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ANÁLISIS
Scibona: Precios en las antípodas. Lanata: Leyenda de tarifas en redes sociales
22/08/2016

Precios en las antípodas

LA NACIÓN

NESTOR O. SCIBONA

Un habitual lector de LA NACION radicado en Sydney -cuya identidad será mantenida en reserva- se tomó el trabajo de replicar en tres supermercados de esa ciudad australiana la medición de precios que realiza mensualmente esta columna sobre una canasta fija de 30 productos de consumo masivo en la misma sucursal porteña de una cadena líder. El resultado de la comparación es similar al que comprueban quienes viajaron últimamente al exterior: más de las dos terceras partes de esos precios son más caros en la Argentina. O a la inversa, 17 de los 25 productos relevados -ya que algunos son más difíciles de conseguir, como la yerba mate o ciertas bebidas sin alcohol- resultan más baratos en Australia, que registra una inflación de apenas 0,4% anual y cuyo PBI per cápita se ubica entre los diez más altos del mundo (US$ 53.000 en 2015, casi seis veces más que el argentino).

Algunas diferencias alcanzan magnitudes realmente sorprendentes, que superan el 160% en moneda dura. Más aún si se considera que ambos países tienen estructuras productivas comparables, especialmente en la producción de alimentos, aunque la economía australiana es mucho más abierta.

Un kilo de queso en barra, que cuesta $ 179 en Buenos Aires, resulta 166% más caro que en Sydney, donde se vende al equivalente de $ 67,20 (convertido a pesos argentinos a una paridad de $ 11,20 con el dólar australiano). En queso rallado, el precio de $ 329 por kilo es aquí casi 73% más alto que el que pagan los consumidores australianos ($ 190,40). Y en jamón cocido, la diferencia alcanza al 90% ($ 163,90 y $ 86,15 el kg, respectivamente), mientras se ubica en 42% para el azúcar ($ 14,35 vs. $ 10,08).

También es muy amplia la brecha en bebidas gaseosas, aunque con algunas particularidades folklóricas. Una botella de Coca-Cola de 1,5 litros (incluida en Precios Cuidados) que se ofrece a $ 20,60 en las góndolas porteñas, cuesta 67,2% más que en la ciudad más poblada de Australia ($ 12,32). Pero esa diferencia se amplía a 148,3% en su variedad light del mismo tamaño ($ 30,59 vs. $ 12.32, igual que la regular). En cambio, en agua mineral (también de 1,5 l) se reduce a 15% ($ 16,09 vs. $ 14).

Un caso inverso es el lomo de ternera (calidad premium, envasado al vacío), que tiene un precio de $ 285 el kilo en Buenos Aires y aun así resulta casi 30% más barato que en Sydney ($ 403). Sin embargo, la carne picada especial (magra) es aquí 75% más cara ($ 148 vs. $ 84). Y otro tanto ocurre con presas de pollo, con diferencias de 25% en pata-muslo ($ 48,99 vs. $ 39,20) y de 9% en supremas ($ 107 vs. $ 97,33) por kilo.

En general, las frutas y hortalizas tienen precios más altos en el supermercado porteño de referencia que en sus similares australianos, pero con magnitudes dispares. Por caso alcanzan a 80% para un kilo de zapallito redondo ($ 49,99 aquí vs. $ 27,75 allá); se reducen a 33,8% en bananas ($ 29,99 vs. $ 22,75) y a 21% en pimientos rojos ($ 79,99 vs. $ 66,10), y resultan casi insignificantes en papas ($ 21,99 vs. $ 21,28) y berenjenas ($ 79,99 vs. $ 78.40).

La comparación de precios incluye otras disparidades, aunque en varios casos pueden surgir de diferencias en la calidad de los productos. Por caso, en Buenos Aires es 9% más barato el pan francés ($ 45 vs. $ 49,28 el kilo); 35% los fideos guiseros ($ 17,99 vs. $ 27,88 en envase de 500 gramos) y 28% el café molido común ($ 74,79 vs. $ 104 en igual cantidad). También tienen un precio 44% menor las servilletas de papel ($ 20,09 vs. $ 35,84 las 140 unidades), pero 15,6% mayor el papel higiénico ($ 46,60 vs. $ 40,28), y un suavizante para ropa cuesta más del doble que en Sydney ($ 34,35 vs. $ 16,68).

Si bien todos estos precios están expresados en pesos argentinos para facilitar la comparación, obviamente las mismas diferencias se mantienen al convertirlas a dólares con relación al país que se ubica en las antípodas de la Argentina.

