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DEBATE
Huelga general: escriben Cárpena, Morales Solá, Pagni y Blanck
11/04/2014

Moyano golpeó en el momento justo

Clarín. Por Ricardo Cárpena

El segundo paro general contra Cristina Kirchner fue tan amplio y contundente que sorprendió hasta a sus propios organizadores. E incluso a algunos políticos del PJ con aspiraciones presidenciales: uno de ellos, de nombre rutilante, admitió anoche que la protesta del sindicalismo opositor y de la izquierda había sido “demasiado importante” (sugestivamente, remarcó la palabra “demasiado” con un tono apesadumbrado).

Es que la lógica política indica que ningún “parazo” como el de ayer puede pasar inadvertido para ningún sector, aunque puede haber claras excepciones: ¿alguien imagina que habrá alguna respuesta positiva del Gobierno a los reclamos sindicales?

En la CGT oficialista, que ayer hizo esfuerzos por trabajar y hacer trabajar a sus afiliados, fueron tajantes: “Luego de Pascuas, pediremos a los funcionarios que eleven cuanto antes el mínimo no imponible”, reveló a Clarín uno de sus máximos dirigentes. ¿Pero le pedirán una audiencia a la Presidenta?, fue la pregunta. “No, hablaremos con ministros”, respondió.

Esa misma docilidad fue la que explicó por qué muchas bases pararon aunque las cúpulas de los gremios no adhirieron a la huelga. Y que tampoco alcanzará a entenderse si sólo se justifica en la falta de transporte. “Muchos metalúrgicos no trabajaron porque no había trenes ni colectivos, pero tampoco hicieron ningún esfuerzo por llegar a las fábricas”, reconoció un dirigente de la UOM.

La misma observación la hizo un directivo empresarial que todos los días ve llegar a la fábrica a trabajadores a bordo de autos o de motos: ayer no fue nadie. Lo que sorprende al tándem Moyano-Barrionuevo e impacta a los políticos es que ni la falta de transporte ni los piquetes explican la fisonomía de ciudades fantasma que se repitió en casi todo el país: hubo en el paro, probablemente, una obvia forma de canalizar la protesta contra el ajuste económico, pero también contra una inseguridad galopante, por ejemplo.

Ese sesgo “plural” fue una fortaleza que adquirió la protesta, que fortalece de manera crucial a un Moyano que el año pasado parecía aislado por la renuncia de algunos gremios y que desde hace algunos meses desorientaba a sus aliados por no anunciar ninguna medida de fuerza. Acertó con los tiempos, con su criticada alianza con Barrionuevo y con una paciente captación de gremios K tan decisivos como la UTA y La Fraternidad (que simbolizan el fracaso de la CGT Balcarce y del Gobierno, que no pudieron contenerlos).

La izquierda también obtuvo su ganancia. Quedó asociada al éxito del paro por la realización de los piquetes: así evitó que el rédito quedara sólo en manos del sindicalismo peronista y, de paso, ganó una alta exposición mediática gracias a los incidentes que hubo en la Panamericana. Pero, a diferencia del paro del 20 de noviembre de 2012, esta vez los cortes no fueron masivos ni determinantes.

Lo que viene, paradójicamente, deja incógnitas. ¿Seguirá asociado Moyano a un Barrionuevo que despierta críticas en el entorno del camionero? ¿Lo hará aunque sienta que el gastronómico ahora lo empuja a un paro de 36 horas que le resulta inquietante? ¿Mantendrá su “unidad en la acción” con una CTA opositora que le causa urticaria a varios aliados moyanistas? ¿Se animará a salir a la calle acompañado por una izquierda que le disputa el poder sindical? La principal duda es otra: ¿qué hará Cristina?

Para contestar a eso no hay lógica, sino la intuición de que volverá a ser fiel a sí misma.

