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DEBATE
Pagni: El núcleo de la despedida, todo es Kirchner. Morales Solá: Macri, Scioli y el temor del "círculo rojo"
26/05/2015

El núcleo de la despedida: todo es Kirchner

La Nación

Por Carlos Pagni

No debería sorprender que quien confía en eternizarse a través de un Centro Cultural Kirchner, que contiene una sala Néstor Kirchner, en la que se ofrece una exposición sobre Néstor Kirchner, olvide que el 25 de Mayo los argentinos recuerdan algo más que la asunción de Néstor Kirchner. O que se sirva del marco de una fiesta nacional para pedir el voto para la propia facción. Es lo que le ocurrió ayer a la Presidenta.

Esa clausura endogámica es algo más que egocentrismo. Expresa una estrategia de poder. Cristina Kirchner intenta consolidar una base social propia para seguir interviniendo en el proceso político una vez que haya dejado la Casa Rosada.

Su objetivo principal no es consagrar al sucesor. Es condicionarlo.

Pocas veces la Presidenta innovó tan poco como en su presentación de anoche. Como nunca, se repitió a sí misma. Dijo cómo quiere que sean recordadas las administraciones de ella y de su esposo: reivindicación de los derechos humanos, reestructuración de la deuda, rechazo al ALCA, construcción de escuelas, reparto de libros y computadoras. El molde de ese mensaje es conocido: "Menem lo hizo". Como todo caudillo que debe dejar el poder, no destinó sus palabras a conquistar a alguien, sino a retener a los que tiene.

Habló, como viene haciendo desde que perdió las elecciones, para "nosotros". Es decir, para los consumidores de impuestos, los que no están preocupados por la creación de la riqueza, los que dependen del Estado para seguir viviendo. Desde que se frustró la posibilidad de una nueva reelección, los demás, "ellos", ya no tienen lugar en su planteo.

Envuelta en una oratoria melodramática, volvió a fijar una posición conservadora. Denunció que la opción entre cambio y continuidad es una falacia. Todo aquel que quiere una modificación busca, según ella, una regresión. A 2001, a los 90, a la dictadura. Hay infiernos para todos los gustos.

Es un argumento conocido. El PT, en Brasil, se sirvió de él hasta el hartazgo. Los que proponen cambios pretenden, en realidad, despojar a los ciudadanos de los beneficios recibidos durante una era de bonanza. La Presidenta se limitó a esbozar esa extorsión. Decir que "cambio es el nombre del pasado", invirtiendo la fórmula de Kirchner, hubiera sido demasiado.

El enfoque que Cristina Kirchner volvió a exponer ayer plantea más dificultades a los candidatos del propio grupo que a los rivales. Para ganar las elecciones, el peronismo necesita prometer algunas mutaciones. Reducir la inflación, luchar contra la corrupción, combatir la inseguridad. Cosas por el estilo. Pero esas propuestas suponen una relativa toma de distancia de una gestión que ayer, de nuevo, quedó sacralizada. La Presidenta no puede tolerar esa herejía. Y es lógico: diferenciarse es hacer un ejercicio de la crítica. Y para ella, crítica es complot.

PERJUDICADO

El principal perjudicado con este enfoque proselitista es Daniel Scioli. Si el universo kirchnerista se repliega sobre los que sueñan con canonizar la experiencia de los últimos años, el gobernador de Buenos Aires corre el riesgo de que sus simpatizantes migren a otro club. Es la apuesta de Florencio Randazzo. Y no debe extrañar: es la apuesta de la Presidenta y su círculo inmediato. Las opciones que ella ha tomado en las últimas semanas corroboran ese sesgo. Los candidatos preferidos de Cristina Kirchner no fueron Daniel Filmus o Diego Bossio. Son Mariano Recalde y Aníbal Fernández. Es natural que sea así. Más que alguien que represente a la sociedad, está buscando alguien que la exprese a ella misma. Esa autorreferencialidad caudillesca se salva con una fórmula infalible: "Mi único heredero es el pueblo". Ayer la Presidenta rozó esa declaración. Muerto Kirchner y retirada ella, el destino de las políticas que hay que defender ya no depende de un líder. "Depende de ustedes". Es lo que sucede con el plan de salvación en ausencia del Mesías.

