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DEBATE
Mariano Grondona: "Atrás quedaron los sueños de reelección"
10/04/2014

Atrás quedaron los sueños de reelección

La Nación. Por Mariano Grondona

Cada uno ofreció su interpretación sobre el paro de hoy. Moyano y Barrionuevo , sus principales promotores, que lo presentaron como un éxito, no dejaron de criticar al mismo tiempo los piquetes promovidos desde la izquierda para asegurarlo o, quizá, para coparlo. En cuanto al Gobierno, lo interpretó como una iniciativa de corte electoral conectada con la pretensión presidencial de Sergio Massa . Esta diversidad de interpretaciones refuerza la sensación de que el paro distó de ser unánime, general, y fue cruzado por las mismas divisiones que hoy cruzan la política argentina.

Pero éste no es, precisamente, el rasgo que define a los verdaderos paros generales. Ellos ocurren, al contrario, cuando una mayoría en estado de indignación se moviliza al unísono contra un gobierno o un régimen cuya legitimidad objeta, haciéndolo tambalear. Esto no quiere decir, sin embargo, que Cristina Kirchner cuente con un consenso que sea, para ella, satisfactorio. Uno de cada tres argentinos todavía la apoya, pero no la apoya para que siga en el poder sino solamente para que pueda terminar su mandato en paz, lo cual no es lo mismo. Atrás quedan los sueños de reelección indefinida que en su momento concibió el matrimonio Kirchner. Lo cual no significa, por cierto, que Cristina tenga consenso para seguir indefinidamente sino, más bien, que los argentinos están madurando. Esta comprobación permite albergar la esperanza de que podamos ser de ahora en adelante un país normal como Uruguay o Brasil y otras naciones vecinas, como no ocurrió tantas veces entre nosotros, que debimos soportar las ilusiones reeleccionistas de más de un presidente.

Ha habido pues entre nosotros un importante residuo monárquico que recién ahora podríamos erradicar. Los gobiernos republicanos perduran de acuerdo con la ley y la principal ley que los condiciona, en este sentido, es el plazo. Los gobiernos monárquicos, al contrario, son vitalicios. La diferencia que distancia un gobierno de espíritu republicano de un gobierno de espíritu monárquico es la aceptación íntima y sincera del plazo que lo limita. Sólo cuando un gobernante asume como su regla interior el plazo que le ha tocado, amanece la república. Cuando la resiste, se da la situación insincera de los caudillos que buscan perpetuarse. Rosas perteneció a esta raza. Cuando cumplió, en cambio, su mandato original de seis años, Urquiza inauguró la república, pero la monarquía volvió de nuevo a nosotros bajo formas solapadas, incluso bajo la modalidad matrimonial de los Kirchner.

Menem, los Kirchner, fueron en este sentido gobernantes de espíritu monárquico bajo un disfraz republicano. ¿Por qué hay que enfatizar tanto, en todo caso, la contradicción entre estas dos formas de gobierno? ¿No estaremos hilando demasiado fino? Debería advertirnos sobre el hecho de que hay un abismo entre ellas, por lo pronto, que la gran mayoría de las repúblicas modernas ya no son monarquías, aunque alguna vez lo fueran en el pasado. Es que comparar todavía a las repúblicas con las monarquías equivale, hoy, a equiparar a una carroza con un jet a reacción.

¿Por qué han prevalecido incluso en Europa las repúblicas sobre las monarquías? Porque tienen otra concepción del tiempo. Las monarquías se mueven según un ritmo biológico. Los reyes y los caudillos nacen y mueren cada tanto. Las repúblicas, al contrario, se renuevan cada dos o cuatro años. Están así más cerca de la gente que las vota o que deja de votarlas. Vibran con ella. Se exaltan y se apagan también con ella. Cuando un caudillo se instala en el poder, a veces cree que es para siempre. Otra es la sensación del electorado. En la república democrática, todo es fugaz. Son dos ritmos políticos, son dos historias. El ritmo de la república democrática es intenso y a veces contradictorio. El ritmo de los caudillos y los monarcas es lento y gradual. Es otra vivencia del tiempo. Es otra encarnación de la historia.

Esta descripción podría darnos la idea de que las repúblicas son breves. No es así. Si se cuenta desde la monarquía original hasta el imperio, la república romana duró medio milenio. Lo que pasa es que la república, aun cuando dure mucho, también incluye muchos tramos cortos. Si contamos desde que se fundó, nuestra república ya ha durado mucho. Lo peor es quizá pretender repúblicas largas mediante gobiernos largos, pero esto es propio de la monarquía. Lo mejor sería repúblicas largas mediante gobiernos cortos. En los Estados Unidos, hace siglos que tienen gobernantes que duran de cuatro a ocho años. Ésta es, al parecer, la fórmula de la modernidad. Pero ella no fue pensada por algún iluminado en su mesa de trabajo. Simplemente ocurrió, como las mejores cosas de la vida.


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