El fruto de un evidente mal humor social

La Nación. Por Joaquín morales Solá

El  gobierno de Cristina Kirchner fue asediado ayer por sindicatos de izquierda y de derecha. Un sarcasmo de la historia: ningún otro gobierno les dio tanto poder a los sindicatos como el kirchnerismo durante una década. Generosos recursos para obras sociales (que son la fuente principal del poder gremial), el dominio absoluto del espacio público y una tolerancia infinita frente a la indisciplina laboral.

El propio Hugo Moyano , ideólogo y ejecutor de la huelga de ayer, encontró en Néstor Kirchner un apoyo fundamental para su inmensa ambición de acumular poder sindical y económico. El ex presidente quería, es cierto, un solo interlocutor gremial. Lo tuvo con Moyano. El precio lo está pagando su esposa.

Cristina Kirchner no tiene casi ningún interlocutor en ese territorio de codicias y traiciones que son los sindicatos. Aun los gremios amigos del Gobierno (los de la CGT de Antonio Caló) levantaron la bandera blanca de la rendición antes de la batalla. El propio Caló señaló, 24 horas antes, que los trabajadores querían ir al paro.

Lo experimentó en su propio gremio, cuyos afiliados se plegaron parcialmente a la huelga. La izquierda gremial fue siempre opositora al kirchnerismo, pero nunca, como ayer, había sido de manera tan explícita una aliada de hecho de la derecha sindical.

¿Estamos ante una admirable capacidad de convocatoria y de liderazgo de Moyano; del jefe de la CTA disidente, Pablo Micheli, y de Luis Barrionuevo . Es imposible negarle a Moyano su representatividad en el sindicato propio, el de los camioneros, y su influencia sobre muchos otros gremios. Últimamente agregó entre sus seguidores a los decisivos gremios del transporte, que ayer repitieron lo que hicieron siempre. Inclinan la balanza del éxito o del fracaso de una huelga general . El ascendente de Micheli es más acotado. La representación que tiene es más de empleados públicos que de trabajadores privados. Es casi imposible imaginar, a su vez, una huelga general exitosa convocada por el incombustible Barrionuevo. Dormía en la mañana de ayer mientras los trabajadores se adherían a la huelga, según contó, tal vez con más ironía que certeza, el espontáneo Gerónimo Venegas.

Todos esos dirigentes pueden perder muchas cosas, menos la precisión del olfato. La representatividad de Moyano o la coherencia de Micheli no explican, por sí solas, el paro más demoledor que los sindicatos le hayan asestado a un Kirchner. El momento fue más importante que los dirigentes. El reciente pragmatismo económico de la Presidenta tiene, y tendrá, un costo político. La decisión presidencial de bajar el salario real (es decir, la capacidad de compra de los asalariados) abrió una brecha más grande entre Cristina Kirchner y vastos sectores sociales.

La alta inflación de los últimos años, y la más alta de los últimos meses, acumuló malhumor en casi todos los argentinos, aun entre los que tienen cierta simpatía por los postulados ideológicos del kirchnerismo. La inflación y la escasez de algunos productos básicos cohabitan en el tiempo con la política oficial de impulsar aumentos salariales por debajo del incremento del costo de vida. Esto sucede por primera vez en la década gobernada por la diarquía de los Kirchner, como es también la primera vez que el Gobierno enfrenta la ingrata misión de aumentar exponencialmente las tarifas de los servicios públicos.

El consumo se derrumbó. La caída fue más pronunciada en algunos sectores, pero llama la atención que haya bajado hasta el consumo de comestibles. La plata no alcanza, entre algunos argentinos al menos, ni para seguir comiendo como comían. El ajuste podrá no llamarse ajuste, pero tiene los efectos de un ajuste. ¿Importa cómo se llame? Entre esas penurias económicas se coló el auge de la criminalidad, que es el principal problema de los argentinos desde hace muchos años. Incapaz de una reacción realista, el Gobierno hasta tomó distancia de las medidas de Daniel Scioli, que tampoco han significado una revolución. Están inscriptas en el manual básico que indica lo que los funcionarios deben hacer cuando deciden enfrentarse con el delito. La huelga no fue convocada por la inseguridad, pero ésta pesa e influye en el estado de ánimo de la sociedad. Y la situación de la voluntad social es lo que dirime, en última instancia, la suerte de una huelga.

