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ANÁLISIS
Gadano: Un relato atómico
SEUL/ENERNEWS
08/04/2024

JULIÁN GADANO *

En los últimos días pudo verse en los medios la siguiente narrativa: “El gobierno argentino decidió cancelar el proyecto CAREM” o “comenzaron los despidos en el sector nuclear, en el reactor CAREM”. Para ser sinceros, no era mi intención meterme en esta conversación, pero luego de leer la décima versión de un relato francamente tan alejado de la realidad decidí poner mi punto de vista en el debate. El resultado son las líneas que siguen.

Arranquemos con un breve resumen para explicar qué es el CAREM. Es la sigla de Central Argentina de Elementos Modulares y se trata de un prototipo de reactor de potencia, es decir, un generador de energía eléctrica que está construyendo desde 2007 la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Estos reactores –a diferencia de los reactores de investigación o multipropósito, que Argentina ya diseña y fabrica– son muy desafiantes en su ingeniería, porque tienen que funcionar en condiciones mucho más exigentes: más presión, más temperatura, más estrés, más exigencia en cuanto a vida útil, entre otros etcéteras. De hecho, de lograr poner en marcha este modelo, Argentina entrará a un club muy pequeño, de menos de diez países, que han diseñado o diseñan reactores de potencia.

Pero para ir aclarando el tema entre tanto humo panfletario, puntualicemos dos cuestiones. La primera, el condicional: Argentina se sumará al club en caso de “poner en marcha el modelo”. Creo que ha llegado la hora de que se haga pública una hoja de ruta realista, fundamentada y transparente (y no anuncios con powerpoints de diez láminas) que explique claramente cuántos recursos y cuánto tiempo falta para terminar el prototipo, y cuáles son los desafíos y obstáculos tecnológicos que aún quedan pendientes, que los hay. Quien vaya a poner los recursos que faltan para terminar el proyecto tiene derecho a saber qué va a recibir a cambio, cuándo lo va a recibir y cuánto le va a costar. Sea un privado o el Estado.

En segundo lugar, es importante tener en cuenta que el CAREM es un prototipo que, así como está diseñado, jamás será un modelo comercial competitivo. Y no lo será aunque se lo escale a cuatro veces su tamaño (como se anuncia desde la CNEA), porque su falta de competitividad está en el diseño. Esto no es necesariamente un problema, un prototipo no tiene que ser necesariamente competitivo.

El problema está en no decirle la verdad a la sociedad, que ha sido hasta ahora la que puso la plata. Quienes hemos participado de rondas para levantar capital para financiar un proyecto tecnológico (o de cualquier tipo) sabemos que el inversor que pone “el primer millón” muchas veces es consciente de que luego de ese aporte no se ganará dinero.

Pero sí le importará mucho saber exactamente qué se hará y en cuánto tiempo. Pero, sobre todo, quien invierte rechazará que alguien que busca su capital le diga que a tiempo equis va a ganar dinero cuando eso no va a ocurrir. Caso contrario, la mayor parte de las veces se cansa, se va, y no vuelve. No veo por qué debería ser diferente en un proyecto público, aunque evidentemente otros no piensan lo mismo.


ALBERTO CASI NO AVANZÓ
Mi intención en este artículo es discutir con buena fe, pero con argumentos y evidencia, acerca del proyecto CAREM y de la narrativa que han pretendido instalar sobre el proyecto las autoridades salientes de la CNEA. Pero primero, alguna información relevante sobre mí: cuando me tocó ser el responsable de coordinar el sector nuclear argentino entre 2015 y 2019, el CAREM fue una prioridad, cosa que puede verse en los datos. Se impulsó claramente el proyecto y eso se tradujo en un avance claro y concreto: el CAREM se recibió en diciembre de 2015 con un 34,3% de avance total y se entregó en diciembre de 2019 con un 57,9%.

De hecho, los años en los que el proyecto más avanzó en toda su historia fueron 2017 (7,4%) y 2018 (8,5%). Por lo que sugiero, a quien se sienta tentado de hacerlo, que se ahorre los argumentos ad hominem del tipo “bueno, pero el que dice eso es un agente extranjero que quiere destruir el CAREM y bla bla bla“. Si se me puede acusar de algo es de haber apoyado el CAREM, no de lo contrario. En todo caso, sí me invade la frustración de ver que cuatro años (y bastante dinero) después el proyecto prácticamente no avanzó, y aún falta mucho tiempo y dinero para terminarlo.

Sin embargo, la presidente saliente de la CNEA, Adriana Serquis, en su reciente rally por los medios ha planteado que la culpa de la parálisis del CAREM es del gobierno actual (que lleva menos de cuatro meses) y hasta del ejército de Estados Unidos. En lugar de brindar un informe sincero sobre por qué entrega el CAREM con tan poco avance, le tira la culpa a otros. Siempre, siempre, la responsabilidad es de otros. Sin embargo, la realidad dice otra cosa.

En julio de 2021, en un informe oficial a la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado Nacional, Serquis afirmó que para ese momento el CAREM mostraba un 59,2% de ejecución total. Es decir que, de acuerdo a sus propias declaraciones al Senado, el CAREM había avanzado 1,3 puntos en un año y medio. Estuvo la pandemia: ok.

En ese mismo reporte, Serquis prometió que el CAREM (ya sin pandemia) estaría finalizado en julio de 2023, su puesta en marcha sería en diciembre de 2023 y el inicio de su operación comercial en marzo de 2024, es decir el mes pasado. Definió estas fechas como “un plazo y un límite realistas para poder inaugurar este reactor”. Sin embargo, parece que el plazo y el límite no fueron muy realistas. Lo que la CNEA puede realmente mostrar al finalizar la gestión de Fernández es que la ejecución total del proyecto a este momento (últimos datos enviados por la CNEA a la Oficina Nacional de Presupuesto) es de 63,3%. Y escuché a varios funcionarios de la CNEA afirmar ahora que el CAREM estará listo recién en 2028.

