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ANÁLISIS
Oña: Problemas de resolver problemas. Scibona: Índice sin mentiras
19/06/2016

Los problemas de resolver problemas

CLARÍN

ALCADIO OÑA

Pregunta: ¿es posible que el mismo número sea preocupante y a la vez útil para el Gobierno? Parece un juego de malabares y en cierto sentido lo es, salvo por un detalle: la respuesta al interrogante resulta afirmativa tanto en un caso como en el otro.

El número es el 4,2% que arrojó en mayo el flamante índice de precios del INDEC, alto en sí mismo y altísimo en cualquier comparación. Sin ir demasiado lejos, equivale a la inflación de todo un año de Perú (3,5%) y de Chile (4,2%) y también resulta enorme contra el 9,3% de Brasil y el 10,5% de Uruguay, que las autoridades de ambos países buscan achicar.

Un paralelo semejante podría trazarse con el aumento del 3,7% en alimentos y bebidas que marcó el INDEC. De nuevo considerable, tratándose del registro de un solo mes y además en bienes de consumo sensibles.

Y si todo eso suena preocupante, ¿dónde estaría entonces la utilidad del 4,2%?

Está en un rasgo de la serie estadística: como arrancó en mayo y no hay datos hacia atrás, los futuros índices oficiales correrán con la ventaja de ser contrastados con el 4,2%. Eventuales o factibles, alrededor de 2% para junio y quizá menos de 2% en julio mostrarían una inflación en retroceso o claramente en retroceso, funcional al discurso del Gobierno aunque no sea precisamente reducida.

El punto es que aun cuando comenzara a retroceder, la variación final del año quedará bien por encima del 30%. Fue empujada por la decisión de corregir dos variables desactualizadas por completo, como el tipo de cambio y las tarifas, pero acompañada por un corrimiento generalizado del resto de los precios; salvo el precio del salario, desde luego.

Casi ni hace falta decir que ya 30% significa un porcentaje demasiado elevado para los planes del Gobierno. Y que así tendiese a la baja, lo verdaderamente importante en el ánimo de la gente pasa por el costo de los bienes.

Hay una rareza en este mismo, todavía inestable cuadro económico: que la consecuencia de resolver un problema serio haya sido crearse otro que empieza a ser inquietante.

El problema era la llamada restricción externa o la falta de divisas y fue enfrentado apelando a una cadena de medidas fuertes: devaluación, levantamiento del cepo, quita de retenciones al campo y arreglo con los fondos buitre. Así, los dólares de la soja entran a buen ritmo; las provincias toman financiamiento internacional para cubrir necesidades propias y llegan inversiones aunque financieras y de corto plazo.

¿Y qué empieza a ser inquietante? Que la consecuencia de semejante movida es una oferta de dólares sobreabundante, que tironea la cotización hacia abajo y alimenta el riesgo de atraso cambiario.

Justamente por lo contrario, el kirchnerismo implantó el cepo, frenó importaciones que dañaron ciclos productivos, clausuró transferencias al exterior, acudió a los yuanes chinos y pisó el tipo de cambio. Clarísimo, se había quedado sin reservas.

Ahora vendrá el blanqueo del macrismo y colada, la paradoja de que si resulta exitoso puede sumar oferta de divisas y dificultades. Sería un extraño fenómeno donde lo que es bueno puede no ser tan bueno.

Federico Sturzenegger, el jefe del BCRA, está forzado a hacer equilibrio en una situación que tiene bien poco de equilibrada.

Debe lograr que su estrategia antiinflacionaria ponga los precios en sendero descendente, o sea, cumplir el papel clave de su gestión. Y simultáneamente atender un frente que él mismo ha considerado ajeno a su tarea: evitar que se profundice el retraso cambiario.

Por elección propia y alineamiento pleno a la teoría monetarista, la tasa de interés es la principal, si no la única herramienta de su arsenal. Aunque aquí se trata de una herramienta de impacto limitado, porque el crédito bancario no llega al 15% del PBI contra el 50% o arriba del 50% de países cercanos.

Esa variable se mueve de acuerdo a cómo se mueva la llamada inflación subyacente, aquella que excluye el movimiento de las tarifas y de otros precios regulados por el Estado y también el de los productos estacionales, como frutas y verduras.

Un 2,8% para mayo fue el dato que el Central obtuvo de una fuente que juzga fiable y usó al determinar la última baja de la tasa de las Lebac. Bien parecido al 2,7% que anotó el INDEC y distante del 3,3% calculado por la Dirección de Estadística de la Ciudad de Buenos Aires.