Párrafo aparte merece el papel que tuvo ayer la izquierda sindical. Moyano convocó, en efecto, a un "paro matero", como lo llaman ellos, para evitar movilizaciones y eventuales incidentes. La izquierda, que es el fantasma temido y odiado del sindicalismo clásico, lo desafío a éste con piquetes, algunos violentos, en todos los accesos a la Capital. Un error sin atenuantes. El éxito de la huelga venía siendo pronosticado hasta por los dirigentes sindicales que no querían la huelga. ¿Para qué le agregaron el condimento de presión y violencia que no necesitaba? ¿Para qué le dieron al Gobierno el argumento de que la huelga existió sólo porque los trabajadores no pudieron llegar a sus puestos?

La explicación de la izquierda es que ellos querían una huelga distinta a la de la "burocracia sindical" y que esos piquetes estaban destinados a no permitir una eventual negociación entre el moyanismo y el Gobierno. Ingenuidad o exceso de ideología que roza el mesianismo. Como sucedió siempre, la izquierda sindical terminó haciéndole un enorme favor a su peor adversario, que, según confesión propia, es el Gobierno y su nueva política económica.

Ya es hora, de todos modos, de que el Partidos de los Trabajadores Socialistas (PTS) y el Partido Obrero (PO) tomen nota de que representantes suyos han ingresado al Congreso como diputados nacionales. Ya no son dirigentes marginales y alborotados de muy minoritarias fracciones sociales. Un proyecto electoral es incompatible con los piquetes, que han llevado al hartazgo a mayoritarias franjas sociales. Esos métodos podían tener una explicación hace 13 años, cuando los dirigentes piqueteros eran hasta más sensibles en su justificación pública. Ahora carecen de justificación y también de explicación.

De cualquier forma, el ruidoso protagonismo de ayer de la izquierda sindical desnudó otra realidad. El Gobierno perdió absolutamente el control de la calle. ¿Dónde estaba Luis D'Elía, que hasta se animó a revolearles trompadas a los chacareros durante la guerra con el campo? ¿Qué hacía Milagro Sala, dueña de un ejército de personas violentas? ¿En qué covachas se escondieron los militantes de Quebracho, siempre presurosos a hacerle un favor al Gobierno? Es mejor, desde ya, que no haya estado ninguno de ellos, pero su ausencia exhibió los serios límites del Gobierno en el dominio del espacio público. Gobierno que, por otra parte, no podría quejarse por el apogeo del piqueterismo; los Kirchner alentaron o toleraron esa práctica durante demasiado tiempo. Ni los sindicatos ni los piqueteros sintieron que tenían una deuda de gratitud con la administración kirchnerista.

La Argentina de ahora suele leer todo en clave electoral. Es muy temprano para eso. Pero lo cierto es que ningún candidato presidencial ganó ni perdió con la huelga de ayer. Sergio Massa es amigo del menos influyente de los dirigentes gremiales que convocaron al paro, Barrionuevo. Moyano tiene un pie en La Plata y el otro, en Tigre. Está entre Scioli y Massa, y allí estará hasta las últimas encuestas antes de las elecciones. Gran parte de los candidatos presidenciales tomaron distancia de la huelga. Es el teorema de Baglini hecho realidad: todos se vuelven más realistas cuanto más cerca del poder están.