Pero más allá de lo limitado de la muestra, algunas variantes de calidad y los descuentos por cantidad que los supermercados locales transformaron en una estrategia comercial permanente para retener o captar clientes, estas distorsiones de precios relativos en las góndolas alertan sobre un fenómeno preocupante. Muy pocos productos locales tienen un precio unitario competitivo a ocho meses de la devaluación del peso, contrarrestada en buena medida por la suba de costos internos derivada de una inflación acumulada de 45% con respecto a un año atrás. Y una improbable suba del tipo de cambio nominal tendría patas cortas para revertirlo, si se repite el traslado a precios que se produjo en los últimos diez meses.

La única buena noticia dentro de este panorama es que, en lo que va de agosto, los precios en las góndolas de 18 de los 30 productos que integran esta canasta fija se estabilizaron y varios de los restantes muestran bajas con relación al mes anterior. De ahí que el costo total se haya ubicado en $ 2173,90, con un descenso de 4% frente a julio ($ 2265,60).

En este resultado influye el retroceso de 11% registrado en los precios de frutas, verduras y hortalizas, no incluidos en la inflación "núcleo" (sin productos estacionales ni precios regulados) que desagrega el Indec. Entre las principales bajas se destacan los pimientos (20%), zapallitos (16,5%) y berenjenas (11%), aunque hubo una suba de 20% en papas. Pero en los que sí están incluidos se verifica un descenso de 2,9%, debido a bajas en los precios del jamón cocido (31%) y servilletas de papel (24%), contrarrestadas por subas en café (7%), queso en barra (5,9%), papel higiénico (4,4%), suavizante para ropa (3,5%) y milanesa cuadrada (2,8 por ciento).

La mezcla de estabilización con algunas bajas de precios es atribuida por los proveedores a la fuerte caída de las ventas de productos de consumo masivo que, en volúmenes, se habrían contraído nada menos que 9% en junio y alrededor de 5% en julio, especialmente en rubros de alta rotación como gaseosas, cerveza y lácteos.

Con esta desaceleración, el costo total de la canasta muestra ahora alzas de 21,5% con respecto a diciembre de 2015 ($ 1864,65) y de 45% en comparación con un año atrás ($ 1562). Y si bien el IPC mostrará en agosto la variación más baja del año (en línea con la última baja de tasas del BCRA para Lebac al 29,25% anual), este resultado será transitorio incluir parcialmente el freno a la suba de tarifas residenciales de gas convalidado ahora por la Corte Suprema y que seguramente se extenderá a la electricidad.

La leyenda de las tarifas, en la era de las redes sociales

CLARÍN

JORGE LANATA

 

Ahora que todo pasó, veamos exactamente qué pasó: alrededor de las tarifas, durante las ultimas semanas, discutimos una mentira.

Desde abril, con los aumentos, el 87% de los usuarios pago menos de 500 pesos mensuales. El monto tope promedio de 500 pesos surgió de compararlo con los 540 pesos de suscripción básica al cable en el GBA.

La cobrabilidad en mayo-junio fue del 78% aún cuando Gobierno y medios se debatían en un pague-no pague, pague una parte.

Con los topes tarifarios 2.600.000 familias iban a recibir un descuento por consumo en los meses de mayo y junio.

Los casos de promedios altos fueron un 7% del total: identificados como RT3-4 en las planillas de Metrogas, con un consumo de 709 metros cúbicos y una factura promedio del bimestre de $ 5.370.

El porcentaje de usuarios que pagaron menos de 500 por mes fue más alto en algunas zonas del Interior: en el NEA fue el 91%, lo mismo en el NOA y el Litoral, en Cuyo fue el 86%, en el Sur de la provincia de Buenos Aires y La Pampa el 88%.

El 19% de los habitantes con gas de red tiene tarifa social; en muchos municipios del GBA esa tarifa alcanza a más de 50% de la población.

El 39% de los hogares no tiene gas de red; utiliza garrafa. La mitad de esos hogares tiene “garrafa social”.

Las tarifas, aún con aumento son muy inferiores a las de los países vecinos, entre 58 y 83% más bajas.

¿Y entonces? Entonces una política torpe del Gobierno y el oportunismo de la oposición hicieron que una tormenta perfecta se desatara en un vaso de agua.

La noticia de “me llegaron cinco mil de gas” corrió con las velocidad de un mito urbano: “Secuestraron dos chicos en Alto Palermo, tengan cuidado con la Trafic blanca”; al poco tiempo todos conocían a alguien que, en lugar de pagar el gas, estaba por meter la cabeza en el horno.

