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DEBATE
La muerte de Nisman: escriben Pagni, Morales Solá, Santoro, Fontevecchia
20/01/2015

Más cerca de tocar fondo

La Nación

Por Pagni

El 18 de julio de 1995, durante la conmemoración del primer aniversario del atentado contra la AMIA, al ver el llanto desconsolado de los familiares, el entonces embajador de Israel, recién llegado al país, preguntó a una colaboradora: "¿Por qué están tan desesperados? En Israel se producen estas muertes a menudo". La asistente contestó: "Están desesperados porque saben que jamás tendrán justicia".

El cadáver del fiscal Alberto Nisman, encerrado en un baño de su departamento, es una nueva y macabra corroboración de aquella profecía, que ahora parece extenderse a los amigos y familiares del propio Nisman.

Ésta es la razón por la cual esa muerte desborda la intriga policial para encarnar el abismo de la anomia. El motivo por el cual es tan perturbadora. Se consolida la angustiante presunción de que no hay a quien preguntar qué pasó en la AMIA. Ni hay a quien preguntar qué pasó con Nisman. En ese espacio no referenciado se está jugando en el país el partido del poder.

Como ocurre con las muertes importantes, es difícil vislumbrar las consecuencias de lo que pasó con Nisman. Lo único seguro es que para Cristina Kirchner se abrió una crisis de difícil solución. Nadie sabe cuáles fueron las fuerzas que terminaron con la vida del fiscal. ¿Estaban radicadas en su propio psiquismo o fue víctima de una agresión, física o moral, externa? Que Nisman estaba bajo una presión insoportable era fácil de adivinar: quienes lo trataron en los últimos días pueden dar testimonio de esa ansiedad que lo llevaba a hablar con una velocidad que convertía su discurso en algo casi incomprensible. Pero lo que le ocurrió es, por ahora, un misterio. Ni siquiera dejó una carta.

Sin embargo, como enseñó Platón, la política se mueve en el reino de la doxa, la opinión, que está basada en apariencias. Por eso el Gobierno paga un costo enorme. Como puede advertirse en la prensa internacional, la lectura de la desaparición de Nisman está condicionada por un formato inapelable.

Esto es: un fiscal denunció a la Presidenta por encubrir a los autores de un ataque terrorista y, horas antes de exponer sus pruebas ante un grupo de legisladores, aparece muerto en su departamento. Lo señaló la licenciada Saintout: el contexto modela los significados.

Pero el daño que la muerte de Nisman inflige al kirchnerismo está agravado por factores que exceden las circunstancias objetivas. Esos factores los aporta el propio Gobierno. El comportamiento que la señora de Kirchner y sus colaboradores exhibieron desde que el fiscal formuló su denuncia fue un estímulo irresponsable a la imaginación de los que ahora barruntan, basados en indicios fantasiosos, que ellos tienen algo que ver con su final.

El oficialismo reaccionó, como suele hacer en estos casos, con descalificaciones personales. Ayer todavía era posible observar cómo el aparato de comunicación de la Casa Rosada seguía insultando a Nisman. En algunos casos, como en el programa 6,7,8, se seguía tratando al fiscal de "delirante".

Cristina Kirchner extendió ese tratamiento que se había dado a la denuncia a la muerte del fiscal. Con su carta de ayer agregó motivos a esa presunción que quiere ver, con o sin razón, la mano del Gobierno detrás de lo ocurrido. En vez de ofrecer un criterio frente a la turbulencia institucional y a las marchas que ayer se extendían, la Presidencia se ubicó en el lugar de un detective que insinúa conclusiones sobre la muerte del fiscal basándose en alucinadas combinaciones entre viajes al exterior y titulares de Clarín.

A la señora de Kirchner le convendría hoy que la denuncia de Nisman hubiera tenido otra respuesta. Que D'Elía y Esteche hubieran aclarado que nunca traficaron información que terminaba en el prófugo Rabbani. Que explicaran que las escuchas eran falsas o que habían sido adulteradas. Que Héctor Icazuriaga, Francisco Larcher y Oscar Parrilli desmintieran la existencia de ñoquis de La Cámpora en la ex SIDE.