A ninguno de los candidatos presidenciales le gustó semejante demostración de poder del sindicalismo. Massa recordó públicamente que "la huelga es el último recurso y no el primero". Mauricio Macri se despachó contra la huelga y contra los piquetes. Y Scioli mezcló huelga y piquetes para marcarlos como los enemigos "del progreso". Todos ellos están seguros de que los gremios tienen un poder desmesurado para una República en serio. Planean recortarlo si les llegara la hora. Ya no tienen dudas, sobre todo después de que los sindicatos demostraran ayer que la ingratitud es la condición necesaria de su poder..

La puja que amenaza el sueño de Cristina

La Nación. Por Carlos Pagni

El  paro de ayer puso en el centro de la vida pública el conflicto para el que Cristina Kirchner resulta más vulnerable: la disputa por la distribución del ingreso. A lo largo de la « década ganada », la Presidenta fue perdiendo algunas de sus banderas principales. ¿Cómo reclamar adhesiones en nombre de la calidad institucional, por ejemplo, si hasta la reivindicación de los derechos humanos se ha vuelto intermitente?

La puja por el poder adquisitivo es la última frontera porque allí se arriesga su activo más valioso: la pretensión de ocupar un lugar de liderazgo en el "campo nacional y popular" más allá de 2015. Ése es el sueño que el gremialismo opositor puso en tela de juicio ayer, organizando una huelga contundente en medio del ajuste.

El oficialismo enfrentó el desafío con el clásico argumento de que se trató de una protesta política. Es verdad. Los paros generales son, por definición, políticos, porque impugnan la orientación económica y social de una gestión.

La señora de Kirchner y su grupo son sensibles a e!se reto porque, por primera vez desde el año 2003, deben forzar una reducción del salario real. Además, dispusieron un recorte de subsidios y encarecieron el financiamiento de las familias. Esas tres novedades son más que correcciones técnicas. Son los signos de un final de época.

El incremento sistemático del poder de compra de los asalariados, la fijación de la tasa de interés muy por debajo de la inflación y la energía regalada fueron los vectores principales del boom de consumo con el que los Kirchner intentaron aplacar a una sociedad enfurecida por el colapso del año 2001. Sin esas condiciones ambientales el kirchnerismo es un pez fuera del agua. Por eso el paro lo lastima.

Ayer había preocupación en el gabinete nacional. Jorge Capitanich hizo consultas con gremialistas amigos y convocó a Carlos Tomada y Julio De Vido para ensayar los argumentos que ofrecerá hoy por la mañana. El Gobierno esperará a que terminen las paritarias para anunciar otro aumento en el mínimo no imponible de Ganancias, en las asignaciones familiares y en las jubilaciones. Será la respuesta al paro.

El contexto de este nuevo activismo sindical tiene un aire de familia con el ocaso del alfonsinismo. Como entonces, el mercado de trabajo está ajustando por precios, no por cantidades. A diferencia de lo que ocurrió con el derrumbe de la convertibilidad, el nivel de empleo se mantiene, pero caen los salarios, arrastrados por la inflación. El emergente de esta época ya no es el piquetero, que corta la ruta para conseguir un subsidio. Vuelve a ser el sindicalista, que expresa el malestar de los ocupados.


Hugo Moyano , Luis Barrionuevo y Pablo Micheli repiten, a su modo, a Saúl Ubaldini, en las dos dimensiones de su lucha: la insatisfacción laboral y el desgaste político del gobierno. La animadversión de Barrionuevo hacia los Kirchner se impuso sobre algunas dudas de Moyano. El terreno está siendo fertilizado por las penurias económicas: los encuestadores detectan en los sectores bajos un desasosiego similar al del año 2001. Puede ser exagerado. Pero en los sondeos se repite la misma afirmación: "La diferencia es que todavía conservo mi trabajo".