Scioli registra cada vez más esta dificultad. Y lo tiene malhumorado. La semana que pasó, por primera vez en mucho tiempo, tuvo un arranque de ira. Alguien de su máxima confianza, que solía calmar a Menem en trances similares, lo contuvo. La irritación de Scioli tiene sus motivos. No pudo viajar a Salta ni a Chaco por temor a que en los festejos por el triunfo del PJ lo abuchearan. En el caso de Salta, el que le advirtió el peligro fue el propio Juan Manuel Urtubey: "Mejor no vengas, Daniel. Te pueden hacer cualquier cosa".

Para que el paisaje se vuelva más desolador, llegaron las insinuaciones de Axel Kicillof. El martes de la semana pasada el ministro dialogó durante una hora y media con el empresario Rubén Cherñajovsky. Este gran importador de Tierra del Fuego lo había ido a visitar para exponerle las dificultades del sector por la falta de dólares. Pero, sabiendo que se trata de uno de los mejores amigos de Scioli, Kicillof dedicó casi toda la reunión a enviar un mensaje a La Plata. Fue muy explícito: "Tu amigo cree que yo ignoro los problemas. La inflación, el cepo, los buitres. Pero yo conozco todo. Tenés que explicarle que él necesita aquí, en el ministerio, alguien que entienda. Hay muchas dificultades que hay que conocer. Y tiene que ir de a poco, con gradualismo". Curiosa plasticidad la del ministro de Economía. Unos días antes se había declarado parte de un proyecto colectivo y prometió esperar que le indiquen qué se espera de él más allá de 2015.

Cherñajovsky transmitió el recado de inmediato. Y el miércoles, Scioli contestó: "Kicillof es alguien que por su experiencia puede tener lugar en cualquier gobierno". La respuesta no lo libera del dilema. ¿Cómo desairar al ministro del que depende para llegar hasta las elecciones con la provincia controlada? ¿Cómo atraer el voto independiente hablando de la continuidad de Kicillof?

Cristina Kirchner está a años luz de ese problema. En el último segmento de su discurso de ayer pidió el voto para las políticas de su gobierno. No para los candidatos de su partido. Es el núcleo de su despedida. Y hace juego con su hora inaugural. La de una presidenta que recibió el bastón de mando, primero, de su esposo, y después, de su hija. Como en el nuevo centro cultural, también en su política todo es Kirchner..

Macri, Scioli y el temor del "círculo rojo"

La Nación

Por Joaquín Morales Solá

Daniel Scioli venía bañado por una epifanía electoral inverosímil. Las encuestas mejoraban sus números y Cristina Kirchner había dejado de operar en su contra. Pero Cristina es Cristina. Aquella tregua se convirtió en un desierto duro e implacable cuando lo mandó a Florencio Randazzo a atacar a un político que prefiere el silencio a la réplica. Ella misma rodeó a Randazzo. La Presidenta hace lo que mejor sabe hacer: golpear a alguien que no puede (o no quiere) responderle.

Aunque el único alivio para Scioli es que golpes tan bajos terminan convirtiéndolo en víctima, que es el lugar que más provecho le ha dado, esta vez podría ser distinto. La sociedad se apresta a elegir un presidente y en algún momento evaluará también su carácter.

Esa imposibilidad política o personal de Scioli (¿quién lo sabe?) para rebatir, tomar distancia o enfrentar es lo que a veces pone en funcionamiento al "círculo rojo" que menciona Mauricio Macri. Ese círculo abarca desde fuertes empresarios hasta algunos jueces, pasando por ciertos intelectuales. No le desconfían a la persona de Scioli, pero sí temen que una victoria de él termine siendo la continuidad perfecta del cristinismo. Otras formas, el mismo régimen político y económico. Scioli alimenta esos resquemores.