Sin embargo, en vez de discutir la calidad del planteo del fiscal, el kirchnerismo liberó su pasión por el argumento ad hominem. Así logró convertirse, al menos para la opinión pública, en un enemigo de Nisman por momentos más apasionado que los propios iraníes. Es decir, reclamó para sí el rol de culpable imaginario de cualquier inconveniente con que se encontrara el fiscal. Y con su carta ratificó esa posición.

Este involucramiento, sin duda involuntario, hace que cada expresión o movimiento de la administración resulte sospechoso. ¿Dónde estaban los custodios cuando se produjo la muerte del fiscal? ¿Por qué la madre se enteró de la desgracia antes que la procuradora Alejandra Gils Carbó o el juez de turno? ¿Por qué se enfatizó que la puerta estaba cerrada con una llave desde adentro si tenía una cerradura digital que se podría abrir con una clave? ¿Por qué el subsecretario Sergio Berni pasó varias horas en el departamento de Le Parc? ¿Por qué llegó antes que la propia fiscal que investiga la muerte, cuando ella aclaró que no lo convocó? ¿Por qué los funcionarios se apresuraron a sostener la tesis del suicidio sin esperar a que hubiera pruebas? ¿Es prueba suficiente la autopsia para descartar un asesinato? Estas preguntas, que dominaban ayer la percepción de los hechos, permiten calibrar el nivel de suspicacia que rodea a la muerte del fiscal.

Hay una dimensión de la tragedia que vuelve más espesa la interpretación. Nisman muere envuelto en una trama en la que el indescifrable mundo del espionaje es el principal protagonista. El secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández, presentó desde el inicio la denuncia del fiscal como una venganza de Antonio "Jaime" Stiusso, el director de operaciones de la SI despedido por la Presidenta. Esa explicación remite a un par de errores graves cometidos por los Kirchner. El primero, haber asignado a los servicios de informaciones un lugar central en la política. El segundo, haber provocado divisiones y enfrentamientos entre esos servicios para neutralizar el poder que ellos mismos le habían delegado.

Hoy el submundo del espionaje se mueve sin control ni conducción. La SI está partida en varias fracciones. Algunos de sus agentes libran una lucha oculta con la policía bonaerense y están enfrentados con la Inteligencia del Ejército, que conduce el general Milani, a quien Cristina Kirchner concedió facultades por fuera de la ley. Además se sabe, gracias a la denuncia de Nisman, que La Cámpora tiene una sección de espionaje a cargo de ñoquis que responden a otros ñoquis. En las sombras de este desaguisado aparece una dimensión misteriosa en la que la muerte del fiscal hace juego con el asesinato de "el Lauchón".

La tormenta que desató la muerte de Nisman se alimenta en estas desviaciones, pero también en algunas peculiaridades que son constitutivas del modo en que la señora de Kirchner practica la política. Una de ellas es la pasión por polarizar, por activar oposiciones automáticas, por pulverizar el centro. Es también por culpa de esta tendencia que el cadáver del fiscal pesa más sobre el Gobierno. El maniqueísmo tiene un riesgo conocido: asigna los significados de manera automática. Todo lo que es bueno para A es malo para -A, y viceversa. Los triunfos, los fracasos y también las muertes tienen autores antes de que se produzcan.

La fractura social, que para el kirchnerismo es una estrategia de dominación, destruye cualquier puente para el diálogo. Esa incomunicación suele tener consecuencias nocivas. Ashbey Turner, en su excepcional A treinta días del poder, explicó que la llegada de Adolf Hitler a la cancillería estuvo impulsada por la fragmentación de la dirigencia alemana. Esa desconexión, explica Turner, hizo que hacia 1933 todos los actores gravitantes tuvieran una hipótesis errónea de lo que quería hacer el otro. Así se introduce el caos en la historia.

La elite política argentina es un archipiélago en el que el actor más aislado es el Gobierno. Cristina Kirchner necesitaba del espionaje para saber qué haría Sergio Massa en la interna peronista. La conversación, el intercambio abierto de información entre sectores, fueron reemplazados por las hipótesis conspirativas. Hoy el espacio público es la plataforma para que se desenvuelvan dos confabulaciones: la oficial y la opositora.

