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Escribe Alonso: La apasionante historia de Tadeo Haenke
21/01/2019
MINING PRESS

Ricardo N. Alonso*

Antes de que grandes naturalistas de fama mundial como Humboldt, D’Orbigny y Darwin exploraran América del Sur, otro sabio menos conocido, realizó una obra trascendente. Se trata de Thaddeus Peregrinus Haenke (1761-1816), que pasaría a la historia como Tadeo Haenke. Este naturalista de origen checo es el ejemplo de una vida dedicada a la ciencia y al bien común.

Haenke nació en Kreibitz, una ciudad de Bohemia, el 5 de diciembre de 1761 y estudió en la universidad carolina de Praga hasta alcanzar su doctorado en filosofía. Luego pasó a Viena donde continuó sus estudios bajo la tutela del afamado mineralogista Ignaz von Born y del botánico holandés Nickolaus Josef Jacquin, apodado entonces el “Linneo austríaco”.

Precisamente Haenke tuvo a su cargo la octava edición de la monumental obra de Carl Linneo, el creador de la nomenclatura binomial de las especies vivas.

Por su trabajo sobre la flora y la obra linneana, Haenke se ganó el favor del emperador José II que lo puso bajo su protección. Para entonces España organizaba una importante expedición científica alrededor del globo que iba a estar comandada por Alejandro Malaspina al mando de las corbetas “Descubierta” y “Atrevida”.

El rey de España le pidió entonces al emperador de Austria la incorporación de un botánico de fuste y la elección recayó en Haenke. Desde entonces el joven naturalista, con 28 años de edad, comienza una vida de aventuras propia del mejor relato de una novela o guion de cine. Haenke partió hacia Cádiz para embarcarse, pero ya Malaspina había dejado España un par de días antes. No se amilanó y por el contrario esperó a que alguna nave lo trasportara al Plata.

Partió en la “Nuestra Señora del Buen Viaje” con tan mala suerte que naufragó frente a Montevideo. Debió salvarse a nado con lo puesto y aferrando su libro de Linneo, al punto que el resto del equipaje e instrumentos científicos se iban a pique. Mientras esperaba una nueva embarcación que lo cruzara a Buenos Aires, aprovechó para colectar plantas y empezó a preparar un rico herbario.

Llegó a Buenos Aires cuando ya Malaspina navegaba hacia la costa patagónica. Luego de algunas averiguaciones obtuvo el dato de que podía cortar camino al cruzar las pampas y los Andes para llegar al océano Pacífico. Para entonces esa era una empresa sumamente riesgosa. Luego de un reconocimiento rápido en el Paraná y alrededores de Buenos Aires, encaró su viaje por las sierras de Córdoba y San Luís hasta llegar a Mendoza desde donde cruzó los altos Andes con destino a la costa pacífica. En todo el camino no dejó de colectar plantas, observar la naturaleza y estudiar los tipos humanos que iba encontrando en su recorrido.

El cruce de los Andes mendocinos dio pie a algunas de las primeras páginas con observaciones geológicas de la alta Cordillera. Llegó a Santiago de Chile donde tropezó finalmente con algunos oficiales de la Expedición Malaspina, cuyas naves estaban ancladas en Valparaíso. Ya unido a la expedición navegó con ellos a lo largo de la costa de América del Sur y del Norte, y a la altura de México viraron al oeste para dirigirse hacia Australia y las Filipinas. Luego de algunos años de navegación recalaron nuevamente en las costas peruanas, donde Haenke pidió expreso permiso a Malaspina y al virrey de Lima para continuar su viaje por tierra con destino al Alto Perú y desde allí a Buenos Aires por el camino real de postas.

La idea era alcanzar nuevamente a las corbetas cuando éstas, de regreso, tocaran puerto en Buenos Aires. Pero hete aquí que sus intereses científicos lo fueron demorando en la amplia geografía del Perú y de la actual Bolivia hasta que cumplido el plazo Malaspina regresó a España dejándolo librado a su suerte. Haenke contaba con su título de naturalista del reino español y un sueldo anual de 1800 pesos que le permitía continuar sus estudios. Durante su permanencia americana realizó una obra descriptiva monumental producto de sus viajes y observaciones.

