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ANÁLISIS
Oña: Importaciones, verdades y mentiras. Fernández Canedo: Inversiones y salarios
12/09/2016

Importaciones: verdades y mentiras

CLARÍN

ALCADIO OÑA

El año pasado, el 2014 o el 2013, fueron tiempos de proteccionismo a fondo. Pero vale una aclaración antes de seguir con la serie: no hubo ahí una política orientada a preservar la actividad productiva, ni tampoco un foco puesto en la famosa reindustrialización que sólo fue famosa en el eslogan kirchnerista.

Pasó, sencillamente, que mandó como nunca estos años la escasez de divisas y sus parientes directos, el cepo, las restricciones a las importaciones y el temor a la presión cambiaria. Todo al modo K: arbitrario, sospechosamente selectivo, siempre decidido desde arriba.

Podrá temérsele al modelo macrista, pero comparar las compras al exterior de ahora con las de 2015 tiene aquellas fallas de origen.

Una manera de medir el grado de apertura de las economías consiste en relacionar las importaciones con el PBI, donde a un porcentaje mayor corresponde una apertura mayor y a uno menor, cierta forma de cuidar la producción nacional o de cerrar las fronteras.

Según un trabajo de la consultora Abeceb, para el promedio de 2006-2011 la ecuación arroja 14,2%. En 2014 baja a 11,5% y en 2015 toca un piso del 9,5: son los años del proteccionismo forzoso.

Ya con una mayor disponibilidad de divisas que permitió liberar importaciones retenidas, durante el primer semestre de este año el registro subió al 10,3%. Creció la apertura, aunque todavía queda lejos del 14,2% que promedió entre 2006 y 2011 y volver a ese nivel implicaría aumentar las importaciones en US$ 29.393 millones.

Bastante confusión hubo también cuando, en la cumbre del G-20, a Mauricio Macri le llegaron observaciones de la delegación china. Seguramente, ante reclamos argentinos sobre la necesidad de acrecentar nuestras exportaciones y así corregir, al menos en parte, el muy desigual saldo del comercio bilateral.

Los números que habrían presentado los funcionarios asiáticos dicen que el año pasado el superávit a favor de su país no ascendió a US$ 6.000 millones, como reportan datos de la Aduana local: en sus cálculos fue de US$ 3.000 millones, o sea, nada menos que la mitad. La información de intramuros cuenta que, trascartón, el Presidente pidió una revisión integral de la estadística argentina.

Hay aquí un embrollo de cifras que reaparece cada tanto. Brota porque Beijing excluye de sus cuentas al desbalance con Hong Kong, pese a que desde 1997 la ex colonia británica forma parte de China y es, además de un potente centro financiero, un fuerte polo industrial.

Sea cuales fuesen los datos reales, está claro que déficit es todo junto.

Las trampas con las estadísticas del comercio exterior llevan la marca K en el orillo. Pero quizás nada casual resultó que colocar ahí la mira hubiese coincidido con las denuncias de Juan José Gómez Centurión, el jefe desplazado por Macri, sobre manejos aduaneros turbios con las importaciones y con los dólares de las importaciones.

Y aun cuando no hubo ninguna vinculación directa, el punto es que la cuestión cayó en medio de las quejas de la UIA y de varios sectores por la apertura importadora del Gobierno que, afirman, beneficia sobre todo a China.

Con una dosis de inquietudes compartidas y otra de oportunismo político, Sergio Masa coló un proyecto de ley que promueve declarar la emergencia importadora por cuatro meses, prorrogable por otros cuatro. Y ya más concreta, la iniciativa pide una serie de medidas para controlar férreamente el ingreso de productos de consumo.

Así, el líder del Frente Renovador pegó una brusca marcha atrás con su idea de suspender las compras al exterior durante 120 días, tan polémica que Macri no dejó pasar la ocasión: “No es bueno que hablemos en el aire, porque hablar por hablar al final da todo lo mismo”, le disparó a Massa.

Pero como el ruido sigue escalando, el Gobierno resolvió abrir negociaciones y escuchar los planteos de algunas ramas industriales sensibles, como calzado, textiles y electrónicos. En principio, se trataría de contener y evitar costos políticos.

Es cierto que la apertura económica y una nueva manera de insertarse en el mundo, más la ampliación de los acuerdos comerciales, son puntos clave del modelo macrista. Y se verá si también es cierto que piensan hacerlo “gradualmente”, como afirman en el Ministerio de Producción.

El trabajo de Abeceb cuenta que otra medida del aperturismo consiste en ver cuánto del consumo interno representan las importaciones, aunque nuevamente se cruzan las políticas oficiales o la ausencia de políticas oficiales con decisiones empresariales.

En los escalones superiores de la dependencia externa aparecen maquinarias de oficina, instrumental médico y automotores: las cifras cantan 65, 62 y 47%, respectivamente. Y hacia la base, textiles, papel y alimentos, con 17, 13 y apenas 2%.

Sólo esos rasgos del cuadro revelan que existen actividades internas muy competitivas donde las importaciones no pueden sustituir producción nacional, como la agroindustria. También, algunas protegidas por regulaciones y otras integradas a acuerdos de complementación por cierto desparejos, como los autos y Brasil.

Dice el director de Abeceb, Dante Sica: “El macrismo irá por una apertura mayor a la actual, eso es seguro. Pero no veo venir ni una abrupta y mucho menos una tipo años 90, cuando fueron barridas producciones enteras.

Ningún cambio, ni aún el más elaborado, puede descuidar su impacto en la situación laboral y si hubiese alguno, dicen otros especialistas, sería útil que apunte a un empleo de mayor calidad y mejor remunerado. Aquí entra, desde luego, el sistema educativo.