La eliminación física de Nisman era sometida ayer a la lógica de ese conflicto subterráneo. Para algunos líderes opositores el Gobierno está detrás del "crimen" con la intención de conseguir impunidad. Y para algunos funcionarios del Gobierno Nisman fue víctima de los que lo estaban presionando para que se pusiera al servicio de un golpe. En ese paradigma bipolar no cabe la conjetura del suicidio. Ni siquiera la de un asesinato atribuible al terrorismo que el fiscal investigaba.

Es ingenuo pensar que un hecho trágico puede liberar al país de ese vértigo autodestructivo. Al revés, episodios traumáticos como el de anteanoche amenazan con que la agresividad se potencie. La carta que divulgó ayer la Presidenta lo demuestra: la muerte de Nisman no la condujo a revisar, sino a fortalecer sus propias presunciones. Y, es muy probable, a actuar en consecuencia.

La política argentina no se limita a dirimir la representación. Primero comenzó a estar en juego la libertad. Desde ayer compromete la vida. Da lo mismo que sea por suicidio o por asesinato. Desde hace años empezó a ser previsible que la forma primitiva de resolver las diferencias conectaría la vida pública con la muerte. Nisman no es un cisne negro. Es un cisne blanco.

La muerte del fiscal expresa la dimensión más grave de estos problemas: la sociedad argentina ya no cuenta con un Poder Judicial creíble que sirva como referencia última para esclarecer y, en todo caso, penalizar estas tragedias. Este aspecto de la crisis afecta al Gobierno de manera muy particular.

La muerte de Nisman se inscribe en un proceso por el cual Cristina Kirchner pretende, por medio de Gils Carbó, tomar el control de los tribunales a través de los fiscales. Ningún legislador o líder de la oposición consideró hasta anoche oportuno pedir la renuncia de la procuradora. Pero la conmoción de ayer la obligará a explicar cómo sigue, si es que sigue, su programa. Nisman era parte de esa Justicia que ella y sus superiores consideran ilegítima.

La desaparición del fiscal condensa el desprestigio de la embestida oficialista sobre el Poder Judicial y el descalabro de los organismos de inteligencia. Dos fenómenos cuyo efecto sobre la sociedad es conocido: producen desasosiego. La democracia argentina es una democracia con miedo, lo que la vuelve menos democracia..

La página más oscura de la nueva democracia

La Nación

Por Joaquín Morales Solá 

-Alberto Nisman no era un suicida. Al menos, no lo parecía. Jamás se lo vio deprimido, ni exhausto, ni acobardado. Creía que su investigación sobre los autores intelectuales y financieros de la masacre de la AMIA terminaba en la conducción del gobierno de Irán. Creía ciegamente en esa hipótesis y confiaba, también, en que su trabajo concluiría comprobando la veracidad de esa pista. Siempre aclaraba que mucha información le había llegado a través de los servicios de inteligencia locales y extranjeros, pero que no había usado ninguna que no pudiera ser debidamente probada ante la Justicia. Interpol le dio la razón cuando aprobó su pedido de captura internacional para seis jerarcas iraníes.

Es cierto que otro Nisman apareció cuando el gobierno de Cristina Kirchner decidió firmar un acuerdo con Irán. El fiscal anterior era un hombre por lo general comprensivo del gobierno kirchnerista. Nunca lo decía frontalmente, perolo insinuaba con claridad.

Nisman había llegado al cargo de fiscal general sobre el atentado contra la AMIA por decisión del gobierno de Néstor Kirchner, y la diarquía gobernante lo había autorizado a ir hasta la sede central de Interpol, en la ciudad francesa de Lyon, para lograr la detención de la jerarquía iraní implicada en los crímenes de Buenos Aires.

Un Nisman crítico y decepcionado surgió luego de que se informó sobre el acuerdo con Teherán que nunca nadie pudo explicar. El pacto creaba una Comisión de la Verdad, como si no hubiera existido antes una verdad. De alguna manera, el gobierno de Cristina Kirchner había decidido ignorar la verdad argentina sobre el atentado contra la AMIA, o la verdad de la justicia argentina sobre esa tragedia. Nisman había contribuido personalmente a la construcción de esa verdad. Su trabajo se había convertido de pronto en nada.