En los últimos días, lo escucharon elogiar en la intimidad al ministro de Economía, Axel Kicillof, de quien ponderó, sobre todo, su experiencia. No le estaba hablando al oído presidencial; era una conversación con dos políticos amigos, íntima y reservada. Tal vez sólo estaba endulzando un trago amargo.

Es probable que haya escuchado que Cristina no le pedirá la vicepresidencia para Kicillof, pero podría imponerle la continuidad de su ministro de Economía. Scioli no está dispuesto a decirle que no. Frente a ese eventual presidente, el "círculo rojo" confiesa que no podría vivir cuatro años más en las condiciones actuales. Demasiado estrés, demasiada confrontación. Mucho menos los empresarios, que dependen en gran medida de las arbitrarias y soberbias decisiones de Kicillof.

Cristina está muy lejos del "círculo rojo". Quizá por eso cree que puede darse el lujo electoral de erosionar la candidatura de su mejor candidato. No fue sólo Randazzo; también se hizo presente la televisión pública, que es la televisión de Cristina, con fuertes críticas a la esposa de Scioli, Karina Rabolini. El incombustible optimismo del sciolismo había interpretado que las alusiones de Cristina a las "pantomimas" de los candidatos incluían a la imitación que Randazzo hizo de Scioli. Randazzo no paró y dobló la apuesta: él también criticó a la propia esposa de Scioli. Jamás Randazzo hubiera seguido con esas referencias barriobajeras sin el consentimiento de Cristina. Es Cristina la que tiene a los Scioli como presas acorraladas.

El peronismo es un producto hecho con la argamasa de la crueldad. Las alusiones de Randazzo no reconocieron ni siquiera el límite de la discapacidad. Peor: los intelectuales oficialistas, los viejos cartistas, no tuvieron la sensibilidad moral para discernir en el instante entre lo correcto y lo incorrecto en las relaciones políticas. Es notable, con todo, que tampoco esos maltratos hayan agobiado al gobernador bonaerense. Habló bien de Kicillof poco después de que Randazzo se riera de su discapacidad. Scioli está seguro de que no quieren su muerte, sino que termine la carrera fatigado, exhausto, ganando por pocos puntos, cerca de su rival. Si fuera así, nadie puede negarle al cristinismo una dosis monumental de osadía.

Un desafío despunta para Scioli en el horizonte cercano. Su mansedumbre de ahora podría ayudarlo a ganar las elecciones primarias, porque conseguiría que Cristina no lo vete, aunque siga atacándolo. Pero después de agosto deberá buscar el voto de sectores sociales independientes. Nunca llegará a presidente sólo con los votos duros del cristinismo. ¿Marcará Scioli entonces alguna diferencia con los métodos y las políticas que gobiernan? No lo ha hecho nunca.

¿Y si así, después de todo, fuera un eventual gobierno de Scioli? Ésa es la pregunta que da vueltas sobre el "círculo rojo". ¿La solución? Unir a la oposición en una sola primaria (esto es, a Macri y a Sergio Massa, fundamentalmente), pero la verdad es que esa posibilidad es remota ahora. Nada es imposible para la política, pero un acuerdo entre ellos es altamente improbable. Massa fue el primero en oponerse públicamente a esa alternativa electoral, aunque en los últimos días mandó a sus voceros y operadores a proponer la unidad. Ahora lo culpa sólo a Macri. La diferencia entre la actitud original de Massa y la actual debe buscarse en las encuestas. Massa ha caído de manera notable en las mediciones de opinión pública, mientras la mayoría de las mediciones describe un cuadro de creciente polarización entre Macri y Scioli.