Así, navegó los ríos amazónicos, convivió con las tribus indígenas, rescató sus medicinas y su música, estudió la flora y la fauna, realizó observaciones geológicas, hizo colecciones de minerales, introdujo la vacuna, enseñó a fabricar pólvora de la más alta calidad que ayudó en la resistencia de los españoles durante las invasiones inglesas a Buenos Aires, descubrió un método para separar los nitratos de la pampa calichera al que llamó de “Paradas”, entre un sinfín de estudios e investigaciones completamente originales.

En sus viajes realizó observaciones en las minas de oro aluvional de Tipuani, estudió la planta de la quina o cascarilla y sus beneficios para paliar la malaria, escaló el volcán Misti de 5822 m frente a la ciudad de Arequipa, estudió las aguas termales de Yura y otras del sur del Perú, visitó la mina de Potosí, escaló montañas de la Cordillera Oriental y Real, navegó el lago Titicaca, cruzó el Altiplano en varias direcciones, recolectó minerales, estudió lanas, pelos y cueros de animales con fines de aprovechamiento, investigó las plantas tintóreas, fabricó toda clase de medicamentos sobre la base de plantas y minerales, entre otros múltiples asuntos que publicó en distintos medios.

Estaba convencido del enorme potencial minero de los Andes. Entre sus definiciones puede rescatarse la que dejó plasmada en un escrito de 1799 donde expresa: “Las entrañas de esta cordillera son una mole inmensa metálica de todo género, y sus llanuras y declividades derraman con extrema profusión toda especie de producciones minerales, salinas y terrestres”.

Mucha de la información fue publicada en sendos artículos en el Telégrafo Mercantil (1801-1802). Para el reino mineral, Haenke describe 18 substancias que las clasifica en “A” (Naturales) y “B” (Artefactas). Las “Naturales” comprenden los minerales propiamente dichos mientras que las “Artefactas”, se refiere a las realizadas por el hombre mediante distintas técnicas de beneficio físico-químicas o mineralúrgicas.

Nombra así 10 sustancias naturales y 8 artefactas. Entre las naturales describe: Alumbre nativa, o cachina blanca; Alumbre nativa, otra especie o millo; Alumbre nativa mezclada con el vitriolo de fierro, o colquemillo; Vitriolo de fierro, o caparrosa de piedra; Sal de Inglaterra; Sal mirable; Nitro puro; Álcali mineral o sosa nativa; Cardenillo nativo, o verde montaña; Oro pimiente del Perú.  Entre las artefactas describe: ácido vitriólico, ácido nitroso, ácido muriático, agua regia, vitriolo de cobre, tártaro vitriolado, magnesia blanca y materiales para la fábrica de cristales.

Haenke dejó numerosos escritos sobre las cuestiones físicas y naturales de Argentina, Bolivia, Chile y Perú. Entre ellos destaca una importante monografía sobre la región de Cochabamba. Su larga permanencia en América cobrando un sueldo de la corona española llamó la atención del virrey Cisneros quien lo intimó a regresar inmediatamente a España. La revolución de 1810 y el derrocamiento del virrey impidieron que la orden se llevara a cabo. Haenke vivió sus últimos años en Cochabamba donde permaneció soltero pero tuvo un hijo natural con una criolla. Enfermo le pidió a su ama de llaves que le alcance un medicamento y ésta se confundió con un veneno que le causó la muerte.

Al menos esa es una de las versiones más firmes que registra la historia. A pesar de la importancia de su obra, su vida novelesca y su entrega permanente a los demás, su biografía no es conocida como la de otros grandes eruditos de su tiempo a los cuales precedió en la calidad y cantidad de observaciones sobre la flora, la fauna, la gea y los tipos humanos de la América del Sur. En Cochabamba la que fuera su casa se encuentra en ruinas, cuando debería existir allí un importante museo histórico que rescate la figura de este sabio checo-boliviano de trascendencia universal.

* Doctor en Ciencias Geológicas (UNSa-CONICET)

 

 

 


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