La decepción de Nisman coincidió (y esto también es cierto) con la rebelión del espionaje argentino, hasta entonces dispuesto a cumplir todas las órdenes (buenas, malas o perversas) de los Kirchner. Nisman tenía una relación casi indestructible con Jaime Stiusso, el jefe real de los espías argentinos. Esa relación había nacido y crecido a la sombra de la causa sobre la AMIA. A su vez, Stiusso era (¿es?) un espía de confianza para los servicios de inteligencia de las principales potencias occidentales, no sólo de Estados Unidos. En verdad, los espías argentinos temían que quedaran expuestos ante los iraníes sus contactos en los servicios de inteligencia extranjeros.

Desde el momento en que se conoció el acuerdo con Irán, Nisman se propuso dar una respuesta a las preguntas más repetidas entre políticos argentinos: ¿por qué se firmó ese acuerdo? ¿A cambio de qué cosas? ¿Estuvo el agonizante Hugo Chávez detrás de esa reconciliación con los iraníes? Encontró las respuestas en muchísimas grabaciones de conversaciones telefónicas, que tuvieron como epicentro a un personaje raro y escurridizo: Jorge Alejandro "Yussuf" Khalil, a quien fuentes judiciales sindican como un importante dirigente del servicio de inteligencia iraní.

El lado débil de la denuncia de Nisman estuvo en la oportunidad: ocurrió justo después de que la Presidenta ordenó un degüello colectivo en la jerarquía de la ex SIDE. Destituyó, entre otros, al propio Stiusso, amo y señor del espionaje argentino desde hace más años que los que llevan los Kirchner en el poder. Pero ¿significa eso que lo que dijo no es verdad? Por el contrario, los párrafos de Nisman tuvieron muchas coincidencias con la información, forzosamente parcial e invertebrada, que circulaba entre políticos, diplomáticos y periodistas.

Nisman le dio un orden a esa información, la nutrió de protagonistas y le adosó inquietantes conversaciones telefónicas. El relato del fiscal muerto era verosímil; faltaba que probara sus afirmaciones ante el juez titular de la causa, Ariel Lijo.

La jueza subrogante, María Servini de Cubría, prefirió dejarle a Lijo la decisión sobre la dirección de esa investigación. Se trata de un viejo acuerdo entre esos jueces, Servini de Cubría y Lijo, que consiste en que cada uno de ellos queda a cargo del juzgado del otro cuando uno se va de vacaciones. Ninguno decide nada sobre cuestiones importantes cuando sólo está interinamente a cargo del otro juzgado.

El juez de la causa AMIA, Rodolfo Canicoba Corral, que también hizo suya en su momento la verdad de Nisman sobre Irán, no fue leal con el fiscal cuando develó públicamente que él sólo había autorizado las escuchas telefónicas a Khalil. Actuó prematuramente, sin hablar con Nisman.

Canicoba Corral es un juez que carece de prestigio en los tribunales y esta vez pareció más urgido en salvar al Gobierno que en apoyar al fiscal. Si sólo había ordenado la persecución telefónica de Khalil, entonces dejaba a buen resguardo a Luis D'Elía, a Andrés "Cuervo" Larroque y a Fernando Esteche, el jefe del siempre funcional Quebracho; es decir, a todos los integrantes de la increíble diplomacia paralela de Cristina Kirchner. La única novedad en esa lista es Larroque. Ya está más que probada la muy buena relación de D'Elía con dos países con petrodólares, Irán y Venezuela, y la de Esteche con cualquier aventura violenta de este mundo.

La última vez que me reuní con Alberto Nisman fue el 11 de noviembre pasado. Estaba eufórico porque el presidente Barack Obama había nombrado procuradora general de Estados Unidos (el Ministerio de Justicia de ese país) a Loretta Lynch en lugar del renunciante Eric Holder. Lynch asumirá su cargo en las próximas semanas, luego de que el Senado norteamericano apruebe su designación.