Es mejor dejar de lado las encuestas o mirar sólo sus grandes tendencias. Los números son motivo de arduas peleas entre los candidatos. Cada uno tiene su propia interpretación. Si se observa así a las mediciones de opinión pública, puede concluirse que aquella polarización existe y que la moneda está en el aire. Macri concluyó la semana pasada que es mejor seguir sin Massa. Su razonamiento no es complicado. Massa viene del kirchnerismo y para asegurar la continuidad ya hay un candidato mejor que él: Scioli. Es preferible, dice, plantear claramente una opción entre la continuidad y el cambio.

Otra convicción de Macri es que la suma de las encuestas no es el resultado de la política. Tiene el ejemplo de Córdoba. En esa provincia se unieron el histórico radicalismo cordobés, el macrismo y el juecismo; todos juntos sumaban un triunfo sobre Juan Schiaretti, el candidato a gobernador de De la Sota. Las primeras encuestas lo decepcionaron. Schiaretti lleva una ventaja de diez puntos en la provincia donde Macri tiene más electores a presidente, más incluso que De la Sota. Sucede que el 40 por ciento de los que votarán a Macri dicen que votarán por Schiaretti. La coalición no peronista tiene en Córdoba un buen candidato a gobernador, Oscar Aguad, pero ese espacio está pagando el precio de las internas radicales o de los viejos enconos entre el intendente radical de Córdoba, Ramón Mestre, y Luis Juez. El delasotismo tiene la ventaja de que los cordobeses conocen sus defectos, pero lo respetan.

Massa, en cambio, cree que la aritmética y la política se llevan bien; por eso, le ofreció a De la Sota en horas recientes no competir con él, sino crear una fórmula entre ellos, con el cordobés como candidato a vicepresidente. Supone que la suma de los dos lo volverá a acercar, con exactitud matemática, a los que están arriba, Macri y Scioli.

Dicen que Emilio Monzó, el operador todoterreno de Macri en sus relaciones con peronistas y radicales, perdió y fue desplazado. La veracidad de esa versión es muy relativa. Monzó, es cierto, se reunió con intendentes que responden a Massa (el núcleo duro de sus alcaldes) para hacerles preguntas muy puntuales: "¿Y, muchachos? ¿Cómo seguimos después de las primarias? ¿Se vienen con Macri o se van con Scioli? ¿Se irán con un gobierno al que criticaron durante casi dos años?", los interrogó. Los intendentes callaron.

El peregrinaje de esos barones supuestos (muchos pasaron de Scioli a Massa y de Massa a Scioli y algunos recalaron en Macri) demuestra que ellos no hacen un presidente; un buen candidato a presidente, en cambio, los mantiene a ellos en sus cargos actuales, que es su mayor aspiración política. Monzó se mete en el bolsillo a cuanto intendente se cruza por su vida. Macri lo espera luego con el filtro en la mano. Jesús Cariglino puede pasar; al infaltable Raúl Othacehé le cierran las puertas en las narices. ¿También Othacehé llamó al macrismo? Todos llaman, responde el macrismo.

Los candidatos tienen que lidiar, es cierto, con una sociedad de objetivos muy cortoplacistas. Es probable que las crisis sucesivas que le tocaron vivir hayan conformado una comunidad nacional sin grandes ambiciones. Gran parte de los argentinos que tienen buena imagen de Cristina compraron algo en cuotas en el último mes con el plan Ahora 12. Otra parte la integran los muchos argentinos que reciben subsidios del Estado. La inflación de este año será del inconcebible 25%, pero la del año pasado estuvo cerca del 40 por ciento. Estamos mejor, entonces. Es difícil para los candidatos, hay que reconocerlo, moverse en medio de la volatilidad que produce esa turbación social.

¿El "círculo rojo" debe resignarse? La política nunca es estática. Massa cambió cuando descubrió que solo no podía. Macri es un político aunque muchos no lo reconozcan y es, también, un analista obsesivo de las encuestas. Volverá sobre sus pasos si descubriera un mínimo resquicio de la derrota propia o de la victoria cristinista. Girará si tiene que girar en el curso de las próximas tres semanas finales antes de la inscripción de alianzas. Otra historia o la misma historia se podrá escribir en el crucial puñado de días por venir..


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