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ANÁLISIS
Olivera: La realidad le marca el ritmo a Macri
25/07/2016

La realidad le marca el ritmo a Macri

LA NACIÓN

FRANCISCO OLIVERA

El corto tiempo de gestión le ha dado a Macri algunas certezas. Conclusiones de ingeniero -una profesión que suele definirse a sí misma como la actividad de transformar el conocimiento en algo práctico- que permitieron ya los primeros recálculos. El más obvio es la velocidad de aplicación del plan energético, pero existen también revisiones acerca de los tiempos del modelo económico en general. Es cierto, por ejemplo, que el ritmo de inflación tiende a desacelerarse, pero tal vez más lentamente de lo que se preveía hasta ahora.Las dificultades para bajar el gasto, la estructura oligopólica de la economía y la alta presión tributaria han obligado a aceptar, admiten en el macrismo, condiciones más realistas.

Es el mensaje que acaba de dar Federico Sturzenegger, jefe del Banco Central, al anunciar que analizará minuciosamente cada poda en las tasas de interés. Es un tema sensible, porque le ha vuelto a traer divergencias metodológicas con Alfonso Prat-Gay, a quien otros integrantes del gabinete económico no le cuestionan tanto las aptitudes como los modos. "Shh, que ahí viene el presidente", dijo uno de ellos en voz baja hace 20 días, cuando el ministro de Hacienda se acercaba para sumarse a una reunión del equipo.

Son fricciones de tiempos difíciles. El escenario con que la Casa Rosada imagina llegar a las elecciones del año próximo es un alza de precios ligeramente superior al 20% anual, aunque ya con un crecimiento en la actividad de entre 2,5 y 3%. Esas proyecciones descuentan que la inversión privada estará para entonces por debajo de lo necesario y será suplida con dos herramientas estatales: una generosa inversión en obras públicas y créditos hipotecarios. A eso apunta el decreto 797, que habilita un endeudamiento de 100.000 millones de pesos para rutas, redes de agua, cloacas y vías ferroviarias. De ese monto, 45.000 millones irán al soterramiento del Sarmiento, anunciado una decena de veces por el kirchnerismo y cuya licitación se adjudicaron en 2007 la italiana Ghella, la brasileña Odebrecht y la argentina Iecsa, de Angelo Calcaterra. Es entendible que el primo de Macri haya resuelto ahora vender esa constructora y, de paso, ahorrarle incomodidades al Presidente: la aprobación del financiamiento, con plazo de repago hasta 2019, puede aumentar la cantidad de interesados y el monto que estén dispuestos a pagar por la compañía.

Parte del modelo podría ser sostenido también con el blanqueo que el oficialismo ha resuelto estimar públicamente en 20.000 millones de dólares, pero que las suposiciones reales calculan en hasta 80.000 millones, todos montos de los que habrá que considerar sólo el porcentaje que entre en las arcas del Estado. El Gobierno confía en que esas condiciones le permitan ganar las elecciones de 2017. Por eso ha puesto tanta energía en la provincia de Buenos Aires. No sólo se percibe en la batalla de María Eugenia Vidal contra la corrupción policial, sino hasta en movimientos administrativos en la Nación.

Será difícil, por ejemplo, convencer a los malpensados de que el reciente ascenso del especialista en narcotráfico Alberto Föhrig a la Secretaría de Coordinación del Ministerio de Seguridad, que conduce Patricia Bullrich, no podrá servir también para esmerilar el espacio de Margarita Stolbizer, a quien Föhrig asesoraba. Doble carambola. Es la misma conclusión que sacaron en enero, con la designación de Gerardo Milman en la Secretaría de Seguridad Interior. Macri está molesto con el aprovechamiento político que le atribuye a Sergio Massa, aliado del GEN, en la discusión tarifaria. No lo dijo en público porque la estrategia de Pro es no contestar, pero le envió al líder del Frente Renovador un mensaje a través de un dirigente peronista cercano.

Las elecciones emergen entonces como el gran hito de su programa. Si gana, estará en condiciones de emprender medidas más incómodas. La reforma del Estado, por ejemplo, suspendida tras las críticas por los despidos. Apenas anunciada la decisión de interrumpirlos, un empresario nacional se cruzó en un acto con Andrés Ibarra, ministro de Modernización, y le dijo: "Si ustedes no despiden a la gente que sobra, el ajuste lo vamos a terminar haciendo nosotros". Pero el gas parece haber convencido al Gobierno del costo de la normalización poskirchnerista. Deberá seguir apostando a la paciencia empresarial.

Es cierto que todavía parece pronto para el enojo público corporativo, pero en algunos foros empiezan a inquietarse ante una exigencia que, dicen, les oyen siempre a los gobiernos en tiempos de crisis: competitividad. Guillermo Moretti, uno de los vicepresidentes de la Unión Industrial Argentina, sacudió hace días una reunión interna recordando los problemas de dos empresas líderes.

Dijo, por ejemplo, que Arcor era gracias a las innovaciones de Fulvio Pagani en el gran productor de caramelos del mundo, pero que el ingreso de "productos confitados sin cacao" se había quintuplicado en abril respecto del año pasado. "¿Arcor no va a ser competitivo?", exclamó. Y agregó que Techint, fabricante de tubos sin costura, vendía la tonelada a 2500 dólares, muy por arriba de los 1200 con que la ofrecen los chinos. "Ni regalándole la materia prima, la energía y el sueldo de Paolo Rocca llegamos a ese precio. La Argentina está cara", concluyó.

Son quejas que el Ministerio de la Producción escucha a diario y que obligan a Macri a un equilibrio para no afectar el empleo. ¿Cómo lograr entonces la prometida integración global de un país pleno de inconsistencias no sólo económicas, sino también culturales? El mundo tampoco parece tan propenso. En la Cancillería admiten que las últimas reuniones entre el Mercosur y la Unión Europea tuvieron sólo avances protocolares.

El bloque sudamericano se sigue resistiendo al ingreso de productos manufacturados y los europeos, principalmente Francia, a los agrícolas. Y aquí hay diferencias hasta con Brasil. José Serra, su canciller, volvió el 24 de mayo de Buenos Aires con las manos vacías luego de encontrarse con Macri y Susana Malcorra. Había venido con un único propósito: pedir para su país la prerrogativa de negociar con la Unión Europea individualmente, sin la Argentina. Estos acercamientos no han quedado más que en gestos de buena voluntad. Pero servirán, evalúan en el Gobierno, como estrategia de comunicación para atraer inversión.

O al menos marcar el rumbo de proyectos que, como en la Alianza del Pacífico, pueden insumir 5 años.

Para una Argentina rebosante de urgencias y configurada desde hace décadas según una matriz corporativa es el larguísimo plazo. Con un plan exitoso, Macri podrá tal vez en cuatro años ordenar, aunque no logre cambiar el curso de las cosas. En la construcción suelen decir que sólo los arquitectos quedan en la historia. Que los ingenieros no pasan de edificar, de evitar derrumbes: sus trabajos pueden ser medulares, pero siempre menos visibles.


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