Al lado de Barrionuevo y de Moyano fueron decisivos Roberto Fernández (colectiveros), Omar Maturano (maquinistas) y los aeronáuticos que, con Ricardo Cirielli a la cabeza, se enfrentan a La Cámpora, que es su patronal. En el paro de ayer fue crucial la falta de transporte. Por eso Florencio Randazzo, el ministro del sector, se mostró tan intranquilo, denunciando "conductas extorsivas". En cualquier momento la Presidenta le preguntará, instigada por De Vido, por qué "sus" gremialistas se alejaron del Gobierno. Los interrogantes kirchneristas son siempre posteriores a los hechos.

El plan inicial de Moyano y Barrionuevo, enfrentar a la Casa Rosada con todo el gremialismo, chocó con un obstáculo: Juan Carlos Fábrega. El ajuste monetario del Banco Central abrió una incierta pax cambiaria en nombre de la cual el Gobierno exigió obediencia a la CGT Balcarce. Quien se excediera en sus demandas sería responsabilizado por un nuevo descalabro. Una táctica habitual, que no habría que confundir con las extorsiones que indignan a Randazzo. Los dirigentes que rodean a Antonio Caló (UOM) se rindieron ante la amenaza.

La subordinación de esos gremialistas se explica en una propensión casi biológica a dialogar. Están al lado de la señora de Kirchner como antes lo estuvieron de Alfonsín, Menem, Duhalde y De la Rúa. La diferencia es que esta vez la amabilidad consigue poco.

Hay otro factor que opera detrás de la mansedumbre: el miedo. Desde que Juan José Zanola, José Pedraza y Gerónimo Venegas recibieron pedidos de captura, innumerables sindicalistas sufren pesadillas. Es comprensible, entonces, que dirigentes que no pasarán a la historia por intrépidos, como Caló o José Luis "Cloro" Lingeri, no necesiten una llamada de la Presidenta para ponerse al borde del infarto. Les basta con un telefonazo de Parrilli.

Esta verticalidad está poniendo en problemas a varios sindicalistas que sufren el avance de la izquierda. Las organizaciones trotskistas presumen que, esta vez sí, llegó su hora: el ajuste liberará a la clase trabajadora de la ilusión del peronismo, que tuvo en las promesas kirchneristas su narcótico más logrado. El Frente de Izquierda y de los Trabajadores, que ha tenido una llamativa evolución electoral, cercó ayer la ciudad de Buenos Aires con sus piquetes: un modo de diferenciarse de los "burócratas" Moyano y Barrionuevo. Capitanich aprovechó esa modalidad para identificar la huelga con un gran corte de tránsito. Pretendió inflamar a la clase media, a la que tal vez enfade más con otras declaraciones.

El Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y el Partido Obrero hicieron notar ayer el cese de actividad en numerosas plantas de la zona norte donde el trotskismo, en especial el PTS, controla las comisiones internas. La insistencia pretende resaltar que Caló (metalúrgicos), Daer (alimentación) o Pignanelli (mecánicos) fueron desobedecidos.

El paro de ayer puede resquebrajar la alianza sindical del kirchnerismo. Desde la CGT-Balcarce avisaron a los funcionarios que redoblarán la presión de los reclamos: ganancias, asignaciones familiares, jubilaciones. ¿Comenzó la diferenciación respecto del Gobierno? Anoche en esa central no se animaban a dar una respuesta.

La incógnita se extiende a todo el peronismo. Capitanich intentó reducir el desafío sindical a una picardía táctica: dijo que era "el paro de Massa". Massa, que es de piel sensible, se apartó de Moyano y Barrionuevo. Quizás ya se haya arrepentido. Quizás Capitanich le hacía un favor. Pero la complicidad del diputado con la huelga es una anécdota. Massa converge con Moyano y Barrionuevo porque, como a ellos, le conviene el deterioro del Gobierno. Sólo si Cristina Kirchner se mantiene al borde del abismo se producirá lo que Massa está esperando desde que ganó las elecciones bonaerenses: que el PJ lo elija como líder y, al hacerlo, le provea esa estructuración territorial de la que todavía carece.