Todo fogonea las interpretaciones de quienes piensan que otros factores pesan en las decisiones del directorio de la entidad. De paso, dentro del directorio todavía sobreviven tres funcionarios puestos por Axel Kicillof, además procesados por las costosas maniobras con dólares a futuro.

¿Y cuáles serían o son esos otros factores que pesan en las decisiones del BCRA ?

Uno es que la seguidilla de recortes a la tasa intenta dificultar el funcionamiento de la muy aceitada y muy rentable bicicleta financiera que va de las Lebac al dólar.Otro, que el objetivo sea reducir el costo del dinero como forma de salir de la recesión. Finalmente, los niveles que sostiene el Central lucen demasiado elevados fuera de cualquier supuesto o, como dicen algunos economistas, “está sobrando tasa”.

Existe, desde luego, la posibilidad de haya un poco de todo y que todo sea empujado desde algunos despachos importantes del Gobierno. Críticas internas al férreo esquema de Sturzenegger no faltan por cierto.

En el otro frente que es parte del mismo frente pasa que como la sobreoferta de dólares puede más, los bancos oficiales compran en cantidad para contener la caída del precio: nada menos US$ 2.200 millones entre mayo y lo que va de junio. Deben comprar aquello que hace apenas seis meses escaseaba.

En realidad tanto el Nación como el Provincia intervienen por cuenta del Central, porque al término de cada rueda le venden las divisas. Entonces, el efecto expansión monetaria no desaparece.

Bien magro ha sido hasta ahora el resultado de tanto esfuerzo: el dólar cae 13% desde el pico del primero de marzo y más si se computa la inflación. Por eso resulta crucial frenar el alza de los precios, aunque lo poco que suban significará agregar atraso cambiario.

“Difícilmente el tipo de cambio real vaya a mejorar a corto plazo”, dice un consultor. Admite que lo suyo no es un gran descubrimiento y pone alrededor de $ 16 para fin de año.

En el mejor de los casos el Gobierno intentará algunos tibios movimientos alcistas. Nunca un ajuste importante, que desde los intereses de la política resulta absolutamente contraindicado.

Por lo mismo, un pronóstico presente en el mundillo de los consultores dice que el macrismo preferirá convivir con cierto atraso del dólar a cambio del beneficio de controlar los precios y aun al costo de dañar la competitividad de los sectores productivos.

El problema de esa movida color electoral es que las parlamentarias de octubre de 2017 quedan lejos. Y el peligro, que un dólar desajustado estimule expectativas indeseables.

En cualquier hipótesis, lo bueno y lo malo o menos bueno irá a la cuenta del macrismo. El desbarajuste económico es culpa del kirchnerismo. Resolverlo será responsabilidad del Gobierno.

Un índice sin mentiras

LA NACIÓN

NESTOR SCIBONA

Parece mentira que en la Argentina sea noticia la difusión de un índice oficial de precios sin mentiras, si no fuera porque el relanzamiento del IPC cierra la etapa de nueve años de falsificación sistemática de estadísticas a través de la politización y el desmantelamiento técnico del Indec.

Durante ese período, el ocultamiento de la inflación fue casi tan burdo como el de los millones de dólares en poder de encumbrados ex funcionarios kirchneristas. El ex director técnico del Indec Norberto Itzcovich llegó a justificar los "índices militantes" como disparatada confesión de culpas. Y Guillermo Moreno multó y demandó judicialmente a varios economistas por contradecir sus arbitrarios "dibujos" con la mitad o un tercio de las estimaciones privadas. Ahora el procesado es él, por abuso de autoridad.

Jorge Todesca, actual director del Indec y uno de esos economistas sobreseídos, no tiene pruritos en admitir que con el remozado IPC de Capital Federal y Gran Buenos Aires para sincerar desde mayo el comportamiento de los precios, se zanjó el dilema entre responder en seis meses a la demanda de un índice confiable o reconstruir todo el proceso para elaborar un nuevo indicador, que llevaría mucho más tiempo. También defiende la decisión de haber discontinuado en diciembre el índice nacional lanzado en 2014, que define como un "cascarón vacío". De hecho, el Ipcnu no midió la inflación por regiones, los datos provinciales nunca aparecieron y el cambio fue utilizado como excusa para enterrar los precios de las canastas básicas para determinar las líneas de indigencia y pobreza. Volverán a estar disponibles en agosto, cuando concluya la actual revisión de los ingresos de la población. Mientras tanto, el Indec trabaja contrarreloj para difundir a fin de mes el PBI retroactivo a 2004, con actualización de cantidades y valorización por precios mayoristas, donde también se descubrieron varias fallas.Todesca sostiene que a causa de la manipulación de datos de la era K es imposible empalmar las series estadísticas para reconstruir la verdadera inflación minorista de los últimos años. En cambio supone que el IPC del Indec volverá a usarse como base del CER, ya que el organismo dejará de validar como alternativos los índices de precios de CABA y San Luis. Los mercados ya descontaron el cambio, que también alcanza a las nuevas unidades de vivienda (UVI).