Nisman y Lynch eran muy amigos. Ella fue, hasta su designación como procuradora general, fiscal del distrito de Brooklyn, en Nueva York. Lynch debió investigar el intento de atentado en el aeropuerto neoyorquino John F. Kennedy. Con amplia trayectoria en la persecución de delitos como el crimen organizado o la violencia racial, Lynch esclareció ese intento de atentado que consistió en buscar la explosión de los depósitos de combustible de la estación aérea en 2007. En 2010, logró la condena de cuatro personas, integrantes de una célula que, según la justicia norteamericana, estaba vinculada con Al-Qaeda y el gobierno de Irán.

Nisman recordaba, incluso, una conversación con Lynch (que lo ayudó mucho para conseguir las pruebas contra Irán), en la que él se comprometió ante la fiscal norteamericana a probar que "Irán es un Estado terrorista". La respuesta de Lynch fue tajante: "No necesita probarme nada. Yo sé que Irán es un Estado terrorista".

El lunes pasado hablé por teléfono por última vez con Nisman. Me llamó a mi celular. Yo estaba en París. "¿Qué bomba está por tirar?", le pregunté, medio en broma, medio en serio. "Adivinó. Voy a tirar una bomba muy grande y tengo todas las pruebas en mis manos", respondió. Quedamos en tomar un café a mi vuelta, a fines de enero. "Llámeme no bien regrese", me dijo cuando se despidió.

La bomba era la denuncia más grave que se haya hecho contra un gobierno argentino en democracia. El tono entusiasta de su voz y las promesas de encuentros en tiempos próximos estuvieron muy lejos de delatar a un suicida. Su muerte política, se llame técnicamente como se llame, es, a su vez, la página más oscura e incomprensible de la nueva democracia argentina.

Una caja fuerte y la preocupación por resguardar las pruebas

La Nación

Por Daniel Santoro

“No estoy loco. Estoy convencido del valor de las pruebas de mi denuncia”, comentó el jueves a la noche por teléfono el fiscal de la AMIA, Alberto Nisman, a un colega.

La respuesta era a una pregunta en broma que le había hecho su colegasobre si se había vuelto loco al decidir pedir la indagatoria de la presidenta Cristina Kirchner. Al igual que se había mostrado unas horas antes en el programa de TN, Nisman no parecía una persona conmocionada, en el estado previo que generalmente tienen los suicidas.

Las fuentes judiciales que contaron esta escena a Clarín, además, trasmitieron una primera interpretación de sectores de los tribunales de Comodoro Py en el sentido de que la escena de la muerte“parece un traje a medida” para mostrar un suicidio pero que, por ahora, no convenció al juez Manuel De Campos.

Es más, en esa misma conversación, Nisman aceptó una oferta de su colega de una caja de seguridad de tribunales –fuera de su oficina de la Unidad AMIA– para guardar los 330 CD con escuchas del dirigente de la colectividad iraní Jorge Khalil y otros documentos en que se basa su acusación de encubrimiento a favor de los cinco sospechosos iraníes de ser los autores intelectuales del atentado de 1994. Es que en la historia judicial argentina, muchas pruebas se "pierden" o termina destruidas por misteriosos incendios o inundaciones.

En Tribunales, se explicó que ahora es responsabilidad de la Procuradora General de la Nación, Alejandra Gils Carbó, nombrar el reemplazante de Nisman y preservar la prueba. “Esperamos que por respeto a la causa no se nombre a un fiscal de Justicia Legítima”, señalaron las fuentes.

La muerte de Nisman no es la primera en los recientes escándalos judiciales de la Argentina. La causa por la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia dejó un sospechoso “suicidado”, el capitán Jorge Estrada, uno de los traficantes involucrados en la maniobra por la cual fue condenado Carlos Menem, y una misteriosa muerte "accidental” de Lourdes Di Natale, ex secretaria de Emir Yoma y testigo clave. En el caso IBM-Nación, también en la época de Menem, apareció misteriosamente ahorcado Marcelo Cattáneo, hermano de un funcionario. Estos casos llevaron a reforzar el programa de protección de testigos del Ministerio de Justicia.

