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ANÁLISIS
Oña: "En el kirchnerismo del blanqueo perpetuo"
08/04/2014

En el kirchnerismo del blanqueo perpetuo

Clarín. Por Alcadio Oña

En el momento de su lanzamiento, y también después, fue una medida que bordeó el escándalo, porque significaba un premio enorme para los evasores y alimentaba la sospecha de que iba a ser una puerta abierta al lavado de dinero y a la plata de las coimas. Muy poco de eso parece haber sido aprovechado en los hechos, pero por razones que no explicó ni son claras, el Gobierno ha resuelto mantenerla en pie.

El blanqueo de capitales ya va por la tercera prórroga y, como la ley que lo engendró no le fija límites temporales, es posible que la Presidenta repita el procedimiento cuantas veces quiera. Resultado: si a ella se le antoja, la Argentina podrá convivir con un régimen que debiera ser excepcional hasta el final de su mandato.

Más aún, quienes la sucedan tendrán las manos libres para seguir tirando de la misma cuerda. Nada menos que un sistema así votó el kirchnerismo en el Congreso, a pedido del Poder Ejecutivo y con el respaldo de los partidos aliados.

Ya es un verdadero despropósito que semejante amnistía vaya a durar por lo menos un año entero: nació a comienzos de julio de 2013 y, gracias a la última prórroga, seguirá vigente hasta el 30 de junio próximo. Y otro, que hubiese sido sancionada después de la amplísima moratoria de 2009, que, por algún motivo desconocido, al Gobierno le resultó insuficiente.

“Todavía no tenemos los números correspondientes al volumen de dinero que fue blanqueado mediante el Baade (uno de los bonos del régimen) y el Cedin, porque surgirán luego de las presentaciones de los formularios del impuesto a los bienes personales”, acaba de afirmar el jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, ante los periodistas que le pidieron la información.

Eso es cierto y a la vez parcialmente cierto. Echegaray pudo haber mostrado los datos que ya tiene, pero como si fuesen un secreto de Estado, resolvió no dar ninguno. Y lo hizo al menos por dos razones.

Una es que esas cifras revelarían que el blanqueo ha sido un fiasco rotundo. El siguiente, que Echegaray quiere evitar otro choque con Kicillof y con la propia Presidenta, similar al que tuvo a fines del año pasado, cuando se opuso sin vueltas a la segunda prórroga del régimen. Y aunque su relación con el ministro de Economía sigue tirante, Cristina Kirchner ordenó parar la pelea.

Los resultados conocidos hasta el 31 de diciembre ya no daban como para andar pavoneándose. Se llevaban blanqueados menos de US$ 700 millones, muy lejos de los 4.000 y hasta 5.000 millones que había imaginado Moreno. Y de los 700 millones sólo quedaron 342 millones en el Banco Central, porque la mitad de las operaciones con Cedin, que representaban el 90% del total, entraron por una puerta del BCRA y salieron por otra.

Aun cuando Echegaray mantenga ocultas las cuentas más recientes, parece dificíl que sean muy distintas a las de diciembre de 2013.

“La exteriorización de capitales permite emplear recursos líquidos ociosos para financiar inversiones productivas y sociales que apuntalen el proceso de crecimiento, profundicen la reindustrialización iniciada en 2003 y permitan la inclusión de vastos sectores de la sociedad”. Así de grandiosa es la frase que el Gobierno usó para justificar la tercera prórroga.

No hizo un gran esfuerzo dialéctico, porque exactamente las mismas palabras había utilizado en los fundamentos de la ley y, luego, tanto en la primera como en la segunda prórroga. Y serán repetidas, si después del 30 de junio la Presidenta resuelve ir por una cuarta.

En realidad, el objetivo de la medida consistía en cosechar una buena cantidad de dólares y eso explicó el apriete a fondo que Moreno desplegó sobre bancos, cerealeras y automotrices. La cosecha es tan magra como puede verse o peor todavía: desde julio del año pasado, el Central ha perdido US$ 10.000 millones.

Pero si hasta ahora el régimen no sirvió para capturar divisas, financiar inversiones productivas o apuntalar el crecimiento, resulta extraña la insistencia del Gobierno. Y eso de la reindustrialización iniciada en 2003 es un cuento que difícilmente resista un análisis más o menos riguroso.

Es posible que no haya querido pagar el costo de reconocer una patinada fuerte, aunque si lo hubiese dejado caer en silencio el efecto político habría durado apenas un día. Más aún, sólo los especialistas sabían que el blanqueo estaba vigente, y no todos.

El temor a admitir el fracaso convive, entre otras cosas, con la sospecha de que el Gobierno pueda estar a la espera de que algunos amigos del poder terminen de poner en orden sus cuentas para presentarse al blanqueo y evitar, así, caer más tarde en manos de la Justicia.

Todavía es una ventanilla de oportunidades abierta al ingreso de fondos no declarados, ni acá ni afuera, sin necesidad de precisar su origen y libres de impuestos y de acciones legales. Tan grande como para alimentar suspicacias de cualquier color y más grande cuando se ha resuelto mantenerla en pie.

Cada prórroga corre todos los plazos, como el año de vigencia de las exenciones generalizadas al pago de impuestos y la amnistía judicial.

Claro que nada les garantiza a los blanqueadores que, después de 2015, no deban deambular por los pasillos de Tribunales, lo cual también explicaría los pobres resultados del régimen.

La última extensión conserva el uso de los Baade para inversiones en centrales energéticas o en YPF. La posibilidad de que esos bonos sirvan para operaciones que orbitan alrededor de la petrolera estatal, sería otra manera de entender la insistencia oficial. Desde luego, los interesados exigirán bastante más que un canal de acceso.

Lo cierto es que, cualquiera sea el motivo, el jubileo continúa. Arbitrariedad kirchnerista con forma de ley, así seguirá mientras la Presidenta quiera.


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