Uno de los méritos del remozado IPC es de manual: detalla los precios promedio de los bienes y servicios, que habían desaparecido hace años de la información oficial. Pero al reiniciarse con las variaciones de mayo y sin retroactividad, no incluye el impacto de los fuertes aumentos de tarifas de abril, mes base del indicador. Aun así trascendió que se buscaría reconstruir el período enero-marzo para completar este año calendario.

Para apurar el índice debió recurrirse a las ponderaciones de la encuesta 2004/2005 de gastos de hogares, reconstruidas desde cero con precios actualizados para reflejar ítems con mayor peso relativo (celulares, acceso a Internet, electrodomésticos, etcétera). En las grandes cadenas comerciales, la medición se basa en los precios de las góndolas con pago al contado, lo que diluye en el IPC que un mismo producto tenga distintos precios según el día de la semana, forma de pago, tarjetas de fidelización, ofertas tipo 2 x 1, 3 x 2 o descuentos en caja por el total de la compra. Las ofertas especiales se computan cuando exista un stock suficiente para todo público, al igual que los productos con "precios cuidados".

Otra novedad es que el IPC oficial vuelve a incluir la inflación "núcleo", que representa casi 70% de la canasta total, al desagregar el comportamiento de precios regulados o con alto componente impositivo (combustibles, transporte de pasajeros, electricidad, gas, agua, teléfonos, sistemas de salud, cigarrillos, etcétera) que tienen una participación de 19,4%, y el de los bienes y servicios con fluctuaciones estacionales (frutas, verduras, indumentaria, turismo, etcétera) con el 10,8% restante.

Este dato recobró importancia desde que el BCRA lo utiliza para regular las tasas de las Lebac en función de la tendencia inflacionaria sin incluir esas dos categorías. Aun así no deja de ser una herramienta de análisis técnico. En la práctica, todos los aumentos de precios (sean o no regulados o estacionales) impactan en el poder adquisitivo de los consumidores.

Un botón de muestra es la medición de la canasta fija de 30 productos de consumo masivo (alimentos, bebidas y productos de limpieza), que realiza esta columna en la misma sucursal de una cadena de supermercados. En la primera quincena de junio, el costo ascendió a $ 2092, con una suba de 4,1% respecto de mayo ($ 2009,60) y de 13,3% en comparación con diciembre ($ 1846,40). Pero si se excluyen los cinco rubros de frutas y hortalizas (que aumentaron 14,8% en el último mes), esos incrementos se reducen a 2,7% y 8,1%, respectivamente.

Por cierto que esta canasta restringida no incluye las ponderaciones de un índice de precios ni los servicios que elevaron aún más la inflación. Sin embargo muestra otras particularidades. Por ejemplo, 18 rubros no registraron variaciones en lo que va de junio y en sólo 2 hubo retrocesos, caso zapallitos (-11%) y queso en barra (-7%). Pero en los 10 restantes se verificaron incrementos, entre los cuales sobresalen productos estacionales como pimientos rojos (43% y un precio de $ 99 por kilo), berenjenas (27%) y otros con ajustes "hormiga" de pocos pesos, aunque porcentualmente significativos. Es el caso de la variedad light de una gaseosa de primera marca (10,1%), jamón cocido (16,7%), supremas de pollo (13,9%), suavizante de ropa (17,7%), servilletas de papel (8%) y agua mineral (7,7 por ciento).

Para junio, el IPC del Indec reflejará parte de los ajustes en las tarifas de Aysa, así como de medicina prepaga y celulares, mientras en julio sumará el probable aumento del subte. Como contrapartida, la Secretaría de Comercio activa un acuerdo voluntario con laboratorios extranjeros y locales para lanzar en julio una lista de precios "anestesiados" sobre la base de 140 drogas sugeridas por la Superintendencia de Salud.

De ahí en más, con el dólar planchado y sin aumentos de tarifas y combustibles hasta fin de año, tendrá más sentido detenerse en la marcha mensual de la inflación "núcleo". Después se verá si la historia es diferente en 2017 y si cumplirá o no la meta oficial equivalente a la mitad de este año, que cerrará con una suba cercana a 40 por ciento.


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