Todo está por verse, pero nada de semejante proceso puede ser concretado de un día para el otro. Claro que avanzar por ese camino permitiría mejorar la inserción en mercados cada vez más competitivos y, a la vez, protegerse de importaciones también cada vez más competitivas.

Todo implica, al fin, arriesgar plata. Plata en diversos sentidos: desde recuperar y mejorar la infraestructura hasta invertir en tecnologías modernas, innovar y tapar los agujeros en las cadenas productivas.

Detrás de ese todo juegan las políticas industrialistas, la certidumbre y un papel del Estado que incentive y al mismo tiempo ponga condiciones.

Mucho de lo que falta asoma tanto en la creciente primarización de las exportaciones como en el también creciente, enorme déficit del comercio industrial. Y salta nítido cuando se observa la muy despareja relación con China, un país que siempre será una amenaza y ya es cuanto menos una luz amarilla.

El 93% de lo que le vendemos son productos primarios y primarios con escaso valor agregado. Y, al revés, todo lo que le compramos son bienes industriales.

Podría decirse, además, que la cuestión no pasa por quejarse sino por el cómo evitar los ciclos de altas y bajas. Cualquier economista sabe que eso se llama un programa de crecimiento sustentable en el mediano y largo plazo.

En el mientras tanto, el toreo semanal entre Alfonso Prat-Gay y Federico Sturzenegger ya empieza a aburrir y, si quieren revivirlo, podrían mostrarle a la platea algunas cartas que mantienen tapadas. Corto plazo a la espera noticias económicas más sustanciosas.

Inversiones y salarios, se corre el telón

IECO

DANIEL FERNÁNDEZ CANEDO

“La Argentina necesita inversiones por US$ 131.500 millones anuales para crecer” fue el título de un informe que se conoció anteayer de la consultora ABECEB.

Y, para dar una idea del salto que implicaría, el trabajo de Dante Sica pone un marco de referencia: de 2008 a 2016 las inversiones promediaron US$ 82.690 millones anuales, lo que representa 16,4% del PBI.

Desde el arranque el Gobierno dijo que su intención era potenciar las inversiones como forma de cambiar el esquema de los últimos años basado en la expansión del consumo.

Pero los inconvenientes están a la vista: si la inversión es algo más de 16% del PBI, el consumo representa algo más del 80% de ese indicador.

Incentivar el consumo implica poner una locomotora más grande a traccionar hacia arriba a la actividad económica.

Pero esa expansión del consumo sin inversión del kirchnerismo, especialmente a partir de 2009, llevó a los argentinos a comerse buena parte de los stocks de bienes sensibles para definir un crecimiento sostenido.

El gasto de las reservas del Banco Central en el intento de evitar una suba del dólar o de las reservas de petróleo y gas, para favorecer el consumo, fueron dos íconos de la política mercadointernista de la que usó y abusó el kirchnerismo.

El país se habría quedado sin reservas en el Central, sin petróleo, sin gas (las importaciones crecieron exponencialmente) y la inversión quedó como una gran asignatura pendiente.

Respecto de la inversión hay una regla de tres simple no lineal pero sí real: los países que invierten más y por más tiempo, crecen más.

Tomando una serie de 20 años hasta 2013, en China la inversión fue de 43% del PBI y así creció al 10% anual durante los 20 años.

Corea, invirtiendo 31% de su PBI logró un crecimiento sostenido de 5% anual.

Mientras que la Argentina y Brasil, cuyas tasas de inversión se ubicaron entre 18% y 19%, sólo pudieron crecer al 3% por año.

Petróleo, gas, minería, telecomunicaciones, agro, industria, alimentos y bebidas, construcción, energías renovables, en todos esos rubros hay déficit de inversión.

El Gobierno intentará seducir a inversores extranjeros que reconocen que hay un cambio de clima para los negocios pero todavía no están convencidos.

La canciller Susana Malcorra en el reportaje que le hace Silvia Naishtat (ver página 6), lo define con precisión: “Desde afuera nos ven con cautela”.

Desde ya que, en el mundo de los negocios, a la cautela se la combate con posibilidades de negocios y rentabilidad y la Argentina hoy puede mostrar atractivos.

Pero en las cabezas de los funcionarios y empresarios el corto plazo aparece como un foco de atención por los resultados de la actividad en el primer semestre.

Cayeron las ventas de electrodomésticos (12%), indumentaria (8%), carne (7,7%), alimentos (4%) y son sólo algunos de los rubros que mostraron un comportamiento negativo.

Ahora buscan “brotes verdes” en la venta de camiones para el campo y la construcción y en las inmobiliarias, en tren de apostar a que la recesión y la reducción de la cantidad de dinero harían sostenible la baja de la inflación que se verificó en agosto.

Con un ojo mirando el largo plazo, el Gobierno intentará esta semana presentarse confiable frente a un selecto grupo de empresarios de alto nivel que vendrán a la Argentina después de muchos años de desconfianza.

El otro ojo mira al mercado interno y ahí los melones del camión no terminan de acomodarse.

El dólar tranquillo en torno de $ 15 y el 27,75% de tasa de las letras del Banco Central mantienen serenos los ánimos financieros.

Pero los reclamos sindicales para reabrir las paritarias, a pesar de la negativa del presidente Macri, agitan la discusión sobre el poder de compra salarial y su futuro.

Para el Gobierno, es impensable una reapertura de las paritarias cuando, simultáneamente, intenta aquietar en un 17% anual la expectativa inflacionaria para 2017.

La puja no será menor: los gremialistas quieren una compensación por la inflación pasada y que le deprimió el poder de compra de sus salarios y la Casa Rosada pretende que los aumentos de sueldos se otorguen en función de la inflación que vendrá.

El corto y el largo plazo tendrán función esta semana. Se corre el telón


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