Para esta dinámica el paro también tiene un mensaje. En los dirigentes de la CGT-Balcarce se miran los gobernadores e intendentes que temen ser afectados por la antipatía del ajuste. Salvo Daniel Scioli. Ayer se abrazó al palo mayor de la nave kirchnerista y, como si fuera un ministro más del Poder Ejecutivo, caracterizó el paro como "un gran piquete al progreso del país".

El éxito de un reclamo que excedió lo gremial

Clarín. Por Julio Blanck

Primer dato irrefutable: el paro nacional fue paro y fue nacional. Eso no quedó sujeto a interpretación sino que fue la simple constatación de los hechos, la suma de imágenes a lo largo del día que registraron un país paralizado por la protesta.

Segundo dato, más de lectura política y por lo tanto sujeto a opinión: las razones de la huelga impulsada por las centrales sindicales opuestas al gobierno de Cristina abarcan más que el reclamo de los trabajadores, para mimetizarse con una agenda social mucho más amplia.

Esa termina siendo la potencia mayor y más trascendente de la medida de ayer.

Los puntos centrales de la convocatoria fueron la inflación que carga de angustia el día a día de los trabajadores y sus familias; el impuesto a las Ganancias que se come cada mes una porción creciente del salario; la inseguridad que restringe el sentido último de la libertad; los tarifazos que son parte de un ajuste que paga la sociedad pero no el Gobierno; el aumento insuficiente, irrisorio e indignante a los jubilados. Como es fácil percibir, se trata de cuestiones que exceden la lógica y la necesidad puramente gremiales.

A ese rubro se le puede cargar, en cambio, el reclamo por el dinero adeudado a las obras sociales. Los jefes sindicales tuvieron la prudencia de disimularlo un poco, poniéndolo en el último lugar de la lista.

El Gobierno encontró maneras ingeniosas, más o menos efectivas, de chicanear políticamente al paro, a sus convocantes y a los eventuales beneficiarios de su éxito. El discurso oficial buscó convertir a los numerosos piquetes de la izquierda y a Luis Barrionuevo en actores centrales de la jornada, para desenfocar a Moyano y compañía.

Pero lo que no encontró el Gobierno antes, ni encontró ayer, fueron razones y hechos para refutar la agenda de reclamos planteada.

Para la inflación, la inseguridad y el ajuste no hubo ni hay respuesta.

Todo empieza y termina en la chicana, versión defensiva del relato, ejecutada por un Gobierno a la defensiva.

Sucede que la administración de Cristina y su proyecto político perdieron el control de la agenda desde las derrotas electorales de agosto y octubre pasados.

Actúa tarde y por reflejo. Las iniciativas le son impuestas por la realidad o por sus adversarios políticos y sociales, más allá de los discursos altisonantes.

En esa línea se inscribe el análisis que ya ordenó la Presidenta sobre la posibilidad de disminuir la carga del impuesto a las Ganancias sobre los salarios, uno de los reclamos convocantes del paro de ayer. El ministro Carlos Tomada, el jefe de la AFIP Ricardo Echegaray y el ascendente titular de la ANSeS, Diego Bossio, son algunos de los funcionarios involucrados en el asunto. Así, a los tirones, se trata de dar cierto orden y sustento a una larguísima transición.

También se ratificó ayer que el Gobierno perdió el control de la calle.

Tiempo atrás, las expresiones de protesta contra el kirchnerismo tenían, siempre, una refutación robusta y visible de parte de las organizaciones del oficialismo. A los “pibes para la liberación”, conmovedora legión de jóvenes militantes cristinistas, ahora se los convoca para llenar los patios interiores de la Casa Rosada o los salones de actos oficiales. Es un hecho.

