los argentinos en, por lo menos, los últimos 60 años– compran dólares cómo reaseguro de sus ahorros.

Durante el primer trimestre, el Banco Central vendió en el mercado unos US$ 3.000 millones pero, simultáneamente, los depósitos a plazo fijo en dólares en los bancos crecieron en 3.000 millones.

Con el paso del tiempo, el crecimiento de las colocaciones en divisas en el sistema financiero fue perdiendo fuerza, mientras que el ritmo de dolarización parece estar lejos de menguar.

En este punto, hay funcionarios, economistas y operadores del mercado financiero que se preguntan si la Argentina tenderá hacia una economía “pesificada” o “dolarizada”.

Hoy los bancos dejaron de incentivar los depósitos en dólares porque tienen limitada la posibilidad de colocación: sólo pueden financiar a empresas exportadoras que tengan ingresos en divisas como forma de minimizar el riesgo cambiario.

Además, los tomadores de préstamos lejos estarían hoy de pensar en volcarse por uno en dólares cuando el precio de la divisa se encuentra en un nivel considerado no muy alto hasta por el Gobierno.

Desde hace meses, el titular del Central, Federico Sturzenegger, viene adelantando que tendrá problemas para evitar una baja del precio del dólar y más aún frente a lo que el Gobierno considera un resultado alentador del próximo blanqueo, aunque dependerá de qué opciones adopten los “blanqueadores”.

Para Sturzenegger, lo ideal sería que opten por pagar la tasa del blanqueo pero sin traer los dólares. Para Prat-Gay, seguramente sería que de los US$ 20.000 millones que se exterioricen, la gente pague un 8% en promedio y traiga los US$ 1.600 millones para cubrir el pago de la deuda a los jubilados y el generoso déficit fiscal que tiene el país. En tanto que para Mauricio Macri, lo políticamente más favorable sería que traigan los dólares para destinarlos a inversiones o compra de viviendas.

La apuesta al éxito del blanqueo de una porción de los US$ 192.000 millones, que según el INDEC, los argentinos tienen en propiedades y dinero en el exterior (hay fondos de inversión que calculan que llegarían a US$ 400.000 millones) abrió la puerta a una nueva etapa en la concepción de la economía política.

Como idea de causalidad en el Gobierno razonan: con la plata del blanqueo se le paga la deuda a los jubilados. Y éstos, a su vez, destinan la mejora a consumir más con lo cual podrían aparecer algunos “brotes verdes” en el alicaído nivel de actividad que hoy muestra la economía.

Y siguen razonando: con más consumo y dólares entrando, la inflación tendería a bajar (del 40% anual en que se encuentra) al tan preciado 25%, y así el Gobierno podría aspirar a mantener una pelea competitiva en las elecciones de 2017.

Los funcionarios se envalentonan al calor del ingreso de los dólares y con el trasfondo de la idea de que al Gobierno ya no le preocupa tanto la reducción del déficit fiscal en el corto plazo.

Paradójicamente, y como ya ocurrió en algunos momentos de la histórica económica reciente, el fisco enfrenta hoy una situación de exceso de dólares pero de escasez de pesos para cubrir el rojo fiscal hasta fin de año.

Según datos privados, al Tesoro le faltaría aún el equivalente a US$ 8.000 millones, pero en pesos, para llenar el déficit.

La fotografía financiera de la Argentina se repite constantemente: los argentinos hacen sus transacciones corrientes en pesos pero a la hora del ahorro recurren a los dólares, a menos que la tasa de interés sea claramente alta y logre superar tanto a la inflación como a la suba prevista para el tipo de cambio.

Cálculos privados dicen que hoy sólo entre lo que está en cajas de seguridad de los bancos y lo que se guarda en hogares, habría en el país entre US$ 70.000 y US$ 80.000 millones en “billetes”.

Ese dinero no tendría otro destino que el del refugio ante algún manotazo del Estado, sin renta alguna.

Otra vez la Argentina está ante la paradoja de que, por la cantidad de dólares que aparecen, el país se encuentre frente al dilema del atraso cambiario.

El economista Roberto Frenkel suele equiparar el efecto del atraso cambiario al de la droga para un adicto.

Al comienzo, la sensación de bienestar se siente en el aumento de los salarios en dólares y del consumo pero, cuando los dólares no alcanzan, la salida suele ser desastrosa y con costos altos para la población.

Probablemente, y ante la recesión en la que se encuentra la economía, estos temas puedan resultar extemporáneos y ningún funcionario querrá ser un vocero para la prudencia.

El dólar calmo habría llegado para quedarse por un tiempo, con la idea de serenar la inflación y mejorar el consumo.

Eso, a menos que las bajas de tasas de interés que definen en el Banco Central le hagan ganar atractivo adicional a una divisa que parece no perderlo nunca.

Y menos aún cuando el dólar se ha fortalecido en el mundo en los últimos meses.


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