En el caso de Nisman no es la muerte de un testigo, sino peor, es la desaparición de  un fiscal denunciante. Es cierto que Gils Carbó le había ofrecido reforzar su custodia por el preocupante escenario internacional creado tras la masacre de los humoristas franceses de la revista Charlie Hebdo. Pero también es cierto que estaba prácticamente solo frente a un Gobierno, desde el canciller Héctor Timerman, que lo trató de mentiroso para abajo y no paró de insultarlo. En una democracia estable, el Gobierno solo se habría defendido y Nisman, por más que no se compartiera el contenido de su denuncia, hubiera tenido el apoyo por lo menos técnico y humano de sus jefes.

Cabezas y Nisman

Perfil

Por Jorge Fontevecchia 

Estoy en San Pablo. A las dos de la mañana (aquí es una hora más) me despertó un llamado que decía: “a Nisman lo suicidaron”. Viajé a Brasil el sábado a la noche después del cierre del diario Perfil y ya estoy volviendo a Buenos Aires. Escribo estas líneas desde un avión camino a Ezeiza sin haber podido tomar contacto con lo que se viene diciendo en Argentina: mi agenda de todo el día de hoy fue por las publicaciones de Perfil en Brasil y aquí el tema Nisman ocupó apenas un minuto en los medios audiovisuales, en los gráficos, por la hora de cierre, aún no se editó nada.

El sábado, PERFIL publicó una columna donde yo decía que me molestaba el oportunismo de Nisman por denunciar recién ahora lo mismo que Pepe Eliaschev había escrito en PERFIL a comienzos de 2011. Propuse a lector no creerle a los jueces y fiscales que ahora le imputan o procesan a los kirchneristas de todo junto. No creerles a ellos pero si creer lo que ellos denuncian. Que lo que dicen es verdad aunque ellos sean poco creíbles.

Al día siguiente de la denuncia de Eliaschev, PERFIL entrevistó a Nisman, quien no sólo se mostró incrédulo o prudente respecto de la denuncia de Pepe sino que se expresó tan extrovertido como en sentido contrario la semana pasada en coincidencia tardía con él. Dijo Nisman en 2011 sobre el acuerdo de Argentina con Irán, intercambiando comercio por impunidad:

—El hecho y la nota (de Pepe en PERFIL) me parecen absolutamente descabellados, absurdos y, además, de imposible cumplimiento. Hacía tiempo que no leía algo tan disparatado. Todo surge de un cable de la Cancillería iraní y tengo leído y conozco sus respuestas en la causa, tanto que por sus posturas no resultan creíbles en nada de lo que hacen y mucho menos en lo que dicen. Es todo muy poco serio.

—¿Por qué?

—Realmente, me parece algo que no tiene ni ton ni son porque estoy convencido de que el gobierno argentino no piensa nada de eso. Es absolutamente falso que está detrás de esto, porque me consta y por todo lo que ha hecho. Es de locos, no tiene ningún tipo de lógica.

—Pero eso dicen los cables secretos de la Cancillería iraní.

—Puede existir ese documento, porque piensan que todo eso forma parte de una negociación política, varias veces me lo sugirieron, incluso con otros gobiernos argentinos: si el presidente de Irán da una orden y el nuestro otra. Me lo han dicho públicamente en las reuniones de Interpol y se lo han expresado al secretario general, y así les ha ido, desastrosamente, en los planteos que han tenido. Creen que todo se maneja como lo hace su gobierno teocrático, donde el líder espiritual dice algo y todo el mundo obedece.

 

Hoy, tras su muerte, que sea cierto lo que denuncia Nisman aunque él mismo resultara poco creíble, pasa a ser secundario para muchos. Tras el asesinato de Cabezas, el suicidio de Yabrán resultó inverosímil para muchos. Aún hoy hay personas que descreen de la muerte misma de Yabrán, a quien imaginan disfrutan en un isla alejada. 

Sea cual fuere la causa de la muerte de Nisman no cambia el grado de gravedad institucional que tiene. Porque aunque finalmente se comprobara que se trató de un suicidio, terminará siendo fuera un “suicidio inducido” o un asesinato. En cualquiera de los casos, se tratará siempre de una muerte política, porque tiene consecuencias políticas e impregnará el recuerdo de la presidencia de Cristina Kirchner como el asesinato de Cabezas marcó al menemismo para siempre.

Y también dejará otra estela negativa sobre la imagen argentina que se suma a décadas de anormalidades en tantos planos.

 

 


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