Otra cuestión muy distinta es predecir el futuro de las protestas contra las políticas del Gobierno. Es difícil asegurar que seguirá la unidad en la acción de las centrales sindicales que comandan Hugo Moyano, Pablo Micheli y Luis Barrionuevo, a las que se sumó con fuerza la Federación Agraria que lidera Eduardo Buzzi. Esa dificultad para delinear el futuro está incluso más allá de las notorias diferencias de método, ideología y práctica personal entre todos ellos. Es que faltan pocos meses para el inicio del año electoral, cuyo comienzo algunos sitúan apenas después del Mundial de Fútbol que concluye en julio. Y en ese juego político, obligadamente, los actores que estuvieron juntos ayer se dispersarán mañana.

Esto, sin contar al desteñido gremialismo de la CGT Balcarce que de tan oficialista que es apareció rechazando el paro en una solicitada del Ministerio de Trabajo. Aunque su jefe, el metalúrgico Antonio Caló que será oficialista pero no mastica vidrio, admitió anoche el éxito de la huelga que hicieron otros.

Hacia el interior del corpus gremial que se articuló para impulsar el paro nacional de ayer hay corrientes que llaman a sostener y hacer más profundo un plan de lucha. Allí estarían Barrionuevo y quienes lo secundan. Otros, en cambio, con Moyano a la cabeza, preferirían andar a paso más prudente y ver cómo se articulan con los candidatos peronistas.

Son dos maneras de pararse ante el diseño de un futuro sin Cristina, en el que todos ellos se ven protagonistas, o al menos desean serlo con notoria intensidad. Mucho de eso exudó la conferencia de prensa triunfadora de ayer por la tarde en la CGT. Habrá que ver si ese sindicalismo envalentonado y avasallante, dispuesto a cobrarse los derechos que otorga la victoria, es el ideal con que sueñan Sergio Massa o Daniel Scioli para sus ingenierías presidenciales. Parece muy poco probable y hay allí un horizonte de fricción inevitable.

También habrá fricción entre las dirigencias gremiales y la izquierda, un fenómeno que sigue creciendo y desafía desde sectores de base la tradicional hegemonía del sindicalismo peronista.

Las decenas de piquetes plantados ayer en todo el país contribuyeron al éxito de una medida que ya era existosa. Como esto es política, los dirigentes de la CGT minimizaron el peso de esos agresivos cortes de calles y rutas; y los caciques de la izquierda consideraron en cambio que fueron decisivos para la extensión y profundidad del paro.

Pero también los piquetes alimentaron de modo sustancial el discurso del Gobierno. Se los amplificó buscando mostrarlos, junto a Barrionuevo, casi como la única cara de la protesta. La cadena multimediática por la que Cristina paga fortunas se ocupó muy especialmente de hacer ese trabajo.

El Gobierno, con poco éxito, intentó así aislar al paro sindical de los sectores de clase media que comparten buena parte de las demandas que lo impulsaron.

También por eso fueron urgentes las maniobras de condena al método del piquete hechas por Massa y por Mauricio Macri. Y hasta Facundo Moyano, el hijo del caudillo camionero que habla mucho con Massa, se sumó a ese despegue.

Pero al margen de juegos ajenos, la izquierda sindical y política hizo su negocio. Por la razón que sea tuvo visibilidad como nunca antes en un paro general.

Fueron más visibles, si se quiere, que la fuerza que hoy representan en el universo social. Pero están allí, consolidaron su espacio y lo están haciendo crecer. Todos los demás actores, y en especial el Gobierno, se conducen de un modo tal que contribuyen con entusiasmo a ese firme desarrollo izquierdista.

Según un curtido dirigente que forma fila en el oficialismo pero tiene vasos comunicantes muy fluidos con el peronismo opositor, la conclusión de la jornada es que la vieja guardia sindical demostró que contra ellos, o incluso sin ellos, es difícil ganar una elección y mucho más difícil sería gobernar.

Esa película ya la vimos. Pero si fuera así, estaríamos ante otro de los grandes éxitos de la década relatada.


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