Como sucede cuando alguien quiere convencerse de algo, nadie miraba la boleta propia. Los jueces de Justicia Legítima –que nunca hubieran firmado un amparo cuando Cristina quiso hacer sintonía fina con las tarifas, también sin audiencia previa– tuvieron su momento Nuremberg, facilitado por la torpeza del Gobierno de no convocar a las audiencias.

En medio de la tormenta el Gobierno intentó, en vano, explicar que era legal no hacerlo: ya era tarde para dar explicaciones, la imagen era la del desembarco en Normandía suspendido porque pasaron un semáforo en rojo.

Cuando comenté el viernes pasado en la radio y el domingo en la televisión aquello del 87% pagando menos de 500 pesos, el Gobierno lo recibió aliviado “Por fin alguien que dice lo que está pasando”. Ellos lo supieron dos meses antes que yo, pero no lo dijeron nunca.

Quizá parte del error haya sido tomar una pelea cultural como política: en este país donde la gente fue convencida de tener derecho al fútbol, también cree que tiene derecho a que el Estado le pague las tarifas. El problema no es normal.

Y también se podría, en medio de la confusión general, culpar de todo esto a la época, en la que las noticias y los rumores corren cada vez una carrera más cercana.

En la edición de The Guardian del 12 de julio Katharine Viner publica un articulo titulado “Cuando la tecnología altera la verdad”. “Las redes sociales se han comido las noticias –escribe– amenazan la viabilidad del periodismo basado en el interés publico y han contribuido a una época en la que las opiniones están sustituyendo a los hechos”.

Viner parece estar hablando del kirchnerismo, pero no. Habla de Gran Bretaña y de Europa. Aquí, en el Sur, llevamos doce años de opiniones sustituyendo a los hechos, la lógica River-Boca pero sin goles, en la cual todo puede ser interpretado y la verdad se pierde.

De ese matrimonio surgió la subespecie de los panelistas de la tele. Para los K que Boudou quisiera quedarse con la Casa de la Moneda era “una opinión”, etc. (Valga la pena recordar que esta semana, después de cuatro años de que hiciéramos la denuncia, se pidió el juicio oral al ex vicepresidente).

En su artículo en The Guardian, Viner cita el caso de David Cameron, el ex primer ministro, cuando The Daily Mail publicó que “había cometido un acto obsceno con la cabeza de un cerdo muerto”. La supuesta fuente era “un condiscípulo de Oxford”. A los pocos minutos #Piggate y #Hameron eran tendencia en Twitter. Con el correr de las horas hasta la BBC tuvo que informar sobre el fenómeno y 10 Downing Street sacó un comunicado, negándolo.

Al día siguiente la periodista Isabel Oakeshott fue a la tele y admitió que no sabía si su noticia bomba era verdad. Aún hoy mucha gente la considera verdadera.

Mucha de la “información” que logró adhesión al Brexit surgió de orígenes similares. Viner da este ejemplo: “Si 99 expertos dicen que la economía se estrellará y uno estaba en desacuerdo, la BBC nos decía que cada bando tenía una idea distinta sobre la situación”. Un ejemplo bastante argentino, no?

Sentencia la nota de The Guardian: “Si un hecho se parece a lo que tu piensas que es verdad, se hace difícil diferenciar lo que es cierto y lo que no”. En la era digital, claro, la información circula de manera vertiginosa, los medios están más preocupados por el cliqueo que por chequear el contenido y ya no hay tiempo de evitar que un usuario comparta un dato falso.

Para colmo, los algoritmos sobre los que se basan Facebook y Google tienden a dar al usuario contenidos similares a los que busca, de forma cerrada: refuerzan nuestras creencias preexistentes. Cuando dos personas buscan lo mismo, los resultados nunca son los mismos: tienen que ver con las búsquedas anteriores de cada uno. Así, somos perros digitales mordiéndonos la cola.

Instagram y Snapchat son, en ese sentido peores; no permiten ni siquiera vínculos hacia afuera. Viner cita palabras de Neetzan Zimmerman, ex empleado de Gawker, especialista en viralización: “Hoy en día no importa si una noticia es real”, dijo en 2014. “Lo que importa de verdad es si la gente cliquea. Los hechos son una reliquia de la prensa de papel, cuando los lectores no tenían elección. Si una persona no comparte una noticia, es que no es una noticia”.

Tal vez algo de esto explique cómo el vaso de agua devino en tormenta.


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