En términos de números fríos, el CAREM tuvo una ejecución de 5,4% en los cuatro años del gobierno de Alberto Fernández. El equivalente a lo que se ejecutó en nueve meses de 2018. No es un resultado como para pasearse por los medios y acusar al Gobierno, al ejército de Estados Unidos y a la Virgen de Guadalupe de haber parado el CAREM. En ese mismo reporte, Serquis afirmó que esperaba que “la CNEA pudiera tener el orgullo de mostrar un desarrollo propio”. Bueno, quizás la CNEA vaya a tener ese orgullo en algún momento, lo que se sumará a otros que ha tenido en el pasado. Quienes evidentemente no lo tendrán son las autoridades salientes de la CNEA, por lo menos en lo que respecta al CAREM.

Lo que debería presentarse es un informe transparente, realista y crítico de por qué se avanzó tan poco (y, de paso, cuánto se gastó). No dudo que debe haber motivos. Tal vez si los cuentan y nos enteramos, todos los entenderemos.

Dicho esto, vale la pena analizar los argumentos que se han esgrimido estos días sobre el proyecto.


CUENTAS CLARAS
Primero: “El gobierno paralizó el CAREM y despidió gente”. En realidad, los despidos los produjo el subcontratista de NASA, que es el contratista de la obra civil, porque la CNEA no habría pagado los certificados. Es decir que, en todo caso, lo que ocurrió es que una empresa que aparentemente no cobró despidió a sus operarios en la obra. De esto surgen varios interrogantes. La primera es desde cuándo no cobra el subcontratista. Suena raro que por apenas tres meses de atraso un contratista pare una obra completa, pero quizás es así. Sería bueno saberlo.

El segundo tema es por qué NASA (Nucleoeléctrica Argenina SA, una operadora estatal de centrales nucleares y no una contratista de obras de terceros) fue contratada como contratista de obra, cancelando el contrato con la contratista anterior. Cuál fue el beneficio de cancelar el contrato anterior, pagando penalidad por esa cancelación, parar la obra (en enero de 2020, antes de la pandemia) y contratar a NASA, que obviamente tiene que subcontratar la obra civil.

Segundo: “La [supuesta] cancelación del proyecto nos dejará afuera de jugosos mercados de exportación”. ¿Cuál es la evidencia para afirmar que un prototipo que estará terminado dentro de cuatro años, que no ha podido demostrar ser escalable en forma competitiva y que no aparece en ninguno de los informes que hablan de los nuevos reactores SMR (small modular reactor) como un modelo comercial viable, “se está perdiendo jugosos mercados de exportación”? Invito a las autoridades actuales de la CNEA a que presenten un informe que muestre cuáles son los mercados que el CAREM tiene y se está perdiendo. No lo digo en forma irónica, realmente sería muy bueno que esto fuera así, y no tengo dudas de que aparecerá capital privado en abundancia para participar con equity en un negocio tan jugoso.

Tercero: “Los Estados Unidos seguramente están presionando para que cancelemos el CAREM”. En fin. ¿Alguien puede realmente creer con seriedad que la Jefa del Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos tiene el futuro del CAREM en su agenda? Creo que ha llegado el momento de dejar de alimentar agendas tóxicas que no le hacen bien a la formación de un debate serio sobre los proyectos tecnológicos de nuestro país.

Yo creo, a pesar de todo, que el CAREM tiene un futuro. Es posible conseguir un socio internacional no competitivo sino complementario que esté interesado en comprar tecnología de reactores de potencia y acompañar a la CNEA con capital para terminar el proyecto. No soy yo la persona a cargo de tomar las decisiones sobre el CAREM, pero no tengo dudas de que esa posibilidad existe.

Para eso es importante cambiar la filosofía, el abordaje y el management del proyecto para que quien venga como socio sepa qué está comprando y qué no. Hay una oportunidad, seguro que la hay. Pero gritar una vez más que el Estado nacional tiene la obligación de poner (otra vez) 400 millones de dólares y cuatro años a libro cerrado para que quizás ahora sea cierto, no me parece el camino.

Entre el personal técnico y profesional del CAREM dentro de la CNEA, y en las empresas que han trabajado como contratistas, hay un ecosistema enorme y rico. La mejor manera de cuidarlo es preparar una estrategia transparente, sincera y, sobre todo, razonable, para buscar un socio con capital que se sume al proyecto. Hay que resolver los problemas pendientes, congelar ingeniería y adoptar una filosofía que busque un producto competitivo y no una máquina compleja y cara de operar.

Más que proteger ese ecosistema, reclamarle al Estado para que ponga otra vez plata de los contribuyentes lo condena a la inanición. Han pasado 17 años desde que el proyecto arrancó y se deben haber invertido de manera directa más de 1.000 millones de dólares. Es mucho tiempo y mucha plata para seguir acelerando el auto en el barro. Porque se va a seguir hundiendo. Hay que parar, dar marcha atrás unos metros y buscar otro camino. Es perfectamente posible y es el momento.

En cuanto a las autoridades salientes de la CNEA, me parece que la actitud correcta es ser responsable, rendir cuentas y entender que tuvieron cuatro años para terminar un proyecto que era perfectamente terminable y que –por razones quizás atendibles– no lo hicieron. Ya está. Su tiempo pasó, la vida sigue y ojalá en manos de otros el proyecto encuentre su camino. Muchas cosas tienen que cambiar para lograr eso.

* Sociólogo. Profesor de la UBA y la Universidad de San Andrés. Ex subsecretario de Energía Nuclear.


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